Fuente: Revista Cuestionario, Volumen III, Nº 25, mayo de 1975 1º de mayo – Las palabras duras
Como Perón, la presidente –tras un reposado discurso en el Parlamento- se enfervorizó en el balcón y combinó humor con un tono amenazante. Trató de infundir autoridad y, al mismo tiempo, sustituyó con su vigor los anuncios que muchos esperaban pero que, al parecer, dieron paso a una política de autoridad.
Nunca la presidente María Estela Martínez de Perón había utilizado un tono tan desafiante como el que empleó el 1º de mayo, cuando habló desde los balcones de la Casa Rosada a la gente reunida en plaza de Mayo. Remedando al estilo de Perón, su viuda combinó el humor con frases amenazantes, dirigidas a un enemigo no individualizado pero individualizable:
“Tengan confianza, porque yo los llevaré, pese a quien pese y caiga quien caiga, a la felicidad que este pueblo maravilloso merece por ser tan bueno y comprensivo”.
“Yo a aquellos antipatria que se opongan, les daré con el látigo, como a los fariseos en el templo”.
“Hay un límite para la paciencia; hay un límite para la comprensión. Y hemos tenido demasiada paciencia y demasiada comprensión para ellos”.
“No les tengo miedo”.
“El general decía que es mejor persuadir que obligar, pero yo le digo al general, de aquí a donde se encuentre, que si tengo que obligar los voy a obligar”.
“El que no esté de acuerdo, que se largue”.
Pocas horas antes, la presidente había pronunciado ante la Asamblea Legislativa, un discurso mesurado, en el cual campeaban frases como la que atribuyó a fray Luis de León: “Nunca es durable lo que es violento, y es violento todo lo que es malo e injusto”. La arenga de Plaza de Mayo no parecía coincidir con ese tono evangélico del discurso pronunciado en el Congreso, pero no fueron pocos quienes recordaron que también ésa era una característica de Perón: hablar muy ponderadamente ante las Cámaras y exaltarse en el balcón, ante la presencia de la multitud. Multitud que en este caso no era excesiva pero tampoco tan reducida como temían algunos sectores sindicalistas, que pugnaron por realizar el acto el 30 de abril –día laborable- previo abandono de las tareas, con lo cual esperaban asegurarse la concurrencia necesaria.
La dureza de los términos presidenciales, así como el tono de voz de María Estela Martínez de Perón, traslucían su intención –ya visible en anteriores ocasiones- de mostrar que, pese a su apariencia frágil, es poseedora del suficiente carácter.
Simultáneamente, esas manifestaciones de vigor sustituyeron a los anuncios espectaculares que muchos esperaban. Teniendo en cuenta que el 17 de octubre último la presidente se había sentido obligada a hacer anuncios sonantes –la argentinización de CIAE, Siemens y Standard Electric, así como la supresión de intereses en los préstamos para la vivienda- ahora, los tejedores de rumores habían tramado una serie de posibles anuncios presidenciales.
En lugar de tales anuncios, la presidente le dijo a su auditorio: “no les vengo a prometer porque no tengo una varita mágica para resolver los problemas de hoy para mañana”, y sólo lanzó una vaga idea de cambios (“haré todos los que sean necesarios y donde sean”), sin concretar ninguno.
Haga o no haga tales cambios a corto plazo, lo que surge con claridad del discurso presidencial del 1º de mayo es que María Estela Martínez de Perón, en apariencia más segura de sí misma, ha asumido la necesidad de presidir un período de austeridad –sin nada para anunciar- y simultáneamente ha resuelto dar una imagen combativa, que alerte a quienes pudieran querer aprovecharse de las dificultades por que atraviesa.
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