Hacia la década de 1920, un grupo de jóvenes inquietos y disconformes con el opaco mundo del arte local, comenzó a encontrar diferentes ámbitos de escape y expresión de sus renovadoras ideas. La revista Martín Fierro, nacida en 1919, y dirigida por Evaristo González, y un poco más tarde la también efímera revista PROA, orientada por Jorge Luis Borges y Ricardo Güiraldes, entre otros, fueron los ejemplos más importantes de estas vanguardias literarias.
A este movimiento, en el que aparecían otros nombres, como el de Leopoldo Marechal, César Tiempo y Pablo Rojas Paz, no tardó en sumarse Macedonio Fernández. A diferencia del resto, Fernández no era un joven inquieto, sino un precursor, un marginal de las instituciones, alguien a quien tomar por maestro, tanto que Borges alcanzaría luego a confesar que ninguna persona lo impresionó tanto como él, quien además era amigo de su padre.
Nacido el 1º de junio de 1874 en el seno de una familia acomodada (su padre era estanciero y militar), Macedonio cursó sus estudios en el hoy Colegio Nacional de Buenos Aires y ya de muy joven comenzó a publicar en periódicos pequeños relatos cotidianos. A los 24 años se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Casado, con cuatro hijos y con el cargo de fiscal en Posadas, Macedonio aprovecha los momentos libres para escribir.
Pero su vida dio un vuelco con el fallecimiento de su esposa, en 1920. Abandonó la profesión, dejó a sus hijos al cuidado de abuelos y tías, y comenzó un periplo por tristes pensiones porteñas. Escribió sin dejar rastro alguno. Desdeñó la literatura como profesión. Tanto que el escrito de su destacado poema “Elena Bellamuerte” quedó oculto en una lata de bizcochos en la casa de un amigo y fue encontrado dos décadas más tarde. Sencilla y errante fue su vida, hasta que falleció el 10 de febrero de 1952, a los 77 años. Entonces vivía con uno de sus hijos.
No todo es vigilia la de los ojos abiertos (1928) y Papeles de Recienvenido (1929) son sus primeras e importantes publicaciones. En un nuevo aniversario de su nacimiento, recordamos las palabras que escribiera a su tía Ángela, acerca de las creencias y sentido de la vida.
Fuente: Francisco Urondo, «Papeles de Macedonio», en La Opinión Cultural, domingo 27 de febrero de 1972, pág. 5.
«No sé si existe Dios y no admito que haya castigos y bienaventuranzas, pero creo firmemente que la chispa que arde en nosotros no puede ser aniquilada y que tiene un destino más consolador que la caza del oro.«
Macedonio Fernández
Fuente: www.elhistoriador.com.ar