El 23 de septiembre de 1973 la fórmula Perón-Perón triunfó en las elecciones presidenciales del país. El general Juan Domingo Perón y su mujer, María Estela Martínez de Perón, asumirían el gobierno el 12 de octubre de 1973. Pero no todo era armonía en el movimiento justicialista. Dos días más tarde, el 25 de septiembre de 1973, fue asesinado José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT. El crimen fué atribuido a los Montoneros y, si bien la organización guerrillera nunca se adjudicó oficialmente el atentado, algunos de sus miembros admitieron la autoría del hecho. “Los Montoneros creyeron que eliminando a Rucci forzarían su entrada en el círculo áulico de Perón, lo que produjo el efecto contrario. (…) Los Montoneros tardarían en darse cuenta de que Perón había decidido destruirlos como herederos…”.1 El artículo transcripto a continuación, publicado 12 días antes del asesinato del sindicalista, pese a que intenta señalar una cohesión hacia el interior del peronismo, da cuenta de las tensiones que existían en el justicialismo de entonces.
Fuente: Revista Primera Plana, 13 de septiembre de 1973
La primera semana de septiembre estuvo signada por los ecos de la multitudinaria concentración y desfile ante la Confederación General del Trabajo, los cálculos sobre la cantidad de asistentes, importancia de cada sector del peronismo y la actitud de sindicatos y núcleos disidentes con la conducción de la Central Obrera, en algunos casos, y opositores al peronismo, en otros. Para el justicialismo, especialmente su rama sindical, el 31 de agosto constituyó una demostración de unidad interna en torno al conductor del Movimiento Peronista y sus objetivos. Para los dirigentes de la CGT, las 62 Organizaciones y los principales sindicatos peronistas la presencia del líder, durante 8 horas, en el edificio de la Central Obrera, significó la recuperación de la influencia de la rama gremial del justicialismo dentro y fuera de la estructura partidaria. Se hubieran sentido mejor si las nutridas y entusiastas columnas obreras no hubiesen compartido el acto con las fervorosas, disciplinadas y compactas legiones de la Juventud Peronista, en sus diferentes expresiones, a la que no habían invitado oficialmente, pero cuya presencia, más allá de las diferencias entre algunos grupos y figuras de ambas ramas, completó ese aire de fiesta, dinamismo y fe que caracterizan a las concentraciones peronistas. El hecho, por otra parte, que no se registrara un solo incidente ni rozamientos entre las formaciones juveniles y cegetistas, probó 3 cosas. 1) La influencia de Perón sobre todos los sectores y matices de su movimiento es de tal magnitud que elimina, con su mera presencia, cualquiera colisión entre ellos; 2) Que las consignas «Perón Presidente Patria Justicialista y Liberación» condensan las aspiraciones de las disímiles vertientes justicialistas y 3) Que fueron otros factores y no la simple aproximación física los que ocasionaron los desgraciados sucesos del 20 de junio.
Las especulaciones y discusiones sobre la cantidad de asistentes y si eran más numerosas las formaciones obreras o juveniles, carecen de relevancia; en la Argentina de 1973 ninguna propuesta o agrupación política es capaz de reunir el 10 % de la gente que rodeó el edificio de Azopardo 802 el 31 de agosto, representatividad cuantitativa que, además, ostenta la rara hazaña de presentar, simultáneamente, el factor cualitativo, reuniendo a los sectores trabajadores, estudiantiles, niveles de clase media y profesionales, detrás de banderas de reivindicación nacional y social. Un signo alentador y, en cierta manera, nuevo en la Argentina, como lo destacaron observadores y comentaristas de todas las orientaciones.
Contradicciones
Otra sirena toca en las desconcertadas y tonantes huestes de la «oposición clasista» a la CGT y al peronismo, aunque sus principales voceros disimulen su repugnancia a aceptar el liderazgo y las ideas peronistas detrás de fraseologías confusamente basadas en «la revolución pura». La decisión del XIV° Congreso del Partido Comunista de apoyar, críticamente, la candidatura presidencial de Juan D. Perón, agudizó las contradicciones de los distintos grupos de la izquierda clásica y neomarxista (donde el añejo partido tiene siempre algún representante), colocando a las diversas sectas en comprometida situación frente al paro de la CGT, ya que, por un lado, el argumento básico del «tosquismo» y el «clasismo» contra Rucci y la dirigencia peronista sindical, es que responden a los intereses de la burguesía, señalando el acuerdo social CGT-CGE como una prueba de «la traición de los dirigentes burócratas a los trabajadores» y, por el otro, la decisión del «partido» los obliga a acompañar las movilizaciones políticas en apoyo de la candidatura del jefe justicialista. Conciliar la nueva táctica política del «partido» y algunos de los grupos de izquierda en la instancia electoral del 23 de septiembre con la cerrada oposición a la orientación económico-social del gobierno (delegado provisorio de Perón) y la ofensiva anti-CGT, 62 Organizaciones y José Rucci, blanco preferido de los «clasistas» como símbolo de lo que llaman «burocracia sindical», es tarea ardua, sometida constantemente a duras pruebas, de las que no suelen salir airosos los dirigentes «clasistas».
El paro dispuesto por la CGT para el 31 de agosto, con el único objeto de movilizar a los trabajadores en el desfile de apoyo a la candidatura a presidente del general Perón, colocó a Tosco y compañía en una coyuntura político-gremial compleja. No podían pronunciarse contra el motivo de la paralización y tampoco les convenía debilitarse ante el sector de trabajadores que los siguen con una adhesión lisa y llana. La solución encontrada no hizo más que revelar, a nivel indisimulable, que las contradicciones apuntadas los confinan, cada vez más, en un círculo vicioso de improbable salida.
El jueves 30 de agosto, la Comisión Nacional Intersindical -colateral del Partido Comunista a la que prestan tímida adhesión circunstancial otros grupos de izquierda- emitió una declaración contra el paro dispuesto por la CGT, calificándolo de «acción partidista divorciada de los auténticos intereses de la clase trabajadora», firmada por Agustín Tosco, Álvarez Prado, R. Cotez y Enrique Tortosa, este último secretario general de la Asociación de Periodistas quien, el mismo día, declara la adhesión al paro, fundando la decisión en «las fundamentales reivindicaciones planteadas por la asamblea general de la APBA del 8 de agosto», con un programa en el que, como aspecto saliente, «condena el pacto social firmado por la CGT y la CGE», además de 18 puntos de distintas peticiones laboral-profesionales. Fue el afloramiento más notorio de las contradicciones insalvables en que se debate la oposición «clasista», ya que Tortosa, además de estampar su firma el mismo día en dos resoluciones distintas sobre idéntico asunto, sólo lidera un sector del gremio periodístico nucleado en la Asociación de Periodistas, que no está en la CGT, mientras que los trabajadores de prensa acataron la paralización dispuesta por la Central Obrera y ratificada por la mayoría (sector Víctor Álvarez) del Sindicato de Prensa Capital Federal, que integra la CGT. La Federación Gráfica Bonaerense, que se mantiene independiente, coincidió por primera vez, desde 1966, con la dirección cegetista, aunque difirió con la oposición «clasista»; decidió el paro en apoyo de la candidatura del general Perón y agregó las reivindicaciones del sector gráfico. El resultado fue que, también por primera vez en muchos años, el gremio periodístico paralizó sus labores, excepto las guardias para cubrir la información del gran acto en la CGT.
No fueron los únicos desencuentros. En Córdoba el paro se cumplió en forma total, aun en los 2 ó 3 gremios con conducciones antiperonistas, pero el acto simultáneo con el de la Capital Federal, que se efectuó ante la Regional de la CGT, quedó notoriamente disminuido por la división interna que carcome y debilita al sindicalismo peronista, además de producirse la escisión en la concentración; una parte, luego de sostener duelos verbales con la otra, se retiró y armó su propio acto frente al local del Partido Justicialista. Allí se encontraron ambos bandos, 2 horas después, generándose una batahola, que terminó con un herido de bala. En Rosario, la dirección cegetista hizo un acto en la Regional y las 62 Organizaciones, otro frente en la municipalidad. En Tucumán, el acto debía cumplirse frente a la Casa de Gobierno, pero al ser recibidos los dirigentes cegetistas con una rechifla generalizada por grupos juveniles, la gresca que se produjo aventó del lugar a la mayoría de los asistentes. En Corrientes, como reflejo del enfrentamiento entre el gobernador y la CGT hubo dos actos paralelos; uno, cegetista, que fue apoyado por la Juventud Peronista y otro organizado por el Movimiento Sindical Correntino, una creación del jaqueado gobernante Romero con algunos sindicatos. En los demás lugares del interior los actos se desarrollaron sin inconvenientes. En todos, sin embargo, se demostró que el peronismo avanza, con tropezones hacia la difícil unidad; para tomarse a trompis por diferencias internas hay que estar en contacto y de ahí al diálogo solo media el ineludible minuto de descanso. La madrugada del jueves 6 aportó además un elemento aglutinante al peronismo casi tan decisivo como la autoridad indiscutible de Perón; la desactualizada guerrilla marxista atacó el Comando de Sanidad, con el saldo de un resonante fracaso, un muerto, dos heridos y 11 apresados. En la condena unánime del sangriento y fallido golpe guerrillero convergieron la totalidad de los sectores del justicialismo, incluso las «formaciones especiales».
El ERP se constituía, desde el otro polo del espectro político argentino, en poderoso aliado de Juan D. Perón para unificar, equilibrar y organizar a su movimiento. Algo que los ideólogos de la guerrilla a ultranza no tuvieron en cuenta…
Compañeros desafectos
Mientras en la Capital Federal el proceso de tolerancia mutua y diálogo viabiliza la unidad entre los sectores del sindicalismo peronista, en algunas importantes provincias el intento encuentra escollos serios. Los grupos encontrados, casi siempre, tienen su ámbito en las 62 Organizaciones locales, con naturales prolongaciones a cada Regional de la CGT sin excluir aquellas zonas, como en Neuquén, donde el enfrentamiento se da entre ambas estructuras. Inclusive, la reunificación de las 62 Organizaciones, cuando se logra, no siempre termina con los enfrentamientos y las divergencias de fondo y de forma, como en el caso de Córdoba, donde ha caducado la dirección de la CGT Regional y no se ha convocado aún al plenario para designar la nueva porque las «62 reunificadas» mantienen el desacuerdo en cuanto a la integración del secretariado.
En Rosario sucede algo parecido, aunque con una diferencia de peso; ninguno de los sectores gremiales peronistas mantiene buenas relaciones con el gobernador desarrollista Silvestre Begnis que, a su vez, prescinde de los dirigentes sindicales en los principales puestos del gobierno. En Santa Fe no hay un gobernador peronista como Obregón Cano, que cuenta con el apoyo de una de las fracciones gremiales cordobesas. En Rosario se enfrentan los dos grupos ya clásicos en la pugna interna cegetista; por un lado, el de las 62 que lideran los metalúrgicos, al que también pertenece el delegado regional de la CGT, Alfonso Galván, que parece representar a la mayoría de los gremios peronistas. Por el otro, el que encabezan los dirigentes Osvaldo Patalagoitía (vidrio) y Gerardo Cabrera (carne) que, en lo político, apoyan al intendente rosarino, Rodolfo Ruggeri, al que enfrentan el sindicato de municipales, la Regional CGT y el sector de las 62, denominado «auténtico’, para oponerlo al «tradicional» de Patalagoitía-Cabrera. Un plenario reunificador realizado el 29 de agosto fracasó al plantearse las dos posiciones respecto del conflicto comunal. Convocado por segunda vez para el 6 de septiembre los «tradicionales» cuestionaron a una serie de gremios, que calificaron de no peronistas, retirándose del recinto de las deliberaciones, que eran presididas por los enviados de las 62 Nacionales, Palma y Poccione. El sector de Galván-CGT Regional, con 41 de los 78 gremios adheridos designó la nueva mesa de las 62 locales. Pero, el pleito, quedó insoluble.
Referencias:
1 Gasparini, Juan, Montoneros. Final de Cuentas, Buenos Aires, Editorial La Campana, 1999.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar