Autores: Marta Dino – Carlos Mora. Escuela Superior de Comercio «Carlos Pellegrini», Buenos Aires.
NTRODUCCIÓN:
El objetivo del presente trabajo se centra en presentar las principales vertientes del denominado» giro epistemológico» que se ha apoderado de la reflexión de los historiadores sobre su disciplina a comienzos de los años 70 y delimitar algunas líneas de reflexión, no juicios valorativos, con respecto de algunas de estas vertientes ya que son actualmente parte de un debate que no ha encontrado resolución.
A partir de los años 70, los paradigmas unificadores de las disciplinas que constituyen las ciencias sociales, o que al menos, le servían de punto de referencia, fueron severamente cuestionados. La duda que se impuso en las sociedades occidentales avanzadas, enfrentadas en esos años a formas de crisis que no sabían comprender e incluso, a menudo describir, ha contribuido ha difundir la convicción que el proyecto de una inteligibilidad global de lo social quedaba- al menos provisoriamente- entre paréntesis.
El cambio de orientación de las investigaciones históricas hacia fases de equilibrio de la sociedad, de las grandes estructuras impersonales a los aspectos existenciales de la vida diaria, de la historia social a la historia cultural, se reforzó a partir de los años 70 cuando el boom y el crecimiento parecieron perder su impulso por mucho tiempo y dejaron su sitio a una crisis mundial particularmente profunda que sumió al mundo industrializado en la recesión, el paro y la inflación. El punto de partida de un sentimiento generalizado de pérdida de centralidad de la historia y de la función del historiador en las sociedades contemporáneas hacia esos años fue la gran crisis de los modelos de explicación macrosociales y de las hipótesis fuertes que no sobrevivieron a la desmentida, que les proporcionaba el mismo desarrollo histórico, ni a los climas menos ideologizados que comenzaron a imperar en los 80
Lo paradójico es que el discurso que se instaura en esos años sobre la crisis de sentido de la historia fue acompañado de un extraordinario incremento de la producción bibliográfica en donde ningún tema quedaba por explorar, ningún camino por recorrer. De esta forma, podemos decir que caracteriza el estado actual de la disciplina, la dispersión de concepciones, el desmigajamiento de temas, la pluralidad de métodos y caminos y – para algunos- la falta de un claro propósito.
El resultado de la enorme proliferación de los estudios históricos produjo, inevitablemente, el quebrantamiento de las grandes escuelas históricas que hizo que a una crisis de sentido se sumara una crisis epistemológica, reabriendo, como hace un siglo, la discusión en torno a la posibilidad misma de conocimiento objetivo sobre la sociedad y sobre los procesos de cambio
Recordemos que la historia como un saber con aspiraciones científicas, sobre la sociedad entendida como totalidad unitaria dotada de sentido viene de la Ilustración, se reafirmó con el historicismo y alcanzó su cenit en las décadas inmediatamente anteriores a la guerra mundial. El trabajo del historiador consistía en demostrar que, en efecto, la sociedad constituía una totalidad estructurada que había evolucionado en el tiempo guiada por algún principio rector de carácter universal que confería unidad al proceso y lo dotaba de sentido. Este principio rector podía, ser diverso: la historia de la humanidad era la historia de la libertad, o la historia de la lucha de clases, o la historia de la liberación de los pueblos. Pero si los principios eran distintos, en todos subyacía una concepción unitaria de la humanidad, una ley metahistórica de desarrollo y el postulado de un fin de la historia como reino de la libertad, como fin de la explotación o como triunfo de la razón. De ahí que el saber sobre el pasado tuviera un sentido y sus poseedores se creyeran investidos de una misión: indicar el camino para un futuro mejor. En las discusiones de los últimos decenios han sido puestas crecientemente en tela de juicio las concepciones científicas hermenéuticas y analíticas de la historia.
La duda radical de la posibilidad de una historia científica está estrechamente ligada, en nuestro siglo, al creciente malestar provocado por la sociedad y la cultura modernas. Esta sociedad ha sido considerada como el legado de la Ilustración. La Ilustración fue entendida originariamente como emancipación, como una liberación que debía llevarse a cabo en el enfrentamiento, guiado por la razón, con las autoridades espirituales y sociopolíticas existentes. Pero la razón tiene dos caras, una normativa y otra instrumental-técnica. Su meta normativa es un mundo en el cual todo hombre, guiado por su razón, puede determinar su propia andadura y desarrollarse plenamente. El mundo, sin embargo, es también un mundo en el que el hombre, gracias a sus conocimientos científicos, domina la naturaleza y domina la sociedad. La crítica al carácter emancipador de la Ilustración y a su idea de unos hombres con iguales derechos procedió, a finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, de pensadores como Nietzsche y Heidegger, quienes, desde un punto de vista elitista, rechazaban la idea de la igualdad de derechos y de la superación de la violencia. Con el objetivo contrario, es decir, el de la igualdad de derechos, la crítica a la Ilustración fue luego adoptada por otros pensadores, entre ellos Adorno y Marcuse. Ellos veían en la razón el instrumento con el que los hombres no sólo dominan la naturaleza, sino también, de forma creciente, a los hombres. En nombre de la razón, el mundo era cada vez más destruido y deshumanizado. La razón, que quería abolir el mito, se habría convertido en un nuevo mito. Auschwitz y la destrucción del medio ambiente eran consideradas como las secuelas consecuentes de la Ilustración.
Esta actitud crítica frente al mundo moderno determina una gran parte de la nueva historiografía.
Las nuevas tendencias rechazan las ideologías que pretenden arreglar el mundo, las cuales, en su opinión, han conducido a los sistemas totalitarios del siglo XX.
En este aspecto, hay que considerar que el profundo cambio estructural que viene sufriendo la sociedad moderna, va acompañado de un escepticismo ante la ciencia, que se ha acrecentado en los últimos tres decenios y en que se manifiesta la desazón por la moderna civilización tecnocientífica, desazón que se percibía ya en la crítica cultural de finales del siglo XIX y de principios del 20. En las disputas políticas de la segunda mitad de los años sesenta, desencadenadas en los EE.UU., por los conflictos suscitados en torno a los derechos civiles y a la guerra de Vietnam, lo que importaba no era sólo la crítica a las condiciones sociales y políticas reinantes sino también la crítica a la calidad de vida en una sociedad altamente industrializada. La fe en el progreso y en la ciencia, en la que se fundamentaba la historia económica cuantitativa de la New Economic History sino también el marxismo, resultaba cada vez más cuestionable en vista de los peligros y de la brutalidad que acarreaba el proceso de tecnificación en el Primer y Tercer Mundo. Es importante tener claro que los movimientos estudiantiles de finales de los sesenta estaban dirigidos al mismo tiempo contra el capitalismo realmente existente y contra el marxismo ortodoxo. Por lo que se refiere a los desarrollos que tuvieron lugar en la historiografía, esto es importante para comprender por qué ni los modelos sociocientíficos habituales ni el materialismo histórico fueron capaces de seguir convenciendo. Ambos parten de concepciones macrohistóricas y macrosociales, para la cuales el estado, el mercado o, para el marxismo – la clase constituyen conceptos centrales. En el trasfondo yace la firme fe en la posibilidad y en la deseabilidad de un crecimiento científicamente controlado. En estas concepciones macrosociales había poco espacio para aquellos grupos de la población que hasta entonces habían quedado excluidos de un orden social patriarcal y jerárquico y con los cuales tampoco el marxismo clásico se mostraba muy convencido: mujeres, minorías étnicas, grupos social y culturalmente marginales, los cuales ahora reivindicaban una identidad y una historia propias.
En la concepción de historia de la «Nueva Historia Cultural» desempeña, con frecuencia, un papel de primerísimo orden una valoración negativa de la historia occidental, unida a una relación muy paradójica con el marxismo.
Lo que hasta ahora le ha faltado a la historia social, es en la opinión de sus críticos, una idea adecuada y matizada de cómo se puede aprehender y exponer la compleja relación mutua que existe entre las estructuras globales y las praxis de los sujetos, entre las condiciones de vida, las relaciones de producción y de dominación, y las experiencias y los modos de comportamiento de los afectados.
Las vertientes más significativas dentro del actual panorama de la historiografía, desde la perspectiva del eco de las obras de los historiadores en el conjunto de la sociedad son:
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- la historia marxista de orientación cultural o antropología crítica
- la historia de la vida privada, microhistoria y antropología histórica y
- por la importancia que ha adquirido en el debate histórico de los últimos años el denominado «giro lingüístico»
- a)La historia marxista de orientación cultural o antropología crítica.
Hacia los años 70 y 80, los pensadores críticos de la era posindustrial percibieron la concentración marxiana en macro agregados tales como la productividad, las clases y el estado, como demasiado restrictiva en vista de las formas extraeconómicas y extraestatales de ejercer el poder y el dominio en la vida cotidiana, incluidas las relaciones entre los sexos.
La emancipación- o las presiones de las que los hombres deben emanciparse- es imaginada por estos historiadores de un modo totalmente distinto de cómo la veía el marxismo clásico. Según Focault, esas presiones no surgen, en primera instancia, de las estructuras institucionalizadas, por ejemplo del estado o del dominio de clase, sino que se encarnan en las muchas relaciones interpersonales, en las que unos hombres ejercen el poder sobre otros. Pero, al mismo tiempo, la idea de la función emancipadora de la ciencia vuelve a ser cuestionada. Tras las amargas experiencias con los esfuerzos marxistas desde la revolución de noviembre de 1917 por convertir las utopías en realidad, todo intento de hacer ciencia con pretensiones ideológicas o emancipadoras cae bajo la sospecha de querer manipular la verdad y las personas.
En la historiografía marxista de los países occidentales se formaron, después de la Segunda Guerra Mundial, dos corrientes principales; una estructuralista, y la otra culturalista, las cuales, no obstante se confunden muchas veces una con la otra.
La corriente estructuralista está todavía estrechamente ligada a la doctrina marxiana de la infraestructura, la superestructura y a la de los estadios. El problema central que interesa a historiadores como Dobbs, Vilar es la transición del feudalismo como formación social al capitalismo.Pese a que la doctrina de los estadios podía llevar a adoptar criterios unilaterales dogmáticos, en los años 50 y 60 condujo a vivas y fructíferas discusiones con historiadores sociales y de la economía no marxistas sobre la formación de un sistema económico y de un orden social modernos. Hace tiempo que estas discusiones han amainado. Pero la concepción del capitalismo como un sistema mundial ha suministrado instrumentos conceptuales al problema de la dependencia y del subdesarrollo del tercer mundo.
Mientras para los estructuralistas, orientados frecuentemente hacia Althusser, las relaciones sociales objetivas son decisivas para el desarrollo de la conciencia de clase, para un gran número de marxistas angloparlantes e italianos(Thompson, Rudé, Hobsbawn, Ginsburg, Levi, Poni), la conciencia desempeña un papel decisivo.Continúa siendo marxista el conflicto entre los que ejercen la dominación y aquéllos que son dominados, pero es nuevo el realce de la conciencia y de la cultura como factores decisivos en la acción social. El eje pasa a ser como los seres humanos viven su situación.La historia es ahora considerada» desde abajo «.
A diferencia de la Antropología Histórica-que inmediatamente analizaremos- que excluye en gran medida el contexto político y postula una conciencia colectiva y unos patrones de acción colectivos, los marxistas orientados hacia la cultura continúan partiendo del carácter conflictivo de cualquier sociedad. Este conflicto es de naturaleza político, si bien no siempre adopta la forma de un enfrentamiento abierto, sino que se puede expresar en resistencias que se dan encubiertas en la vida cotidiana. A diferencia de la pasividad otorgada por Marx a las capas bajas preproletarias, el marxismo orientado hacia la cultura resalta la participación activa y las resistencias cotidianas de esas capas.
Un importante impulso en esta dirección lo dio la obra de Edward.P Thompson «La formación histórica de la clase obrera en Inglaterra,1780-1832» y sus posteriores enfrentamientos teóricos con la ortodoxia marxista y, especialmente con el estructuralismo marxista de Louis Althusser. Thompson distingue nítidamente «entre el marxismo como sistema cerrado y una tradición, procedente de Marx, de investigación y críticas abiertas».
Thompson rechaza la doctrina según la cual la clase obrera sería el resultado de las nuevas formas productivas. El no ve a la clase como una estructura y menos aún como una categoría, sino efectivamente como algo que tiene lugar en las relaciones entre seres humanos. Esto no significa un «culturalismo puro.» La experiencia de clase se halla en gran medida determinada por las relaciones de producción del entorno en que uno nace- o ingresa- en contra de su voluntad». La conciencia de clase, en cambio, «es el modo en que se interpretan y transmiten culturalmente estas experiencias: se encarna en tradiciones, sistema de valores, ideas y formas institucionales». .
Thompson ha señalado que no basta con que hubiera fábricas para que el conjunto de los trabajadores formara una clase( y, en muchas partes, inclusive no llegaron a formarla ) como así también que los cambios en las relaciones de producción y en las condiciones de trabajo provocados por la revolución industrial no fueron impuestos a ningún material en bruto, sino al inglés nacido libre que incorporó en este proceso conceptos, modos de comportamiento y valores establecidos mucho tiempo atrás. De aquí que Thompson señale que en la transformación los obreros desempeñaron un papel activo.
Al reconocer a la subjetividad un papel decisivo, esta concepción puede aproximarse de un modo crítico a las tradiciones científicas de origen marxista y socio científicas para las cuales son decisivas las estructuras sociales y económicas.
No obstante, la insistencia de Thompson en los elementos culturales se mantienen, dos componentes decisivos de la tradición científica marxista: el presupuesto de que las relaciones de producción y posesión son los puntos de partida del análisis social y, relacionada con ello, la convicción de que estas relaciones determinan la desigualdad social y el conflicto.
Thompson y los historiadores marxistas de orientación cultural posteriores perseveran en dos conceptos generales: en el concepto de clase y en de cultura popular. Por cultura popular entiende Thompson una cultura plebeya, un concepto que adopta del discurso etnológico.
El concepto de una cultura popular plebeya que se resiste a las condiciones y prácticas de poder establecidas aparece repetidamente en los estudios de inspiración marxista de las sociedades preindustriales y de la temprana era industrial. Trabajos como «Rebeldes sociales» de Hobsbawm, de George Rudé y numerosas publicaciones italianas, por ejemplo, se dedican a la resistencia de una población de campesinos o artesanos contra la irrupción de las formas económicas capitalistas, una resistencia que no se manifiesta tanto en las acciones políticas directas, como en las formas ocultas de los trucos campesinos y de obstinada actitud ante el trabajo y el rendimiento.
En «El queso y los gusanos.El mundo de un molinero hacia 1600», de Carlo Ginsburg, esta cultura plebeya que lo impregna todo se condensa en la visión del mundo de un hombre excepcional. El pueblo aparece aquí como un todo provisto de una cultura común que lo separa de las capas sociales que poseen el poder social y cultural
- b)Historia de la vida privada, microhistoria y antropología histórica.
La corriente de la antropología histórica interpretativa en Alemania recibe el nombre de «historia de lo cotidiano» Si en algunas ocasiones este ámbito de la investigación histórica se vincula al giro lingüístico es porque se inspira en los trabajos del antropólogo norteamericano Clifford Geertz, cuya tesis fundamental es que el investigador ha de entender la sociedad por él estudiada como un texto.Desde este postulado se deriva el método de análisis que Geertz llama «descripción densa», cuyo propósito es reconstruir la coherencia de la cultura estudiada por el investigador. También la historia de lo cotidiano ha salido de las entrañas de la historia social marxista de los años 70, por iniciativa de un grupo de historiadores alternativos situados en esos años al margen de la universidad alemana.
Los factores culturales se presentan como las verdaderas «fuerzas motrices de la historia» cuyo análisis resulta necesario si se quiere llevar a buen término la edificación de esa «historia total del hombre. Para emprender tal edificación, hay que aprender a comprender «desde el interior» las sociedades estudiadas, dejándose guiar por ellas, en vez de someterlas a marcos interpretativos etnocéntricos», rígidos y válidos indistintamente para todos los casos. La historia de la vida cotidiana y la microhistoria se han distanciado de las categorías macrohistóricas de «mercado»y «estado» las cuales eran de importancia decisiva para el marxismo y para la diversas formas de la ciencia social histórica.
Lo que para el marxismo es la lucha de clases, para muchos historiadores de la vida cotidiana y microhistoriadores es la resistencia.
Un ejemplo de reorientación de esta naturaleza lo constituye la historia de las mujeres, la cual se aleja del movimiento feminista, para orientarse a una historia crítica de la vida cotidiana de la mujer. Para el concepto marxista de clase, en cambio la mujer es invisible como mujer.
En lugar de una sola historia, ahora existen muchas historias. La historia no arranca de un centro ni se mueve en forma unilineal en una sola dirección. No sólo existe un número de culturas de gran valor, incluso dentro de esas culturas no existe ningún centro en torno al cual se pueda desarrollar una exposición unitaria. Por ello es posible una multiplicidad de historias, cada una de las cuales exigen métodos específicos para aprehender los aspectos cualitativos de las experiencias vitales.
La nueva historia de la vida cotidiana o microhistoria se centra en la gente corriente, de aquellos hombres que no llevan las riendas del poder Esto significa, al mismo tiempo, que se renuncia a considerar al poder político como el elemento constitutivo de la historia.
Dada la dificultad que presenta reconstruir los procesos mentales de hombres que no pertenecían a capas sociales altas y por ello no han dejado testimonio alguno, los trabajos que lo intentan se apoyan en su mayoría en sumarios judiciales, es decir que se ocupan de personas o sucesos extraordinarios. Son ejemplos de ello el pueblo herético de La Roy Ladurie, el regreso de Martín Guerre de Natalie Davis, el molinero filósofo Menocchio de Ginsburg.
La cuestión acerca de las reglas metodológicas que debiera seguir el análisis de esta descripción densa permanece abierta. Se plantea, sin embargo, la cuestión de cómo los procedimientos hermeneúticos que evitan la argumentación analítica pueden llegar a aportar algún conocimiento demostrable. De acuerdo con la hermeneútica, los planteamientos teóricos y los métodos analíticos de los científicos sociales empíricos no son aplicables aunque sólo sea porque los conceptos abstractos no son capaces de comprender y trasmitir los aspectos cualitativos de la existencia humana sin que se produzcan pérdidas o distorsión. El salto hermeneútico presupone que exista un conjunto de interrelaciones mayor que confieren una unidad a la materia y la hacen comprensible como la cultura campesina en Ginsburg y Natalie Davis.
La historia de la vida cotidiana y la antropología histórica quieren restringir expresamente la influencia de las teorías a fin de no violentar la el objeto de la investigación. ¿Pero se puede pasar sin teorías explícitas?
Las estrategias de investigación desarrolladas por los microhistoriadores implican que el análisis socio-histórico no se funde prioritariamente. en la medición de propiedades abstractas de la realidad histórica sino que, procedería dándose por regla el integrar y articular entre sí la mayor cantidad de esas propiedades lo que supone una nueva modalidad de historia social atenta a los individuos tomados en sus relaciones con otros individuos. El enfoque microhistórico se propone enriquecer el análisis social, haciendo las variables más numerosas, más complejas y también más móviles, El proyecto es hacer aparecer, detrás de la tendencia general más visible(el grupo profesional, el orden, la clase), las estrategias sociales desarrolladas por los diferentes actores en función de su posición y de sus recursos respectivos, individuales, familiares, de grupo, etc. El intento de Ginsburg de asociar las manifestaciones casi ateas de Menocchio a una antiquísima cultura campesina mediterránea, y de relacionar la ejecución del molinero con los esfuerzos de las nuevas elites del poder económico y político por suprimir esa cultura, es un ejemplo de la fusión de la investigación microhistórica con elementos macrohistóricos de legado marxista aplicado a la gente corriente.
El relevo significa que ahora reciben un tratamiento histórico aquellas esferas de la vida que hasta el momento han quedado al margen del acontecer histórico, Un papel importante lo desempeña aquí la vida privada-(infancia-sexualidad-familia-ocio muerte), la cual ya había merecido la atención de los trabajos franceses del círculo de los Annales.
Sin embargo , no se aceptan los métodos de cuantificación utilizados , por ejemplo en la historia serial de Chaunu, Vovelle y otros.
El libro de Emmanuel Le Roy Ladurie, «Montaillou» (1975) , obra que contempla un pequeño pueblo herético en el sur de Francia en los años 1314-1321 y que siguió al estudio demográfico-económico del mismo autor, «Los campesinos del Languedoc«( 1966) que abarcaba cinco siglos desde el 1300 hasta aproximadamente 1800, es un ejemplo de esta transición de una macrohistoria a una microhistoria, de las estructuras a las experiencias y a los modos de vida.
Pese a su crítica masiva a la historia social tradicional, casi todos los representantes de la historia de la vida cotidiana y de la microhistoria aceptan que haya un proceso de modernización. Este es para ellos más complejo y está lastrado por mayores costes que para Marx, Weber o Rostow. El interés de los historiadores de la vida cotidiana se esfuerzan por averiguar cómo los hombres han vivido y experimentado ese proceso.
En casi todos los trabajos históricos de orientación antropológica que se ocupan de las épocas posteriores a la Edad Media o también de las culturas extraeuropeas, como por ejemplo «Pueblos sin historia» de Eric Wolf, el proceso de modernización desempeña, repetimos, un papel de máxima importancia. Un impulso importante para estas investigaciones lo dio la obra de Norbert Elías «Sobre el proceso de modernización» que fue publicada en 1939 pero que no llegó a ser conocida hasta 1969.Elías defiende la tesis de que con el Absolutismo se originó una cultura cortesana que sometió las funciones corporales, como comer, digerir, amar, las cuales antes habían sido ejercidas sin traba alguna, a una reglas estrictas, relegándolas de la vida pública a la privada.
Esta concepción de la privatización de las costumbres es la idea fundamental de la Historia de la Vida Privada, que abarca el mundo occidental desde la antigüedad romana hasta la Francia del siglo XX. .En Uruguay, la obra de José P Barrán «La historia de la sensibilidad en el Uruguay» representa un ejemplo, por su abordaje de temáticas no convencionales, comparable con el francés.
La escuela de Annales, al sufrir estas diversas influencias, se abre en los años 70, a nuevos horizontes:los estudios de las sensibidades y de la cultura material.
Una visión sumamente crítica con respecto a esta orientación de las investigaciones que caracteriza la producción de Annales de los últimos años es realizada por el historiador francés Francois Dosse en su obra «La Historia en migajas»
Al respecto señala Dosse: » La crisis de la idea de progreso ha acentuado el renacimiento de las culturas anteriores a la industrialización. La nueva historia se ha atrincherado en la búsqueda de tradiciones, buscando el tiempo que se repite, las vueltas y revueltas que dan los individuos. Esta investigación se hace más local, más personal a falta de un proyecto colectivo. Se abandonan los grandes tiempos, los momentos voluntaristas de cambio, a cambio de una memoria de los cotidiano de las «gentes de a pié». Continúa el citado autor: » Al responder al desafío de la antropología estructural, los historiadores de Annales aceptan los hábitos de sus más serios rivales y confirman sus posiciones hegemónicas. El precio a pagar por esta reconversión es el abandono de los grandes espacios económicos braudelianos, el reflujo de los social hacia lo cultural y simbólico.El historiador ‘annalistas» se calza las botas del etnólogo y abandona lo económico, los social, el cambio. El acento se pone en las continuidades, se abandona la historia problema. El Annales de hoy ha conseguido adaptar sus discursos al discurso y al poder dominantes».
- C)Teorías posmodernas o el giro lingüístico.
La expresión «giro lingüístico» ha aparecido en el lenguaje de los historiadores a comienzos de los años 80, pero no se ha impuesto como objeto de discusión hasta el final de la década siguiente. Con esta expresión se engloba a todos los trabajos históricos que concenden alguna importancia a la cuestión del lenguaje.En su mayoría, destacan el papel que los filósofos y los teóricos del lenguaje (Barthes, Derrida, Foucault, Gadamer, etc) pueden desempeñar en la renovación del trabajo de la historia intelectual. La prioridad de la lengua ya fue formulada en la obra de Ferdinand de Saussure «Fundamentos de Lingüística General» publicada póstumamente en 1916: la lengua determina el contenido del pensamiento y, con él, la cultura, y no viceversa
Según esta teoría, los historiadores tienen a su disposición un limitado número de posibilidades retóricas, las cuales predeterminan la forma y también, en cierto grado el contenido de la exposición por lo cual considera que las narraciones históricas son ficciones lingüísticas, cuyo contenido resulta tanto de la invención como del hallazgo y cuyas formas presentan más puntos en común con la literatura que con la ciencia.
Con arreglo a esta idea, el historiador no escapa nunca de su mundo, y lo que el ve es configurado de antemano por las categorías del lenguaje en el que piensa. No existe una realidad que vaya más allá del texto. insistiendo en que «no se evidencia ninguna coherencia ampliamente abarcadora en la política, la economía o el sistema social»
Si bien Kant o también Max Weber, no admitieron ningún criterio material de verdad, sí hubo para ellos un criterio formal, que se hallaba arraigado en la lógica de la investigación. Esta lógica gozaba de validez universal y constituía el fundamento de la ciencia objetiva. Este criterio formal de la verdad es cuestionado ahora por varios teóricos de la ciencia modernos. En su libro «La estructura de las revoluciones científicas ,Thomas Kuhn defiende la opinión de que la ciencia no puede ser comprendida como la reflexión de un mundo objetivo. Pero no es poesía, es un discurso condicionado por factores históricos y culturales, entre hombres que se han puesto de acuerdo sobre las reglas de su discurso. Su núcleo reside en la comunicación y, por lo tanto, en el lenguaje. De esta manera, Kuhn, si bien pone en duda que la ciencia haga referencia a la realidad, no niega la posibilidad de un discurso científico.
Las concepciones postmodernas de la ciencia puden ser objeto de valoración en sus aspectos positivos y destructivos.
El posestructuralismo puso en el centro de la discusión, la problemática inherente a la relación entre «palabras y cosas, entre la lengua y la realidad extralingüística», y señaló acertadamente que la vida mental se desarrolla en el lenguaje y que no existe ningún metalenguaje que permita observar una realidad desde el exterior. Pero si los textos sólo reflejan otros textos, sin hacer referencia a una realidad, entonces el ‘pasado’ se disuelve en literatura.
Este enfoque pasa por alto el hecho de que todo texto nace en un contexto real. De esta forma «el lenguaje por sí mismo sólo alcanza significado y autoridad dentro de unos entornos históricos y sociales específicos. Por consiguiente, el papel del lenguaje consiste en mediar entre el texto y la realidad.
Con la insistencia en el lenguaje, en la actual discusión teórica se habla cada vez con mayor frecuencia del discurso como forma en la que tiene lugar la comunicación entre los hombres. La dedicación al lenguaje desempeña un papel cada vez más relevante en los trabajos histórico sociales e históricos-culturales pero también en la historia política y en la historia intelectual. Para la mayor parte de estos trabajos, el concepto de discurso es un medio para acercarse más a la compleja realidad histórica, no para negarla. Así, por ejemplo, la historia de las ideas políticas cobra nueva vida gracias a la dedicación al lenguaje político. Un ejemplo de ello es la historia de los conceptos políticos.
Lucien Febvre dio ya en 1942 en su obra «La incredulidad en la época de Rabelais» un ejemplo de cómo es posible aproximarse a los razonamientos de una época mediante el análisis de su lenguaje, el cual constituye su «herramienta mental». Esto no significa que las ideas o el lenguaje determinen una evolución histórica, como por ejemplo la formación de la idea moderna del estado, pero sí que la hacen comprensible a partir del examen de las formas cifradas, simbólicas del lenguaje.
Algunos trabajos en esta dirección desarrollados en nuestro país son la obra de Marcelo Plotkin «Mañana es San Perón» y «Perón: discurso político e ideología« de Silvia Sigal y Eliseo Verón
Roger Chartier, uno de los más destacados historiadores culturales franceses y colaborador de los Annales durante largos años, constata que los historiadores se volvieron «conscientes de que su discurso, independientemente de cual sea su forma, es siempre una narración». Pero, para Chartier, de esto no se deduce que la historiografía sea literatura pura. La historiografía se diferencia de la literatura pura por la dependencia del historiador de las fuentes o, en su caso, de los archivos, y, además, por la dependencia de unos criterios científicos, la cual «capacita a la historia para hacer vales los derechos de la verdad frente a todos los falsarios., el mundo histórico aparece en forma de «representaciones»[,,,]»que se manifiestan a través de signos o expresiones simbólicas». Pero la inclusión de métodos semióticos, necesarios para descifrar esta simbología, no significa, en modo alguno, una renuncia a los criterios de la investigación histórica científica, sino su robustecimiento.
CONSIDERACIONES FINALES
Esta brevísima panorámica de la historiografía del siglo XX ha permitido observar- entre los que podrían considerarse aspectos constructivos de la misma que:
1º La creciente incertidumbre sobre la posibilidad de una historia «objetiva» no ha conducido al fin de una investigación histórica y de una historiografía científicas, antes bien, a lo que podríamos llamar una mayor matización.
Los historiadores no han renunciado a la pretensión de tratar la historia científicamente, si bien ahora con frecuencia ya no son tan inflexibles al trazar el límite entre ciencia y literatura.
Sin duda, la pretensión de cientificidad tiene también su razón sociológica basada, el hecho de que aún a finales del siglo XX la historia se investiga, se enseña y se escribe en universidades e instituciones de investigación -tales como las que se originaron en el siglo XIX- . Este marco institucional determina en gran medida la forma en que el científico se comporta como tal.
2º En los últimos veinte años la historia social ha tomado en consideración, de un modo creciente, los aspectos culturales. Mientras que al principio ponía de relieve los componentes económicos y las estratificaciones sociales, las cuales podían ser aprehendidas estadísticamente, ahora otorga un mayor papel a factores más sutiles, tales como la «pertenencia a un determinado sexo o generación, las convicciones religiosas, las tradiciones educativas o de formación cultural o las solidaridades regionales».
Sin negar el valor empírico de trabajos de este tipo son al respecto significativas las palabras de Eric Hobsbawm que advierte sobre el «deber de universalismo» de todo historiador, no por afinidad a un ideal al cual muchos pueden estar ligados, sino porque es una condición necesaria para comprender la historia de la humanidad, incluso de una parte de ella, ya que no existe colectividad humana que no forme parte de un mundo más vasto y complejo.
3º El sujeto en la historiografía vuelve a adquirir un mayor protagonismo, y los historiadores han comenzado no solamente a ver a los hombres dentro de las estructuras sociales, culturales y lingüísticas que determinan las formas del comportamiento humano , sino también a plantearse cómo los hombres han contribuido a la formación y transformación de esas estructuras.
4º Nunca antes la investigación histórica se ha dedicó a tantas capas de la poblacióncomo así también a aspectos de la vida que , con anterioridad, cuando el estado era el centro de atención y se distinguía rigurosamente entre «la historia y los negocios», eran considerados insignificantes para la historia. La sociedad apenas si era incorporada en tanto dimensión pública de la experiencia social de individuos pensados en sus articulaciones políticas(grupo o clase social identificados con partidos políticos o con instituciones), o bien en sus estrictas determinaciones materiales( grupo o clase derivados de su posición con respecto a los medios de producción o en relación con indicadores externos cuantificables)
5º Los avances de la profesión, vinculados con el instrumental de técnicas utilizadas -que van más allá tanto de la crítica de fuentes del historicismo clásico como de los modelos cuantitativos de las ciencias sociales empíricas-para valorar nuevas fuentes o con la capacidad de refinar las hipótesis específicas dando cuenta de la percepción creciente de los obstáculos, los límites que el historiador encuentra en su labor cotidiana para un conocimiento cierto del pasado. Esta multiplicidad de estrategias de investigación lleva a algunos historiadores a aseverar que la historia no ha perdido, en modo alguno, su significado, sino que, gracias a la multiplicación de las perspectivas, ha ganado en significados.
En este punto se hace necesario recalcar que- en los últimos decenios- la producción de nuevas categorías y de nuevos modelos de análisis de la sociedad se ha detenido completamente en las otras ciencias sociales vecinas. Como puede deducirse de los planteos esbozados en el presente trabajo, la historiografía ha encontrado motivos inspiradores y nuevas vías para la investigación no tanto en ella misma como en el estímulo que le proporcionaban otras ciencias sociales lo que supone una crisis de identidad con respecto a éstas
Concluye el artículo titulado: ¿ La historia en crisis? el historiador Santos Juliá: «La pluralidad de paradigmas, la eclosión de temáticas, los caminos cruzados, la diversidad de interpretaciones del pasado, la apertura e indeterminación del futuro constituyen la situación normal de la historia, como de toda ciencia social. Crisis sería, en efecto, que por poseer un sólido paradigma explicativo y por creer que el conocimiento del pasado es la llave del futuro, pudieran seguir formulándose oráculos con gallarda seguridad. Esa si sería una crisis y no la certeza de que que poseemos un incierto saber sobre el pasado y de que apenas sabemos nada del futuro».
De esta forma, los trabajos históricos que confieren prioridad al análisis de los discursos, los significados, o las interacciones sociales nos conducen a la formulación de una serie de interrogantes de muy poco valor sin la discusión de vías para resolverlos.
Las apreciaciones en que a nuestro entender habría que centrar la polémica parten de la consideración de que el constante enfrentamiento con vastos procesos de modernización, con todos sus fenómenos secundarios de orden social, técnico y cultural nos empujan a planteamientos macrohistóricos.
Estas transformaciones revolucionarias no pueden comprenderse si no se relacionan con unos entramados sociales de mayor alcance. La afirmación postmoderna, a menudo defendida por los microhistoriadores, de que no existen ningunas estructuras y procesos históricos que los abarquen todo, debe ser cuestionada.
Las revoluciones de los años entre 1989 y 1991 en la Europa del Este y en la Unión Soviética han planteado una serie de cuestiones adicionales para la ciencia histórica. Nadie había podido predecir el repentino derrumbamiento de los sistemas del socialismo real o la rápida reunificación de Alemania, consecuencia de aquel hecho. No se podía prever el cambio radical de 1989 con los métodos de la ciencia histórica, pero, a posteriori, se puede hacer el intento de explicar cómo se llegó a él. La historia no es una ciencia que pueda hacer afirmaciones exactas acerca del futuro, pero sí es una ciencia retrospectiva, que puede y debe intentar explicar el pasado para entenderlo .
No cabe duda de que la experiencia diaria y la investigación local son valiosas, pero no sirven de amparo frente al curso del mundo . Ninguna corriente de investigación en forma aislada se halla en condiciones de dar una explicación satisfactoria pero juntas pueden contribuir a una comprensión de estas transformaciones revolucionarias .
Del mismo modo no se pueden pasar por alto, el peligroso relativismo que para la historia significa sembrar la duda entre hecho y ficción, realidad objetiva y discurso conceptual. Con referencia señala Eric Hobsbawm : «Sin entrar en el debate teórico de estas cuestiones, es esencial que los historiadores defiendan los fundamentos de su disciplina: la supremacía de la prueba. Si sus textos son ficciones- lo son en un sentido ya que se trata de composiciones literarias- su materia prima es el hecho verificable.(…). Si bien la historia es un arte que requiere de la imaginación, no es un producto de la invención, ya que parte de objetos hallados. Cuando al ser acusado de asesinato, un inculpado intenta probar su inocencia, no necesita de las técnicas de un teórico posmoderno sino de las de un historiador anticuado».
En su mayoría- como hemos visto-, los historiadores modernos han reaccionado contra las filosofías de la historia. No obstante.,en cualquier época la historiografía comparte una determinada concepción del mundo, desde la que analiza el devenir, más aún constituye en cualquier caso una visión de la realidad. En el fondo, el concepto del fin de la historia se halla determinado, por el mismo supuesto que el pensamiento histórico tradicional, el supuesto de que sólo puede haber una historia que progresa en el tiempo y de que, si ésta pierde su significado como un todo, la historia necesariamente deba haber llegado a su fin.
La duda en la capacidad comprensiva y explicativa de totalidades provistas de sentido, la antigua noción de «causa en última instancia determinante» debe hoy, lejos de conducir a posturas relativistas y eclécticas, servir para conservar la imagen de la historia – como reflexión crítica acerca del conocimiento del pasado y forma de construir relatos sobre ese pasado – y reforzar su función social.
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Autores: Marta Dino – Carlos Mora. Escuela Superior de Comercio «Carlos Pellegrini», Buenos Aires.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar