Al acercarse el verano, los planes de vacaciones comienzan a invadir a la mayoría de los argentinos, que cuentan cada vez con una mayor oferta para el ocio y el descanso. Pero no fue siempre así. A comienzos del siglo XX, las vacaciones eran un lujo de la elite. Las clases medias debieron esperar varios años para comenzar a conquistar ese anhelado receso anual. Más tarde, esta conquista se extendería a también los sectores populares.
A continuación reproducimos un fragmento del libro La conquista de las vacaciones, de Elisa Pastoriza, sobre la historia de las vacaciones argentinas a lo largo de setenta años. La autora analiza esta transformación del veraneo, costumbre de las clases más encumbradas de la sociedad argentina, que pronto devino en turismo, un producto de la cultura de masas, en gran medida debido a la legislación llevada a cabo durante el peronismo.
El texto que aquí compartimos analiza el desarrollo del turismo serrano como forma de promoción del descanso y de la salud. Así, en contraposición al ambiente frívolo y febril que imponía Mar del Plata, las sierras y montañas ofrecían bellezas naturales asociadas con el descanso y la salud, que propiciaban un turismo saludable.
Fuente: Elisa Pastoriza, La conquista de las vacaciones. Breve historia del turismo en la Argentina, Buenos Aires, Editorial Edhasa, 2011, págs. 81-89.
Sierras y montañas
En paralelo al relatado proceso de aproximación al mar, en la Argentina comenzaron a tener visibilidad lugares que, además de sus bellezas naturales, se identificaron por sus climas especialmente benéficos para la cura de ciertas enfermedades, emergiendo las ideas de un turismo saludable. Si bien el centro de nuestro análisis es el desarrollo de Mar del Plata y su influencia en el proceso de apropiación del turismo marítimo, nos planteamos algunas preguntas que, en un ejercicio comparativo, arrojan contrastes o similitudes con esa central experiencia turística.
En efecto, dos horizontes vacacionales emergentes perfilan un contrapunto entre un modelo hedonista y de sociabilidad agitada y demandante –Mar del Plata– frente a otro, quizás más refinado y excluyente –Mendoza– o más democrático –Córdoba– basado en el descanso y la salud.
En estos últimos, la idea del contacto con la naturaleza prevalece, junto al imaginario de que esos paisajes producen tranquilidad a un turista que busca reposo y salud, no tanto diversión y entretenimiento. De manera tal que en el cruce de los siglos se llevaron a cabo importantes inversiones que miraban a la creación de nuevos ámbitos.
Los caminos de hierro posibilitaron un incipiente desarrollo turístico, lo que dio paso a una primera fase de creación de alojamientos y equipamientos. Con la difusión de las ideas higienistas, los sectores más adinerados de la sociedad empezaron a frecuentar las estaciones termales, por un lado, y los centros balnearios, por otro. Lógicamente, se trataba de una minoría pudiente, con recursos suficientes como para poder permanecer fuera de su residencia habitual durante varios meses. En este sentido, el papel de las altas clases sociales, a la hora de promocionar un lugar, fue determinante. Así, un gran hotel entre montañas solitarias, o una segunda residencia en un paisaje pintoresco y apacible, como aquél del que habla Graciela Silvestri en Postales Argentinas (opuesto a lo sublime del mar), pareciera más bien ligado a la idea de un descanso saludable que a la de una sociabilidad refinada y agitada. La fragmentación de localidades de las sierras cordobesas, las dificultades que presentaba su llegada, la preocupación y el temor a las enfermedades, también pueden haber contribuido al proceso mencionado.
Las revistas y publicaciones periódicas destacaban las bondades del ambiente de las sierras cordobesas para las enfermedades pulmonares, las playas marinas para los anémicos, la moderada altura de Tandil y la sequedad de La Rioja y Catamarca para los asmáticos. Y, para todos ellos, las curas hidro-minerales mediante las aguas termales. Así, a fines de los años veinte, se sostenía que un enfermo del sistema nervioso podía ir a las termas de Río Hondo, Reyes o Cacheuta, a internarse a sus espléndidos hoteles.
Para las neuralgias faciales se recomendaban las aguas de Inti, Rosario de la Frontera (Salta), La Laja y Puente del Inca, beneficiadas por la existencia del ferrocarril. Para las dolencias estomacales estaban las termas de Reyes, Aguas Calientes, Candelarias, Cacheuta y Puente del Inca. Para luchar contra la obesidad, estaba la cordobesa Mina Clavero. Y la lista continúa pasando revista a todas las dolencias. La temida tuberculosis concentraba sus enfermos en los sanatorios de las cordobesas Cosquín y Alta
Gracia.
Una postal serrana: vacaciones en la provincia de Córdoba
En 1870 Domingo Faustino Sarmiento había vaticinado que las sierras de Córdoba, como la Suiza europea, se convertirían rápidamente en el complemento de la vida social de Buenos Aires.
Unos pocos años pasaron para que esta región se constituyera como un espacio social y cultural en cuya conformación confluyeron una multiplicidad de aspectos.
Estas sierras de mediana altura, situadas a lo largo de la región oeste de la provincia, integradas por cuatro cadenas principales con varios valles y algunas mesetas llamadas “pampas”, conformaban una vasta región surcada por ríos y arroyos que goza de una temperatura acorde a un clima templado, con veranos cálidos y húmedos e inviernos secos y frescos. Dicho medio ambiente provocó, a finales de siglo XIX e inicios del veinte, el surgimiento de hoteles de salud en Córdoba, particularmente en Alta Gracia, Cosquín, La Falda, Deán Funes y Jesús María. En paralelo, los atractivos paisajísticos y culturales valorizaron el lugar para el turismo –las primeras localidades fueron San Jorge, Ascochinga, Yacanto, Los Cocos–, en particular el estival, lo que cobró impulso en las décadas siguientes.
La modernización de las comunicaciones y el transporte tuvieron un papel central en este proceso, en cuyas primeras etapas le cupo un papel destacado al ferrocarril, que desde fines del siglo XIX unió Córdoba con el resto del país. El Ferrocarril Central Córdoba, una empresa ferroviaria de capitales británicos, fundada en 1887, operaba una línea de trocha angosta extendida entre Buenos Aires, Rosario y Córdoba. Más adelante, tras sucesivas ampliaciones, como la toma de posesión del Ferrocarril Central Norte, Córdoba queda unida a Tucumán y a Salta.
La empresa ferroviaria adquirió un ramal que daba servicio a la región comprendida entre la ciudad de Córdoba y Cruz del Eje, luego llamado el Tren de las Sierras. La línea recorría Dique, Cosquín, La Falda, la Cumbre, Capilla del Monte y Cruz del Eje. Era un tren de trocha angosta con un recorrido de aproximadamente 150 kilómetros a lo largo de un paisaje pintoresco de estrechos desfiladeros, montañas abruptas y puentes de hierro edificados sobre los ríos. Otros ramales permitieron llegar a Alta Gracia, donde en 1911 el Ferrocarril Central Argentino adquiere el Sierras Hotel destinado a sus ejecutivos. Hacia el oeste, llegaba a la ciudad de Dolores –cercano a Yacanto– el Ferrocarril Trasandino en su trayecto hacia Mendoza.
En las primeras décadas del siglo, las compañías ferroviarias edificaron hoteles en zonas turísticas, destinados para sus directivos al principio y para todo su personal más adelante. Rebajas de pasajes, boletos combinados, que incluían transporte y estadía, fueron parte de las diversas pautas que consolidaron las relaciones entre turismo y ferrocarril. Los sitios más conocidos fueron los hoteles en Córdoba: el Sierras Hotel (Alta Gracia) y el Hotel Yacanto (Villa Dolores) y el gran hotel Edén (La Falda), así como el Termas Hotel Puente del Inca, en Mendoza. Una empresa específica, la Compañía de Hoteles Sudamericanos, vinculada a los ferrocarriles de propiedad británica, administraba las instalaciones.
Estos ámbitos de hospedaje formaron parte del conjunto de grandes hoteles para las vacaciones, surgidos en la Argentina finisecular, cuyo punto de inicio fue el Bristol Hotel en 1886.
Constituyeron grandes inversiones que tendieron a promover el turismo en general en lugares especiales, caracterizados por sus bellos paisajes. Estas inversiones, a diferencia de otros países –como los casos de Uruguay o Chile– respondieron básicamente a iniciativas privadas. Las empresas británicas fueron sus impulsoras, como también algunos grupos empresarios, como el de la familia Tornquist, que participaron directa o indirectamente en la construcción y refacción del Plaza Hotel en Buenos Aires (1909); el Bristol Hotel de Mar del Plata; Edén Hotel en Córdoba y el Club Hotel de la Ventana (1911), en la bonaerense Sierra de la Ventana.
Mientras que las empresas ferroviarias desarrollaban la infraestructura y ejercían por propia cuenta la propaganda publicitaria que las promocionaba como el transporte más cómodo y seguro para los veraneantes y viajeros, otro medio iba emergiendo en la cultura viajera: el automotor. De la mano de las organizaciones de deportistas, dos asociaciones fundadas en los primeros años del siglo XX, el Automóvil Club Argentino (ACA) y el Touring Club Argentino (TCA), el automóvil y la necesidad de caminos se imponen para los recorridos fuera de las áreas urbanas. La actividad se centraba en exigirle al Estado la construcción de caminos y la difusión de una pedagogía automovilística, comentando recorridos, alertando sobre los percances y desplegando mapas. A través de las páginas de la revista del ACA, surgida en 1918, se promovían las actividades turísticas y se orientaba a socios y público en general en esta materia, a la vez que se organizaban paseos por zonas pintorescas y desconocidas. (…)
Sin embargo, hasta los años treinta, salvo para los más aventureros y osados, en estos lugares el uso del automóvil todavía se encontraba desfavorecido por la carencia de rutas, a diferencia del acceso, aunque limitado, a Mar del Plata. Los automóviles debían ser trasladados en tren, con un alto costo, lo que nos está hablando de un viajero de altos recursos económicos.
Es recién en la década del treinta que se pavimentan la ruta a Rosario y a Córdoba y las circunstancias se modifican.1
Enfermedades y terapias saludables
El historiador Diego Armus señala que, en el siglo XIX, desde los años ochenta, los enfermos tuberculosos acudían a las sierras para efectuar terapias con los aires puros, en sanatorios, clínicas, estaciones de salud, hoteles y pensiones. Si bien los higienistas y médicos no coincidieron unánimemente acerca de las ventajas terapéuticas del clima serrano, lo cierto es que la región devino zona terapéutica durante casi media centuria, de gran valor simbólico por las expectativas de cura que despertaba. Un verdadero peregrinaje de enfermos tempranos y avanzados de todas las clases sociales comenzaron a instalarse en varios tipos de hospedajes hasta mediados del siglo XX. Y acompañando los itinerarios de las curas y reposos, los valles, en especial, el de la Punilla, se poblaron de personal de servicio para los hoteles y lugares de salud. Una gran proporción de los enfermos nunca regresaban a sus lugares de origen y pasaron a integrar el conjunto de habitantes estables de las sierras. Era una forma de destierro que permitía una “cura libre” en pensiones, hoteles y casas de familia. Cosquín ocupó un lugar emblemático en este proceso. En esta ciudad se instalaron una variedad de centros de salud para los enfermos de tuberculosis. El Sanatorio Santa María que, siguiendo a Armus, se encontraba entre las más importantes entidades de internación de tuberculosis en la Argentina –llegó a tener 1.300 internados– fue la institución que mayormente contribuyó a asociar en el imaginario social las sierras cordobesas con las terapias de reposo (más adelante adquirido por el Estado nacional).2
El Sanatorio Laennec, establecido en los años veinte, estaba dirigido a un público más exclusivo y constituyó el origen de los barrios más elegantes de Cosquín. Las sierras también fueron un espacio donde los enfermos practicaban una “cura libre” en la que se administraban ellos mismos la recuperación. En efecto, los enfermos deambulaban por las casas de hospedaje con la esperanza de lograr la curación definitiva. Esta trama de enfermos, enfermeras y médicos serranos en el mediodía del siglo había comenzado a languidecer.
En forma paralela, la región transitaba otra historia, la de transformarse en un escenario turístico que procuraba ocultar su derrotero sanitario. En las páginas de una edición especial de la revista El Hogar destinada al turismo serrano cordobés publicada en 1930, las muy pocas menciones a la cuestión terapéutica se orientan a desechar ese fantasma. Al principio las historias se entrelazaban, luego hubo que guardar en el pasado y olvidar, a la hora de dar impulso a los centros turísticos.
En La leyenda de los enfermos, se puede leer lo siguiente: “Un prejuicio difundido entre las personas aprensivas ha creado una leyenda sin fundamento: La de los enfermos en la sierra de Córdoba. Se sabe ya que la extraordinaria benignidad de su clima resulta el mejor remedio para las enfermedades del pulmón. […] Pero tal cosa no significa, ni con mucho, la posibilidad del contagio. En primer lugar, porque allá se vive al aire libre y la proporción de los enfermos resulta escasa si se la compara con el espacio de que disponen para circular; tampoco es exacta la información que se relaciona con los enfermos en los hoteles. Los propietarios, velando por su propio interés, no admiten ningún enfermo. […] El peligro de los contagios es, pues, una de las tantas leyendas populares que pudieron definirse en otros tiempos entre la gente ignorante”.3
Referencias:
1 Melina Piglia, “La incidencia del Touring Club y del ACA en la construcción del turismo como cuestión pública (1918-1929)”, en Estudios y perspectivas del turismo, v. 17, Nº 1-2, 208, pág. 54.
2 Diego Armus, La ciudad impura, Buenos Aires, Editorial Edhasa, 2006, págs.345-348.
3 El Hogar, Sierras de Córdoba, año XXVI, Nº 1096, 1930, pág. 11.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar