Un recreo de El Historiador para estas vacaciones

¡Llegó el verano y con él las vacaciones! Un momento tan esperado durante el año es, sin embargo, una conquista relativamente reciente. En  Alemania, nación pionera en la democratización del ocio, en 1924 el 82 % de los trabajadores podía disfrutar de un receso laboral tras un año de trabajo. En nuestro país, el derecho a gozar de un descanso anual llegó con Juan Domingo Perón, quien en 1945 estableció por decreto las vacaciones pagas, cuando se desempeñaba como secretario de Trabajo y Previsión. Poco después, en 1948, este derecho se incorporaba a la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.

En esta nueva edición de nuestra Gaceta estival, nos trasladaremos a mediados del siglo XIX para conocer, a través de los ojos de un viajero, el arriesgado salto de la maroma, una práctica de nuestros gauchos que consistía en domar a un caballo tirándose desde un travesaño, ubicado a unos tres metros de altura para caer en el lomo del animal salvaje. También  compartiremos aquí las preocupaciones veraniegas de la alta sociedad en sus viajes a Mar del Plata.

Además, acompañaremos a personajes como José de San Martín, Juan Martín de Pueyrredón y Tomás Guido en sus ratos de ocio, cuando no estaban ocupados libertando América o dirigiendo los destinos de estas tierras.

Felipe Pigna

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12 DE OCTUBRE

Esta entrega de Historias de nuestra historia, colección pensada escrita y dirigida por Felipe Pigna, te contamos los hechos que rodearon la llegada de los europeos a América y el inicio de la Conquista.

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El salto de la maroma

Es sabido que al gaucho le gustó siempre hacer gala de su destreza y coraje. Hábil jinete, famoso por su cortesía y generosidad, aunque también por su propensión a la pelea y al juego, el gaucho tenía diversos modos de esparcimiento. La taba, el truco, las interminables payadas y la competencia de malambo eran algunos de sus entretenimientos. Pero también estaban los que practicaban con su inseparable compañero, el caballo, como el pato, la sortija, la doma y las carreras o cuadreras.

Entre las pruebas de mayor osadía de estos centauros de la pampa se destacaba el salto de la maroma. Esta práctica audaz consistía en encerrar en un corral unos cuantos potros sin domar y abrir la tranquera dejando a la tropilla de caballos salir azuzados en estampida.

La maroma, ubicada generalmente a más de tres metros de altura, es el travesaño que une los extremos de los postes de la tranquera. Para realizar este salto, el gaucho se colgaba de este poste con las piernas abiertas, dejándose caer sobre el lomo de uno de los potros que pasan al galope por debajo, generalmente el último, para evitar ser pisoteado en caso de caídas. El gaucho debía sujetarse de las crines del animal, asegurándose con sus espuelas y dando dirección con el rebenque. El potro, sorprendido por el inesperado jinete, comenzaba a corcovear dando coces, procurando derribar al intrépido jinete. Finalmente, agotado y rendido, el animal se dejaba manejar mansamente.

Compartimos en esta oportunidad las impresiones del geógrafo británico H. C. Ross Johnson sobre esta prueba audaz. La escena descripta tuvo lugar en la estancia “El Carrizal”, de San Lorenzo, provincia de Santa Fe, en septiembre de 1867.

Fuente: Carlos G. Daws, El Salto de la Maroma. Cómo lo vio un viajero inglés en 1867, Buenos Aires, Museo Familiar Gauchesco, 1938.

Era sorprendente, en realidad, una singular proeza de los gauchos de antaño. La entrada del corral se hallaba cerrada por cinco toscos palos cruzados a manera de puerta, en lugar de los usuales portones de Inglaterra, y con la salvedad de que el más elevado se alzaba a ocho pies del suelo. Entre las yeguas encerradas había una de pelo obscuro, grandota, como de cinco años, de mirada vivaz y de unos quince palmos de alzada. Se la veía inquieta en grado sumo por la inmotivada  privación de su libertad.

Cambiadas una o dos palabras con su capataz, el señor nos indicó saliéramos de aquél, cuando vino un gaucho, con enormes espuelas, llevando en la mano sólo un pesado rebenque; trepóse al más alto palo de la tranquera y colgado en ese travesaño se mantenía en balanceo, tocando apenas, para conseguirlo, uno de los horcones laterales. Otro gaucho, retirando previamente los cuatro palos inferiores, entró a su vez al corral; revoleando el lazo en alto, asustó al montó de yeguarizos encerrados, que en tropel escaparon por la puerta. Espiando atento la oportunidad de que los animales pasaran por debajo, el paisano se descolgó con agilidad, cayendo montado, justamente, sobre el lomo de la arisca yegua obscura, quien, sorprendida, aminoró por segundos la carrera, hasta que, sintiendo el lonjazo del rebenque sobre los flancos, lanzó un bufido y, dando dos o tres corcovos, reanudó la frenética disparada, gacha la cabeza, campo afuera.

