Cornelio Saavedra sobre la necesidad de esperar el momento justo para sacudir el yugo español


Ya entrado el siglo XIX, hacía tiempo que la calma colonial se había evaporado de Buenos Aires. Las noticias de la abdicación del rey Carlos IV, habían precipitado los acontecimientos en el Río de la Plata. Los partidarios de la solución independentista crecían, pero la coyuntura no permitía vislumbrar con claridad cuál sería el momento de tomar resoluciones ni los modos de hacerlo. En enero de 1809, un nutrido grupo de peninsulares, al mando de Martín de Álzaga, se levantó exigiendo la renuncia del virrey Santiago de Liniers, protagonista de la resistencia a los ingleses. Los levantiscos fueron reprimidos al contar Liniers con la lealtad de varios jefes militares, entre ellos, Cornelio Saavedra. A mediados de 1809, la Junta sevillana que custodiaba el poder monárquico ante la invasión napoleónica a España, decidió reemplazar a Liniers por otro virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros. La noticia agitó aún más el caldero político porteño y fue entonces cuando Saavedra, convertido en autoridad militar respetada, les advirtió a quienes buscaban convencerlo del momento de lanzarse por la independencia, que no era todavía tiempo de revolución, pues las “brevas no estaban maduras”. Pocos meses más tarde, los revolucionarios no esperarían con tanta paciencia su decisión. En mayo de 1810, tal como lo recuerda Saavedra en sus memorias, debió dejar su descanso en el pueblo de San Isidro para presentarse con urgencia en Buenos Aires. Los acontecimientos se estaban precipitando y él no era de la partida. Había llegado la noticia de la entrada de los franceses en Andalucía y la disolución de la Junta Central. No sólo había llegado el momento, “sino que no se debía perder una sola hora”.

Fuente: Cornelio Saavedra, “Memoria Póstuma”, en A. Zimermann Saavedra, D. Cornelio Saavedra, Librería Nacional, 1909, página 358.

«Los hijos de Buenos Aires ya querían se realizase la separación del mando de Cisneros, y se reasumiese por los americanos. Se hicieron varias reuniones, se hablaba con calor de estos proyectos y se quería atropellar por todo. Yo siempre fui opositor a estas ideas. Toda mi resolución o dictamen era decirles: “Paisanos y señores, aun no es tiempo”, y cuando los veía más enardecidos en persuadirme, volvía a contestarles: “No es tiempo, dejen ustedes que las brevas maduren y entonces las comeremos”. Algunos, demasiado exaltados, llegaron a desconfiar de mí, creyendo era partidario de Cisneros. Creció este rumor entre los demás, mas yo no variaba de opinión.

A la verdad, ¿quién era en aquel tiempo el que no juzgase que Napoleón triunfaría y realizaría sus planes con la España? Esto era lo que yo esperaba muy en breve, la oportunidad o tiempo que creía conveniente para dar el grito de libertad en estas partes. Ésta es la breva que decía era útil esperar que madurase.

Yo me hallaba en ese día en el pueblo de San Isidro: Don Juan José Viamonte me escribió diciendo era preciso regresase a la ciudad sin demora porque había novedades. Así lo ejecuté. Cuando me presenté en su casa, encontré en ella una porción de oficiales y otros paisanos, cuyo saludo fue preguntándome: “¿Aún dirá usted que no es tiempo?”. Les contesté: “Si ustedes no me imponen de alguna nueva ocurrencia, que yo ignore, no podré satisfacer a la pregunta”. Entonces me pusieron en las manos la proclama de aquel día. Luego que la leí, les dije: “Señores, ahora digo que no solo es tiempo, sino que no se debe perder una sola hora”.

 

Cornelio Saavedra

Fuente: www.elhistoriador.com.ar