En una de sus últimas “zonceras”, Jauretche se refirió a las acusaciones de “fascismo” que todavía recibía el movimiento liderado por el viejo líder exiliado Juan Domingo Perón. Con gran ironía, decía el autor de Los profetas del odio: “Es precisamente lo racial o lo irracial lo que impide que pueda existir eso que llaman nipo-nazi-fasci-falanjo-peronismo, en un país donde después de mezclar todo no han quedado más que dos razas: los blancos y los cabecitas negras, como afirman nuestros antiracistas (…) La intelligentzia argentina se pasó desde 1943 hasta 1955 manejando ese trabasesos…”.
Las acusaciones habían comenzado tempranamente, recién instalada la Revolución de Junio de 1943, que derrocara al último gobierno de la Década Infame. Tanto del lado de los pro-aliados como de los pro-soviéticos consideraban que no faltaban elementos para tal acusación: desde la férrea neutralidad argentina durante la Segunda Guerra Mundial, la autodefinición de “ni yanquis ni marxistas” posterior, hasta las evidentes simpatías hacia el nazismo o el fascismo de Mussolini expresadas por algunos dirigentes de la revolución, incluido el mismo Perón.
Pero esta situación no fundaba las acusaciones lanzadas por el Departamento de Estado norteamericano, que escondía más bien el rencor de Estados Unidos hacia la “rebeldía” argentina, por un lado, y el manifiesto temor de los tradicionales sectores dominantes del país de perder su control sobre el Estado. Años más tarde, el mismo ex embajador inglés David Kelly diría:“desde mi primera entrevista con Perón, llegué a la conclusión de que era brillante improvisador, con un fuerte sentido político y gran encanto personal, pero sin interés alguno por la ideología nazi ni por ninguna otra”. En pocas palabras, que su visión -en ese sentido- era del pragmatismo propio de la realpolitik. Para recordar aquel cruce de acusaciones, traemos la respuesta que diera el entonces vicepresidente de la República, coronel Perón, un 26 de diciembre de 1944.
Fuente: Enrique Pavón Pereyra, Perón, el hombre del destino, T. 1, Buenos Aires, Abril Educativa y Cultural, Buenos Aires, 1973, pág. 260.
«¿Por qué el gobierno argentino no es fascista? Tal ideario político, u otro de igual naturaleza, comporta necesariamente el propósito de crear un Estado absoluto en lo político, moral, racial o económico. Es decir, ‘un Estado absoluto frente al cual el individuo sería relativo’. El Gobierno Argentino, por el contrario, tiene fe en las instituciones democráticas del país porque ellas son la resultante de su proceso histórico, y porque nacen y se apoyan en la participación de todos los ciudadanos ‘en la soberanía del Estado’. La gestación, el estallido y el desarrollo revolucionario que forja el gobierno actual se enciende en ideales puros y renovadores de índole popularísima. El país vivía un régimen democrático aparencial. El gobierno se lograba mediante elecciones torpemente viciadas. (…) El gobierno revolucionario terminó con una época nefasta para el país y desea: en lo político, la aplicación pura y simple de las disposiciones de su Carta Fundamental; en lo económico, un régimen de libertad constitucional que concluye, como se sabe, donde empieza la libertad de los demás, y que exige el control del Estado; y en lo social, la creación del Derecho del Trabajo que permita al ser humano ‘por el hecho de nacer, el derecho de vivir con dignidad’. Aspira, en suma, al restablecimiento de la aplicación clara y leal de la ley. Por eso, el ordenamiento jurídico que se busca rápidamente en el juego normal de sus instituciones, o lo que es lo mismo, la normalidad constitucional, no importará jamás volver al engaño de las masas, porque el fundamento del Estado es la felicidad del conjunto, vale decir, la realización integral de la Justicia.”
Juan Domingo Perón
Fuente: www.elhistoriador.com.ar