Autor: Jean-François SOULET (profesor de la Universidad de Toulouse-Le Mirail)
Para valorar el lugar ocupado por la historia más contemporánea en la enseñanza y la investigación en los países de Europa occidental, es indispensable proponer, previamente, una delimitación clara de este periodo terminal de la historia. A este respecto, los criterios más convincentes son, en nuestra opinión, los fundados sobre los tipos de fuentes. La posibilidad para el historiador de lo más contemporáneo de poder interrogar a los testigos – directos o indirectos- de los acontecimientos que estudia es un hecho capital que modifica la distancia entre el investigador y el objeto de su estudio, al tiempo que le permite «construir» una parte de su documentación. Desde este instante se da, si no una ruptura, al menos una modificación del espíritu y de las prácticas históricas tradicionales. La asociación de nuevos tipos de fuentes- documentos audiovisuales principalmente- acentúa aún más esta especificidad.
Se plantea , por lo tanto, la cuestión de la denominación de este área histórica particular que, actualmente, corresponde en general al siglo XX. Las denominaciones varían según el país y los historiadores,. Así, en Gran Bretaña se utiliza el término «Contemporary History»; en Alemania el de «Zeitgeschichte»; en Francia se duda aún entre la expresión «historia del tiempo presente» (que es la escogida por el principal equipo de investigación del CNRS que trabaja sobre este periodo) e «historia inmediata», que es la que nosotros preferimos. Realmente ninguna de estas dos definiciones es plenamente satisfactoria: hablar del Nazismo y de la Segunda Guerra Mundial como de una «historia del tiempo presente» o una «historia inmediata» resulta poco creíble.
En estas condiciones parece más razonable denominar, como en Gran Bretaña, «historia contemporánea» al conjunto del periodo para el que podemos disponer de testimonios – que cubre actualmente la mayor parte del siglo XX- y reservar el término de «historia inmediata» a la de los últimos decenios. El cierre de una parte de los archivos públicos (por un plazo de 30 años en Francia, Reino Unido y Comunidad Europea) modifica un tanto las condiciones de trabajo del historiador ultracontemporaneista. Si, en nuestra opinión, no cuestiona el ejercicio de la función historiadora, entraña, por contra, el dominio de unas técnicas que podría justificar una denominación particular del tipo «historia inmediata».
EL LUGAR OCUPADO POR LA HISTORIA INMEDIATA
En la enseñanza…
En Europa occidental, el lugar que ocupa la historia inmediata en la enseñanza secundaria es extremadamente variable. Esta diversidad se explica en parte por las condiciones particulares de la enseñanza de la historia en cada uno de los países. Ya sea asociada a la enseñanza de la lengua materna (Italia, Grecia…) o de la geografía (España, Francia, Irlanda…), o impartida en exclusiva (Gran Bretaña, Luxemburgo, Portugal…), la Historia se encuadra a veces entre las materias obligatorias (Italia, España, Grecia, Dinamarca, Francia), y otras solo entre las optativas (Irlanda, Gran Bretaña, Portugal…) En otros países, las modalidades varían según las regiones (Alemania) o según los ciclos (Irlanda, Gran Bretaña, Países Bajos, Portugal…) En este auténtico mosaico europeo no resulta fácil acotar el lugar de la «historia inmediata».
Respecto a su presencia en el primer ciclo, la palma, sin duda, se la llevan Francia, Alemania, Irlanda y Portugal; y las últimas plazas, Italia, Grecia, el Reino Unido, los Países Bajos… En el segundo ciclo, se distinguen en cabeza Francia, Luxemburgo y Bélgica; en la cola, Inglaterra, Italia, Grecia… En conjunto, la disparidad está muy marcada; no existe ningún denominador común entre la situación de un joven italiano al que se enseña la historia inmediata solamente durante dos o tres meses de un total de ocho años de escolaridad, y la de un joven bávaro que, desde el fin del primer ciclo, pasa un año en el mundo posterior a 1945 y, en el transcurso del segundo ciclo, estudia tanto la historia de Alemania desde el siglo XIX hasta nuestros días, como una síntesis de temas nacionales e internacionales desde el siglo XVIII.
Entre los países europeos, Francia se destaca netamente: la historia reciente es, a la vez, obligatoria (al igual que el resto del conjunto de la disciplina histórica) y se encuentra ampliamente presente tanto en el primer ciclo como en el segundo. Nos podemos interrogar por la razón de esta «excepcionalidad francesa» (P-P Wytteman), sin olvidar que queda limitada a la enseñanza secundaria y afecta poco a la enseñanza superior. Se debe pues suponer que las motivaciones estrictamente científicas no han sido las únicas en intervenir en la decisión de las autoridades de introducir la historia del tiempo presente en los colegios e institutos. A comienzos del siglo XIX, Napoleón I se rebelaba contra el hecho de que la juventud francesa tuviera «más facilidades para aprender las guerras púnicas que para conocer la guerra de América que había tenido lugar en 1783» e introdujo en el programa de los institutos la historia del periodo revolucionario y de la «cuarta dinastía». Casi sesenta años más tarde, bajo el Segundo Imperio, el Ministro de Instrucción Pública, Víctor Duruy – historiador de profesión- manifestaba la misma indignación lamentando que los jóvenes franceses «duchos en las cosas de Esparta y Atenas o de Roma (…) ignoren la sociedad de la que van a ser miembros activos, su organización, sus necesidades, sus deseos, las grandes leyes que la rigen y el espíritu de justicia que la anima y la conduce..» Y a fin de que los alumnos conocieran tan bien a Napoleón III como a Augusto y Luis XIV (¡significativas referencias!), introdujo la historia más contemporánea en los programas.
De la misma forma, el régimen republicano posterior siguió entusiasta los pasos del régimen imperial. Como este, estaba necesitado de reconocimiento y, por otra parte, deseaba movilizar la opinión en torno a la idea de revancha contra Alemania que permitiera lavar la afrenta de la derrota de 1870, y de recuperar las dos provincias francesas perdidas, Alsacia y Lorena. Desde esta perspectiva, la enseñanza de la Historia más contemporánea en las escuelas, los colegios y los institutos era primordial. Ernest Lavisse, profesor de la Sorbona (1888), después director de la Escuela Normal Superior (1904-1919) volcó todos sus esfuerzos para que, desde la escuela primaria, las lecciones de historia contribuyesen a una «enseñanza moral y patriótica», y a que, en los institutos, los profesores de Historia enseñasen «el destino de los pueblos hasta el momento actual». «No hay examen de bachillerato, se quejaba en 1884, en el que los examinadores no sean presa de la indignación al constatar que los jóvenes no saben la historia de nuestras derrotas de 1870, no conocen el trazado de nuestras fronteras del Este, han olvidado Metz o bien otorgan Nancy a Alemania».
A continuación, si se exceptúan ciertos momentos de marginación en los años 20 y al comienzo de la Segunda Guerra Mundial (salvo en lo concerniente a la enseñanza técnica, más avanzada que la enseñanza clásica y moderna), la historia inmediata continuó plenamente presente en los programas franceses. Esta plaza eminente – contestada por algunos historiadores como Philippe Joutard, que habla de una «tiranía de lo contemporáneo»- fue confirmada por las reformas de los años 80, que preveían que de los siete años de escolaridad obligatoria, escolares y bachilleres trabajaran tres de ellos sobre contenidos del periodo posterior a 1914. Semejante dedicación debe mucho a la voluntad cada vez más acentuada de los responsables políticos de oponerse al resurgir de las doctrinas de extrema derecha, poniendo en conocimiento de las jóvenes generaciones el proceso de ascenso del fascismo y el nazismo y sus efectos perversos.
… y en la investigación.
Paradójicamente, no se observa una continuidad entre el lugar ocupado por la historia inmediata en la enseñanza secundaria y el de la misma disciplina en las universidades y en la investigación. Así, en Francia, contra lo que es norma en los colegios e institutos, ocupa un lugar mucho menor en la enseñanza superior, mientras que Italia ofrece el caso inverso. Para compensar, la situación en Alemania y Gran Bretaña es más coherente.
Poco abierta a la enseñanza de la historia del tiempo presente en sus colegios e institutos, Gran Bretaña no se muestra tampoco más avanzada en materia de investigación. Anthony Seldon se extrañaba de este desinterés, todavía más acentuado a finales de los 80: «Una densa capa de inercia pende sobre el estamento historiográfico en Gran Bretaña – escribía entonces-. Vivimos en una era de vertiginosos y emocionantes cambios en la historia del país, y sin embargo pocos de sus estudiantes, graduados en historia y, en general, historiadores universitarios, conocen bastante sobre el periodo que ha sido testigo del fin del Imperio, del nacimiento del estado del bienestar, del surgimiento de Gran Bretaña como potencia nuclear, y del ingreso británico en la Comunidad Económica Europea, sobre el contraste de un fondo marcado por el declive económico general y las tentativas de las sucesivas administraciones laboristas y conservadoras para encontrar el papel de Gran Bretaña en un mundo cambiante. Semejante desatención hacia estos trascendentales desarrollos resulta realmente chocante».
En la década de los 80, el Reino Unido solo contaba con dos cátedras de Historia inmediata; muchas universidades no proponían cursos sobre el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, delegando su estudio en los especialistas en ciencias políticas… La Historia del tiempo presente había experimentado un fuerte impulso al comienzo de las dos guerras mundiales. Millares de estudios y de compilaciones de documentos aparecieron en el periodo de entreguerras y después de la segunda guerra mundial, pero sus autores raramente eran historiadores profesionales. La liberalización de la legislación sobre los archivos (leyes de 1958 y 1967), que contribuyó a reducir a treinta años el plazo para la consulta de los archivos públicos confidenciales, proporcionó entretanto un impulso a la investigación sobre el tiempo presente. Su resultado fue la creación, en Londres en 1986, de un Instituto de historia inmediata británico, aunque no se observa una pasión desbordada como en Italia y Alemania.
En Alemania la historia inmediata surge prácticamente ex nihilo tras la segunda guerra mundial. Hasta entonces, los historiadores alemanes habían estado «prisioneros, ya de sus prejuicios conservadores, ya de un miedo profesional a las cuestiones contemporáneas». Fue necesario, al mismo tiempo, el cuestionamiento completo del pasado alemán tras la desastrosa aventura nazi, las interpretaciones discutibles de los extranjeros y las lacerantes interrogaciones de la población («¿cómo pudo llegar a ocurrir esto?») para que los historiadores alemanes de las postguerra aceptaran lanzarse al estudio del pasado reciente. Tras algunos intentos de ensayo (como la aparición de Die deutsche Katastrophe de Friedrich Meinecke en 1946, y de Europa und die deutsche Frage, de Gerhard Ritter en 1947) habrá que esperar al comienzo de los años 50 para contar con una verdadera investigación sobre el periodo de Weimar y el Tercer Reich. Numerosos factores institucionales y legislativos concurrieron a este resultado, notablemente la fundación, en Munich en 1947 y por los Länder de la zonas de ocupación americana, de un Instituto de historia inmediata, así como la edición de las actas del proceso de Nurmberg y la publicación de los documentos diplomáticos a partir de 1957. El recurso a la fuente oral permitió impulsar investigaciones sobre la resistencia al régimen nazi, como la de Hans Rothfels, de 1948, la de Günther Weisenborn (1954) o la de Gerhard Ritter (1956). Estos trabajos no escaparán, lo mismo que aquellos que por la misma época tratan de la Resistencia francesa, a una cierta hagiografía, pero tuvieron el mérito de contribuir a distinguir, a ojos de la opinión extranjera, entre la población alemana y los miembros del partido nazi.
A partir del fin de los años 60, y sobre todo de la década de los 70, la historia inmediata alemana amplió su área de investigación interesándose en el periodo posterior a la guerra; la ocupación de los aliados, la creación de los dos estados alemanes y sus relaciones mutuas, así como la construcción de la Comunidad Europea se convertirán en las universidades alemanas – que crearan casi todas ellas una cátedra de historia de nuestro tiempo- en objetos de investigación y temas de enseñanza. Estas cuestiones – como las que conciernen a la historia del Tercer Reich – dieron lugar a debates apasionados, que sobrepasaron el ámbito estrictamente historiográfico, interesando al conjunto de la intelectualidad. La « Zeitgeschichte » adquierió en el país una «buena reputación» hasta el punto de constituir una «parte auténtica» (Norbert Frei) de la historiografía alemana.
Se observan numerosas analogías con la situación con la situación de la investigación de la historia del tiempo presente en Italia. El desplome del régimen fascista y el nuevo clima político y cultural de postguerra modificaron – como en Alemania- las percepciones y contribuyeron a una suerte de «toma de conciencia» de la historia del tiempo presente (Gaetano Grassi). Pero este reconocimiento ha sido, probablemente, más lento y más complejo que en Alemania, porque se inscribe en una mutación general de la disciplina histórica. Durante los años 50 a 70 se plantearon simultáneamente las cuestiones de la ampliación del dominio temático del historiador (el paso de una historia hasta entonces limitada a la política y al movimiento de las ideas, a una historia que se interesaba asimismo por la sociedad y la economía), de la colaboración con otras ciencias sociales (sociología, antropología, politología…), de la utilización de algunos de sus conceptos metodológicos y, también, de la finalidad (estríctamente científica o comprometida) de la función del historiador. El desarrollo de la Historia inmediata estuvo condicionado por la evolución de estos diferentes problemas, y se encontró indirecta o directamente mezclada en numeroso debates y polémicas que esmaltaron la vida intelectual italiana de este periodo.
En esta relación de fuerzas se ha podido observar -como en Francia- una separación clara entre, por una parte, una mayoría del «establishment» historiador más bien hostil a la historia inmediata, y por otra, una minoría de universitarios así como una gran parte de estudiantes claramente favorables a ella. La creación, a comienzos de los 70, de dos revistas –Storia contemporanea, publicada por Renzo De Felice y Rivista di storia contemporanea de Guido Quazza – ilustra bastante bien esta oposición. El público, con su interés manifiesto por la historia de su época, constituirá en su favor un eficaz grupo de presión.
Francia se distingue de los otros países por la antigüedad de la práctica de la historia inmediata. Allí sobresalieron ya muchos de sus cronistas medievales (Froissart, Commynes…) y de sus cronistas reales, de los que el más célebre y destacable fue Voltaire con su Historia de Carlos XII, su Siglo de Luis XIV o su Historia de la guerra de 1741. En el siglo XIX, el apasionamiento de la opinión cultivada fue notorio: se deseaba sobre todo comprender mejor las grandes transformaciones políticas del periodo: » En el fondo, observaba Alexis de Tocqueville en 1850, solo las cosas de nuestro tiempo interesan al público y me interesan a mí mismo». Las revoluciones de 1789 y 1848, la derrota de 1870, la Comuna, se erigieron en los temas predilectos y fueron el objeto de centenares de obras. Muy pocas fueron escritas por historiadores profesionales; raras son aquellas en las que los autores no sucumben a las trampas de la subjetividad. Algunos de ellos, sin embargo, destacaron del resto por la inteligencia de sus intuiciones e interpretaciones, así como por la distancia de sus juicios. La Histoire de la France contemporaine, de la Révolution à la Paix de 1919 (en 9 volúmenes), editada por Ernest Lavisse y dirigida por Charles Seignobos, representa uno de estos éxitos.
Las dos guerras mundiales suscitaron igualmente «en caliente» una literatura histórica masiva. Entre esta ganga disparatada y a menudo mediocre, se descubren de vez en cuando algunas joyas como el estudio de Pierre Renouvin sobre Les origines immédiates de la guerre, que desde 1925 propone una lectura muy perspicaz de los acontecimientos, o L’étrange défaite de Marc Bloch, testigo, actor e historiador al mismo tiempo de la debacle francesa de 1939-1940. Pero se trata de excepciones. La corporación de historiadores, todavía profundamente marcada por los preceptos de la escuela positivista de finales del siglo XIX (culto de los archivos escritos) era mayoritariamente reticente a la práctica de una historia fundada en parte sobre testimonios orales. Si, en razón de una fuerte demanda social, hizo una excepción con la historia de la Resistencia – a propósito de la que se creó una Comisión de Historia, desde octubre de 1944; después un Comité de Historia de la Guerra (1945), transformado posteriormente en Comité de Historia de la Segunda Guerra Mundial- los universitarios franceses abandonaron el estudio la historia de su tiempo, que delegaron en sus colegas extranjeros (sobre todo anglosajones) y en los periodistas.
La situación parece hasta tal punto bloqueada que un joven universitario, René Rémond, redacta en 1957 en la Revue française de Science Politique un «alegato por una historia abandonada», que resonó entonces como un auténtico manifiesto a favor de la historia inmediata. Pero la causa estaba aún lejos de estar ganada. Como en Italia, y todavía durante largo tiempo, persistía el contraste muy marcado entre el apetito del gran público por este periodo y las reticencias a tratarlo por parte de la Universidad. Como ya señalamos arriba, la enseñanza secundaria se mostró más avanzada abriendo, desde 1962, el programa de Terminal a la Segunda Guerra Mundial y, desde 1969, el de Tercero al estudio de 1945 en adelante. Por el contrario, será preciso esperar hasta 1978 para que sea reconocido un lugar oficial a la historia inmediata con la creación, en el seno del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), de un laboratorio específico, el Institut d’histoire du Temps Présent (IHTP), que toma el relevo del Comité de historia de la Segunda guerra mundial. No obstante, en el seno de las universidades, el lugar ocupado por la historia más contemporánea seguirá siendo muy limitado, y no ha sido nunca objeto de creación, como en Alemania, de cátedras de historia del tiempo presente.
LOS MÉTODOS DE LA HISTORIA INMEDIATA.
Metodológicamente la práctica de la historia inmediata responde a las mismas exigencias (búsqueda, crítica y comparación de fuentes) que la de los periodos anteriores. Pero el recurso a nuevas fuentes – como los testimonios orales o los documentos audiovisuales-, la masificación de la información (ligada notablemente a la explosión mediática), y la complicación de las relaciones en el seno de las sociedades contemporáneas, conducen al historiador de lo inmediato a practicar probablemente de forma más sistemática que otros de sus colegas la pluridisciplinariedad, y por otra parte, a utilizar mucho más las fuentes mediáticas. También nosotros hemos apostado, en este breve artículo, por privilegiar estas dos orientaciones, sabiendo por supuesto que no son exclusivas de la caracterización metodológica de la historia del tiempo presente.
La aportación indispensable de la sociología, la antropología y la politología.
Si es inútil recordar aquí la contribución decisiva de las ciencias sociales a la disciplina histórica en general, por la aportación principalmente de la «escuela de Annales», es necesario subrayar, mediante algunos ejemplos, su doble aportación a la práctica de la historia del tiempo presente.
En primer lugar, las ciencias sociales le permiten al historiador de lo inmediato desembarazarse del triple corsé que le paralizaba voluntariamente: el de lo factual, lo particular y lo político. Sociología y antropología le incitan, por una parte, a insertar los acontecimientos y los episodios particulares de los que es testigo en el seno de una realidad más compleja y más duradera, la sociedad; y, por otra parte, a inscribir estos mismos acontecimientos y episodios aislados en un cuadro estructural subyacente que les liga a los siglos pasados. Este doble anclaje en lo que Ferdinad Braudel denomina «el tiempo geográfico» y «el tiempo social» atenúa bastante y felizmente ciertos aspectos fragmentarios y aislados de la historia inmediata. Un estudio sobre la catástrofe de Chernobil sobrepasa el marco de una simple monografía si se le confiere una doble dimensión: dimensión sistémica, buscando en el acontecimiento un reflejo de las disfunciones del sistema sociopolítico; y dimensión estructural recuperando en el pasado catástrofres de idéntica resonancia.
Por otra parte, sociología, antropología y politología proporcionan al historiador de lo inmediato un amplio inventario de herramientas y métodos que le permiten, a la vez, corregir las insuficiencias de sus fuentes y explotarlas ventajosamente con rigor. En el difícil – y fundamental- dominio de la fuente oral, por ejemplo, los sociólogos, los antropólogos y los psicólogos han aportado mucho a los historiadores. Sus encuestas sobre el terreno, su experiencia de los grupos sociales, su reflexión sobre los mecanismos de la memoria y de las formas de implicación del investigador con el objeto de su estudio, han permitido forjar un método de la encuesta que sirve de base a las investigaciones de los historiadores. Estos últimos están igualmente en deuda con las ciencias sociales por su aporte en materia de técnicas de cuantificación. Toda investigación sobre el pasado reciente de naturaleza demográfica, económica o social, todo estudio de partidos políticos y de elecciones toman la mayor parte de sus conceptos y su arsenal técnico de las ciencias sociales y económicas.
Reconocidas ya las deudas de los historiadores con los métodos de otras disciplinas del tiempo presente, creemos necesario ampliar aún más el campo. Sin buscar una ósmosis total que haría perder toda especificidad a la historia, parecería razonable inspirarse en los métodos correlativos, sistémicos, incluso modelizantes que practican desde hace tiempo los sociólogos, los geógrafos o los economistas.
Desde Durkheim y su ejemplar estudio sobre el suicidio se sabe, por ejemplo, lo que puede aportar, en la caracterización de un fenómeno, una correlación sistemática entre diferentes elementos. El historiador, si define una problemática muy precisa, escoge indicadores apropiados y establece una escala de medida simple permitiendo comparar los resultados, contribuyendo a tipologías muy significativas. La utilización de este modelo para intentar comprender los procesos de la desatelización de los países del Este de Europa en 1989 nos ha convencido de su interés.
Igualmente, la aplicación de la sistémica al campo de la historia, principalmente de la historia del tiempo presente, merecería ser intensificada. Encasillado al comienzo entre las ciencias «duras» – como las matemáticas, la física, la cibernética y la biología- el método sistémico se ha extendido recientemente a la antropología, a la etnología, a la sociología, a la politología y a la geografía. Su práctica, considerada no como un fin si no como un medio de hacer emerger las relaciones y los problemas que no serían percibidos de otra forma, se revela fecunda, en particular en la aproximación a fenómenos sociales y de organización del poder político. La definición previa de un cuadro conceptual – del tipo sociedad oficial/sociedad civil- permite, por ejemplo, analizar de manera coherente las relaciones de fuerzas existente en los regímenes totalitarios, establecer comparaciones en diversos periodos entre dichos regímenes y trazar tipologías. Por supuesto, solo se trata de representaciones esquemáticas de una realidad histórica infinitamente más compleja, pero esta modelización permite hacer surgir conjuntos, convergencias y divergencias que no aparecían, o lo hacían muy mal, cuando el investigador no recurría a estos métodos.
Una práctica intensiva pero instructiva de los medios de comunicación
Que la fuente mediática – tanto en su versión escrita como en su versión audiovisual- es una de las más usuales del historiador del tiempo presente es una realidad incontestable. Una realidad, por otra parte, totalmente confesable. No se comprende por qué el historiador de lo inmediato tendría que sonrojarse por recurrir a este tipo de documentación, que vale tanto como los manuscritos anónimos o apócrifos utilizados por los medievalistas. Todo depende, para los medios de comunicación como para el conjunto de los documentos históricos, de la calidad de la mirada crítica del historiador. Si esta es deficiente o nula, la historia inmediata se limitará -con gran placer de sus detractores- a no ser más que una simple revista de prensa que «resuma» las informaciones difundidas por los periódicos. Si, por el contrario, el historiador utiliza su panoplia metodológica completa – es decir compara la fuente mediática principal con otras fuentes (mediáticas o no), la somete a un análisis y a una crítica intensivos, teniendo en cuenta las condiciones totalmente particulares de elaboración del «producto» mediático- no existe razón de peso alguna para privarse de informaciones tan variadas y abundantes. Por este motivo, pero también por el papel que juegan en la formación de la opinión, los medios de comunicación merecen mucho interés. Su tratamiento no es, sin embargo, cómodo. El funcionamiento de la prensa escrita y la especificidad de la «escritura» audiovisual requieren métodos particulares para los que el historiador está mal preparado. El análisis morfológico y cuantitativo de la prensa ha sido hábilmente codificado en Francia, desde los años 60, por Jacques Kayser. Después, la digitalización continua de los periódicos y la progresión de la informática invitan a concebir una informatización del «método Kayser», aliviando al historiador de las servidumbres del cálculo y permitiéndole análisis temáticos y lingüísticos tan profundos como rápidos.
Desde este punto de vista, la puesta a punto por un joven historiador de Toulouse, Guénaël Amieux, de un programa que utiliza el lenguaje Visual Basic y el motor de búsqueda de bases de datos JetSQL de Microsoft en formato Access se revela plena de posibilidades. Aplicado al estudio de las representaciones de los mercados financieros en el periódico francés Le Monde, entre 1987 y 1995, se ha mostrado como una herramienta práctica, eficaz y espectacular.
El tratamiento de la fuente audiovisual ha sido favorecido en Francia por ciertas disposiciones técnicas y jurídicas (ley del 20 de junio de 1992 sobre el «depósito legal» estableciendo la obligatoriedad para el conjunto de los medios de comunicación públicos y privados de remitir sus archivos al Instituto Nacional de lo Audiovisual). Los inventarios informatizados (IMAGO 2 para el periodo 1975-1996; MIOR, revistas de 1947 a 1974; MIFA, actualidades cinematográficas de los años 1939-1969…) están a disposición de los investigadores, y las Estaciones de Lectura Audiovisual (SLAV) les permiten leer los microfilms en un ordenador. El principal problema que resta es metodológico. Ciertamente, los semiólogos y los historiadores del cine han puesto a punto técnicas de análisis de los documentos audiovisuales, pero los objetos de estas disciplinas no son los mismos que los de la historia. Además, los volúmenes tratados están desordenados, por lo que el historiador está obligado a remover una documentación masiva. Hace falta, pues, que este invente un método apropiado para despejar los caracteres dominantes (asociando sonido e imágenes) de los temas que le interesan, y obtener tipologías significativas. En el marco de los trabajos del Groupe de Recherche en Histoire Immédiate, (G.R.H.I.), se han realizado numerosos ensayos, tanto sobre noticiarios televisivos, como sobre documentales o films de ficción. Será necesaria una primera síntesis para despejar los aciertos y las insuficiencias de estas diversas experiencias metodológicas. El historiador de lo inmediato tiene el privilegio de trabajar sobre un terreno relativamente nuevo; tiene también todos los inconvenientes.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar