Vestir la nación, de Regina Root

La controversia política y las costumbres en la Argentina a través de la moda


En 1810 la Argentina comenzó su largo y sinuoso camino procurando dejar atrás los vestigios coloniales para declararse independiente y, más difícil aun, fijar los límites territoriales que la conformarían como nación, objetivo recién logrado a finales del siglo XIX. Este lento batallar en busca de una pertenencia común por parte de las diferentes regiones estuvo jalonado por las guerras civiles, que desgarraron al país y dejaron heridas que no cicatrizan. “La historia oficial”, elaborada por una de las partes que tomó partido en las luchas fratricidas, fue más tarde cuestionada por los diversos revisionismos surgidos al calor de corrientes propias y foráneas, multiplicándose hasta el infinito la cantidad de textos dedicados a la historia del siglo XIX.

En esta oportunidad compartimos algunos fragmentos de un libro sobre la moda, un aspecto poco transitado de nuestra historia, abordado aquí con un prisma original. El libro Vestir la nación, de Regina A. Root aporta una mirada sobre las tensiones políticas que se expresaron también a través de la moda.

El libro recorre diferentes hitos de la moda, como la sanción durante el gobierno de Rosas de una ley que obligaba a llevar la divisa punzó a fin de homogenizar y el eco que esta produjo en la cultura popular, en versos, folletines y obras teatrales. También se analiza el papel de las mujeres, convocadas a participar en el esfuerzo bélico, y la incorporación, tras la independencia, de peinetas horizontales en el vestuario femenino, que eran una expresión explícita de compromiso con la política, al poner distancia con el uso de la mantilla vertical española. Aquí les dejamos algunos fragmentos del primer capítulo.

Fuente: Regina A. Root, Vestir la nación. Moda y política en la Argentina poscolonial, Buenos Aires, Edhasa, págs. 35-73.

En “El matadero”, la alegoría política de Esteban Echeverría, carniceros que esgrimen cuchillos, reminiscentes de algunos de los demonios necrófagos más monstruosos de Goya, humillan a un caballero elegantemente vestido. Debido a su estilo y amaneramiento europeos, una multitud federal identifica al joven como unitario y lo declara enemigo del pueblo. Bajo el hechizo del fanatismo religioso y el fervor patriótico, los federales lo preparan para el sacrificio. Su atildada apariencia contrasta con los andrajos manchados de sangre de los espectadores y los uniformes punzó de los soldados federales. Sujetado por sus opresores, el cuerpo indefenso del unitario es como una franja de territorio que los soldados dividen en pedazos. Como metáfora aterradora de la política de una Argentina emergente, el matadero funciona como una especie de Palacio de Justicia de la Confederación, la sede en la cual un sistema despótico otorga poder a una multitud truculenta.

En una instructiva administración de justicia, un juez considera al unitario culpable de traición política. ¿Por qué, pregunta el juez al caballero, el acusado no usa la divisa punzó federal? Los hombres libres no llevan esos signos, replica el unitario. ¿Por qué no se pone la cinta negra en el sombrero en señal de luto por doña Encarnación, la fallecida esposa de Rosas? Lleva su insignia en el corazón, declara audazmente el joven, para llorar a la nación asesinada por Rosas1. Tras haber violado todos los códigos vestimentarios a fin de expresar su disenso, el unitario no tarda en verse sometido a la fuerza a una afeitada “a la federala”, un acto ritualizado llevado a cabo por la policía secreta en un momento en que las autoridades prohibían la barba en forma de pera o candado, dado que recordaba la letra de “unitario”. Por medio de descripciones contrastantes de uniformes y vestimenta, Echeverría lanza la más fuerte de las acusaciones contra los métodos brutales utilizados por los simpatizantes federales para silenciar a la oposición.

Reveladora de la naturaleza precaria del poder, esta lección del pasado recuerda el vocabulario del color y la imaginería patriótica que los lectores de Echeverría entendían más que bien. El retrato de las estremecedoras escenas que se producían en paralelo con el surgimiento de la política de la identidad en la Confederación Argentina ponía lo crudo contra lo cocido, la elite contra las masas, la civilización contra la barbarie.2  Al contemplar esta manera de dar expresión a la indumentaria, la subjetividad y la identidad nacional, el lector de principios del siglo XXI no puede dejar de conectar la violencia de ese texto fundacional con contextos históricos más recientes. Escrito entre 1838 y 1840, “El matadero” solo se publicó en 1874. Las primeras palabras de Echeverría dan a entender que su relato histórico rechaza el marco tradicional de la historia colonial o cualquier cronología que comience con las pretensiones genealógicas de los colonizadores españoles. En el entendimiento de que autores y estadistas carecían de datos históricos básicos, como ha sugerido Doris Sommer en otro contexto, las culturas nacionales emergentes proyectaban sus historias por medio de la ficción. “El matadero” puede considerarse de tal modo como una suerte de “génesis” de la ficción argentina, a pesar del hecho de que esta alegoría política solo se enmarcó en el género ficcional en la década de 1950.3 Tras las violaciones de los derechos humanos de la segunda mitad del siglo XX, como las cometidas durante la “guerra sucia”, en la que decenas de miles de personas “desaparecieron” entre fines de la década de 1970 y comienzos de la década siguiente (es decir, fueron secuestradas en sus casas o lugares de trabajo y torturadas o asesinadas), un retorno a esa primera figuración de la Argentina revela un nacionalismo fundado en la oposición paradójica entre el individuo y el otro, entre los ciudadanos civilizados y los bárbaros indóciles.4

La obra de Echeverría también reveló el papel crítico atribuido a la moda en la construcción del consenso luego de la independencia. Bajo el régimen de Rosas, el acicalamiento y la apariencia general de la persona suministraban municiones simbólicas para la formación de opiniones locales y costumbres aparentemente nacionales que hacían hincapié en los valores rurales y las políticas federales. Los ciudadanos respetuosos de la ley llevaban divisas y chalecos punzó.5 Se evitaba el azul cielo, el color de la independencia y un símbolo reconocido de la adhesión al unitarismo. Las mujeres incorporaban matices de rojo y rosa a sus vestuarios: desde cintas para el pelo hasta rosas bordadas que adornaban los vestidos elegantes. Con la expectativa de evitar la vergüenza y el arresto, muchos unitarios dejaron de usar el celeste por completo y se volcaron aparentemente al verde, el color de la esperanza. Sin embargo, también este color se tornó peligrosamente sospechoso, y soldados de la Confederación llegaban incluso a destruir los objetos verdes en las casas de los presuntos unitarios.

Desde su creación, el uniforme ha permitido a los individuos transformar el poder de su autoridad en poder de gobierno. “El gobierno nunca habría sido posible si no se hubiera inventado el uniforme”, sostiene Lawrence Langner 6. De manera análoga, parece ser que el uniforme argentino se desarrolló al mismo tiempo que crecía el apoyo a la idea de unificar la región del Río de la Plata en una nación. El régimen rosista había establecido un uniforme punzó para generar un espíritu de cuerpo y promover un sentimiento de pertenencia entre todos los patriotas. Los federales, tanto soldados como civiles, exaltaban el poder de Rosas con ese uniforme, a la vez que relegaban a los unitarios a los márgenes. Como veremos en este capítulo, la descripción del traje patriótico en la literatura popular contribuyó a modelar una “familia federal”, poniendo en primer plano una configuración familiar para la experiencia colectiva de la nacionalidad décadas antes de que una idea semejante pareciese posible. Esa familia federal se convirtió tal vez en el símbolo más destacado de la Santa Federación.

Reiteradas enunciaciones del uniforme en formas poéticas tradicionales, como el cielito patriótico, distinguieron aún más a los federales de los unitarios. Muchos poemas presentaban al hombre federal y su familia en oposición a un unitario feminizado. De este modo, el diálogo poético creaba una escena pública imaginaria donde podían introducirse ideas sobre la identidad nacional y verlas desplegarse. El verso patriótico funcionaba como un tipo de uniforme cuando sondeaba la vastedad de la identidad federal o libraba una batalla simulada contra la oposición unitaria. En el ámbito de la representación poética surgieron dos clases de cuerpos y uniformes. El cuerpo federal deseable aparecía cubierto con un poncho en el que lucía la divisa punzó, como ejemplo de un cuerpo obediente siempre pronto para la guerra. El cuerpo unitario, por su parte, representaba el caos sexual y la enfermedad. Figurado como afeminado y desordenado, el unitario de las plaquetas de poesía patriótica era como el caballero de “El matadero”, en el sentido de que caía bajo el yugo del poder del uniforme federal.

En Vigilar y castigar, Michel Foucault demuestra que el uniforme es una interpretación y la asignación de una función, una proyección ideológica en la cual el cuerpo se descompone en partes a fin de llevar a cabo actos de guerra eficientes. Adoptar el uniforme implica poseer una “retórica corporal del honor”, una disciplina que entraña la conexión del cuerpo con el aparato de poder que lo controla. Foucault explica: “El cuerpo singular se convierte en un elemento que se puede colocar, mover, articular sobre otros. […] El hombre de tropa es ante todo un fragmento de espacio móvil, antes de ser una valentía o un honor”. 7 El soldado funciona como una especie de sinécdoque o la parte de un todo, con su cuerpo estratégicamente organizado para los rigores de la batalla. Dentro de este sistema de comprensión –que sería en verdad válido para el contexto argentino–, el uniforme actúa como una identidad lista para usar que admite lecturas precisas.

(…) Se dice que los rudimentos de un código vestimentario militar argentino surgieron poco después de 1806, tras el primer intento infructuoso de los británicos de conquistar la ciudad de Buenos Aires. En ese momento, grupos de ciudadanos comenzaron a crear unidades de milicianos, cada una con sus colores, estilos y banderas que hacían juego. 8 Las unidades compuestas de soldados españoles tomaban para sí los colores de la región de España a la que pertenecían sus miembros. Los soldados indígenas, mestizos y negros, que constituían las unidades más grandes de artillería, llevaban uniformes de diseño similar, solo distinguidos por el estilo de los sombreros y los colores de las chaquetas y fajas. 9

Muchos historiadores atribuyen al coronel San Martín el diseño del primer uniforme argentino y sus sagaces proyecciones de estatus social. (…) En una carta escrita en Buenos Aires y dirigida al general Antonio González Balcarce, San Martín describe los elementos básicos del uniforme de los granaderos…. (…)10

Hace tiempo que los investigadores estudian las cualidades expresivas del color, desde los sentimientos románticos captados por Goethe hasta las jerarquías lingüísticas propuestas por Wittgenstein. Colmado de significado, el lenguaje de los colores revela las cargas emotivas de todo un sistema de ideas. Durante la época de Rosas, el color separaba visualmente a los federales de los unitarios en el campo de batalla y la vida diaria. Mientras proseguía la lucha por el destino del poder en la república emergente, las descripciones literarias de los uniformes señalaban afiliaciones y revelaban ideales políticos. Los colores y estilos que conquistaban el reconocimiento civil resonaban en canciones populares y odas patrióticas que hablaban de los triunfos y las derrotas de la guerra civil.

Fray Cayetano Rodríguez (1761-1823) relata en un tono poético los éxitos de los Colorados del Monte en el restablecimiento del orden público, y los identifica por los colores de su traje distintivo. Una vez llegado a la escena política en 1820, Rosas se granjeó una firme reputación como comandante militar en la provincia de Buenos Aires. A renglón seguido se le confió el mando del quinto regimiento, también conocido como Colorados del Monte. Su estilo guerrillero de hacer la guerra incluía ataques a propiedades; los soldados evitaban la batalla y, mientras tanto, ayudaban a Rosas a hacerse de más poder militar y tierras. 11 El soneto del fraile, escrito ese mismo año, se convirtió en un homenaje popular rendido a Juan Manuel de Rosas y cantado en varias celebraciones públicas:

Milicianos del Sur, bravos campeones,
vestidos de carmín, púrpura y grana,
honorable Legión Americana,
ordenados, valientes escuadrones.
A la voz de la ley vuestros pendones
triunfar hicisteis con heroica hazaña,
llenándoos de gloria en campaña
y dando de virtud grandes lecciones.
Grabad por siempre en vuestros corazones
de Rosas la memoria y la grandeza,
pues restaurando el orden os avisa
que la provincia y sus instituciones
salvas serán si ley es vuestra empresa,
la bella Libertad vuestra divisa. 12

Durante muchos años este soneto circuló en hojas sueltas y sufrió una serie de transformaciones temáticas luego de que Rosas tomara el poder en Buenos Aires, que llegaron incluso a la puesta en línea de los colores del regimiento con la Santa Federación: “Federación o muerte la divisa”. En ese decurso, el término “colorado” terminó por ser sinónimo del soldado federal y su uniforme punzó. Todos los detalles –desde los botones hasta las cintas de color carmín atadas a las colas de los caballos alazanes– daban a conocer la adhesión a la Federación. Como nos recuerda Foucault: “Para el hombre disciplinado, como para el verdadero creyente, ningún detalle es indiferente, pero menos por el sentido que en él se oculta que por la presa que en él encuentra el poder que quiere aprehenderlo”. 13 Con el desfile de la masculinidad el régimen generó la percepción de una “colectividad estrictamente jerarquizada y funcionalizable”. 14 En lugar de medallas, los soldados recibían “pródigas” concesiones de tierras –por lo común, confiscadas a propietarios unitarios–por sus servicios.15 Cada vez que surgían rumores de disenso, se decía que Rosas despachaba un regimiento de Colorados para disipar esa posibilidad. Los periódicos también indicaban que los uniformes despertaban mucha atracción en los espectadores, que se alineaban al borde de calles y caminos con curiosidad y entusiasmo para dar la bienvenida al regimiento en su localidad, quizá con la esperanza de avistar a un prisionero o ser testigos de alguna protesta.16

Los sectores que se oponían al rosismo lucían atuendos en tonos celestes y verdes que simbolizaban la libertad y la esperanza, respectivamente, y que, según se decía, irritaban a Rosas.17 El general unitario José María Paz habla del peligro que corrió cuando, de manera inadvertida (y tal vez con demasiada inocencia), fue con guantes verdes a la casa de Rosas.18Arrestado en 1831, se lo trasladó en 1839 a Buenos Aires, donde se le permitió desplazarse libremente por la ciudad, siempre que no tomara las armas ni conspirara contra el régimen. En sus memorias, Paz describe sus paseos por un patio a la espera de que Rosas lo reciba, mientras sospecha que el dictador, oculto tras una cortina, lo observa desde una habitación adyacente: “Yo, que no dudaba de ello, traté de aparentar la más cumplida  indiferencia, y, paseándome con negligencia, jugueteaba con mis guantes que tenía asidos con una mano. Cuando después de hecha mi visita me retiré, y advirtió el señor Elizalde que mis guantes eran de un color verde oscuro, me significó la inconveniencia de su color y el peligro que había corrido; mas, como ya hubiese pasado, hubimos de tranquilizarnos, proponiéndome no hacer otra prueba”.

En este ejemplo, el general Paz había usado el color para hacer ver su desafío al régimen. Si bien en ese momento escapó a las consecuencias, sus memorias reconocen la severidad de los actos de Rosas. En este caso en particular, el color se convierte en la munición simbólica utilizada por rivales políticos con un objetivo de dominación psicológica.

En su tratado sobre la civilización y la barbarie, Domingo Faustino Sarmiento, al explorar la contaminada historia del color en la Confederación Argentina, atribuye un carácter melancólico y salvaje a la naturaleza indefinida de las pampas. Sarmiento compara el uniforme punzó de los saqueadores federales con el traje de los verdugos del siglo XVIII y las banderas argelinas. 19Luego extiende este análisis al unicato de estilo tártaro de Facundo Quiroga, un caudillo local cuyos actos bárbaros solo parecen haber sido superados por los de Rosas. En ese texto histórico híbrido, el punzó se convierte en la piedra de toque de la lealtad hacia la Confederación, silenciando todos los otros territorios visuales. Sarmiento señala que la bandera celeste y blanca de la independencia, que solo había sido objeto de cambios menores desde que Manuel Belgrano la creara en 1812, ha sufrido ahora transformaciones importantes una vez reafirmada en 1836 la permanencia de Rosas en el poder. Como explica Tulio Halperín Donghi: “La cruzada contra el color del enemigo no respetaba siquiera la bandera nacional, en la que se reemplazaron las dos franjas celestes por dos azul pizarra”. 20 En cada ángulo de la bandera se había incorporado un gorro federal, y hasta los rayos dorados del sol eran ahora de un rojo oscuro. Muchas respuestas al cambio de los colores de la bandera aparecieron ulteriormente en descripciones literarias del cielo y la presentación dicotómica del clima tormentoso y el clima pacífico.21

Juan María Gutiérrez reflexionó sobre el cambio de diseño de la bandera en una serie de imágenes incluidas en poemas que publicó en 1841. “El color azul” exaltaba la belleza del azul cielo como un símbolo del firmamento y la nación sagrada.22 En “Escenas de la Mashorca”, un grupo de mujeres envueltas en los colores de la independencia pasean pacíficamente cuando los uniformes rojo sangre de los soldados federales irrumpen desde el paisaje y las dispersan.23 “La bandera de Rosas”, otro de los poemas de Gutiérrez, lleva a los lectores a evocar una paleta similar:

Habla una lengua muda y misteriosa
el variado matiz de los colores;
el blanco, los castísimos amores
expresa de la virgen afectuosa.
El amarillo entrelazado al rosa
dice la duda que perturba el alma,
y el verde claro de la airosa palma
la risueña esperanza voluptuosa.
Así en las luchas del palenque un día,
banda flotante en acerado peto,
penas o dichas de amor decía,
y el rojo emblema que servil respeto
infunde a la demencia de un tirano,
la sangre expresa que vertió su mano.

A través del mudo mundo del color, Gutiérrez articula la voz de la esperanza y la libertad. Su soneto comienza con un motivo discreto de colores pálidos que simbolizan tiempos más juveniles e inocentes. El entrelazamiento del amarillo y el rosa representa el emblema de la guerra en la bandera de la Confederación, que no ha tardado en reemplazar sus rayos amarillos de la independencia por rayos rojos. El verde sólido de la cimbreante palmera, que crece en el campo de batalla, hace alzar la mirada hacia la promesa de un cielo celeste. 24Este posicionamiento vertical y casi piadoso de la mirada lleva así al lector, aunque solo sea por un momento, del mundo terrenal al mundo espiritual o del reino de la inhumanidad federal a algún ideal trascendente. El tono vehemente de las dos estrofas finales, que diseccionan aún más el paisaje nacional, cede luego su lugar a una serie de imágenes violentas que retratan la crueldad de Rosas.

José Rivera Indarte trazó el mapa del color de la muerte bajo el régimen rosista en su truculento Tablas de sangre, una enumeración alfabética de los nombres de federales culpables y sus víctimas. Su alfabeto didáctico también describiría con sanguinolento detalle las ciudades donde se había colgado o decapitado a patriotas unitarios. (…)

Ya en época muy temprana la Confederación Argentina incorporó un uniforme civil a los rituales de la vida cotidiana, como una manera de alentar la obediencia a los valores del régimen. Según cabe comprobar en “El matadero”, estrictos códigos vestimentarios imponían que todo el mundo llevara la divisa punzó, cualesquiera que fueran el género, la raza, la edad o la clase social. Es incuestionable que esos códigos ejercían una fuerte influencia sobre el comportamiento y las decisiones del individuo. En cierto sentido, el uniforme civil era el “frente interno” de la moda, en cuanto oscurecía la distinción existente entre el traje de paisano y el uniforme. El 3 de febrero de 1832 un decreto dio fuerza de ley al punzó y lo declaró el color nacional de la fe en la Federación.25 La divisa punzó funcionaba ahora como una ampliación metonímica del uniforme federal para los “hijos e hijas de la Confederación” y se la exhibía estratégicamente cerca del corazón. Los funcionarios expulsaban a los profesionales, como médicos y profesores universitarios, que no llevaran la divisa en el lugar correspondiente mientras desempeñaban sus tareas. Ni siquiera los escolares se atrevían a sacársela a lo largo del día. (…)

La divisa punzó contribuyó a crear una identidad prefabricada y, en un período relativamente breve, proyectó una ideología unificadora. En un intento de coartar el disenso, guardias civiles honorarios marchaban por las calles y plazas de la comunidad con chalecos punzó y cintas escarlatas atadas a sus armas. Estas carteleras ambulantes funcionaban para el resto de la población como recordatorios visuales de la necesidad de usar el uniforme civil. Por momentos, el apoyo era tan fervoroso que los guardias demasiado lampiños para llevar el tupido bigote federal se pegaban uno postizo.26 Las muchas personas que usaban el uniforme federal, con una serie de consignas impresas en sus divisas, afirmaban y confirmaban simbólicamente el poder del gobierno.27 Para Rosas, las prendas y accesorios de color punzó representaban una manera de impulsar la consolidación de la Confederación Argentina, y explicaba: “Esta voz debe resonar por todas partes y a toda hora, porque así es conveniente para la consolidación del sistema”. 28 También alentaba con mucho vigor el uso del punzó en regiones que estaban bajo el control de otros gobernadores, con lo cual su simbolismo adquiría un lugar preponderante en todo el país. Esta insistencia en los signos exteriores de la indumentaria era un fenómeno cabalmente moderno, dado que la política de la vestimenta en la época colonial se había resuelto en términos genealógicos y no admitía prácticas de construcción del consenso entre los integrantes de la población en general.

La Iglesia Católica y otras instituciones de filiación religiosa contribuían a este proyecto de consolidación cuando presentaban una familia federal unida y preparada para derrotar al solitario y desordenado unitario. (…) En la vida diaria la Iglesia veneraba a Rosas y la familia federal y hacía referencia a ellos como parte de la liturgia católica cotidiana en Buenos Aires y las provincias. Sus retratos se exponían como elementos sagrados en las procesiones religiosas; en las iglesias de la ciudad, el retrato de Rosas se instalaba al lado del crucifijo.29Envueltos en “vestiduras federales”, 30 los sacerdotes instaban a los fieles a observar las costumbres recién establecidas. El obispo Mariano (…) bosquejó un código vestimentario reglamentado para los piadosos y más adelante, en 1837, lo presentó a un colega: “Nada más justo que el clero conforme sus opiniones con las del Superior Gobierno. […] Hágales usted entender igualmente que los hombres deben llevar la divisa de color punzó al lado izquierdo, sobre el corazón, y las mujeres en la cabeza, del mismo lado, debiendo también advertírselas que en adelante procuren abolir una moda que han introducido los logistas unitarios de hacer usar a los paisanos la ropa almidonada con agua de añil, de modo que luego queda de un color que tira a celeste claro, lo que es una completa maldad de los unitarios impíos”. 31

(…)  Aun las imágenes de Jesucristo y los santos estaban ahora envueltas en mantos y divisas punzó. Los uniformes mismos eran una forma de instrucción. El sistema educativo, bajo la supervisión nacional del padre Saturnino Segurola, exigía a todos los integrantes de la Confederación que estaban en edad escolar el uso de emblemas de color punzó, y a sus maestros, la entonación de himnos en honor al Restaurador de las Leyes.32 La organización caritativa conocida como Sociedad de Beneficencia asumía la responsabilidad de elegir las divisas para las niñas huérfanas e incluso se las ingenió para convencer a los funcionarios de Buenos Aires de discontinuar un uniforme escolar celeste y suministrar prendas punzó con adornos para el pelo que hiciera juego.33 (…)

Los códigos vestimentarios reglamentados tuvieron un importante efecto en el mundo del teatro y la ópera, dado que los actores y cantantes se vieron obligados a incorporar aspectos del uniforme civil a sus trajes y el decorado. (…) Cualquiera que fuese el período histórico representado o la trama desarrollada, los cantantes de ópera lucían en el escenario una divisa punzó. Robert Elwes, un escritor británico de viajes, describe, en la representación de La sonnambula de Vincenzo Bellini, a una sonámbula Amina que, al ingresar al mundo fantástico de los sueños, exhibe cintas punzó en el pelo.34 (…)

Los retratos visuales y literarios de Juan Manuel de Rosas en uniforme variaban en función del contexto de la reunión. Las imágenes oficiales mostraban al líder de la Confederación en traje militar, a menudo con un chaleco azul oscuro y cuello alto, charreteras doradas, faja punzó y un medallón de forma solar. Sin embargo, cuando se presentaba en las campañas militares, Rosas usaba partes esenciales del traje de gaucho, los mismos elementos que persisten en nuestros días como símbolos de la identidad nacional, entre ellos el poncho indio y el chiripá originalmente creado por los jesuitas para que los pueblos indígenas se cubrieran.35 Es probable que Rosas también combinara el poncho con pantalones de tipo europeo, un estilo híbrido elegido por muchos federales de alto rango. En El viaje del Beagle, Charles Darwin describe su encuentro con un Rosas vestido de gaucho de pies a cabeza, como si quisiera identificarse con sus hermanos soldados y no afirmar su papel de comandante. Para Rosas, esta uniformidad visual era una estrategia de la que se valía para “conseguir una influencia grande” sobre los sectores populares y, como él mismo explicaba, “para contenerla [a esa gente], o para dirigirla, y me propuse adquirir esa influencia a toda costa; para esto me fue preciso trabajar con mucha constancia, con muchos sacrificios y hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos y hacer cuanto ellos hacían”.36 De esta declaración se desprende con claridad que Rosas “no buscaba necesariamente representar, elevar o salvar al gaucho”. 37Simplemente quería identificarse con ellos en el registro cultural. Es sabido que siempre se vestía de gaucho cuando hablaba con sus soldados de a pie. Con esta actitud logró hacerse del control del grueso del ejército, al rechazar con maneras teatrales la pompa y autoridad de otros líderes de guerra.38

Cuando tenía que movilizar a los soldados del campo, Rosas preparaba discursos unificadores que halagaran la realidad de los gauchos de poncho, y situaba su apariencia y su valor en oposición al dandismo y la cobardía del unitario. (…) Los cambios selectivos en uniformes y trajes, a los que la época se refería como mudanzas de traje, contribuían sin duda a mantener un vasto apoyo en el campo federal. Con las representaciones oficiales del uniforme se trazaban las líneas psicológicas de combate y se forzaba a la oposición a tropezar y caer en un terreno disputado.39

En su correspondencia personal con amigos y editores, Rosas preparaba diminutas viñetas para su difusión entre el público por medio de las redes de imprentas federales. Ya desde el inicio había hecho hincapié en el papel del gaucho en el mantenimiento del orden público. Hacia esa época, escribe John Lynch, había forjado una “incongruente alianza de federales, gauchos, delincuentes e indios”. Si bien sus viñetas se concentraban en la batalla ideológica inmediata, hay que recordar que los intereses de Rosas como magnate ganadero que generaba más riquezas rurales a través de “la expansión territorial y la creación de estancias”40 hacían de él una fuerza económica que era preciso tener en cuenta en la llanura pampeana. En el caso de los gauchos que se unían a la causa federal las motivaciones solían ser de orden material, ya que esperaban que se los proveyera de carne, ropa y trabajo a cambio de sus servicios.41La confiscación de propiedades y el saqueo de cadáveres unitarios también permitían la adquisición de bienes de ordinario no asequibles para la mayoría de la gente. Tal vez por esa razón, Rosas comenzaba una semblanza con la exclamación “¡Viva el Padre de los Pobres y Restaurador de las Leyes!”, para destacar luego la unidad de los gauchos en el mantenimiento de la vigilancia contra las fuerzas subversivas que socavaban la Confederación: “¡Paisanos!: los de chaqueta y poncho, que juntos y bajo las órdenes de don Juan Manuel arrostrasteis tantos sacrificios y peligros por la Restauración de las Leyes, hasta la final conclusión de los tiranos, ya es tiempo que viváis prevenidos y alerta. Se ha formado una logia con el objeto de acabar con vuestro general Rosas. A su logro os procuran engañar y os tienden redes. Alerta y prepararse, pues ya está visto que mientras no colguéis dos docenas de esos caporales logistas, en el país se reproducirán nuevas escenas de horrores y de sangre”.42

Este texto apuntaba a fortalecer la participación política rural mediante la convocatoria a los paisanos de poncho a erradicar del paisaje a los masones mal disimulados, expresión con la que se aludía a los simpatizantes unitarios. Es muy probable que el clima hostil descrito incitara a muchos a la violencia. The British Packet publicó artículos sobre la fuerza excesiva a la que apelaban en el campo algunos federales convencidos de su capacidad de leer la fisonomía unitaria. En un caso, veintitrés hombres asaltaron y amenazaron asesinar a una familia que, en su camino a Buenos Aires, llevaba ropa de color punzó. Don Gallino, el jefe de la casa, tenía al parecer los rasgos faciales y el color de pelo típicos de los unitarios.43
(…)

Los registros policiales de arrestos hechos en la época confirman que las autoridades públicas sometían al cuerpo unitario a una detallada inspección. No hace falta más que considerar la lista de posibles transgresiones para reconocer la severidad con que se juzgaban la indumentaria y la apariencia: “Manuel Jordán: Hablantín contra el Superior Gobierno. Es salvaje unitario y se ha quitado el bigote. Martín Lacarra: Es de frac y unitario muy acérrimo. José Julián Jaimes: Es uno de los que patearon la divisa con el retrato de Su Excelencia. Pablo J. Díaz: Es unitario de levita, se ha quitado el bigote”.44

No cabe duda de que el individuo que se apartaba de los códigos vestimentarios federales era sometido a un severo castigo. La falta de bigote estaba a menudo bien documentada: la cultura popular estimaba posible juzgar a un hombre exclusivamente por su vello facial.45 De manera coherente, la poesía popular federal trazó similares líneas metafóricas de batalla con descripciones contrastantes del uniforme, y con ello dejó selladas las identidades de ciudadanos, soldados y enemigos de la nación. La cultura popular posicionaba el cuerpo unitario rebelde al margen de los límites de la ciudadanía y la identidad cultural argentinas. (…)

