Llega el Sordo Cisneros


Fuente: Felipe Pigna, 1810. La otra historia de nuestra Revolución fundadora, Editorial Planeta, Buenos Aires, 2010, págs. 283-286.

A la Junta Central de Sevilla nunca le cayó muy simpático el francés Liniers ni mucho menos su designación como virrey por la voluntad popular. Pero Liniers, como vimos, hizo todo mal: alimentó las sospechas sobre sus simpatías napoleónicas, llevó adelante un gobierno absolutamente corrupto y, lo más grave para la Junta, se quedó con el “Fondo Patriótico” que debía enviar a España para financiar la guerra contra los franceses 1. Todo esto les facilitó las cosas a sus enemigos peninsulares, que concretaron su reemplazo por Don Baltasar Hidalgo de Cisneros la Torre Ceijas y Jofré, caballero de la Orden de Carlos III, nacido en Cartagena en 1755. Como vicealmirante de la armada española, Cisneros participó en el combate de Trafalgar, donde perdió gran parte de su capacidad auditiva al estallarle muy cerca un disparo de cañón. Su actuación le valió el reconocimiento de los propios ingleses y el ascenso a teniente general de la Real Armada española.
Los funcionarios españoles y los monopolistas recibieron con algarabía a Cisneros como lo cuenta Jaime Alsina y Verjes, uno de ellos:

Celebrando la llegada del virrey se ha cerrado todo y con fundamento podemos decir que ha sido el ángel de la Paz, al paso que si hubiese tardado 15 o 30 días se verían tal vez hoy muchísimos sin cabeza y saqueadas sus casas, o mejor diré que habrían corrido arroyos de sangre por estas calles; en fin, ya se han acabado tantos sustos y podemos decir que visiblemente favorece Dios mucho a éste su pueblo 2.

Pero para los criollos era un enorme retroceso. No avalaban en absoluto la administración de Liniers pero, justamente por sus contradicciones, pensaban que había abierto grietas en la estructura del poder virreinal que podrían ser aprovechadas por los partidarios de la independencia.
Comenzaron las reuniones conspirativas como puede observarse en este informe de los «servicios» de entonces al Cabildo porteño:

En la noche del once hubo junta 3 en la casa del comandante de patricios Don Cornelio Saavedra, compuesta de éste, Don Juan Martín de Pueyrredón, del comandante de la Unión don Gerardo Estevan y Llac, 4 del de montañeses Don Pedro Andrés García 5, del de arribeños Don Francisco Antonio Ortiz de Ocampo, y el del Segundo Escuadrón de húsares Don Lucas Vivas; que el doce, habiendo promediado los de este Congreso, se reconciliaron el referido Pueyrredón y Don Martín Rodríguez, comandante del Primer Escuadrón de Húsares, comieron juntos y por la noche asistieron el comandante de Andaluces Don José Merelo, y el de Cazadores de Carlos Cuarto, Don Lucas Fernández, por haberse excusado éste a título de enfermo, y aquél por presumirse no se le hubiese citado por no ser adicto a sus ideas […]. Que se ha formado un nuevo triunvirato que acrecienta la discordia y está hoy enteramente contraído a fomentarla, compuesto de don Juan de Bargas, 6 don Juan Martín de Pueyrredón, y don Lázaro Rivera,7 los cuales han hecho la más estrecha unión y obran de acuerdo en cuanto practican estando encargados los dos primeros de persuadir y reclutar nuevos candidatos que aumenten el mundo del complot destinado a repeler al señor Cisneros y al señor Elío; y Don Lázaro Rivera de cohechar, a cuyo efecto se le ha surtido de considerable numerario. Que el plan favorito y más válido es el de pedir Junta al ingreso del señor Cisneros, la cual la tienen ya compuesta de los mismos comandantes faccionarios, dando la presidencia al señor Liniers y el segundo lugar, con opción a ella, en ausencias y enfermedades, al señor oidor Don Francisco Tomás de Anzoátegui, y que la primera cesión sería de sostener en el mando al señor Liniers y dirigidas las posteriores a realizar la absoluta independencia de estos dominios. 8

Ni el tiro del final

Belgrano intentó que Liniers se negara a entregar el mando según lo cuenta en sus memorias:

Entonces aspiré a inspirar la idea a Liniers de que no debía entregar el mando por no ser autoridad legítima la que lo despojaba. Los ánimos de los militares estaban adheridos a esta opinión: mi objeto era que se diese un paso de inobediencia al ilegítimo gobierno de España, que en medio de su decadencia quería dominarnos; conocí que Liniers no tenía espíritu, ni reconocimiento a los americanos que lo habían elevado y sostenido, y que ahora lo querían de mandón, sin embargo de que había muchas pruebas de que abrigaba, o por opinión o por el prurito de todo europeo, mantenernos en el abatimiento y esclavitud 9.

Para probar su tan cuestionada fidelidad a España, cuenta José María de Salazar, jefe del Real Apostadero de Montevideo, que

[…] el señor Liniers entregó su mando a pesar de que los comandantes de las tropas no querían, pero tomando una pistola tuvo la resolución de decirles que se saltaría la cabeza si le obligaban a faltar a su honor10.

Cisneros confirmó los motivos de alegría de los españolistas: rearmó las milicias «peninsulares» disueltas tras la rebelión del 1° de enero de 1809, liberó a Álzaga y designó al recalcitrante Elío como subinspector general de las tropas del Plata. Esto implicaba que muchos jefes del partido patriota, que habían asumido posiciones militares de importancia tras las invasiones inglesas, quedaban subordinados a un jefe ultrarreaccionario.

Referencias:

1 Véase Los mitos de la historia argentina 1, edición citada, pág. 267 y ss.
2 Archivo General de la Nación, Sala IX, 21.5.2 (legajos correspondientes a años 1808-1811).
3 Además del sentido que hoy les damos, «junta» y «congreso» (mencionado después) valían entonces por toda reunión, oficial o no, de un grupo de personas.
4 Se refiere a Gerardo Esteve y Llach, quien durante la primera invasión inglesa, con el ingeniero militar Felipe Sentenach, había planeado volar el Fuerte con Beresford y su estado mayor adentro. Esteve era catalán y jefe del cuerpo de artillería Voluntarios de la Unión, que reunía a criollos y peninsulares. Se opuso a la «asonada de Álzaga», adhirió a la Revolución y hasta su retiro en 1811 siguió al frente de unidades de artillería patriotas.
5 Nacido en España en 1758, García había a llegado a Buenos Aires con la expedición de Cevallos en 1777. Retirado del servicio activo con el grado de coronel, tuvo cargos administrativos en la Audiencia y la Renta del Tabaco, hasta que retomó las armas al producirse las invasiones inglesas, como jefe del «Tercio de Montañeses» (también llamados «Cántabros»), que en 1807 tuvo destacada participación en los combates en torno al convento de Santo Domingo. Fue otro de los jefes peninsulares que adhirió a la causa patriota. En 1810, por encargo de la Primera Junta, realizó un expedición pacífica a las Salinas Grandes, con autorización de los caciques de la zona, para abastecer de sal a Buenos Aires. Siguió cumpliendo tareas como jefe de la «frontera» sur hasta 1822, generalmente con acuerdos pacíficos con las comunidades originarias. Los informes y diarios de sus expediciones proveyeron los primeros relevamientos topográficos de las «pampas» más allá del Río Salado.
6 Según Carlos Alberto Pueyrredón (op. Cit., pág. 383 y ss.), Juan Jacinto de Vargas era un capitán de navío español; pese a que el informe lo consigna como uno de los complotados contra Cisneros, luego sería su edecán y secretario privado (¿acaso uno de sus soplones?). El virrey lo enviaría a Montevideo, después del cabildo abierto del 22 de mayo, para organizar la reacción contra la revolución que ya estaba en marcha, y continuaría al servicio de los realistas.
7 Lázaro de Rivera (o Ribera, como también figura en documentación de la época) era un ingeniero militar español que participó en la comisión demarcadora de límites entre las colonias españolas y portuguesas y luego fue gobernador intendente del Paraguay por diez años. En Buenos Aires se casó una hermana de Manuel de Sarratea, con lo que se convirtió en concuñado de Liniers, del que obtuvo cargos y beneficios. Defensor del absolutismo, continuaría en las filas realistas. Llegó  a ser, entre 1810 y 1812, gobernador de Huancavelica en el Perú.
8 Archivo General de la Nación, Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, t. III, Buenos Aires, 1927, págs. 523 y siguientes.
9 Manuel Belgrano, Autobiografía, Ed. Cit., pág. 964.
10 Archivo de Indias. Sevilla, Est. 123, Caj. 2, Ley 4 – Leg. 128.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar