El 1º de octubre de 1949, Mao Tse-Tung proclamó la República Popular China en Pekín. A continuación transcribimos un artículo publicado en 1971 sobre la situación política china, las transformaciones de su sociedad y el grupo 16 de mayo a casi 22 años del triunfo de la revolución.
Fuente: Revista Confirmado N° 319, 28 de julio de 1971.
Luego de cumplir el viaje más prolongado que pudo realizar un periodista europeo después de la Revolución Cultural, el periodista francés K. S. Karol retornó a París para narrar sus experiencias a través de fábricas, escuelas y comunas que ya había visitado durante su viaje anterior, en 1965. Fue, acaso, el primer periodista occidental que obtuvo autorización para visitar la antigua Manchuria o regiones como la provincia de Kiangsi, que habitualmente permanecen vedadas a la curiosidad extranjera. A través de sus prolongadas conversaciones con trabajadores, estudiantes y dirigentes, Karol pudo elaborar un minucioso informe sobre las transformaciones y los proyectos de la sociedad china; pero, al mismo tiempo, pudo estudiar sobre el terreno la trascendencia de recientes iniciativas de la diplomacia china. Este informe exclusivo constituye un balance de las revelaciones recientemente publicadas en Europa sobre algunos episodios de la Revolución Cultural y, particularmente, sobre el papel que jugó el Grupo 16 de Mayo durante el transcurso de los últimos años.
Desde principios de año se asiste, en la capital china, a un desfile casi ininterrumpido de delegaciones extranjeras. Ministros italianos, yugoslavos y rumanos, princesas del Irán y Nepal, dirigentes del Komeito japonés -y la lista dista mucho de ser completa- han sido cortésmente recibidos en Pekín.
La amplitud de esos intercambios es más que notable por el hecho de que el gobierno de Pekín, en el curso de los últimos años, prácticamente había cerrado sus fronteras a los extranjeros. Es que los chinos se hallaban entonces demasiado absorbidos por su gran revolución cultural proletaria como para mantener ventanas abiertas hacia el mundo exterior. Nadie lo niega en Pekín ni lo lamenta. Los chinos consideran, en efecto, no solamente que su revolución cultural era indispensable, sino que constituye una de sus principales contribuciones al problema universal de la edificación del socialismo. Lo subrayan orgullosamente en el documento consagrado al quincuagésimo aniversario del Partido Comunista chino (creado el 19 de julio de 1921) y anuncian, además -para el futuro-, muchas otras revoluciones culturales.
Sin embargo, esa gran movilización de las masas ¿no podía hacerse de una manera menos costosa para los chinos mismos y para las relaciones de su país? Mis interlocutores de Pekín han aceptado, implícitamente, plantear ese problema, en la medida en que han sido los primeros en hablarme de los errores de algunos ambiciosos y fanáticos durante un cierto período de la revolución cultural. Acusaban no solamente a Liu Shao-chi y a sus partidarios -cuya resistencia al asalto popular era comprensible- sino también a algunos dirigentes que pretendían ser más maoístas que Mao.
La derecha oculta
De hecho, esas revelaciones no sorprenden más que a los extranjeros. Los chinos, por su parte, han podido leer desde el 8 de septiembre de 1967 -en el Renmin Ribao- «que existe hoy un puñado de contrarrevolucionarios que utilizan slogan ultraizquierdistas en apariencia, pero ultraderechistas en la realidad, para provocar una corriente funesta de desconfianza frente a todos, para abrir el fuego sobre el cuartel general del proletariado, sembrar la discordia y pescar en aguas turbias… Quienes han creado y controlan la organización llamada 16 de Mayo constituyen justamente un grupo de conspiradores de ese tipo. Hay que desenmascararlos completamente».
El autor del artículo, Yao Wen-yuan -actualmente miembro del politburó del PC chino-, formaba parte del grupo central de la revolución cultural y era considerado como el portavoz de su ala más radical, el sector que más apoyaba la acción de los guardias rojos y de los rebeldes revolucionarios. Es decir, que leyendo su artículo del 18 de septiembre de 1967, en Pekín Information, los extranjeros tuvieron alguna dificultad para adivinar quiénes eran esos ultraizquierdistas cuestionados. La dificultad para descubrirlo era mayor en la medida en que la campaña contra el Grupo 16 de Mayo fue realizada casi exclusivamente a través de afiches con grandes inscripciones (los tatsebaos) y que los discursos de Chou En-lai, de la señora Chang Ching (la esposa de Mao) y de Chen Po-ta sobre ese problema no fueron jamás publicados en la prensa oficial; era como si los dirigentes de Pekín consideraran la batalla contra los ultraizquierdistas como un asunto de familia en el cual los extranjeros no tenían por qué aparecer mezclados.
Fue Mao Tsé-tung quien tomó una decisión contraria. El 18 de diciembre último habló largamente del Grupo 16 de Mayo con Edgar Snow y admitió, entre otras cosas, que el ascendiente de ese grupo sobre el ministerio de Relaciones Exteriores -en 1967- explicaba la negativa que se había opuesto, en su momento, a su pedido de visa para Pekín.
Ocho días después de esa conversación, el 26 de diciembre, el Renmin Ribao publicó en primera plana una gran foto de Mao con Edgar Snow -tomada durante la fiesta del 1° de octubre de 1970-, una forma de destacar la importancia excepcional de la entrevista. A partir de entonces, la actitud de los chinos hacia los extranjeros ha evolucionado mucho y han comenzado a hablarles abiertamente de asuntos tan delicados como el del 16 de Mayo.
El desconcierto original
Retomemos ese asunto desde sus comienzos. En su circular del 16 de mayo de 1966, el presidente Mao advirtió a los comunistas chinos que existen en la cima de su partido personas del tipo de Kruschev que esperaban pacientemente el momento oportuno para adueñarse del poder. Un año más tarde, en la primavera de 1967, Liu Shao-chi fue abiertamente acusado como el Kruschev chino y la mayoría de los dirigentes pertenecientes a su cuartel general, sometidos a una purga política.
De hecho, los antiguos órganos del Partido y del Estado virtualmente no pudieron resistir ese primer golpe del asalto antiburocrático. Pero los grupos de base, nacidos durante esas batallas tumultuosas, tuvieron que escindirse, por su parte, para formar nuevas instituciones y elegir nuevos dirigentes. El presidente Mao y el grupo central de la revolución cultural comenzaron a enviar a las fábricas y a las escuelas equipos de propaganda del Ejército Popular de Liberación dándoles como instrucción «apoyar a la izquierda y tomarla como estructura de los comités revolucionarios del nuevo estilo». Mientras tanto, los militares no encontraban más que grupos antagonistas que pretendían ser todos de izquierda y no alcanzaban a distinguir cuáles eran los grupos que merecían ser apoyados.
En muchas fábricas de diferentes regiones de China he encontrado militares que, desde hacía ya cuatro años, participaban en la gestión de los comités revolucionarios. Me expusieron, con una modestia muy china, que al comienzo, en 1967, habían cometido muchos errores y que su intervención durante ese período no había sido muy eficaz. Pero su autoridad no había sufrido deterioros importantes: todo el mundo respetaba su desinterés y sabía que ellos encarnaban, mejor que nadie, la línea del presidente Mao. Se situaban, en principio, por encima de los grupos rivales y aprovechaban de esa situación privilegiada para explicar los objetivos profundos de, la revolución cultural.
Mejor vayan a Vietnam
Sin embargo, en la primavera de 1967, cierto número de dirigentes centrales y provinciales habían llegado a la conclusión de que era preciso bombardear no solamente el cuartel general del Liu Shao-chi, sino todos los cuarteles generales, incluido el del Ejército Popular de Liberación. Aferrándose más a la letra que al espíritu de la circular del 16 de mayo, esos dirigentes subrayaban que el presidente Mao había hablado de personas del tipo de Kruschev y no de una persona; en consecuencia, sostenían, Liu Sbao-chi no podía ser el único Kruschev chino. Esos dirigentes extremistas se habrían reunido entonces para constituir el grupo secreto llamado 16 de Mayo. Habrían actuado de una manera coordinada pero clandestina: ningún tatsebao fue firmado por su grupo, pero no era difícil encontrar sus consignas en los innumerables tatsebaos que florecieron a partir de 1967 sobre todos los muros de China. Incluso hasta habrían sembrado -tanto como podían- la desconfianza no solamente hacia los cuadros históricos, sino también hacia los jóvenes representantes de las masas que se habían distinguido durante la revolución cultural. A sus ojos, nadie habría sido suficientemente maoísta como para ser digno de ocupar cualquier puesto de mando.
Según mis interlocutores, los elementos del 16 de Mayo -así se llama a los miembros del grupo- controlaban prácticamente todos los órganos oficiales de propaganda. Fue lo que les permitió asegurar una difusión masiva, el 19 de agosto de 1967, a un editorial sobre la necesidad de desenmascarar a un puñado de Kruschev que se esconde en el seno del ejército. Presentaron ese texto como una especie de directiva del grupo central de la revolución cultural y lo hicieron leer hasta por el circuito interno de la radio del ejército. El resultado fue una enorme confusión: en muchos lugares, los rebeldes revolucionarios y los guardias rojos virtualmente asaltaron los cuarteles.
La situación de los equipos de propaganda del ejército dentro de las fábricas se volvió crítica, y Chou En-lai tuvo que admitir más tarde ante Edgar Snow que el Ejército Popular de Liberación había sufrido, durante ese período, miles de víctimas. Pero es obvio que los instigadores de esa campaña no apuntaban a los simples soldados.
Algunos no dudan en afirmar hoy que el objetivo del grupo 16 de Mayo era debilitar la autoridad de Lin Piao para separarlo del presidente y después aislarlo. Wilfred Burchett planteó esa tesis en un reciente artículo de la revista Africasia, pero debo confesar que ninguno de mis interlocutores de Pekín me la ha formulado tan directamente.
