Una Argentina industrial para la postguerra


Fuente: Revista ¡Aquí está!, «Una Argentina industrial para la postguerra», por Leo Rudini, 18 de enero de 1943

Artículo aparecido en el número 696 de la Revista ¡Aquí está! el 18 de enero de 1943, cuando todavía faltaban dos años para la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Se especulaba, entonces, con los cambios en la orientación económica que debían hacerse. Las especulaciones se basaban en la creencia de que los representantes de las grandes potencias se pronunciarían contra el imperialismo económico y político una vez terminada la guerra.

En materia inmigratoria, para que se intensifique la industrialización del país, deberemos volver a la doctrina Drago: “América para la humanidad”

El problema de la posguerra, para la República Argentina, consiste en mantener el concepto generoso proclamado por Drago, de “América para la humanidad”, en materia de inmigración y de derechos iguales para todos los habitantes de esta tierra generosa, por un lado. Por el otro, proseguir con mayor intensidad su histórico camino de un nuevo eslabón en materia económica, al pasar de la agricultura hacia el industrialismo. El nacionalismo económico y político que se vislumbra en su política de los últimos diez años, debe desaparecer poco a poco, para dejar lugar a una verdadera colaboración con los demás pueblos del mundo y especialmente en esta política del regionalismo que se perfila en sus últimos actos. Los tratados bilaterales concertados hace poco deben dejar lugar a convenios de más vastas proporciones, para apaciguar así al mundo revuelto que caracteriza a la política internacional de las tres décadas de este siglo. Pero no abandonar el concepto de la necesidad de la industrialización.

La política inmigratoria

En su paso de país pastoril a pueblo agrícola, la República Argentina necesitaba de mayor cantidad de gente inmigrante. Es por esto que su Constitución es la más liberal en materia inmigratoria. Las puertas de la República quedaron abiertas para todo hombre de buena voluntad, donde obtuvo el trato igualitario más libérrimo.

Es evidente que la nación argentina no puede quejarse de ésa su política del fin del siglo pasado y principios de éste. Los hijos de los inmigrantes se colocaron en las filas de los ciudadanos más preclaros, ayudando al desenvolvimiento material y cultural del país en forma notable. Es sabido que un pueblo pastoril necesita de menos gente. Los grandes rebaños pastan bajo la custodia de unos pocos hombres. Mientras que la colonización agrícola necesita ya de mayores cantidades de individuos para la preparación de la tierra y para la recolección de las cosechas.

El paso siguiente en el desarrollo económico del país hacia la industrialización se caracterizó, desgraciadamente, por una fuerte limitación a la entrada de los inmigrantes. Esto, a pesar de que se sabe que si la agricultura necesita más gente que la ganadería, la industria general exige una población más densa a medida que se intensifica. Naturalmente, no era culpa solamente de nuestras autoridades esta limitación. Primero la guerra de 1914, luego la crisis económica y más tarde los movimientos sociales europeos, ocasionaron una cesación casi completa de la inmigración. Pero lo más interesante del caso es que, precisamente, esas causas fueron las que provocaron, a su vez, la intensificación de la industria en la República Argentina.

Ese vuelco de la agricultura hacia el industrialismo se inició con mayor ímpetu durante la anterior guerra, cuando la acción submarina impidió que nuestros productos agropecuarios tuvieran una salida liberal, por un lado, y, por el otro, las necesidades locales de mercaderías fabricadas no podían satisfacerse por las mismas causas. Naturalmente, una vez terminada, en el año 1918, la guerra, algunas de las industrias locales fueron desalojadas por la importación de mercaderías exóticas similares. Pero muchas industrias han sabido sobrevivir al contratiempo de la competencia. Esto último obedecía a que algunas de ellas que emplean materia prima local no han podido ser desalojadas tan fácilmente. Entre éstas se encuentran, por ejemplo, la industria del cuero y del calzado, la del frigorífico y muchas más. En cambio, las industrias que debían emplear materia prima importada tuvieran que cerrar o, por lo menos, achicarse notablemente.

El desarrollo industrial

Hemos dicho que después de la anterior guerra sufrieron aquellas industrias, creadas por la falta de importaciones, que empleaban materia prima importada. Pero también sufrieron mucho las que se dedicaban exclusivamente a la transformación de nuestros productos agropecuarios. Así, es conocido el caso de la industria de la linaza, que sufrió un rudo golpe al terminar la anterior guerra. Una gran usina transformadora que se instaló en el puerto de San Nicolás, y que costó unos dos millones de pesos oro, una vez probada, y sacando unos pocos litros de aceite de linaza, quedó paralizada por haberla comprado un consorcio extranjero, interesado en no explotarla por tener sus fábricas en el extranjero. Pero, a pesar de esos contrastes y a medida que pasaba el tiempo, la industria local se imponía, y se impuso en un buen porcentaje.

Pero después de esta guerra, tal como surge de las declaraciones y de los planes que se elaboran en la actualidad, la situación será distinta. Ya las grandes potencias, por lo menos sus representantes, se pronuncian abiertamente contra el imperialismo económico y político. La misma coyuntura que se vislumbra para después de esta guerra es favorable al desarrollo de las industrias locales en todas partes, especialmente en estas repúblicas americanas. Sin duda alguna que todos nuestros productos agropecuarios, de minería y otros podrán desarrollarse sin contratiempo alguno. Las destilerías de aceite, de alcohol de maíz, de caña de azúcar y de uvas, los vinos, harinas, tejidos, el cuero y sus derivados, y otros de la producción agrícola ganadera, como asimismo los minerales descubiertos y a descubrirse, podrán ser explotados fácilmente, y hasta con la ayuda de la técnica y de los capitales europeos y norteamericanos.

Esto se hará por la misma colaboración de los pueblos que hoy dirigen la economía del mundo y por necesidad de descongestionar el continente europeo. Por este último y por necesitar de los brazos de los obreros especializados o no en esta clase de industrias intensificadas, tendrán que abrirse las puertas de la República para el inmigrante.

Opinamos que para apaciguar a Europa deberá terminarse con las restricciones que se impusieron en la mayoría de aquellos países a la salida de los emigrantes y a la entrada en las naciones americanas a esta misma gente. Si el imperialismo deja de ser factor decisivo en la política económica de las grandes potencias, no habrá por qué concentrar las industrias en aquellas metrópolis, como sucedió hasta ahora. Todo lo contrario: desde el punto de vista económico, y especialmente de transporte, convendrá más que todas las materias primas se elaboren allí de donde provienen. Pero entonces se necesitará de mayor cantidad de gente en estos países poco poblados, como, asimismo, descongestionar a los países europeos de la superpoblación. Con estas últimas medidas se podrán borrar de raíz todos los conflictos latentes, de mejor forma que con todos los tratados de buena voluntad.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar