Mercedes Sosa. La Negra, Corazón adentro, por Rodolfo Braceli


Fuente: Revista Gente, Nº 1668, 10 de julio de 1997.

Apenas abren la puerta de la casa de Mercedes, la Negra blanca, me doy cuenta de que la bandera ya está izada. ¿Qué bandera? Esa bandera única que no necesita verse ni tocarse: la del olor a comida recién hecha. Entrecierro los ojos, aspiro bien lindo, ya sé que una bandada de empanadas se está gestando. Empanadas y algo más: un profundo locro. En estos casos uno no quiere, no puede evitarlo: siente una emoción de la madre que lo parió. Y el pecho se le pone chico para tanto corazón emocionado. La Negra, con un hoyuelo en la sonrisa, mirándome por la rendija de sus pestañas, me pregunta:

Adivina, Rodolfo.

¿Que adivine qué?

Adivina quién está en mi casa.

No hace falta adivinar, ya me lo informó el olor a comida: está tu mamá.

Sí, la traje de Tucumán. Va a estar conmigo para mi cumpleaños. Qué lindo poder tenerla cerca, poder tocarla, abrazarla. ¡Ay, qué felicidad y qué miedo!

¿Cuántos años tiene la mama?

Ochenta… ochentaisiete…

Negra, ¿tan pronto te vas a poner a llorar?

Es que soy tan feliz con ella aquí. ¡Pero qué miedo…!

Hablemos de otra cosa. A ver, novedades de tu vida.

Últimamente no sé qué pasa, viene gente y me dice que está relacionado hace años conmigo. El otro día cayó un hombre, se apareció diciendo que había sido preceptor mío. Nada que ver entre lo que me contaba y mis recuerdos. Hubo que sacarlo. Pero al rato apareció de vuelta. Duro el preceptor, eh.

¿Alguna otra novedad?

Sí, apareció una mujer diciendo que era hija mía. Un lío bárbaro. Hasta que conocí al padre y le dije: «Señor, yo no tuve ninguna hija con usted. Yo tuve un solo hijo en mi vida, mi Fabián». Y el hombre, afligido, me contestó: “Yo  también lo sé, señora. ¿Cómo no voy a saber que mi hija no es hija suya?». Pero la loca seguía insistiendo, hasta que un día Fabián fue con ella y vio que tenía una casa, un autito, hijos. Por suerte no volvió más. Ay, me pasa cada cosa en la vida que no sé…

Eso te pasa por ser cantora y cantante. Por ser encantadora.

No te vayas a creer. No es nada fácil, sigo estudiando y te lo dije ochenta veces; yo soy tímida, me cuesta mucho antes de salir al escenario. Yo tengo gastritis por culpa de esa timidez. Las cuatro o cinco primeras canciones las hago mirando al suelo. Por eso admiro tanto a los artistas que cantan en lugares donde se come y se bebe. Si alguien se hace escuchar allí, tiene un valor muy grande. Mucho respeto a esos artistas.

Hablando de artistas, ¿cómo te fue grabando el disco con Charly García?

Maravillosamente. Charly es genial. El disco se va a llamar Alta fidelidad. Todo es de él. El título también. Yo lo único que hago es cantar.

Nada menos. ¿Así que alta fidelidad?

Sí. El piensa que yo he sido absolutamente fiel a él. Y cómo no serlo. En la canción El cuchillo escribe, sintetizando nuestras vidas: «Me viste nacer, me viste crecer y yo te vi reír».  Charly se refiere a aquellos años tan felices cuando yo vivía con Pocho. Eran otros mundos. Él era un niño. «Yo te vi reír», dice él. Dice eso y dice tanto.

Te había preguntado cómo te fue en la aventura de grabar con Charly. Muchos dicen que trabajar con Charly es imposible.

¡Se equivocan! Charly es extraordinario.

Nadie duda de que es extraordinario. La duda es sobre la posibilidad de trabajar «coherentemente» con él.

¡Te digo que se equivocan! Charly es extraordinario también en su trabajo cotidiano, fíjate lo que te digo, por la dulzura, por la gentileza que tiene.

Gentileza. Jamás hubiera imaginado ese adjetivo para calificar a Charly.

Sí, gen-ti-le-za. Porque una persona que sabe tanta música como Charly, podría muy fácilmente no ser gentil cuando te dice: «Negra, hace tal cosa». Rodolfo, vos tenés que darte cuenta de que lo mío no es el rock. Es muy difícil para mi oído. Entrar a tiempo me cuesta muchísimo. Charly ha tenido mucha paciencia conmigo. Bue, yo  también tuve mi paciencia, porque estoy acostumbrada a grabar un disco en un mes y este disco nos llevó mucho más de un año.

¿Y la famosa locura de Charly?

No, no hay ninguna locura. Charly, cuando trabaja, trabaja. Cuando se metió con este disco sabía que estaba haciendo algo histórico. García es absolutamente responsable.

La palabra «responsable» al lado de Charly suena tan insólita como novedosa.

Sí, sí, sí, es muy, ¡pero muy responsable! Porque es artista. ¿Viste cómo escribía Artaud? Con responsabilidad. Era la única responsabilidad que tenía: escribir. Así también para Charly la responsabilidad total es la música. Además ahora tiene un grupo de músicos jovencitos, sanos, preciosos. La gente joven está con García.

¿Qué les respondés a quienes emiten epitafios diciendo que Charly García hace mucho que está terminado?

Mira, los jóvenes son sabios. No son estúpidos. Si están con García es porque García está entero. García despierta solidaridad para el amor. El show que hizo en Colombia fue perfecto. Perfecto.

La especialidad de Charly, como la de Maradona, es volver a nacer. Un tipo que se la pasa naciendo.

Te doy un beso por haber dicho esto. Sí, García es un tipo que se la pasa naciendo. A mí los jóvenes me gritan, me quieren, pero con Charly esto es mucho más fuerte. Es un músico perfecto. Con él los jóvenes comulgan… Rodolfo, ¿por qué te vas de la conversación? Lo que te digo es muy serio.

No, Negra, lo que pasa es…

Decime, ¿qué es lo que pasa?

Nada, nada, es que el olor de las empanadas me hace perder el conocimiento.

Ah, era eso. No te aflijas. Enseguida comeremos empanadas y locro también.

Negra, mejor cambiemos de tema. Vas a cumplir 62 años. ¿Cómo te suena eso?

Bien peligroso me suena, porque mi papá murió a los 62. Últimamente me siento rara: camino, me agito, pienso que la muerte me puede venir por el mismo motivo que le vino a mi papá: él murió del corazón… Mira, yo no me siento vieja, y si bien es cierto que con la edad las voces cambian, yo me siento bien de la voz. Pero este número, el 62, me golpea mucho.

Tu viejo tuvo una vida dura: aserradero, puerto, distancia.

Pero mi vida es peor que la de mi papá. No porque uno tenga fama, premios en todo el mundo, viajes, tiene una vida mejor. Mi papá vivió mejor que yo. Tuvo la suerte de tenerla a mi mamá de entrada. Y eso supera todo lo demás: la vida dura en la sabalera, el aire irrespirable de aquel aserradero del cual mi mamá lo tuvo que sacar porque si no se moría. Ay, qué vida dura la de mi pobrecito papá; mal alimentado, no tomaba ni un vaso de leche, iba y venía de su trabajo caminando, porque no tenía para el tranvía. Épocas negras. Pero algo nos salvó siempre: la unidad de mi papá y de mi mamá. El amor de ellos. Éramos muy pobres, pero el estar juntos fue la mayor riqueza. Por eso lo hicimos volver a Tucumán cuando se fue a Buenos Aires: preferible estar más pobres pero juntitos. Nos abrigaba el amor que nos teníamos.

Es increíble, Negra, siempre sale a relucir tu viejo.

No puedo resignarme. Un día me llamaron, viajé a Tucumán y cuando llegué ya estaba en el cajón. Lo extraño, no sé vivir sin él. Ay, pero menos mal que tengo ahí a mi mamá.

Otra vez llorando, Negra. Hablemos de otra cosa: contame un poco de lo que sacaste de la reunión con Gorbachov y los ecologistas.

La conclusión es que el mundo está en peligro. Y lo tenemos que salvar entre todos. No solamente por una parte de la Humanidad; este planeta debe ser salvado por todos. Yo canté «Gracias a la vida» ante Gorbachov y quinientos invitados. Oí a gente muy inteligente y muy… no encuentro la palabra. Oí cosas muy sencillas pero muy im­postergables: donde hay hambre no hay vida. Así de simple. Así de terrible: donde hay hambre no hay vida…

¿Cuál será la palabra que no encontraste?

Ya sé. Vi, con Gorbachov, dirigentes mucho más que preocupados. Los vi asustados. Porque el mundo está al borde.

Al borde. En la cornisa. Si revisamos tu propia vida, Mercedes, casi siempre ha estado en la cornisa: cuando vivías en pensiones sin poder hacer pie con tu hijo, cuando te amenazaron las Tres A, cuando te exiliaste, cuando perdiste a tu marido… ¿Ahora te sentís, por fin, fuera de la peligrosa cornisa?

Estoy en una nueva cornisa.

¿Cuál es tu nueva cornisa?

Dentro de un tiempo lo vas a saber.

Cornisa significa peligro inminente. Un mal paso y el abismo.

Tengo una honda sensación de que estoy en una situación así.

¿Esto tiene que ver con tu carrera?

Siempre me he jugado por lo que quiero; siento que mi carrera ha sido realmente brillante, he hecho todo lo que he querido. Sé que es un riesgo, por ejemplo, cantar a García. Pero no me asustan esos riesgos. Pronto correré otro riesgo, iré a reunirme con los indios, con nuestros indios, para aprender, entender y cantar sus canciones. Hablaré con caciques, sanadores, chamanes, para pedirles permiso y que me den su bendición para cantar sus canciones. Ese será un nuevo riesgo.

¿Esa es la cornisa de la que hablas?

No. Se trata de otra cosa.

¿Qué otra cosa?

No te lo diré.

Pero ¿por qué no?

Porque no.

Si uno camina por el borde, al primer malpaso, adiós.

Lo sé. Espero no caerme.

¿Entonces no vas contar en qué nueva situación extrema te encontrás?

Ya te enterarás. Por ahora sigo con mi vida que, repito, no es mejor que la de mis padres. Mi mamá no quiere subir a los aviones y no sube. Yo no quiero subir a los aviones, pero, ¿cómo hago para llegar a Europa en ómnibus?

Tu mamá es más libre que vos.

Pero no te quepa la menor duda. La gente cree que porque uno tiene fama y muchas cosas, tiene libertad. Muchas cosas no te dan más libertad.

Los que tienen mucho se suelen convertir en policías de sus posesiones.

Así es. Yo tengo mucho pero no me quiero complicar con casas con piletas y esas cosas. Yo tengo mucho, pero tengo tan poco.

¿Por qué decís eso?

Porque me falta la pareja. El compañero. ¿Te acordás cuando murió Pocho? Yo no lloré. Tampoco lloré cuando murió mi papá. Y no llorar es una falencia gravísima. Lloro todos los días. Puedo llorar ahora con vos, pero ante ciertas muertes no he podido llorar. Es un asombro la partida de cierta gente.

Pocho Mazzitelli fue tu gran compañero, en lo afectivo y en lo artístico.

Compañero total, Pocho. Tras su muerte, por años veía sombras, sentía sensaciones. Y eso por no llorar. Nueve años me costó salir de esa situación.

Con Pocho viviste lo más cercano a la plenitud.

Sí. Lo más cercano a la felicidad. Cuando se muere esa gente, después de eso lo que uno hace es solo sobrevivir. Y lo peor es que yo empecé a sobrevivir a los 46 años. Giras, viajes, giras. Pero sintiéndome sola. Sin mi compañero. Sabés un día, en Madrid, vi lo sola que estaba: tenía tantas, tantas llaves conmigo.

¿Qué significan tantas llaves?

Significa que no hay nadie adentro de la casa que te abra la puerta. Llaves de las puertas, llaves del garaje, llaves del auto, llaves de las valijas. Esa vez en Madrid, con el tremendo manojo de llaves en las manos, sentí un temblor total, en todo el cuerpo. Si te olvidas las llaves, te quedas afuera.

Negra, estás acuñando una definición de soledad sin precedentes: cuando uno tiene demasiadas llaves en su llavero es porque está muy solo.

Tengo muchas llaves. Estoy muy sola.

Podríamos decir que San Pedro, porteño del paraíso, es un tipo muy solo.

Y claro que está solo San Pedro: él ve pasar la gente por un costado ja, ja… Ahora me río. Pero, ¿de qué me río? Si hasta tuve que ir a psicoanálisis.

Fuiste al psicoanalista por padecer exceso de llaves.

Exceso de llaves, exceso de soledad. Mucha tristeza, hermano. El psicoanalista me dijo: “No viaje más sola”. Porque así podía perder la llave principal, la de mi cabeza.

La llave maestra.

Maestra, maestro… mi recuerdo para los nobles y sufridos maestros.

Mercedes, los cumpleaños traen balances. Muchos se preguntan cuál es tu límite. ¿Hasta cuándo pensás cantar?

Mientras pueda, cantaré. Mientras sienta alegría de cantar, cantaré.

Más de una vez dijiste que no cantabas más.

Y lo dije en serio: fue al terminar algunas giras, porque estaba extenuada. Pero en cuanto se me va el cansacio, quiero cantar de nuevo. Son como pesadillas que uno tiene despierto.

Y con las otras pesadillas, las de la almohada, ¿cómo te va?

No soy de soñar cosas raras. Pero recuerdo algo que soñé en Hannover, en Alemania. Yo tenía que cantar «Tiempo de vivir» y aquello de muchas veces me mataron, muchas veces me morí. Canciones  relacionadas con mi exilio…

Ibas a contar una pesadilla jorobada.

Mira, el sueño fue tan terrible que hasta me cuesta contarlo en voz alta… Soñé que iba a cantar y en vez de la voz me salía una víbora por la garganta. Y yo la sentí salir desde adentro y di un salto y prendí la luz realmente muy asustada. ¡Qué miedo, mamita mía, qué miedo!

¿Cómo andas con tus miedos?

Son los de siempre. Miedo a la velocidad. Mucho miedo al avión. Cada vez que subo a un avión, me digo: «Bueno, nací en este momento de la Humanidad, me las tengo que aguantar. No puedo hacer que la gente de Alemania o de El Salvador venga adonde yo vivo para escucharme cantar».

¿Algún nuevo miedo?

Sí, ya te podes dar cuenta de cuál es: miedo a que se muera mi mamá. Mucho miedo. Cuando ella está en Tucumán le hablo a la mañana y le hablo a la tarde por teléfono. Tengo miedo de que le pase algo. Mira, si le pasa algo a mi mamá y yo estoy lejos… esta vez no iré al entierro y esas cosas. A mi mamá la quiero recordar viva. A mi papá fui a verlo porque yo creía que todavía lo encontraría vivo, pero lo encontré en el cajón.

Contando lo de los aviones estás confesando tu miedo a la propia muerte.

Nene, ¡pero claro que le tengo miedo a mi muerte! La muerte es el fin de todo. Con ella se acaba todo. Por eso me asombra. La odio realmente. Uno mete en el cajón a la persona querida y ya no la vez más… Dicen que hay gente que no le tiene miedo a la muerte, yo sí. Dicen que a los muy viejitos se les va el miedo. Yo no creo que a mí me pase eso. La muerte es muy mala, es la última cosa que sucede, qué lo parió.

Hace tres años le tenías bronca pero no miedo a la muerte. Cambiaste.

Pero decime, cómo uno no le va a tener miedo a una cosa así. ¡Por favor!

Mejor hablemos de amores.

Después de la muerte de Pocho, cuando empecé a ser sobreviviente, claro que me enamoré muchas veces. Y me desamoré también… ¿Te lo digo cantando? «Me enamoré una vez… no me enamoro más laralalalaía…» Uno se enamora, pero no siempre salen compañeros de esos amores. Hasta por ahí te salen enemigos. No basta con enamorarse. Es de a dos la cosa, ¿no? Maríííaaa, mamáaa… vayan acercando las empanadas al horno que aquí tengo un socio que no para de preguntar porque tiene hambre.

Negra, un par de preguntas más mientras las empanadas empiezan a tener semblante. La palabra pareja, ¿cómo te suena?

Me suena a milagro. La pareja es el milagro más importante de los seres humanos. Sentir que tu compañero está a la par es algo que no se puede medir. Una de las cosas que más me dolió, cuando murió Pocho, fue estirar la mano así, ¿ves? así… estirar la mano y no encontrarlo. Eso es lo peor que le puede pasar al ser humano. Eso cuesta mucho remontarlo.

Hay que hacerse cargo del vacío.

Nene, me estás pasando letra. Ya escribí un poema o una canción con eso: «Hay que hacerse cargo del vacío»… Cuánto me costó a mí hacerme cargo del vacío. Está bien que Pocho al final estaba muy flaquito, pero así, Flaquito y todo era mi compañero. Ay, mi Pocho, tan delgadito que estaba al final, pobrecito.

Sos un lío: reís, lloras, no te entiendo.

¿Sabes qué pasa? Me estoy acordando de algo que hice al otro día que murió Pocho. Salí y fui a comprar mermelada. Negaba tanto su muerte que fui a comprar mermelada. Mermelada para Pocho… De repente uno ve qué necesarios son ciertos seres. Lo aprende cuando extiende la mano y no los encuentra.

Negra, con el emocionante privilegio de saber que enseguida vamos a comer, hablar tanto y tanto de la muerte es algo así como blasfemar a la Vida.

Sí, dejémonos de muerte. Yo tengo la felicidad de tener a mi mamá acá, a veinte metros. Yo sé que ella está. ¡Y la puedo tocar así, como te toco a vos!

Ahora te pregunto a vos, Negra, algo que enseguida le preguntaré a tu mamá. Faltó Gardel y a los poquitos días naciste vos. ¿Cómo fue eso?

Como yo nací en 9 de julio, parece que tiraron en Tucumán 21 cañonazos. Y dicen que mi mamá dijo: “Ay, Dios mío, esta nena va a ser algo grande”.

Si miras bien hacia el fondo de tus días, ¿qué recordás allá a lo lejos?

Yo tendría tres años. Mi mamá era muy jovencita y mi papá también. Una vez fueron a un casamiento, empezaron a bailar los dos… Me veo con mi hermano Chichí no dejándolos bailar. Sentimos celos, esas cosas, y entonces mi hermano se cuelga del vestido de mi mamá y yo le tiro el pantalón a mi papá. Ellos no pueden bailar y nos traen a la casa y nos acuestan. Vení, vamos con mi mamá.

(Mercedes se acuclilla a los pies de su madre. Doña Ema, con sus ojitos vivarachos, le pasa la mano por la cabeza a esa hija que ella nombra Marta. Y me dice sin que le pregunte)

La Marta era muy traviesa de chica. Muy traviesa pero sin perder el respeto. En las camas teníamos mosquiteros… la Marta se ponía tacos altos y bailaba y hacía payasadas debajo del mosquitero. La canción que siempre cantaba era Castillito de arena… Ella siempre cantaba, siempre… Usted sabe, Rodolfo, un día se ha muerto el tío, hemos ido con los chicos al velatorio y la Marta se ha puesto a cantar ahí donde estaba el muerto y el padre ha tenido que llevarla al fondo porque la Marta, no hay caso, no deja de cantar.

Doña Ema, ¿y cómo fue que Mercedes, su Marta, empezó a cantar para los demás?

Nunca habíamos querido aceptar que la Marta cantara en otro lugar que no fuera la casa. Ni cuando el director de la radio LV12 vino un día  que era 17 de octubre a hablarnos para que le diéramos permiso… Nosotros no sabíamos lo que estaba pasando: la Marta, 14 años, casi una señorita, se ha presentado al concurso «Hoy canto yo». Se ha presentado y yo no sé ni mi marido tampoco. Y ha ganado y entonces puede cantar por la radio. Pero nosotros seguimos sin saber nada. Y los compañeros le dicen a mi marido: «Mira, hay una chica que canta folclore, escuchala, ni te imaginas lo lindo que canta». Nadie sabe en la casa que la chica es la Marta. Hasta que un día escucho la radio y le digo a mi hijo mayor, el Chichí: «¿Esa que está cantando por la radio ahora no es la Marta acaso? Cuando venga la voy a matar. Qué es eso de andar cantando en la radio…». Y cuando mi marido se entera, me dice: «Sí, eso que hace Marta está mal, pero qué lindo canta la nena, ¿no?”.

¿Y después?

Después ha insistido mucho el director de la radio LV12 y yo he seguido diciendo que no, que quiero tener mi hija para mí, hasta que al fin la hemos dejado cantar, pero a todos lados ella ha ido con su padre. Porque si hay algo que nunca he tenido yo en la vida es envidia, pero sí siempre he tenido admiración por el hogar. Y tengo sabido que el hogar se cae cuando la mujer le falta. Pero bueno, la Marta cantaba tan lindo que la hemos dejado, porque no era una chica largada, era un chica siempre respetuosa de sus padres, no como ahora, que las chicas muy pronto se largan de la mano.

Doña Ema, cuéntenos cómo prepara su locro.

Con paciencia ante todo. Temprano, por la mañana, se pone el maíz al remojo. Antes se lava bien. Nunca se pone el maíz en agua ya hirviendo porque si no se endurece sin remedio. Cuando se va calentando el agua, se le van agregando los porotos. Al hervir, se le arroja sal, sal de la gruesa, claro, y después, aparte, usted prepara el puchero; carne picada, panceta, chorizo colorado, mondongo, pero mondongo tripa dulce… Cuando el puchero está todo cortadito, digamos como a las diez de la mañana, se agrega al maíz que se está ablandando. Después usted elige un zapallo bien amarillo, le pone cebolla, pimiento verde que aquí le dicen ají, nada de tomate, nada de zanahoria, después, también repollo bien cortadito… Bueno, todo sigue a fuego lento, hasta que se espesa. Al locro hay que atenderlo bien porque si no se pega y se le quema todo. Fuego lento y mucha paciencia… Cómo decirle: para comer un locro a las tres de la tarde hay que empezarlo cuanto menos a las menos a las seis de la mañana. Yo no le he dicho que para un buen locro, mejor nada de acelga, ni de espinaca. Y usted no se olvide: el maíz primero en agua fría. Después, al final se hace una salsita: se pica pimiento, cebolla de verdeo, mucha, se lo hace fritar, pimentón, comino, orégano. Con todo respeto le digo: si no lo atiende, si no le regala paciencia, que nadie se ponga a hacer el locro.

(Mercedes Sosa, la Negra, nombrada  como la Marta en los pliegues de entrecasa, me lleva hasta la mesa. En la mesa, el alma de la cebolla florece jugosa en las humeantes empanadas. Enseguida vendrá el locro. El vino tinto ya está descorchado. Mercedes, con la conciencia en carne viva, se da cuenta de su madre y en voz alta dice: «Mi mamá está. Está aquí, Y si hago así con la mano, la puedo tocar. Ay, mamita mía…».)