No menos excitado  parecía el temerario jinete, el cual, azuzándola como un demonio, castigando y espoleando al bagual, llegó hasta perderse de vista. El patrón, sin embargo, nos aseguró su pronto regreso, como, en efecto, sucedió al cabo de un cuarto de hora, volviendo la yegua a tropezones, exhausta de cansancio, aunque exhibiendo el blanco de los ojos en su contenido furor, caídas las orejas, pero siempre arisca, cediendo a las cachetadas del rebenque sobre entrambos lados de la quijada.

Apeado el gaucho, deslizándose con salto ágil de la yegua todavía en movimiento, se nos presentó perfectamente tranquilo, dando la impresión de no haber realizado cosa alguna fuera de lo común. La yegua, en cambio, no quedó así: cubiertos de espuma los temblorosos flancos, cortados y ensangrentados por las agudas rodajas de las espuelas, detúvose pocas yardas más, como rendida; después, olfateando el pasto, relinchó al verse libre y, al echarse, rodó sobre sí misma, revolcándose, débilmente primero, luego con más energía; a los tres o cuatro minutos se incorporó, sacudiéndose vigorosamente, y, recién cuando dimos algunos pasos hacia ella, largó varias coces al aire  y al tranco largo inició vertiginosa carrera, sin descanso, desapareciendo al fin, expresándonos entonces el señor… que posiblemente no pararía hasta encontrarse con los compañeros de la manada, que hacía ya tiempo se nos perdieron en lontananza…

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Mar del Plata, un balneario de elite

Las vacaciones a la orilla del mar, sostiene la investigadora Elisa Pastoriza, fueron una invención inglesa del siglo XVIII. Pronto el hábito de vacacionar en la playa, originado en Bath y Brighton, se extendió por Europa a otros balnearios, como Trouville, Deauville, Biarritz y San Sebastián.

La llegada de esta costumbre a nuestro país tuvo lugar recién hacia fines del siglo XIX. Fue entonces cuando Mar del Plata, fundada por Patricio Peralta Ramos en 1874, comenzó a imponerse como sitio preferido para entregarse a un buen descanso veraniego. El arribo del ferrocarril a la ciudad atlántica en 1886, el impulso que le dio Pedro Luro y la inauguración del lujoso Bristol Hotel, dos años más tarde, catapultarán a la ciudad balnearia como sitio dilecto de veraneo de la clase alta argentina.

El éxito del hotel fue inmediato y pronto comenzaron las ampliaciones para poder alojar a la creciente cantidad de flamantes turistas  que optaban por la ribera atlántica para un descanso de verano. Inicialmente, los visitantes se entretenían en juegos de azar, como el casino, inaugurado en 1889, y las carreras de caballo. También practicaban golf y se efectuaba el tiro de la paloma.

Todavía los baños de mar no despertaban gran interés entre los veraneantes y la relación con las olas era más bien contemplativa. El estricto código de baño establecía que debía asistirse a la playa vestido desde el cuello hasta las rodillas y no era infrecuente que las vestimentas más atrevidas se exhibieran en fiestas y salones.

A continuación transcribimos un artículo publicado en 1889 que describe el ambiente selecto del elegante Bristol Hotel. “La sociedad congregada allí está a salvo de encuentros desagradables. (…) Pertenecen sus componentes a una misma categoría y se halla exento por consiguiente de contrastes inconvenientes ‘shocking’, según la expresión inglesa” dirá el articulista de El Censor.

Más de dos décadas después, el periodista y escritor francés Jules Huret, corresponsal del diario Le Figaro, describirá con elocuencia las preocupaciones de la elite de entonces: “Se entiende que nadie va a Mar del Plata para disfrutar del mar, para admirar los cambiantes juegos de las olas sobre las rocas, la magia de los crepúsculos o de los claros de luna, porque todo el día, con una sinceridad que desarma, las gentes vuelven la espalda al océano, y no tienen ojos más que para los paseantes. Se va a Mar del Plata a lucirse, a lucir su fortuna, a divertir a las muchachas, y a armar las primeras intrigas que se resolverán en los noviazgos de invierno. Las familias de las provincias intentan mezclarse con las de la capital y hacerse relaciones; las niñas de ‘tierra adentro’ que anhelan lanzarse, no tienen bastante con un mes para exhibir todo su guardarropa”.

Fuente: Diario El Censor, 4 de febrero de 1889.

¿Qué es el Bristol Hotel sino un casino? Habitaciones para trescientas personas ampliamente alojadas, salones de baile y de concierto, salas de juego; un servicio inmejorable hecho por los mejores mozos de besas, de frac, correctos, irreprochables, vajilla y cristalería traída de Londres, una cocina excelente; en una palabra, todas las exigencias de la alta vida satisfechas.