Me han afirmado, en cambio, que la ofensiva del 16 de Mayo al ministerio de Relaciones Exteriores apuntaba tanto a Chou En-lai como a Chen Yi, titular de ese ministerio. Ciertamente, los elementos del 16 de Mayo atacaban más directamente a Chen Yi porque se había vuelto vulnerable al cometer, me dijeron, «muchos errores al comienzo de la revolución cultural». Gran amigo de Chou En-lai a partir de la común estadía en Francia, en 1921, Chen Yi se había distinguido a lo largo de la guerra civil prolongada en China. En 1934, cumplió una misión verdaderamente suicida al quedarse en la provincia de Kiangsi para demorar el avance del enemigo, después de la partida del grueso de las tropas de Mao para la Larga Marcha.
En 1948 fue él quien ganó la batalla decisiva contra el Kuomintang en la provincia de Shantoung. Orgulloso de su pasado de gloria, Chen Yi habría tratado de evitar toda confrontación con los guardias rojos del Instituto de Lenguas Extranjeras, dependiente de su ministerio. Por ello les habría dicho: «Vosotros sois jóvenes y queréis hacer la revolución: id entonces a Vietnam antes que a mi ministerio». Esta actitud habría sido severamente criticada por el grupo central de la revolución cultural, y Chen Yi obligado a hacer su autocrítica en enero de 1967. Al haber prometido cambiar de actitud, pareció que el caso quedaba cerrado.
Fue reflotado el 30 de abril de 1967 con la llegada a Pekín de Yao Teng-shan y Hsu Yen, encargado de negocios y cónsul general de China en Indonesia respectivamente. Habían sido expulsados luego de resistir denodadamente las presiones de Suharto. Cinco mil personas encabezadas por Chou En-lai, Chen Po-ta y otros siete miembros del buró político, los esperaban en el aeropuerto de Pekín. Al día siguiente, después de los festejos del 19 de Mayo, fueron recibidos por Mao y Lin Piao. Cubierto de honores, Yao Teng-shan se convirtió rápidamente en un elemento del 16 de Mayo y puso todo su prestigio al servicio de ese grupo.
De golpe, el ataque contra Chen Yi cambió de carácter; Yao Teng-shan convocó a los guardias rojos a que criticaran al ministro, no por su conducta durante la revolución cultural, sino por su política exterior que habría consistido en «tres capitulaciones y una nihilización»: capitulaciones delante de los imperialistas, los revisionistas y los reaccionarios, y «nihilización» de los movimientos revolucionarios del exterior. Según mis interlocutores de Pekín, eran acusaciones absurdas que no dañaban solamente a Chen Yi. La política exterior, en efecto, no había sido nunca su «dominio privado». Siempre estuvo definida por el Comité Central del PC chino y controlada en su ejecución por Chou En-lai. El primer ministro, por su parte, no permaneció con los brazos cruzados delante de estas acusaciones, sobre todo porque las cosas iban de mal en peor en el ministerio de Relaciones Exteriores. Durante el mes de mayo los «rebeldes» saquearon dos veces los archivos del ministerio con la esperanza de encontrar documentos condenatorios de Chou En-lai y Chen Yi, llevándose incluso algunos expedientes confidenciales, seguramente para estudiarlos a domicilio.
Chen Po-ta, presidente del grupo central de la revolución cultural, intervino entonces enérgicamente para hacer cesar esas acciones. A pesar de sus advertencias y los pacientes intentos de Chon En-lai para calmar los espíritus, Yao Teng-shang consiguió, en el transcurso del verano de 1967, apoderarse virtualmente del poder en el ministerio y comenzó a enviar directivas a su antojo a las embajadas de China en los diferentes países.
¿Cómo Yao Teng-shang, un joven diplomático rojo hasta ayer desconocido por el gran público, pudo tener en vilo a hombres tan poderosos como Chou En-lai, Chen Po-ta, Chen Yi, todos dirigentes nacionales durante mucho tiempo y cercanos colaboradores del presidente Mao? Es que, se me respondió, Yac Teng-shan no estaba solo. Detrás de él, «a la sombra y en el silencio de la noche», había muchos hombres poderosos. Algunos de ellos, como Wuang Li y Kuang Feng, formaban parte del grupo central de la revolución cultural y eran, en consecuencia, dirigentes nacionales. Otros, cuyos nombres no se han dado a conocer, detentaban cargos claves en los organismos provinciales o nacionales, y aun en la guarnición de Pekín. Estos hombres, se me aseguró, jugaban abiertamente por la explosión del grupo central de la revolución cultural y sobre una división en el seno del Ejército Popular de Liberación. Sosteniéndose toda China en esos dos pilares, su derrumbe habría traído apareado un caos completo. El Grupo 16 de Mayo hubiera aprovechado la débâcle para apoderarse del poder; para conseguirlo se habría valido de ejecutores «fanáticos» como Yao Teng-shan.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar