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Historia del Espejo, por Sabine Melchior-Bonnet |
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El espejo, esa superficie mágica, cautivante y a veces aterradora, que duplica nuestra existencia y el entorno que nos rodea, es también un fiel reflejo de la fascinación que el hombre de las distintas civilizaciones ha tenido y tiene por la imagen. Su fabricación rudimentaria se remonta a miles de años atrás. En Anatolia, actual Turquía, fueron hallados los fragmentos más antiguos de estas superficies que proveen reflejos. Se trata de espejos hechos de obsidiana pulida, una roca volcánica negra y transparente, de unos seis mil años de antigüedad.
Más tarde, egipcios, etruscos, griegos y romanos fabricaron espejos de piedra y de metal. Estos últimos se obtenían utilizando una aleación de cobre y estaño. Otros metales, como el bronce, el oro y la plata, también fueron empleados en la confección de este preciado objeto.
La antropóloga francesa Sabine Melchior-Bonnet traza una fascinante historia del espejo recorriendo las diversas técnicas utilizadas a lo largo de la historia, desde la piedra hasta los primeros usos del metal, el paso del soplado al vidrio fundido y las dificultades del plateado.
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Melchior-Bonnet rescata testimonios que dan cuenta de la obsesión de las diversas culturas lo que fue durante largo tiempo un artículo de lujo. Un escandalizado Séneca se refería en estos términos al gusto de las romanas por este símbolo de estatus: “¡Por uno solo de esos espejos (…) las mujeres son capaces de gastar el importe de la dote que el Estado provee a las hijas de los generales pobres!”. También en el siglo XVII una mujer podía pagar un precio exorbitante por un espejo: “Yo tenía una porción de tierra que no nos daba más que trigo. La vendí y a cambio conseguí este bello espejo. ¿No hice un trato excelente? Del trigo a este bonito espejo”. Un siglo más tarde, una dama de la alta nobleza al ser arrestada en plena Revolución Francesa “tomó, casi sin pensarlo, un pequeño espejo enmarcado en cartón y un par de zapatos nuevos”.
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Además de recorrer la historia de la técnica, en su libro Historia del Espejo, Melchior-Bonnet se embarca en el significado que el espejo tuvo en las diferentes culturas, con sus dimensiones filosófica y moral, desde la relación asignada a los espejos con el bien y con el mal, la relación entre la esencia y la apariencia, o su significación psicológica que puede resumirse en lo que Jacques Lacan en 1949 denominaba “la función del espejo en la construcción del yo”. |
El desarrollo de la industria del espejo es también la historia de uno de los pilares de la riqueza de la República de Venecia. Desde la segunda mitad del siglo XV, los vidrieros de Murano lograron fabricar un vidrio tan puro, blanco y fino, al que denominaron “cristalino”. El monopolio y el proteccionismo que la República de Venecia impuso a esta industria fue tan feroz que los obreros tenían prohibido emigrar e incluso comunicarse con el extranjero. Quienes intentaran fugarse eran perseguidos como “traidores a la patria”. Sus bienes eran confiscados y las represalias se extendían al resto de sus familias: “Si algún obrero o artista transporta su arte a cualquier país extranjero y no obedece la orden de volver, se encerrará en prisión a sus familiares más cercanos, y si a pesar del encierro de sus padres se obstinara en querer permanecer en el extranjero, encargaremos a algún emisario que lo mate, y sólo después de su muerte sus padres serán liberados”.
Compartimos aquí un fragmento de Historia del Espejo que rescata esta apasionante ofensiva de espionaje industrial, desatada cuando Jean-Baptiste Colbert, el ministro del rey de Francia Luis XVI, instaló la Compañía Real de Cristales y Espejos resuelto a quitarles a los venecianos el monopolio de esa redituable técnica. Como veremos, las amenazas a las vidas de los obreros que pusieran su arte al servicio de otros gobiernos se harían realidad.
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Fuente: Sabine Melchior-Bonnet, Historia del Espejo, Buenos Aires, Edhasa – Club Burton, 2014, pág. 71-88. |
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El asesinato de Facundo Quiroga |
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Autor: Felipe Pigna
En 1835 Juan Facundo Quiroga residía desde hacía algún tiempo en Buenos Aires bajo el amparo de Juan Manuel de Rosas. El caudillo riojano había luchado en las campañas libertadoras junto a José de San Martín. En 1825, junto a los caudillos federales Juan Bautista Bustos y Felipe Ibarra, se opuso al proyecto político unitario de Rivadavia y se apoderó de la ciudad de Tucumán. Logró sublevar Cuyo y el Noroeste, pero más tarde, al intentar apoderarse de Córdoba, fue vencido por el general unitario José María Paz en La Tablada el 23 de febrero de 1829 y en Oncativo un año más tarde.
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Quiroga mantenía con Rosas una relación de aliado y era considerado por don Juan Manuel como su hombre en el interior. Las diferencias entre ambos caudillos se centraban en el tema de la organización nacional. Mientras que Facundo se hacía eco del reclamo provincial de crear un gobierno nacional que distribuyera equitativamente los ingresos nacionales, Rosas y los terratenientes porteños se oponían a perder el control exclusivo sobre las rentas del puerto y la Aduana. |
En este sentido, Rosas argumentaba que no estaban dadas las condiciones mínimas para dar semejante paso y consideraba que era imprescindible que, previamente, cada provincia se organizara: “En el estado de pobreza en que las agitaciones políticas han puesto a los pueblos ¿quién ni con qué fondos podrán costear la reunión y permanencia de ese Congreso, ni menos de la administración general? [...] Fuera de que si en la actualidad apenas se encuentran hombres para el gobierno particular de cada provincia ¿de dónde se sacarán los que hayan de dirigir toda la república? ¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes aspirantes, a unitarios, y a toda clase de bichos? [...] ¿Será posible vencer no sólo estas dificultades sino las que presenta la discordia que se mantiene como acallada y dormida mientras cada una se ocupa de sí sola, pero que aparece al instante como una tormenta general que resuena por todas partes con rayos y centellas, desde que se llama a congreso general? Es necesario que ciertos hombres se convenzan del error en que viven, porque si logran llevarlo a efecto, envolverán la República en la más espantosa catástrofe”.1
Sin embargo, esto no impidió que Quiroga nombrara a doña Encarnación Ezcurra su representante comercial y le regalara un caballo a don Juan Manuel. Rosas le comentaba a su esposa en una carta la habilidad de Facundo: “Mucho gusto tuve cuando supe que Quiroga te había hecho su apoderada. Este es uno de sus rasgos maestros en política; lo mismo que la remisión de un caballo en los momentos en que lo hizo”. |
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En 1834, ante un conflicto desatado entre las provincias de Salta y Tucumán, el gobernador de Buenos Aires, Manuel Vicente Maza (quien respondía políticamente a Rosas), encomendó a Quiroga una gestión mediadora. Tras un éxito parcial, Quiroga emprendió el regreso y fue asesinado el 16 de febrero de 1835 en Barranca Yaco, provincia de Córdoba, por Santos Pérez, un sicario al servicio de los hermanos Reinafé, hombres fuertes de Córdoba, ligados a López. Quiroga se había opuesto tenazmente a los deseos de Estanislao López de imponer a José Vicente Reinafé como gobernador de Córdoba. |
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Honor y duelo en la Argentina moderna, por Sandra Gayol |
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El libro Honor y duelo en la Argentina moderna revela el proceso que atravesó el duelo en la Argentina finisecular. En los últimos años del siglo XIX, dejó de ser un hecho marginal para convertirse en un hábito y una práctica necesaria para pertenecer y permanecer en los sectores de elite.
- Jorge: Señor Blas…
- Blas: ¿Qué le ocurre?
- Jorge: Su señora se conduce mal conmigo…
- Blas: ¿Y qué quiere que haga yo?
- Jorge: Que le ordene que sea más amable.
- Blas: ¿Ordenarle yo? Yo en mi casa no ordeno más que las partidas de agua de colonia…
- Jorge: Pues es necesario porque yo estoy ofendido, muy ofendido, y cuando yo estoy ofendido me bato.
El diálogo forma parte de la obra ¡Mátame!, escrita por Julio Escobar, estrenada en el teatro Maipo en 1924. Décadas antes, Escobar había participado de varios duelos. Pero ya entrado el siglo XX se ocupaba de ridiculizar esa práctica en sus obras teatrales. Su viraje refleja las transformaciones en torno al duelo entre caballeros, que tuvo su auge a fines del siglo XIX y comenzó a perder visibilidad y legitimidad en los primeros años del siguiente. El fragmento del guión es uno de los hallazgos de la historiadora Sandra Gayol, quien en su libro Honor y duelo en la Argentina moderna, reconstruye este proceso atravesado por el duelo entre caballeros y rescata una práctica que quedó relegada en la historiografía argentina. |
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Solemos pensar las últimas décadas del siglo XIX exclusivamente en relación a la llegada masiva de inmigrantes y la consolidación del modelo agroexportador. Las postales de la época que predominan muestran barcos que anclan en el puerto, cargados de extranjeros, así como grandes extensiones de la llanura pampeana, con sus cosechas y vacas.
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Gayol desempolva una escena distinta de estos tiempos: muestra a hombres de clase alta enfrentados y dispuestos a defender su honor en un choque de sables, en el marco de una práctica altamente ritualizada.
El libro, de la colección Historia y Cultura de Siglo Veintiuno, revela el proceso que atravesó el duelo en la argentina finisecular. En los últimos años del siglo XIX, dejó de ser un hecho marginal para convertirse en un hábito y una práctica necesaria para pertenecer y permanecer en los sectores de elite. Gayol explica que existían otras vías para reparar el honor, como las querellas por calumnias e injurias contempladas en el Código Penal, pero el desafío de batirse con quien había provocado una ofensa adquirió por entonces un vigor y una trascendencia notables, en una sociedad que hasta el momento no tenía una tradición duelista como la cultura europea.
Fue por esos años, en 1878, cuando se publicó el primer Manual Argentino de Duelo. La autora releva que además de una literatura especializada y la apertura de espacios destinados al perfeccionamiento en el uso de armas –como el Jockey Club, el Círculo de Armas y la nueva sede del Club del Progreso-, los diarios de la época dedicaban un buen espacio en sus páginas a las cuestiones vinculadas al honor personal e incluso aportaban recomendaciones sobre cómo batirse. Ante este panorama, el rechazo a un desafío de duelo no era bien visto entre los hombres de la elite local. De hecho, de los 1.790 combates registrados hacia el cambio de siglo, sólo 40 fueron rechazados. |
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Es interesante descubrir que cada duelo ponía un juego todo un universo de cuestiones: desde los guantes, sables y trajes, pasando por el conocimiento de las reglas y normas, hasta la designación de padrinos y médicos. El rol de los padrinos como reguladores y árbitros de estos encuentros era clave. Lucio Victorino Mansilla fue uno de ellos, después de haber participado en forma directa en varios duelos. Uno de los más recordados ocurrió en 1854, cuando retó a duelo a José Mármol frente a un auditorio de dos mil personas. La autora analiza también el modo en que el duelo entre caballeros se diferenció de otro tipo de enfrentamientos: las injurias y las riñas populares quedaron fuera de este círculo que pretendía defender el honor individual y marcar un ámbito de pertenencia social.
Esta mirada hacia el duelo entre caballeros comenzó a transformarse en los primeros años del siglo XX. Las estadísticas muestran que el número de enfrentamientos se reducía cada vez más, dejando lugar a la resolución pacífica de conflictos entre las partes. Después de 1914, el contexto global le asestó al duelo un golpe definitivo. “La situación internacional luego de la Primera Guerra Mundial hacía que los lances caballerescos fueran vistos como irrisorios. ¿Qué violencia podía acarrear un desafío que raramente se concretaba y que cuando lo hacía no superaba el rasguño?”, se pregunta la historiadora. Gayol explica además que junto con esta transformación mutó la concepción del honor: ya no una cualidad que dependía de exteriorizar actitudes y buscar la aprobación de los demás, sino un valor interior asociado a la honradez y la autoconciencia.
A lo largo de 284 páginas, con un gran relevamiento entre los medios de prensa de la época y abundantes ejemplos, la historiadora busca desafiar dos miradas convencionales: una que sostiene que el duelo fue un hecho marginal en la vida social y política, y otra que defiende que el honor y el duelo son prácticas de peso sólo en una sociedad jerárquica, reducida y estamental. “Postulamos, por el contrario, que ambos fueron vitales en el proceso de construcción de la modernidad argentina”, concluye Gayol.
Fuente: Sandra Gayol, Honor y duelo en la Argentina moderna, Buenos Aires, Siglo XXI, 2014, 2008, págs. 103-130. |
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La “Venus Roja” y el “Tábano”: una pasión sin límites, por Dany Mañas
La historia de amor y tragedia de Natalio Botana y Salvadora Medina Onrubia
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En octubre de 1884, se sancionó en nuestro país la ley que estableció la creación del Registro Civil. Así, nacimientos, casamientos y defunciones dejaron de depender de la Iglesia y pasaron a ser manejados por el Estado. El Registro Civil comenzó de esta forma a atesorar miles de historias de amor. |
El libro Sí, quiero. Las mejores historias de amor y los casamientos más célebres que pasaron por el Registro Civil rescata algunas de estas historias, que tienen como protagonistas a memorables parejas de la política, la ciencia, la literatura, las artes y el espectáculo, como Carlos Pellegrini y Carolina Lagos, Jorge Newbery y Sarah Escalante, Ricardo Güiraldes y Adelina del Carril, Oliverio Girondo y Norah Lange, Palito Ortega y Evangelina Salazar, Mirtha Legrand y Daniel Tinayre, Tato Bores y Berta Szpindler y otras. |
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Compartimos aquí el capítulo dedicado a la relación entre Natalio Botana, el fundador del diario Crítica, y Salvadora Medina Onrubia, la pelirroja que conquistó su corazón. |
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Fuente: Florencia Canale y Dany Mañas, Sí, quiero. Las mejores historias de amor y los casamientos más célebres que pasaron por el Registro Civil, Buenos Aires, Planeta, 2014, pág. 106-118. |
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