Gabriel García Márquez – Minimemorias


Fuente: Revista Cuestionario, por Gabriel García Márquez, julio de 1975.

Vargas Llosa se cree que se nace de izquierdas o derechas, como se hace hombre o mujer. No sé si mi caso lo demuestra, pues aunque mi papá es godo de nacimiento, el abuelo que me crió era un liberal de los grandes, de los que andaban tirando tiros con Uribe Uribe, y fue precisamente a él a quien le oí decir que el godo nace y el liberal se hace. Ese gran viejo no me contaba cuentos de Caperucita Roja: me contaba historias terribles de la guerra civil y me contaba la matanza de las bananeras que ocurrió en el mismo año en que yo nací. En todo caso, hay una noción fundamental que creo haber aprendido solo, en nuestra casona de Aracataca: la noción de las desigualdades sociales.

Un hecho muy importante en el desarrollo de mi conciencia política fue la guerra con el Perú, en 1932. La aviación apenas empezaba; de Barranquilla a Bogotá se necesitaban quince días en buques de leña, no había radios, y los periódicos llegaban cuando podían. Sin embargo, la guerra con el Perú caló muy hondo. En la escuela primaria nos vestían de soldados, nos enseñaban a gritar viva Colombia, abajo el Perú. Sin embargo yo no acababa de convencerme de la verdad de aquella causa, y hasta me reprochaba que por muchos esfuerzos que hacía, por mucho que calcara el paso en las filas y cantara el himno nacional en los actos públicos, no lograba odiar a los peruanos remotos e improbables.

Un día esas dudas se vieron confirmadas por la realidad, cuando vinieron a la casa unos cachacos vestidos de paño a quines mis abuelos les dieron sus anillos matrimoniales para los fondos de la guerra contra el Perú. Yo tuve la impresión de que aquello era un asalto, y que alguien había inventado el pleito con los peruanos sólo para robarles a mis abuelos, y a todo el país, sus anillos matrimoniales.

Más tarde había de saber que el incidente fronterizo con el Perú fue real y revistió una cierta gravedad, pero que el astuto boyacence que era, Olaya Herrera lo hizo más grande de lo que era para unificar al país en torno de su gobierno, el primer gobierno liberal en 45 años, y para uniformar a los políticos conservadores y mandarlos a pelear en la selva. Si alguna vez escribo mis memorias, creo que mencionaré este episodio como mi primera toma de conciencia contra el sistema.

Muchos elementos dispersos se consolidaron hacia mis 14 años, cuando una serie de necesidades incontrolables me llevaron al Liceo Nacional de Zipaquirá. El proceso de desarrollo industrial que los liberales habían iniciado al amparo de la guerra contra el Perú empezaba a empantanarse, y había de derivar hacia la guerra civil no declarada que se conoció como “la violencia”. Aunque en realidad la violencia ha existido siempre. En aquella época, Colombia se parecía más a Bolivia. El atrio de San Francisco estaba lleno de mendigos que promovían la caridad con unas úlceras que parecían ciénagas en carne viva. En la Iglesia de las Nieves había siempre un entierro de primera. Como una experiencia marginal, pero inolvidable, recuerdo que una vez tuvimos que cambiar de acera porque la calle estaba apestada por la hedentina del muerto en la carroza de lujo. Los costeños, temblando de frío, y atormentados por la castidad forzosa y el miedo a la pulmonía, sentíamos que en aquella ciudad remota e irreal estaba el centro de gravedad del poder que nos había sido impuesto desde nuestros orígenes.

El colegio de Zipaquirá era un refugio de pobres mandados de todos los rincones del país, y concentrados en un edificio glacial que había sido un convento cien años antes. Allí aprendí a conocer los distintos acentos de las distintas regiones del país, y los distingo con tanta precisión, que hace poco un piloto internacional se quedó perplejo cuando me di cuenta, después de un simple saludo, que él era de Duitama.

Lo más importante de Zipaquirá, además de su composición social, era la formación de los profesores. Durante la administración del viejo Alfonso López, el director de la Normal Superior era José Francisco Socarrás, quien les dio a sus discípulos una formación marxista. Era una generación brillante, pero muy pronto se volvió sospechosa, y fue dispersada hacia los sitios más inhóspitos de la nación. Zipaquirá estaba lleno de ellos… Cuando salí de allí quería ser periodista, quería escribir novelas y quería hacer algo por una sociedad más justa. Las tres cosas, pienso ahora, eran inseparables y habían de conducirme por el mismo camino.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar