Fuente: La cooperación libre, diciembre de 1979, págs. 14-16.
Cuando le preguntan la edad suele responder: “Soy dos años menor que el ferrocarril del sur”. Y como para fijar aún más detalladamente la fecha acota: “En esa época la gente todavía decía versos en las plazas. Se quedaba mirando los atardeceres…” Y prosigue con la identidad: “Mi nombre completo es Héctor Roberto Chavero Aramburu y Otaegue, así no más: mitad vasco y mitad indio, pero en la tierra de mi padre –Santiago del Estero– se habla el quechua, no el quechua del Perú ni el de Quito, sino una especie de dialecto indígena. De chiquito aprendí historias y cosas de incas; por eso tal vez, cuando a los 14 años llegó la hora de firmar mis primeros poemas, me pareció normal hacerlo como Atahualpa Yupanqui. Desde entonces prefiero que me llamen así.”
Y entonces también comenzó a hacer historia: “Mi padre era ferroviario. Vivíamos en las estaciones del ferrocarril, en medio de la pampa. Cuando murió le dijeron a mi madre: señora, tómese un mes; vamos a mandar a un jefe relevante para reemplazar al que murió, pero vamos a mandar a un hombre soltero para que no ocupe todas las habitaciones. Mientras tanto búsquese algo. Mi madre era vasca, una maestra rural, una sencilla maestra rural. Y bueno. A los treinta días ¡a volar!”.
Acaso fuera el destino, pero ahí empezó su camino de peregrino. Fue peón de panadería, carrero, corrector de pruebas en un periódico de pueblo. Con esfuerzo completó el bachillerato y llegó, en Córdoba, al primer año de medicina. “Ahí se acabaron mis posibilidades técnicas”, dice ahora y se autodefine, de ahí en más, como “un peón de biblioteca”. Y aclara: “Soy intuitivo, autodidacta. Las ganas de aprender no me las quita nadie. Donde más he aprendido es en los pueblos, en los campos donde me he ganado la vida”.
Vaya si anduvo por campos. Cuando dejó la llanura pampeana peregrinó por Santiago del Estero, Córdoba, Tucumán, Salta y Jujuy, profundizando conocimientos que después encerraría en coplas, en canciones o en su guitarra. “Yo tenía 17 años –dice– y repartía pan. Y escribía la letra de las cosas que me gustaban en formularios de correo, ya que no tenía plata ni para un anotador. Y, sin embargo, iba a la biblioteca. Leía. La campaña de Tucumán, las cartas de Hernán Cortés, versos de Guido Spano. Y sin plata. Yo quería saber. Y esto no lo digo para ser tomado como ejemplo. Simplemente lo digo para que le sirva a quien tiene voluntad. Dicen que ésta ya no es vida, que ahora no se puede… En todas las épocas de la vida el que quiere aprender, puede”.
Encerrados en 55 años de trabajo están los frutos de sus estudios, de sus ganas de aprender. Un día estaba en Salta, en una estancia de Anta y pasó un hombre arriando vacas. Se llamaba Antonio Fernández. El que estaba haciendo asado le preguntó: “¿cómo te va, Anto?” y la respuesta fue: “Y aquí me ve: ajenas vacas arriando y ajenas culpas pagando”. Dos o tres meses después hacía “El arriero”, usando como principio el concepto del paisano. Para algunos, la primera canción de protesta. Atahualpa se defiende de este modo: “La pobreza no la inventé yo, simplemente la veo… y a veces le canto. Por los pueblos conocí gente que nunca pisó una radio –y para qué vamos a hablar de un estudio de televisión– pero que sabía muy bien lo que hacía. Amaya, Marañón, Acosta y Villafañe, en Catamarca; Agenar Reynoso y Marino Herrera en Tucumán; los hermanos Díaz, Julián y Benicio en Santiago del Estero… Siempre fui un caminador, un poco pulpa sensible para muchas cosas. Eso que se llama el hombre que sale a ver qué es el mundo. Por eso anduve mucho. Por eso y porque a pesar de que me gano la vida desde los trece años no he logrado nunca decir que soy un hombre económicamente tranquilo. Así se dio este duro oficio de vivir. Durante ocho años –tiempo atrás– no se me permitió trabajar en mi país. Después empezó una cierta indiferencia de la gente que maneja el movimiento artístico y como yo no tengo el hábito de golpear puertas pidiendo por favor trabajo, ensillé mi caballo y me fui. Después viajo, las cosas me van más o menos bien y entonces me critican… ¿Y sabe qué hago yo afuera de mi país? Trabajo y estudio. Mire, viví en París 10 años y no conozco un cabaret, no conozco un night club. Es decir, no pierdo mi tiempo en París. Yo pienso que la noche se inventó para ganarla y no para perderla. Entonces me acuesto a las once de la noche o voy al cine de las ocho. Me acomodo en casa los anteojos y a veces me quedo dormido, pero a las tres y media de la mañana me levanto. Seguro que me levanto a las tres y media. Aprovecho esas horas de la mañana porque están libres de sufrimiento. ¿Cuándo empieza a sufrir el hombre en esta sociedad en que vivimos, en este mundo conflictuado? ¿Cuándo empieza a sufrir? Cuando sale a la calle y se encuentra con otro hombre. Ahí empieza la lucha de un guerrero ineficaz e inexperto como somos todos. En cambio, yo aprovecho para leer o escribir antes de salir a la calle. Eso que podía ser para muchos soledad, para mí es un lindo momento para abrir el gabinete y ponerme a trabajar.
Ciudades, caminos, países, vientos, continentes… “El hombre es tierra que anda”. Por ahí, por el mundo, anduvo la voz y la guitarra de Atahualpa Yupanqui sumándole conocimientos al amor por las cosas nuestras, porque ser tradicionalista no es usar ponchos ni caminar con espuelas. Y así, una tardecita cualquiera se reencontró con sus propios versos y se dijo “…tú que puedes vuélvete”. Y volvió. Tocó, cantó, emocionó a muchos, se emocionó él. Tal vez porque en ese reencuentro se precipitaron las imágenes de aquella casita de ferrocarril, en Pergamino, donde nació 71 años atrás hasta confundirse con su chacra actual de Cerro Colorado, más allá de donde termina el pueblo, donde tiene un lugar pacífico para esta dulce etapa de la vida, donde se reencuentra con la soledad y el silencio que tanto quiere. Alguna vez lo escribió José Santos Chocano. Esa noche –la del reencuentro– lo recitó él: “Hace mucho tiempo que recorro el mundo; he vivido poco, me he cansado mucho. Quien vive de prisa no vive de veras; al viaje que cansa prefiero el terruño”. “En ese momento lo hice tan mío que me traicionó el temperamento. Mire si seré tonto. Si habré dado miles de conciertos en estos cincuenta y cinco años con la guitarra… Pasé un mal momento…” O el mejor. Acaso el histórico del reencuentro definitivo porque, como alguna vez lo dijo: “Soy doblemente argentino porque nací aquí y porque decidí serlo”.
Definiciones
Nunca me detuve a pensar, profundamente, qué significaba ser argentino… Soy no más.
El folclore es una ciencia y como tal debe ser tratada con mesura y respeto. Los asuntos de la ciencia de costumbres y hábitos de los pueblos no pueden ser abordados con liviandad y ocuparse sólo de lo anecdótico o circunstancial, como lo hacen muchos que se dedican al espectáculo.
La felicidad se compone de un puñado infinito de “quince minutos”, de cuartos de hora. Si usted los amontona, es un hombre feliz. Si los olvida es un desdichado que de vez en cuando sonríe.
El humor argentino avizora el fatalismo. Nos tomamos el pelo nosotros mismos para disimular tristezas e inconvenientes de la existencia o del paisaje, de su circunstancia. Mi tío Gabriel, un paisano al que yo adoraba, solía decirle a su mujer mientras desayunaban: “…hoy estoy contento ¿qué me irá a pasar?”
Las leyes garantizan libertad pero a veces las actitudes humanas no están condicionadas a esa libertad de la que tanto presumimos. Yo no juzgo ni condeno pero cuando no me gusta una cosa me callo y me voy. Y no me voy de enemigo sino de esperanzado, ilusionado en que mejoren las cosas.
El otoño es una etapa del tiempo infinito que hasta ahora sigue abochornando a todos los pintores del mundo. No hay mejor pintor que el otoño. Ahora ¿por qué la gente se vuelve un poco melancólica o triste cuando llega su otoño si está, precisamente, en el reino del mejor pintor?
Yo hace 55 años que soy estudiante de folclore y eso me lleva a ser presuntuoso en cierto momento, a definir, por ejemplo, las cosas de esta manera: todo aquel que piensa que ha llegado no ha empezado a salir todavía. Toma el camino de la vanidad, del “yo valgo, de mi mensaje, de la consagración, del yo estoy realizado”. Todas esas me parecen serpentinas sin carnaval.
La soledad no existe. Es un hermoso invento de los poetas. Con lo que hay que ver por fuera y con lo que hay que preparar por dentro no hay tiempo para la soledad, no hay tiempo.
Suele decirse que yo hago canciones de protesta…. Lo que pasa es que todo lo que produce una especie de desazón hay quienes lo toman como protesta. Es muy fácil calificar, sobre todo para la gente mal intencionada… Si el hombre está hecho a la imagen y semejanza de Dios ¿por qué no se respeta un poco en los seres humanos el soplito de Dios que habita en cada uno, para que seamos hermanos todos?
Fuente: www.elhistoriador.com.ar