Raúl Scalabrini Ortiz sobre la intelectualidad ante la conquista de América


Cuando Cristóbal Colón se aventuró a través del océano Atlántico a navegar durante 32 días por mares antes desconocidos, estaba seguro de que su destino era Asia. Tan poderosa era su convicción sobre lo fructuoso del viaje, que soportó siete años de desdenes en las Cortes de Portugal y de Castilla sin abandonar su empresa. El marino genovés había adquirido todos los elementos de astronomía, geometría y álgebra que eran necesarios para los cálculos náuticos. Además, sabía de cartografía y geografía. Los relatos de Marco Polo sobre el gran Genghis Khan le daban más fuerza. Colón reunió todas las características de la época, una mezcla de lo medieval y lo moderno: su móvil fue al mismo tiempo la riqueza, el conocimiento de la naturaleza y la expansión del cristianismo. Después de una esperanzada noche, en la madrugada del 12 de octubre de 1492 1, un tripulante de la carabela La Pinta, dio el aviso de tierra. Pero, ¿cómo fue posible que un insignificante y reducido grupo de marineros enviados por la corona española destruyera sin mayores trámites los imponentes imperios de las tierras hasta entonces desconocidas por los europeos? Las explicaciones han recorrido varias sendas: desde las características personales de los mandamás aztecas (mexicas en náhuatl) e incas, las guerras intestinas entre los pueblos indígenas, la superioridad militar europea, sumada a la guerra microbiana que fulminó a la población local. Como fuera, este encuentro terminó en el mayor genocidio conocido hasta hoy. Raúl Scalabrini Ortiz, uno de los grandes exponentes del pensamiento nacional, popular y latinoamericanista, respetuoso y reivindicador del legado indígena, denunciaba, en este pasaje que reproducimos, el silencio cómplice de la intelectualidad latinoamericana en torno al el genocidio de las poblaciones originarias.

Fuente: Raúl Scalabrini Ortíz, Política británica en el Río de la Plata, Buenos Aires, Plus Ultra, 2001, pág. 6.

Cuatro siglos hacen ya que la sangre europea fue injertada en tierra americana. (…) Razas enteras fueron exterminadas, las praderas se poblaron. Las selvas vírgenes se explotaron y muchas se talaron criminalmente para siempre. La llamada civilización entró a sangre y fuego o en lentas tropas de carretas cantoras. El aborigen fue sustituido por inmigrantes. Éstos eran hechos enormes, objetivos, claros. La inteligencia americana nada vio, nada oyó, nada supo. Los americanos con facultades escribían tragedias al modo griego o disputaban sobre los exactos términos de las últimas doctrinas europeas. El hecho americano pasaba ignorado para todos. No tenía relatores, menos aun podía tener intérpretes y todavía menos conductores instruidos en los problemas que debían encarar.

Raúl Scalabrini Ortiz

Referencias:

1 O un día después, si se confirman las investigaciones que afirman que el grito del llamado Rodrigo de Triana se produjo el 13.