Pero hay más: gracias a las severas instrucciones del Sindicato que hizo construir el Bristol, el gerente de este Hotel, lo mismo que el Dr. Luro, no transige en cuanto a la calidad de las familias que solicitan albergue en el vasto establecimiento. No hay temor que en él logren introducirse damas de contrabando. La sociedad congregada allí está a salvo de encuentros desagradables. El mundo del Bristol Hotel es uniforme; pertenecen sus componentes a una misma categoría y se halla exento por consiguiente de contrastes inconvenientes ‘shocking’ según la expresión inglesa.

Por otra parte Mar del Plata se conserva virgen del contrato de esa falange de artistas y de ‘ternuras” de marca, que cual bandada de golondrinas alza su vuelo desde París para detenerse en las playas de Normandía.

El país es bastante rico para alimentar la vida y la animación, no en una sino en tres playas. Calcúlese que solamente en pasajes los turistas de Mar del Plata dejan a la empresa del Ferrocarril del Sud doscientos mil nacionales, y que cada uno de ellos, término medio, no gastan menos de veinte pesos al día en el Bristol Hotel, lo que haría elevar a dos millones la suma total requerida para satisfacer ese capricho de los baños de mar, capricho digno de fomentarse, pues además del placer inocente que proporciona, vigoriza el cuerpo, restauradas las fuerzas del organismo, gastadas en el medio ambiente de la ciudad, con el aire puro de la pampa y la onda saludable de la playa.

Si el género de vida que llevan los bañistas, si a las confortables condiciones del Bristol Hotel, cuya amplia hospitalidad no es posible discutir, si a los conciertos y a la ‘sauterie’ y a ‘la talbe d’hote’, se agrega la variedad novedosa de los trajes y el exquisito ‘pell-mell’ en que se bañan damas y caballeros púdicamente vestidos, se comprenderá que el Ministro de Francia Mr. Rouvier no eche de menos a Trouville y que prefiera Mar del Plata, obligado a elegir entre esta y aquella playa. Digámoslo de una vez. La vida está concentrada para los bañistas en el Bristol Hotel a cuyas comidas, bailes y conciertos acuden también las familias del Grand Hotel.

(…)

El comedor es un salón de vastísimas proporciones, cincuenta metros de largo por veinte de ancho. No tiene rival en Buenos Aires, y sólo se le podría comparar en extensión el café de los 36 billares. Las paredes blancas se hallan desnudas de todo adorno. Para el próximo verano estarán decoradas suntuosamente. Ahora, tal cual está, por la noche, iluminado por un centenar de lamparillas incandescentes, reúne alrededor de sus mesas unas trescientas personas, -las damas con sus trajes risueños, frescos, sencillos, sin los adornos que comportan solo las telas de precio, con flores en el corpiño o en el cabello y vestidas para el concierto y la ‘sauterie’ que se efectúan todas las noches; los hombres de jaquet abierto y chaleco blanco, y uno que otro de ‘smoking-coat’, un saco sin solución de continuidad entre el cuello y la solapa, afectando el corte de un frac y ceñido al talle.

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El Ombú de la esperanza

El despuntar del siglo XIX puso fin a la calma provinciana en que se sumían los habitantes del Río de la Plata. Las invasiones inglesas, las pretensiones francesas tras el avance de Napoleón sobre España y las luchas contra los partidarios del Consejo de Regencia español mantuvieron a los criollos en pie de guerra. Infinidad de crónicas, testimonios y biografías dan cuenta de las hazañas de las grandes figuras de nuestra historia.

Pero, ¿qué hacían nuestros ilustres próceres cuando no estaban librando decisivas batallas o al frente de los destinos de estas tierras? En este recreo estival de El Historiador, queremos compartir un relato sobre los distendidos encuentros de San Martín, Tomás Guido y Pueyrredón a la sombra del ombú de la esperanza, que se erguía en la chacra de San Isidro de este último. Según Mariano Pelliza, fueron ellos mismos quienes bautizaron así al arbusto porque “sentados en su enorme tronco, juraron consumar la obra de la independencia”.

“Guido tomaba un libro de la estantería, Pueyrredón una escopeta morisca cincelada, y San Martín una cartera con papeles y pinturas; y así se ponían en marcha… (…) Guido leía un rato, San Martin dibujaba y Pueyrredón hacia algunos tiros al vuelo… Trascurrían dos o tres horas en estos ejercicios de lectura, pintura y caza; se comentaba la página leída por Guido; se aplaudía o se criticaba la viñeta dibujada y colorida por San Martin, o se festejaban los certeros y siempre felices disparos de la segura y relumbrosa escopeta del dueño de casa”, apunta Pelliza. “Nada o muy poco se hablaba, en esas horas, de política ni de guerra: se vivía y se gozaba de la existencia, olvidando sus preocupaciones en el seno cariñoso de una confianza recíproca.”

Lamentablemente, el añoso ombú, que hoy tendría alrededor de cuatro siglos, fue partido por un rayo a mitad del siglo XX. En su lugar las autoridades municipales plantaron uno nuevo. Los troncos del ombú de la esperanza fueron arrojados en la esquina de Roque Sáenz Peña y Juan Marín, donde sorpresivamente creció un retoño de aquel majestuoso arbusto.

Fuente: Mariano Pelliza, Glorias Argentinas. Batallas, paralelos, biografías, cuadros históricos, Buenos Aires, Félix Lajouane Editor, 1885,  219-225.

¡Qué tiempos aquellos! Ya todas las páginas caseras de los héroes, de los políticos, de los caudillos, se pierden y borran bajo el abigarramiento de la civilización que nos viene de ultramar. Nuestros padres tenían el recuerdo, nosotros la sombra del recuerdo, pero nuestros hijos ya no tendrán nada; y no tendrán nada porque la historia que se escribe no recorre y escudriña la alcoba, ni la cocina, ni el huerto y se contenta con visitar el salón. Se queda en la puerta, examina el frontis, pero no nos muestra el interior. Los personajes que exhibe vienen todos vestidos de gala, de guante, de tricornio, de bastón, trasfigurados: son seres postizos e ilusorios.

Nos da la mente del ministro, el valor del general, la magnanimidad del magistrado, pero nos calla todas sus flaquezas; no vemos al hombre con sus hábitos, con sus gustos, con sus achaques, o con sus manías. ¡No sabemos sobre qué tela frágil se borda muchas veces una epopeya!

Cuántas veces el pensamiento del ministro es un plagio; su obra maestra, una copia; su gran decreto un decreto del país vecino; y cuántas veces el general aclamado vencedor sobre el campo de batalla que él no gana, pero que pierde el enemigo, ha necesitado de su esposa para ceñirse la espada, porque su mano trémula no acertaba con la hebilla, o con el dorado broche donde el cincel de hábil artista había esculpido las armas de la nación. Secretos son estos que no revela la historia.

Yo me he sentado muchas veces en el poyo de ladrillo pegado al muro, que bajo el alero de la antigua casa Marzano, existía en la calle real de San Isidro; y allí en ese mismo banco rústico y feo, se habían sentado muchas veces el general San Martin y su amigo el después general D. Tomás Guido.

Allí en la extremidad del pueblito que uno de mis antepasados fundó con su piedad y con su dinero, teniendo el río a su derecha y la risueña aldea de Punta Chica con su ancho camino al frente, aquellos dos patriotas se sentaban a discutir los grandes negocios de la independencia, en tanto que el negro ordenanza de San Martin clavaba en las junturas del enladrillado un asador de hierro con la mitad, todavía humeante, de un costillar de vaca, que los dos patricios comían sin otro acompañamiento sólido que un pambazo de a cuartillo, trabajado por Doña Petrona, la única que en el pago sabía amasar con levadura, y sin otra bebida que agua, traída por el negro en un botijo larguirucho, desde el pequeño puerto de doña María Eusebia.
 
Y, yo no lo he visto, pero me ha contado quien lo sabe y lo recuerda, que después de almorzar así campechanamente, San Martín y Guido tomaban por la calle real unas veces, otras por el camino al pie de las barrancas, y proyectando, discutiendo sobre la libertad de América se iban paso a paso hasta la hermosa quinta del director Pueyrredón sobre la barranca, donde el soberbio magnate rodeado de lujosa servidumbre, con repostero de París y cocina propia de un rey, se hacía servir en la sola comida, que cada veinte y cuatro horas hacía, los platos y manjares más delicados; sin que sus amigos San Martín y Guido lo acompañasen a otra cosa que a beber el exquisito café de Yungas, traído a lomo de mula desde los valles del Perú, como si se tratase del té que se cosecha en el imperio chino para la sola y dorada jícara de su emperador, el hijo del cielo. El soldado y el ilustre cortesano, también soldado valiente, pero aristocrático en su salón, en su mesa y hasta en su baño de ámbar, se tocaban y confundían en su grande y desinteresado amor por la patria. Después del café se levantaban los tres personajes: San Martin, calzado de botas herradas, vestido de azul con su corbatín histórico y la gorra de cuartel; Guido, de zapatos de hebilla, media negra de seda, casaca verde botella y sombrero de fieltro de gusto inglés; Pueyrredón, con la clásica sencillez de un plantador, usaba allí una ropa casi talar, de seda anteada, calzado de cordobán amarillo y un sombrero de jipijapa de tan grandes alas que parecía un inmenso paraguas.

Guido tomaba un libro de la estantería, Pueyrredón una escopeta morisca cincelada, y San Martín una cartera con papeles y pinturas; y así se ponían en marcha seguidos de un negrillo que llevaba, sobre su traje blanco, el morral y los útiles de caza de su amo.

Se encaminaban por la calle de los nogales hacia el ombú de la esperanza, hermoso y gigantesco árbol que se eleva todavía solitario cerca del camino real, y dentro de la chacra que fue del mismo Pueyrredón.

Ellos le bautizaron así, porque, sentados en su enorme tronco, juraron consumar la obra de la independencia. Guido leía un rato, San Martin dibujaba y Pueyrredón hacia algunos tiros al vuelo, cuyas víctimas eran recogidas por el criado y llevadas a la cocina del gastrónomo sibarita para su comida del día siguiente.

Tenía especial gusto en comer las aves muertas de su mano, y prefería una gaviota volteada por su escopeta a la más rica de las aves de corral. Tan cultivados tenía Pueyrredón los placeres del estómago; tan metodizada la sucesión de su comida para no fatigarse, que se puede afirmar que los 365 días del año tenía una mesa distinta.

Para satisfacer estas exigencias gastronómicas sin agotar los recursos de su cocina, hizo traer de Europa entre muchas cosas aquí desconocidas, los caracoles que propagó después en sus jardines.

Los pescados se conducían vivos a los estanques para comerlos por su orden. 

Allí se beneficiaba el cerdo; había palomares y cuantas aves domésticas se conocen en el mundo; no faltando liebres ni conejos.

Trascurrían dos o tres horas en estos ejercicios de lectura, pintura y caza; se comentaba la página leída por Guido; se aplaudía o se criticaba la viñeta dibujada y colorida por San Martin, o se festejaban los certeros y siempre felices disparos de la segura y relumbrosa escopeta del dueño de casa.

Nada o muy poco se hablaba, en esas horas, de política ni de guerra: se vivía y se gozaba de la existencia, olvidando sus preocupaciones en el seno cariñoso de una confianza recíproca. De vuelta de la caza, tomaba Pueyrredón una llave de su armario, y dejando su gran sombrero en una percha fija en la pared, poníase un gorro que por su color y hechura, revelaba algún parentesco con el bonete de la libertad; dirigía a sus amigos por una escalera, y los tres se encerraban en el pequeño saloncito que constituía el mirador coronado exteriormente por cuatro perillas de barro colorado. Allí trataban de política y tabaco, sin testigos.

Los viejos aun lo recuerdan, y yo mismo cuando niño, he corrido y jugado por las desiertas habitaciones del arruinado palacio, porque tenía aquel hogar solitario el atractivo de los membrillos y de las peras del bosque alegre.

Allí encerrados discutían las más graves cuestiones de Estado, y en una de esas pocas entrevistas de 1817, se resolvió la marcha de Guido a Chile como diputado de las Provincias Unidas.

Esto sucedía poco después de la gloriosa batalla de Chacabuco.

Dos de aquellos tres hombres eran ya ilustres en la historia de América.

El otro se ilustraba, y debía también rendir a su patria servicios eminentes. Pueyrredón lucía sobre su brazo el escudo de la Reconquista, y lo cubría la gloria homérica de la campaña al despoblado en 1811. San Martin llevaba sobre sus sienes la corona de los Andes.

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Personajes de antaño

La historia argentina, como la de otros países, abunda en personajes singulares que tuvieron su momento de gloria en la historia local, para luego perderse en el olvido ante acontecimientos de mayor trascendencia. En esta ocasión, rescatamos una simpática descripción de un viajero napolitano, famoso a principios del siglo XX por los frecuentes viajes que realizaba en el ferrocarril que conducía a Mar del Plata, Necochea y Bahía Blanca. 

El personaje en cuestión, de apellido Sabedotti, buscaba trabajo y declaraba poseer grandes y variados saberes: escultor, retratista, músico, fotógrafo e inventor de vehículos figuraban entre sus autopromocionados oficios.

No sabemos si Sabedotti logró alguna vez conseguir empleo, lo que sí es seguro es que los pasajeros se apresuraban “a monopolizarlo para matar las largas horas del tren oyéndole sus curiosísimas informaciones”.

Fuente: Caras y caretas, Nº 142, 22 de junio de 1901.
Un artista enciclopédico

Tipos populares de provincias

Es conocidísimo en todas las líneas del ferrocarril que arranca de Maipú, hacia el Sur, el enciclopédico personaje que se titula “El Judío errante del arte” y que viaja constantemente con todos los chirimbolos con que lo presenta nuestro grabado, haciendo la delicia de las gentes con su conversación animada y su lenguaje pintoresco. Se llama don Luis C. Sabedotti, es napolitano, y escribe “óleo” con H, teniendo una marcada predilección por los errores de ortografía, tanto en español, su lengua adoptiva como en italiano, su lengua nativa, de donde infieren algunos espíritus reflexivos que Sabedotti no sabe la gramática de uno ni de otro idioma.

Sabedotti viaja constantemente en busca de trabajo y nunca se le ve detenerse en punto alguno más de dos días, y aún cuando él asegura que es escultor, retratista, músico, fotógrafo, literato y fabricante de toda clase de vehículos, los vecindarios dudan de su universalidad artística, pues no tiene pruebas fehacientes de ella. En las líneas ferrocarriles que van a Tres Arroyos, Mar del Plata, Necochea y Bahía Blanca, es popularísimo, pues él visita vagón por vagón, dando informes y noticias a los pasajeros sobre todas las peculiaridades del paisaje, detalles encantadores de las guerras con los indios y pormenores de la vida en los toldos que según él le fueron suministrados por un tío, napolitano como él, que tocando el órgano llegó a ser cacique… Se enorgullece contando las aventuras estupendas de su pariente y lamenta que la vida del arte no se haya despertado aún en el lejano sur. Como compañero de viaje es un sujeto impagable y los pasajeros se apresuran a monopolizarlo para matar las largas horas del tren, oyéndole sus curiosísimas informaciones. Sabedotti reparte prospectos de sus habilidades y entre ellas hay una originalísima: levanta monumentos sin necesidad de planos y retrata “personas muertas por las señas que le dan los parientes”.

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Las piernas del arco iris

“Lo que es moda no incomoda” dice el conocido refrán, y efectivamente el articulista de esta nota no parece haberse inquietado con la aparición de una nueva moda cromática que irrumpió en nuestro país a mitad de la década de 1960 coloreando las extremidades inferiores femeninas: las medias de colores.

Irrumpen las medias de colores en el país

Fuente: Revista Primera Plana, Nº 182, 21 al 27 de junio de 1966, pág. 50.

Desde hace aproximadamente tres meses es imposible no mirar las piernas de las porteñas; y no tan sólo las torneadas con esbeltez, sino todas en general, en razón de las insólitas cáscaras que las recubren (existe también el atractivo de las minifaldas, pero ya se ha comprobado en Buenos Aires, con alguna melancolía, que no todas las piernas resisten la exposición sin tapujos de las rodillas). Hasta el año pasado, “la onda” era asemejarse a un Toulouse-Lautrec animado, y negras y felinas extremidades atravesaban calles y salones, envueltas en tramas donde se mezclaban el romanticismo y una gota de perversidad fin de siècle.

En 1966, el predominio del baby look cancela ese exhibicionismo decadente y se exalta en la búsqueda de medias de colores agridulces: amarillo limón, verde pistacho, rosado, blanco níveo y –lo más in del momento- tiza o marfil. Al comienzo, los ejemplares se traían de Europa o de Estados Unidos, pero ya los fabricantes argentinos están consagrados a la expansión local de esta moda cromática. Y con una ventaja adicional: que la comparación con los originales extranjeros hizo advertir hasta qué punto los talones de los productos nacionales resultaban demasiado altos (enemigos mortales de las piernas cortas), y sus costuras parecían anacrónicas. Ambos inconvenientes ya han sido superados, y hoy apenas se diferencia una media argentina de otra foránea.

Por supuesto que la frontera de la extrema juventud es, también, la de la discreción. La argentina de treinta años no se deja tentar por las tramas audaces o por los colores insólitos. Prefiere innovar con prudencia y adopta las mallas standard, levemente actualizada: rombos, arabescos, imitación de encaje. Los colores claros son predilectos, y las blancas han de ser transparentes, lo que da como resultado la presencia de un halo opalino.

Las jovencitas, en cambio, pueden lanzarse sin rubor a la selección del matiz que se les ocurra: ciruela, rosado, azul petróleo, en stretch, con un largo apropiado para que no asome, por la breve falda, ninguna liga indiscreta. Sin embargo, las piernas más chic se recubre con los frutos de la importación (a veces, del contrabando), a un costo tres veces mayor que las nacionales: 390 pesos las medias argentinas, término medio, y 1.500 pesos y más, las norteamericanas. Hay una ventaja en estas últimas: el tejido es más tenso, se adapta con más tenacidad a la pierna, y la trama en forma de red pone un inesperado toque de humor, por su reminiscencia de pretéritas coristas.

En los tejidos de red triunfan el beige y el marrón, y –apenas- un tímido rosa pálido. Además, el dichoso talón se elimina por completo, lo cual es un factor del éxito alcanzado por este tipo de trama. Pero el colmo de la funcionalidad es una creación francesa, que combina astutamente –para el uso desaprensivo de la minifalda- la media con la trusa, bajo el nombre inquietante de panty-hose: en realidad, se la podría denominar “segunda piel”, y con ella la indiscreción de las ligas queda abolida para siempre. Con la marca bas Mitoufle,  este artilugio, creado hace tres años, bate ya en París todos los records de superproducción.

La demanda porteña de medias femeninas está acercándose rápidamente a esa misma fiebre, opina el dueño de la casa Roda, en Montevideo al 900, quien concede que en los 15 o 20 años de existencia del negocio, jamás se agolpó en él tal baraúnda de ávidas clientes. Esto, en lo que respecta al producto nacional, porque las sofisticadas (y acaudaladas) que prefieren lo norteamericano se encaminan diariamente, en densas procesiones, hasta Margot, en la Galería Alvear. De una u otra manera, las argentinas participan de este delirio cosmopolita que, en lugar de hacer girar vertiginosamente las cabezas, pone alas de locura en las extremidades inferiores.

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Remedios, ungüentos, dolencias del ayer

Una nueva sección que intenta arrojar un poco de luz y en ocasiones alguna sonrisa sobre las creencias y prácticas en medicina de otros tiempos.

El cuidado de la salud a través de las publicidades de Caras y Caretas en 1905

El cuidado de la salud ha sido en todas las épocas una preocupación mayor de las sociedades y muchas personas han consagrado su vida al arte de sanar. Imhotep, Hipócrates, Galeno, Zacharias Jansen, Edward Jenner, Louis Pasteur y otros tantos se han ganado un lugar en el panteón médico.

Epidemias y brotes de enfermedades, como la peste, la viruela, la fiebre amarilla, la tuberculosis y la poliomielitis, han desvelado a muchos investigadores; pero también lo han hecho padecimientos más comunes como el cansancio, el asma, las enfermedades cardíacas o el simple dolor de panza.

No nos proponemos en esta Gaceta Estival realizar un aporte a la investigación sobre las enfermedades predominantes de principios de siglo XX. Queremos simplemente compartir las preocupaciones que se reflejan a través de las publicidades de la revista Caras y Caretas en enero de 1905.

Encontramos, como curiosidad, que la mayoría de las pautas en materia de salud apuntaba a los problemas digestivos, aunque desconocemos la causa de tanta indigestión. Quizás fuera la asunción de Quintana como presidente de la República, la elección de Alfredo Palacios como primer diputado socialista de América o la publicación del Informe sobre el estado de la clase obrera de Bialet Massé del año anterior; o quizás sencillamente fuera el resultado de los tradicionales agasajos, comilonas y festejos que tienen lugar entre Navidad y Año Nuevo.

Lo cierto es que, como vemos en las publicidades que a continuación reproducimos, el digestivo Mojarrieta, los polvos del Dr. Kuntz, las pildoritas de Reuter y los caramelos digestivos del Dr. Bravo, apuntaban especialmente a solucionar los problemas acarreados por el mal funcionamiento de estómago e intestinos. Aunque, por supuesto, no faltaban en aquel enero de 1905 las propuestas para curar el cansancio, el asma, la seborrea, la caspa, la caída del cabello, los problemas de piel,  la obesidad, los calambres y la tartamudez.

Fuente: Revista Caras y Caretas, 1º de enero de 1905.
Enfermedades del estómago e intestinos
 

De venta en Farmacias y Droguerías… El estómago artificial o polvos del Dr. Kuntz. Curan todas las enfermedades del estómago e intestinos. Venezuela 650, Buenos Aires.

Estreñimiento crónico
 

Pildoritas de Reuter. Curan dispepsia, jaqueca y estreñimiento

Ninguno de los males a que está expuesto el cuerpo humano es capaz de producir tanto daño al sistema y de causar tanto sufrimiento al espíritu como el estreñimiento, esto es, la negativa de los intestinos a funcionar con su regularidad natural.

Si los intestinos no funcionan tan regularmente como la Naturaleza lo ha dispuesto, -por lo menos una vez al día-, hay que prestar atención a esa especie de aviso preventivo, o la salud general padecerá mucho. Pero aunque los casos pasajeros de esta clase son de importancia suficiente para que se les atienda prontamente, es el estreñimiento crónico el que destruye la salud y el vigor del cuerpo. Cuando esta condición existe durante varios días seguidos, la vida del paciente está en peligro.

Las Pildoritas de Reuter merecen absoluta confianza para curar hasta los casos más rebeldes de estreñimiento crónico.

Este es el testimonio de muchos que han padecido de estreñimiento y se han curado mediante su uso. ¡No se descuida usted con los intestinos! Si usted tiene siempre a mano las Pildoritas de Reuter, su estreñimiento jamás podrá volverse crónico. Si padece usted ahora de ese malestar, la compra de un frasquito de estas maravillosas pildoritas, le proporcionará un pronto alivio al presente malestar e impedirán un peligro futuro. Garantizamos la curación.

Único importador: Ricardo Illa, Venezuela 610.

Digestivo
 

Opinión unánime

La armonía completa de opinión sobre el mérito y la eficacia de un producto prueban de la manera más acabada que su acción es real y efectiva y no engañadora y pasajera. Personalidades intachables del foro y del clero, eminencias médicas y especialistas, enfermos de todos los rangos sociales, afirman con espontánea sinceridad que el DIGESTIVO MOJARRIETA les ha curado, cuando todos los demás remedios habían fallado.

He aquí en qué términos se expresa el doctor Luis Forno, acreditado jurisconsulto de esta capital, con estudio en la calle Cangallo, 2535: “Es con la mayor satisfacción que puedo certificar que padeciendo desde hace años de una enfermedad al estómago, rebelde a todo tratamiento, me he sanado completamente mediante el uso de seis tubos del DIGESTIVO MOJARRIETA, sin que hasta la fecha se me hayan reproducido mis dolencias”. (…)

Otro abogado de nota, el doctor Francisco N. Ferrara, del Salto Oriental, escribe lo siguiente: “Desde hace cinco años estaba padeciendo de un catarro gastrointestinal sin poder encontrar remedio eficaz para mejorar. El año pasado mi hermano me recetó las obleas del DIGESTIVO MOJARRIETA, y hoy día, he sanado completamente de mi enfermedad. Es entonces con verdadero placer que autorizo al doctor Mojarrieta a hacer uso de esta declaración para que los que sufren del estómago conozcan el verdadero y eficaz remedio. Doctor Francisco N. Ferrara, Salto Oriental”.

El señor presbítero, don Pablo Albertoni de esta capital, se expresa así: “Certifico que habiendo tomado no más de cuatro tubos del DIGESTIVO MOJARRIETA, quedé completamente curado de una enfermedad al estómago de que  padecía hace más de cinco años. Presbítero Pablo Albertoni.” (…)

Doctor J. Mojarrieta – Calle Defensa 215

 

Caramelos Digestivos del Dr. Bravo. Gran premio de honor medalla de oro. Exposición internacional de Higiene – mayo de 1904. Único digestivo premiado por ser superior a todos. Miles de testimonios los comprueban. Venta en todas las farmacias. Depositarios exclusivos Richieri.

El único que cura de verdad

Ejercen su acción eficacísima en la indigestión y en las diversas formas de dispepsia, en la dispepsia de los tuberculosos, gastritis, gastralgia, enteritis, colitis, catarro gastrointestinal, dilación del estómago, úlceras del estómago, pirosis, insomnio, vómitos del embarazo, náuseas, mareos, dolor de cabeza, disentería, estreñimiento, mal aliento, falta de apetito, etc.

Obesidad, afecciones del estómago, hígado, riñones e intestinos
 

OBESIDAD
Cura infaliblemente con el Agua del Pilar.

Agua de mesa sin rival para las afecciones del estómago, hígado, riñones e intestinos, no altera el vino, es agradable en la comida. Caja de 10 paquetes para 10 litros de agua. En las droguerías y farmacias.

E. A. Rosasco. Viamonte 545 – Buenos Aires

Postración nerviosa, débil y reumática
 

La señorita Carlota Marshall que vive en la Calle 9ª West, número 69, New York ha estado enferma de postración nerviosa, débil y reumática y se ha restablecido en poco tiempo con El compuesto de Apio de Paine, como lo certifica la carta que nos dirige.

De venta en todas las Farmacias.

Asma
 

Asma.

Curación completa por un nuevo tratamiento de Londres; resultados sorprendentes; dirigirse a la clínica atendida por el Dr. Macksey de vuelta de su viaje de Londres.

Esmeralda, 247, de 11 a 12 y de 3 a 5 p.m.

Histerismo, vértigo, debilidad, convulsiones, jaquecas, insomnio, falta de apetito, parálisis, reumatismo, neurastenia, calambres, asma, bronquitis crónica, tartamudez, obesidad, extracción radical del vello, manchas, pecas y arrugas
 

Instituto Policlínico del Dr. Ruiz Gutiérrez 1678 – Cangallo – 1680 – Con las más modernas máquinas y útiles, aparatos para aplicación de electricidad médica, Rayos X, Baños de luz, hidroeléctricos, en la curación del histerismo, vértigos, debilidad, convulsiones, jaquecas, insomnio, falta de apetito, parálisis, reumatismo, neurastenia, calambres, asma, bronquitis crónica, tartamudez, obesidad, extracción radical del vello, manchas, pecas y arrugas de la cara sin dolor y sin dejar cicatrices. Consultas de 9 a 11 y de 1 a 7 p.m.

Seborrea, caspa y caída del cabello
 

Con el uso del Pilol – preparado por Blas L. Dubarry – Se cura la SEBORREA que produce CASPA y hace caer el cabello. El éxito es seguro.

Tuberculosis, enfermedades del estómago, del hígado, del pecho, del corazón, gota, reumatismo, etc.
 

Instituto médico internacional

Director: Dr. Ricardo Marín

Diplomado en España, Argentina y Méjico. Miembro de la Sociedad Francesa de Higiene de París, etc., etc….

Tuberculosis, enfermedades del estómago, del hígado, del pecho, del corazón, gota, reumatismo, etc. EXITOS CONSTANTES.

Especialidades exclusivas del instituto: enfermedades de la sangre, la esterilidad y debilidad orgánica se curan, cualquiera que sea el grado y fecha de la enfermedad.

Consultas: General: de 9 a 11 a.m. y de 3 a 5 p.m. Nocturna: para dependientes y empleados de 7 a 8.30 p.m. Por escrito: se remiten tratamientos fuera de la Capital.

Calle Alsina 1252. Buenos Aires.

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