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Un recreo de El Historiador para estas vacaciones |
El estudio de nuestro pasado ha desvelado a miles de investigadores a lo largo de todos los tiempos. Arqueólogos, paleontólogos, historiadores, naturalistas han dedicado sus vidas a la indagación de las diversas formas de vida, de la formación de sociedades y del comportamiento de los individuos de otros tiempos. Es algo a lo que dedicamos todos nuestros esfuerzos desde hace más de diez años. Pero el futuro, ese porvenir incierto e inquietante, que siempre nos lleva la delantera también le ha quitado el sueño a más de uno.
En esta nueva edición de nuestra Gaceta Estival, en la que nos proponemos seguir acompañando a nuestros lectores durante el tiempo de receso, queremos compartir una curiosa ordenanza municipal de finales del siglo XIX, que prohibía la práctica de la adivinación. Según parece, la preocupación por el futuro había dejado a más de un desprevenido en las garras de estafadores.
Las prohibiciones son una buena forma de echar un vistazo a la vida del pasado. Entre las de principios del siglo XIX compartimos aquí, la que disponía el cese del “juego de la reconquista”. La defensa de Buenos Aires contra el invasor inglés en 1806 había calado hondo entre los jóvenes de entonces. Y menos de un mes después de que Liniers lograra expulsar a los intrusos, el juego de la reconquista –con piedras, palos, pólvora y balas- ya se había popularizado entre los más pequeños, causando un sinfín de problemas a la población.
En Gacetas anteriores nos hemos referido al genio militar del general San Martín, a su visión americanista y a su determinación de no involucrarse en guerras fratricidas. En este nuevo aniversario de su nacimiento, compartimos un artículo que destaca su ingenio puesto al servicio de la causa americana.
Estas son algunas de las notas que compartimos en esta última Gaceta recreativa de 2014. Continuaremos en marzo acompañando a nuestros lectores con nuestra Gaceta Histórica. |
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Se prohíbe el ejercicio de la adivinación en Buenos Aires - Marzo de 1876 |
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A lo largo de la historia diversas civilizaciones han desarrollado sistemas que permiten predecir los acontecimientos futuros sobre la base del estudio de los astros. Entre ellas, se destacan los mayas, los indios y los chinos, quienes mediante el estudio de la posición y del movimiento de los cuerpos celestes, procuraron conocer y predecir el destino de los hombres y pronosticar los sucesos terrestres.
Sin embargo, entre la comunidad científica esta práctica es considerada como una pseudociencia ya que no utiliza un método científico para hacer sus predicciones.
Si bien la astrología es una de las prácticas más conocidas para indagar sobre el futuro, quienes pretenden conocer el porvenir también se han valido de otros métodos, como la lectura de la borra del café, de alguna parte del cuerpo (las líneas de la mano), o la interpretación de los sueños.
En la actualidad, la mayoría de las legislaciones democráticas permiten el ejercicio de la adivinación bajo el amparo de la libertad de creencias. Pero no siempre fue así. Reproducimos en esta ocasión una ordenanza municipal del 21 marzo de 1876 que prohibía la adivinación para evitar la “explotación de personas incautas”, con penas que iban desde una multa de $ 3000 de entonces a los ocho días de prisión. |
Fuente: Revista Todo es Historia, Nº 104, enero de 1976, pág. 22. |
“La Comisión Municipal, reunida en Concejo, y, considerando
1º Que se halla en el deber de cortar radicalmente los escándalos que han estado cometiendo con mengua de la cultura de la ciudad de Buenos Aires, los llamados adivinos;
2º Que no teniendo su ocupación base legal de ningún género, por cuanto ella, que no puede considerarse arte ni ciencia, consiste solamente en la explotación de las personas incautas, por número de arterías que la incluyen en el número de las estafas;
3º En uso de las atribuciones que el artículo 18 de su Ley Orgánica le concede, para velar por la moral pública e impedir todo lo que pueda ofenderla y corromper las costumbres, y recordando que la Constitución Provincial ha declarado en su artículo 25 que la libertad de trabajo, industria y comercio es un derecho asegurado a todo habitante de la Provincia, siempre que no ofenda o perjudique a la moral o la salubridad pública ni sea contraria a las leyes del país,
Acuerda y ordena
Artículo 1º Desde el día en que se dicte la presente Ordenanza, no se permitirá el ejercicio de lo que se denomina adivinación.
Artículo 2º Los infractores de esta resolución pagarán tres mil pesos de multa, siempre que la contravengan o, en su defecto, sufrirán ocho días de prisión, o sea el máximum de las penas de que habla el artículo 27 de la Ley Orgánica de la Municipalidad.
Art. 3. La Policía queda encargada del cumplimiento de esta disposición.
Art. 4º Comuníquese, etc. |
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Isabelita del Valle, “la eterna novia de Gardel” |
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Carlos Romualdo Gardés fue, para todo el mundo, Carlos Gardel, “el zorzal criollo”, “el morocho del Abasto” o “el jilguero de Balvanera”, como solía llamársele. Su vida encierra todavía numerosos misterios, pero nadie pondrá en cuestión su innegable talento para el canto.
Entre las muchas disputas en torno a su figura, se encuentran el lugar y año de nacimiento. El libro El padre de Gardel, de Juan Carlos Esteban, Georges Galopa y Monique Ruffié, consigna que el famoso cantante nació en Francia el 11 de diciembre de 1890 y fue inscripto en el registro de Toulouse como Charles Romuald Gardes.
En una investigación criminalística reciente, los forenses Raúl Torre y Juan José Fenoglio concluyeron que los cambios de identidad de Carlos Gardel tenían que ver con sus antecedentes en el delito. Al parecer, en 1904 cuando lo buscaba su madre tras huir del hogar y no había razón para mentir, los datos filiatorios que dio a las autoridades son Carlos Gardez, nacido en Toulouse, hijo únicamente de Berta Gardez. Es muy probable que el policía que hizo el expediente, sostienen, se haya equivocado poniendo una zeta en lugar de la ese, que era el verdadero apellido de Berta.
Pero el prontuario del “pibe Carlitos” era fuego puro y, según esta investigación, Carlos Gardel registraba antecedentes penales de estafador mediante el cuento del tío. Pero en la década de 1920, para obtener el pasaporte y poder ir de gira al exterior, sin que saliera a la luz su pasado non sancto, se presentó en el consulado uruguayo diciendo que había nacido en Tacuarembó en 1887, y que era hijo de Carlos y Berta Gardel.
A una muy temprana edad, trascendió con su voz y su canto. Con poco más de diez años, Gardel trabajó como tramoyista en el Teatro de la Victoria y, más tarde, pasó al Teatro de la Ópera, donde conoció a numerosos artistas de la época.
En 1911, luego de un duelo musical, surgió su amistad y dúo artístico con José Razzano, quien lo acompañaría con la guitarra durante más de una década. Al poco tiempo, Gardel grabaría sus primeros discos y, años más tarde, sus primeras películas.
Las décadas de 1920 y de 1930, hasta su muerte ocurrida en 1935, marcaron el auge de su trayectoria artística. Durante ese período descolló cantando en los más importantes teatros porteños y realizando varias giras internacionales.
A fines de 1933 emprendió su larguísima y última gira. Luego de visitar Barcelona, París, Nueva York, Puerto Rico, Venezuela y otros países caribeños, Gardel murió trágicamente el 24 de junio de 1935, junto a alguno de sus músicos, incluido Alfredo Le Pera, cuando el aeroplano en el que viajaban se estrelló al despegar del aeropuerto de Medellín. Apenas había superado los 40 años.
Una de las tantas polémicas en torno a la vida del zorzal criollo tiene que ver con los romances que se le atribuyeron: Mona Maris, Imperio Argentina María Esther Gamas, Sadie Barón Wakefield, Gaby Morlay, Perlita Greco, Magali de Herrera son algunas de las más destacadas. Sin embargo, según sostienen Lucía Gálvez y Enrique Espina Rawson, las relaciones que mantuvo Gardel con Madame Jaenne y con Isabel del Valle fueron sus romances más estables.
Compartimos aquí un artículo sobre el dilatado romance que Gardel sostuvo con esta última. La nota recoge el testimonio de la misma Isabel del Valle. Si ella asegura la firme determinación que tenía la pareja de casarse y establecerse en Uruguay, existen documentos que desmienten tales intenciones por parte del “morocho del Abasto”.
De acuerdo con Gálvez y Espina Rawson, el romance existió y se extendió durante doce años, pero con el tiempo “Gardel se fue alejando de Isabel y de su familia, harto de sus exigencias y peticiones. Primero los hermanos y luego la misma madre cansaron al generoso Gardel con sus pedidos de dinero. (…) Las cartas de 1934 a su administrador Armando Defino son muy fuertes y categóricas: Carlitos está cansado de las ingratitudes y prepotencias de la familia y de su propia novia y quiere terminar de una vez la relación. Bastan algunos párrafos para demostrarlo: ‘Se acabaron las subvenciones mensuales y bajo ningún concepto debes darle un centavo más. En cuanto a la casa (de la calle Directorio) la iremos pagando poco a poco sin que nos pese, para no perder lo que ya pagamos y para devolver gentilezas por sinvergüenzadas. Vos sabés cuáles son mis ilusiones para el porvenir: quiero trabajar para mí, para poder darle una situación a mi viejita y para poder disfrutar con cuatro amigos viejos el trabajo de treinta años. Estoy dispuesto a no hacer más tonterías. La de Isabel y Cía. será la última (...) Es necesario separarnos de toda esa familia’”. |
Fuente: “De este grone que te adora”, por Rubén Pesce y Antonio Mercader, Revista Siete Días, Nº 369, 17 al 23 de junio de 1974. |
“De este grone que te adora” |
Siete días logró rescatar de su mutismo a Isabel del Valle, la mujer con quien Carlos Gardel había pensado casarse. En Montevideo, en donde ella reside, y también en Buenos Aires, se cosecharon testimonios del romance, jamás ventilado. (…)
La semana pasada, dos informes recalaron en la redacción de Siete Días; uno era el elaborado por el corresponsal uruguayo Antonio Mercader, que había entrevistado a Isabel del Valle. El otro lo preparó Rubén Pesce en Buenos Aires, quien rastreó y obtuvo un precioso material gráfico sobre el romance de Isabel con Carlos Gardel, a lo cual sumó las declaraciones de Ignacio del Valle, hermano de Isabel y amigo de Carlitos.
En algunas partes esos informes no coinciden; es que el tiempo parece haber desdibujado algunos acontecimientos. De cualquier forma, los testimonios resultan tan valiosos que se prefirió dejarlos como estaban, respetando las contradicciones. Remendarlos hubiera sido cometer una tropelía contra la memoria del Mago: los mitos son siempre paradójicos.
Isabel del Valle vive en la barra de Maldonado, quince kilómetros al este de Punta del Este, en una casona de dos plantas que hasta hace dos años fue hotel y hoy funciona como restaurant durante la temporada veraniega.
Tiene 67 años, es argentina, está casada con Mario Fattori, italiano, ex cantante lírico que llegó a brillar décadas atrás (actuó incluso en el Metropolitan de Nueva York). Tiene un hijo, Martín, de 26 años, y dos nietos, uno de tres años y otro de seis meses. La barra de Maldonado, una aldea marina, ubicada donde el arroyo Maldonado desemboca en el océano Atlántico, se convirtió, en la última década, en subbalneario de Punta del Este y centro preferido por el más sofisticado turismo (argentino, en especial). Los turistas que llegan a la pintoresca barra no conocen, por supuesto, el pasado de Isabel del Valle, o la identifican sólo como la ex dueña del hotel La Barra y propietaria del restaurant del mismo nombre que todavía abre todos los veranos. Para los pobladores permanentes de la barra, es una personalidad notoria. Isabelita, como la llaman todos, fue "la eterna novia de Gardel". Muchos de ellos han escuchado sus relatos sobre la época en que vivía en Buenos Aires y acompañaba al cantor a todas partes.
A veces llega gente desde lejos, periodistas, admiradores del Magoo simplemente curiosos con ganas de conocerla. En esos casos, se retrae.
Hace más de veinte años que ella y su marido eligieron la barra para vivir tranquilos y estar a salvo de la publicidad que la marcó definitivamente como "La novia de Gardel". Volver otra vez a un primer plano, a través del recuerdo de su largo y apasionado romance con Gardel, es algo que disgusta a Isabelita y a su marido. Por eso es difícil para los periodistas lograr entrevistarla.
Tras superar su obstinada negativa y sus mil prevenciones, Siete Días dialogó con ella.
"Tenía catorce años cuando conocí a Gardel. Su secretario, un tal Martínez, era pariente de mi familia. Por su intermedio, Gardel se vinculó a mi casa. Martínez le contó un día que mi madre era una excelente cocinera y que hacía como nadie el arroz a la valenciana... A Carlitos le gustaba la buena mesa y ahí mismo le dijo a Martínez que quería una demostración práctica. Así fue que vino a casa por primera vez. Así lo conocí. Vivíamos entonces en una casona de Sarmiento y Pellegrini. Gardel llegó sonriendo y haciendo chistes. Comió el arroz a la valenciana y le dijo a mi madre, medio en broma y medio en serio, que se iba a convertir en un pensionista más... [leer más] |
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Jugando a la reconquista, un peligroso juego de niños popularizado en 1806 |
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En junio de 1806 los ingleses desembarcaron en las playas de Quilmes con una poderosa escuadra comandada por sir Home Popham y más de 1500 hombres al mando del general Guillermo Carr Beresford. Pronto marcharon sobre Buenos Aires y tomaron la plaza casi sin encontrar resistencia. La ciudad quedó bajo gobierno inglés durante un mes y medio.
Desde Montevideo, mientras tanto, el capitán de navío Santiago de Liniers organizaba las fuerzas para reconquistar Buenos Aires. La expedición a su mando partió el 3 de agosto y una semana más tarde, desde los Corrales de Miserere (hoy Plaza Miserere), Liniers intimaba a Beresford a rendirse. El combate no tardaría en desatarse, y el 12 de agosto, tras una lucha feroz por la ciudad, los ingleses se rindieron.
Como vemos en el bando que a continuación reproducimos, la encarnizada defensa de Buenos Aires caló hondo en el espíritu de los más pequeños. Menos de un mes después de que Liniers lograra expulsar a los intrusos, las autoridades prohibían el “juego de la reconquista”, un peligroso entretenimiento popularizado entre los jóvenes con piedras, palos, pólvora y balas, que ocasionaba desórdenes en la población.
Probablemente la prohibición haya puesto fin a tal entretenimiento, pero la militarización de los habitantes de Buenos Aires -frente a la posibilidad de una nueva invasión- ya no pudo detenerse. Todos los habitantes de la capital se transformaron en milicianos y su peso se hará sentir con fuerza durante los sucesos de Mayo de 1810. |
Fuente: Archivo General de la Nación – Bandos 1799 a 1809 – Nº 8 – fojas 270 a 271 v. 9-8-10-8. |
Don Lucas Muños y Cubero, Caballero de la Real y distinguida orden española de Carlos Tercero, del Consejo de Su Majestad, Regente de esta Real Audiencia Pretorial, y encargado del Gobierno Político y de Real Hacienda de esta Plaza por ausencia del Excelentísimo señor Virrey.
Por cuanto ha acreditado la experiencia, las frecuentes desgracias que ocasiona el abuso introducido por varios jóvenes y personas de menor edad de todas clases, de juntarse, e imitar por vía de distracción y juego, el ataque y Reconquista, usando en él de pólvora, balas, piedras y palos, con que se ofenden gravemente y exponen a otros a igual daño; y siendo urgente preciso cortar de raíz tal desorden, que influye también en partidos y enemistades entre los individuos de diversos barrios o cuarteles; ordeno y mando a los vecinos y habitantes de mi jurisdicción, y principalmente a los padres, tutores, amos o encargados de las indicadas personas dedicadas a tan perjudicial juego, cuiden de separarlas de él, y evitar que reincidan en esta diversión de tan pésimas consecuencias, valiéndose para ello, en caso necesario, de la tropa de esta guarnición, que está prevenida de orden del Señor Comandante de Armas, de prestar auxilio necesario al efecto, y empleando la autoridad que tienen sobre sus hijos, esclavos, y menores de que se han encargado: bajo el concepto, de que en caso de faltar a esta precisa obligación, tan propia también de sus cargos, se les exigirá la multa de seis pesos aplicados a los pobres de la cárcel, además de satisfacer el carcelaje de sus hijos, esclavos, o menores que se aprendan, y el castigo de ellos si fuese gente de color, y de mancomún los daños que se hubiesen causado, con las demás penas personales y pecuniarias a que haya lugar; en todas las cuales incurrirán igualmente los que les vendan pólvora, o concurriesen de otro algún modo a la continuación del referido desorden. Y para que llegue a noticia de todos, y no pueda legarse ignorancia, se publicará por bando, fijándose copia de él en los parajes públicos y acostumbrados. Fecho en Buenos Aires a tres de septiembre de mil ochocientos y seis años.
Lucas Muñoz y Cubero
Por mandato de su señoría
Dr. Josef Ramón de Basavilbaso
En Buenos Aires a cinco de septiembre de mil ochocientos y seis; yo el escribano de Su Majestad, por ocupación del Mayor de la Gobernación y Guerra de este Virreinato, salí de esta Real Fortaleza acompañado de la tropa, pífanos y tambores, de estilo, y por voz del pregonero hice publicar en los parajes públicos y acostumbrados el bando antecedente, fijándose las copias que en él se previenen.
Manuel Fran de la Oliba |
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Santo y Seña de San Martín: “Con días -y ollas- venceremos” |
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José de San Martín nació el 25 de febrero de 1778 en el pueblo de Nuestra Señora de los Tres Reyes Magos de Yapeyú, situado en la costa del río Uruguay, en la provincia de Corrientes, del que su padre, el capitán Juan de San Martín era teniente gobernador desde 1774. Tras un breve paso por la capital virreinal, la familia se instaló en España en 1784. Allí José de San Martín recibió una sólida educación. En 1789 ingresó como cadete al regimiento de Murcia y en poco tiempo tomó parte activa en numerosos combates. Lució el uniforme español combatiendo contra moros, ingleses, franceses y portugueses.
Durante más de veinte años sirvió con denuedo al rey de España. Pero en 1811, tras enterarse de los sucesos de Mayo del año anterior, decidió regresar a su país de origen y pidió el retiro. Así lo recordaba años más tarde: “Yo serví al Ejército Español en la Península (…) hasta la edad de 34 años. En una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, pues calculábamos se había de empeñar”.
En marzo de 1812 San Martín arribó a Buenos Aires y empeñó todas sus energías a la causa americana. Creó el regimiento de Granaderos a Caballo, con el que triunfó en San Lorenzo en febrero de 1813. En 1814 quedó al frente del Ejército del Norte y no tardó en delinear su plan de dar libertad a Chile cruzando la Cordillera de los Andes y desde allí avanzar sobre Perú.
Pasarían varios años antes de que pudiera concretar tan ambicioso proyecto. Recién cuatro años más tarde, en la batalla de Maipú, en abril de 1818, quedó sellada la independencia de Chile, y deberá esperar más de tres años para poder lograr la independencia del Perú.
En esta última etapa de su plan de liberación, sabiendo que los españoles contaban con una fuerza superior y mejor equipada, San Martín debió agudizar el ingenio. Como detalla el texto que a continuación reproducimos, hizo entrar a Lima mensajes secretos cocidos en vasijas de barro que un indio le había ayudado a preparar. Sólo rompiendo las piezas podían sus partidarios acceder a las instrucciones del Libertador. |
Fuente: Mariano Pelliza, Glorias Argentinas. Batallas, paralelos, biografías, cuadros históricos, Buenos Aires, Félix Lajouane Editor, 1885, págs. 213-218. |
En una de las noches próximas a la retirada de La Serna, se había comunicado el siguiente “santo y seña” en el cuartel general de los patriotas: “Con días -y ollas- venceremos”. Los jefes y oficiales de San Martín, no obstante hallarse acostumbrados a las extravagancias de su general, extravagancias que siempre refluían en algún acontecimiento inesperado, recibieron esta vez aquel embolismo con una marcada ironía, pues que clasificaron de disparate tal ocurrencia; escasísima de chiste y despojada de toda alusión a las cosas del ejército, no como acostumbraba hacerlo el general. Y mayor fue la crítica por cuanto las interpretaciones que le dieron algunos oficiales en reserva tendían a que se comprendiesen como un reproche del general en jefe, porque el ejército deseaba venir a las manos con el enemigo, en tanto que San Martín quería ganar a Lima sin gasto de hombres ni de pólvora; pues a la verdad, no eran ni aquellos muy abundantes, ni ésta suficiente para quemarla sin urgencia y sin peligro. Pasó la noche y pasaron los días sin que nadie entendiera racionalmente el significado de tales palabras, y fue después de estar el ejército patriota en posesión de la capital, cuando San Martín en una de esas expansiones que, si no eran frecuentes, eran sinceras, refirió a sus íntimos amigos, en la tertulia de palacio, el secreto de las ollas que a la verdad era la incógnita de aquel problema.
Descubiertos constantemente sus emisarios por los espías de La Serna, pues entre los que se daban por patriotas algunos no lo eran, según pruebas que doña Rosa Campuzano, favorita del virrey, le había remitido desde la ciudad con grave compromiso de su parte; iba ya siendo imposible comunicarse de una manera segura con sus agentes de Lima. El tiempo urgía y le era preciso tener al corriente de los negocios a sus amigos que rodeaban al virrey, para que éstos a su tiempo, le comunicaran lo que pasaba en las regiones oficiales. Como no quería que nadie penetrara su secreto antes que el éxito lo abroquelase contra la sátira y la burla de los enemigos, un día que con sus ayudantes iba de Huaura a Supe vio venir un indio alfarero cargado con sus cacharros, y adelantándose hasta encontrarse solo con él detuvo el caballo, le dijo quién era, y le ordenó que al día siguiente se presentara en el cuartel general.
No faltó el indio, y habiéndole preguntado San Martín si le sería fácil fabricarle unas ollas de barro, allí en su presencia, la respuesta del viejo alfarero fue afirmativa. Volvió al día inmediato, amasó su barro, y sin más testigo que aquel singular genio y carácter se puso a modelar sus ollas. Estando ya una formada, le preguntó San Martín: de qué modo podría ponerse un papelito, en el fondo de la olla que al cocerse ésta en el fuego no se quemase ni destruyera. Le dijo el indio lo que era necesario hacer, y ensayó su procedimiento con el mejor suceso, pues, rota la olla, el papelito resultó intacto.
Contento San Martín por tan no sospechado sistema de sobres para girar su correspondencia revolucionaria, se acercó cariñoso al indio alfarero y poniéndole una mano sobre el hombro le habló así:
—Mi viejo curaca, si tú me pones una docena de ollas como ésta en poder del canónigo Luna Pizarro, que está adentro de la ciudad, ¡tú y todos tus hermanos serán libres para siempre! ¡Te lo juro por ese Sol de tus padres!
El viejo indio miró al Sol, miró a San Martín, en seguida bajó los ojos hacia la olla: se arrodilló delante del libertador de su patria y terminando su mímica, sólo dijo:
—Sí, prometo.
Sellado así aquel pacto que ahorraba la sangre y los estragos de una batalla para tomar a Lima, el indio se puso a su tarea, y San Martín introdujo cuidadosamente doce cartas en otras tantas ollas, que tuvo el cuidado de numerar o señalar con un signo cuya explicación corría en la esquela del canónigo. El trabajo salió a su satisfacción, y era ya noche cuando se dio fin al cocido de las ollas. Instruyó bien San Martín al indio, y en la primera hora de la mañana siguiente lo ponía en el camino de la capital, cargado y vendiendo su acostumbrada mercancía. Las guerrillas patriotas que circulaban en la ciudad con el título de montoneras lo dejaron pasar, y las avanzadas de La Serna, que no vieron en aquel indio viejo otra cosa que lo que representaba, ni siquiera se dieron el trabajo de interrogarlo y detenerlo; así pasó fácilmente, llegando sin tropiezo a su destino. El canónigo se hacía cruces, cuando al ofrecerle en venta una ollita el indio, cayó ésta al suelo y entre los despojos apareció una carta con su nombre escrito por letra ya para él muy conocida. Miró al indio y lo encontró con el dedo índice atravesado sobre los labios como diciéndole: “¡Silencio!” En seguida le pidió que le comprase todas las ollitas.
—¡Bien, tatita! ¿Cuánto quieres por todas?
—Dame, señor, un cortado de cuatro reales.
—¿Nada más?
—Nada más, eso es lo que valen.
—Dióle el canónigo la moneda que el indio quería y voló con ella a Supe, donde lo esperaba ansioso San Martín.
Un cuatro cortado era la contraseña, y San Martín vio que el indio, que de paso diremos se llamaba Díaz, había cumplido, y que toda su correspondencia quedaba entregada a sus amigos, porque el canónigo don Francisco Javier de Luna Pizarro era el eje sobre el que giraba la parte principal de sus maquinaciones en Lima. Cuadrando la casualidad del regreso del indio victorioso, con el momento de darse santo para esa noche, y satisfecho por el resultado de su invención, se le ocurrió consignar el suceso de la manera que lo hizo, escribiendo como una profecía, en el libro del estado mayor: “con días —y ollas- venceremos”, para que circulase como santo del ejército patriota en esa noche. Increíble parece que aquel hombre tan célebre en el gabinete, como grande en el combate; tan fuerte en la hora adversa, como humilde en los días que la victoria rodeaba su sien de resplandores, se allanase a procedimientos ostensiblemente pueriles, para conseguir frutos, relativamente pequeños, en vez de proceder como militar buscando la solución de la guerra en los campos de batalla. Pero él todo lo fiaba a la intriga en esa campaña, desde que le era preciso fecundar la idea de la emancipación, y porque no tenía a sus órdenes un ejército ni tan numeroso, ni tan bien armado como el de los realistas, para aventurar el éxito de su expedición en una batalla campal, estéril a su juicio, porque allí todo iba a depender del patriotismo de los peruanos. |
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Remedios, ungüentos, dolencias del ayer |
Una sección que intenta arrojar un poco de luz y en ocasiones alguna sonrisa sobre las creencias y prácticas en medicina de otros tiempos. |
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El escorbuto, la enfermedad de los marineros |
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Una de las causas más importantes del colapso demográfico en América, posterior a su “descubrimiento” por los europeos fue el contagio de enfermedades, virus y bacterias para los que los naturales de América no habían tenido la posibilidad de desarrollar inmunidad, como la viruela, el sarampión, la influenza, la peste bubónica, la difteria, el tifus, la escarlatina, la varicela y la fiebre amarilla. En ocasiones, las enfermedades se utilizaban como armas de guerra. Así se hizo en América del Norte, donde los conquistadores regalaban a los indios frazadas infectadas con el virus de la viruela.
Suele decirse que en el primer siglo tras la llegada de Colón al “Nuevo Mundo” murieron más indígenas que los que nacieron debido a la proliferación de estas enfermedades. Pero los conquistadores, sometidos a su vez a larguísimos viajes, mal alimentados y peor equipados, también fueron víctimas de múltiples pestes.
Una de las más conocidas, que atacaba especialmente a los marineros, era el escorbuto. Fue reconocido por primera vez en los siglos XV y XVI como una enfermedad grave de los marinos en viajes largos por mar, ya que no tenían acceso a alimentos frescos, como frutas y verduras.
El escorbuto o muerte negra, causada por la insuficiente ingesta de ácido ascórbico, provocaba en los enfermos una lenta agonía, los primeros síntomas eran la fatiga, dolores musculares, la inflamación y el sangrado de encías, la perdida de piezas dentales, la caída del cabello, fiebre, convulsiones y finalmente la muerte.
Antonio Pigafetta, explorador, geógrafo y cronista de la República de Venecia, quien formó parte de la expedición de Magallanes que en 1522 lograría circunnavegar el globo, así describe las carencias alimenticias y los estragos que causaba la enfermad. |
Fuente: Antonio Pigafetta, Viaje alrededor del Globo, Fundación Civiltier, 2012, págs. 35-36. |
“Miércoles 28 de noviembre, desembocamos por el Estrecho para entrar en el gran mar, al que dimos en seguida el nombre de Pacífico, y en el cual navegamos durante el espacio de tres meses y veinte días, sin probar ni un alimento fresco. El bizcocho que comíamos ya no era pan, sino un polvo mezclado de gusanos que habían devorado toda su sustancia, y que además tenía un hedor insoportable por hallarse impregnado de orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber estaba igualmente podrida y hedionda. Para no morirnos de hambre, nos vimos aun obligados a comer pedazos de cuero de vaca con que se había forrado la gran verga para evitar que la madera destruyera las cuerdas. Este cuero, siempre expuesto al agua, al sol y a los vientos, estaba tan duro que era necesario sumergirlo durante cuatro o cinco días en el mar para ablandarlo un poco; para comerlo, lo poníamos en seguida sobre las brasas.
A menudo aun estábamos reducidos a alimentarnos de serrín, y hasta las ratas, tan repelentes para el hombre, habían llegado a ser un alimento tan delicado que se pagaba medio ducado por cada una.
Sin embargo, esto no era todo. Nuestra mayor desgracia era vernos atacados de una especie de enfermedad que hacía hincharse las encías hasta el extremo de sobrepasar los dientes en ambas mandíbulas, haciendo que los enfermos no pudiesen tomar ningún alimento. De éstos murieron diecinueve y entre ellos el gigante patagón y un brasilero que conducíamos con nosotros.
Además de los muertos, teníamos veinticinco marineros enfermos que sufrían dolores en los brazos, en las piernas y en algunas otras partes del cuerpo, pero que al fin sanaron. Por lo que toca a mí, no puedo agradecer bastante a Dios que durante este tiempo y en medio de tantos enfermos no haya experimentado la menor dolencia.” |
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