Referencias:
1 Esteban Echeverría, “El matadero”, en La cautiva – El matadero, Buenos Aires, Kapelusz, 1995, págs. 85-86.
2 David Viñas me dijo una vez que “El matadero” bien podría haberse titulado “Elogio del matambre”. Este, que significa literalmente “matar el hambre”, es un arrollado del corte de carne así llamado, que luego de cocinarse se sirve de ordinario frío. En este contexto implica un relato elitista, como si lo contara la gente decente. Me gustaría agradecer al profesor Viñas la guía que me ofreció cuando empecé la investigación para este capítulo en la Universidad de Buenos Aires.
3 Cristina Iglesia, “Mártires o libres: un dilema estético. Las víctimas de la cultura en El matadero de Echeverría y en sus reescrituras”, en Cristina Iglesia (comp.), Letras y divisas: ensayos sobre literatura y rosismo, Buenos Aires, Eudeba, 1998, pp. 25-35; véase en especial pág. 25.
4 IbídEstas conexiones también se señalan en Tulio Halperín Donghi, “Argentina’s Unmastered Past”, Latin American Research Review, 23(2), 1988, pp. 3-24, donde el autor analiza “El matadero”.
5 El decreto que hizo obligatorio el uso de la divisa punzó entró en vigor el 3 de febrero de 1832. Se lo puede encontrar asentado bajo esa fecha en Pedro de Angelis, Recopilación de leyes y decretos promulgados en Buenos Aires desde el 25 de mayo de 1810 hasta fin de diciembre de 1835, Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1836.
6 Lawrence Langner, The Importance of Wearing Clothes, Los Ángeles, Elysium Growth Press, 1991, p. 128.
7 Michel Foucault, Discipline and Punish: The Birth of Prison, traducción de A. Sheridan, Nueva York, Vintage Books, 1995, p. 164 [trad. esp.: Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, México, Siglo XXI, 1976, pág. 168].
8 Se hallará más información sobre los cuerpos militares y sus comandantes en Ignacio Núñez, Noticias históricas de la República Argentina, Buenos Aires, Imprenta de Mayo, 1857.
9 Durante la guerra de la independencia, los afroargentinos constituían la infantería, y los gauchos, la caballería. Véase J. Lynch, Argentine Dictator…, op. cit., pág. 105.
10 Esta descripción está fechada el 19 de marzo de 1812. Citada en Enrique Udaondo, Uniformes militares usados en la Argentina desde el siglo xvi hasta nuestros días, Buenos Aires, Pegoraro Hermanos, 1922, pág. 147.
11 J. Lynch, Argentine Dictator…, op. cit., pág. 29.
12 Fray Cayetano Rodríguez, “A los Colorados”, citado en Fermín Chávez, La vuelta de Don Juan Manuel, Buenos Aires, Dirección de Impresiones del Estado y Boletín Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1991, pág. 23.
13 M. Foucault, Discipline and Punish…, op. cit., pág. 140 [Vigilar y castigar…, op. cit., pág. 143].
14  Nancy Hanway, Embodying Argentina: Body, Space and Nation in 19th Century Narrative, Jefferson (Carolina del Norte) y Londres, McFarland and Company, Inc. Publishers, 2003, pág. 11.
15 En ocasiones, los unitarios que perdían su propiedad eran obligados a hacer el servicio militar. Lynch dice que nadie se atrevía a cuestionar una categorización errónea. Es interesante señalar que con anterioridad al régimen federal las autoridades unitarias también confiscaban propiedades. Véase J. Lynch, Argentine Dictator…, op. cit., págs. 64-66.
16 The British Packet, 159, 5 de septiembre de 1829, pág. 1.
17 Algunos uniformes fueron objeto de rápidas modificaciones para que no pudiera confundírselos con ninguna adhesión unitaria. Un decreto publicado el 8 de agosto de 1835 revisaba el uniforme de la marina federal y establecía la eliminación de los colores azul cielo y verde, además de disponer que la gorra tuviera un tono punzó.
18 José María Paz, Memorias póstumas, Buenos Aires, Emecé, 2000, capítulo 23. Sería interesante vincular esta mano enguantada a los complejos funcionamientos del poder. La idea del “toque federal” llegó a la larga a la moda de las mujeres, que llevaban guantes con la imagen de Rosas estampada en ellos.
19 Ricardo Cicerchia ha estudiado recientemente la relación de los rebeldes armados árabes con las montoneras argentinas en la obra de Sarmiento, y sostiene que con su visión racializada de la construcción nacional el estadista argentino buscaba una “armonía forzada” que se guiaba por “los signos de civilización” de la Europa antiespañola. Véase Ricardo Cicerchia, “Journey to the centre of the Earth: Domingo Faustino Sarmiento, a man of letters in Algeria”, en Journal of Latin American Studies, 36(4), noviembre de 2004, págs. 665-686, en especial pág. 679.
20 Tulio Halperín Donghi, “Argentine Counterpoint: Rise of the Nation, Rise of the State”, en S. Castro-Klarén y J. C. Chasteen (comps.), Beyond Imagined Communities…, op. cit., pág. 46.
21 El Iniciador hizo del cielo la insignia oficial de la generación de 1837. Véase “Porvenir”, en El Iniciador, 1(9), 15 de agosto de 1838, pág. 186.
22 Juan María Gutiérrez, “El color azul”, en Tirteo, 5, 26 de julio de 1841, pág. 1.
23 Juan María Gutiérrez, “Escenas de la Mashorca”, en Tirteo, 4, 19 de julio de 1941, págs. 29-31.
24 El cielo celeste tenía una destacada figuración en las descripciones que comentaban las libertades políticas y religiosas o exhortaban a conquistarlas.
25 El texto del decreto puede consultarse en P. de Angelis, Recopilación de leyes y decretos…, op. cit., págs. 1117-1118. Una versión accesible de este documento y fragmentos de otros decretos aparecen en Jorge Myers, Orden y virtud: el discurso republicano en el régimen rosista, Bernal (Argentina), Universidad Nacional de Quilmes, 1995, págs. 127-128. Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina:Rozas y las facultades extraordinarias, Buenos Aires, Editorial Americana, 1945, págs. 7-8, remonta el uso de la divisa a las luchas por la independencia, y examina sus diversas modificaciones a lo largo del tiempo.
26 Información publicada en La Gazeta Mercantil, 18 de julio de 1835.
27 Para sostener simbólicamente su orden social, el régimen de Rosas trataba como rivales hostiles a quienes no se ajustaban a él. Esta actitud significaba un problema para los extranjeros que debían entrar a edificios públicos y no consideraban apropiado rendir pleitesía al régimen. The British Packet, si bien reconoce algunas inconsistencias fácticas irresueltas, describe el acoso de estilo populachero que enfrentaban los diplomáticos y sus familias: “Las mujeres que llevan en su ropa el más mínimo vestigio de azul son abucheadas y perseguidas en las calles y los paseos. La hija del vicecónsul francés [De Vins de Peysac], una niña de trece años, se vio obligada a esconder un sombrero azul que no podía llevar en el exterior y ni siquiera dejar que se la viera con él en su casa, frente a visitantes federales”. Véase The British Packet, 482, p. 2. Sobre estas tensiones, véase también Andrew Graham-Yool, Así vieron a Rosas los ingleses, 1829-1852, Buenos Aires, Rodolfo Alonso, 1980, antología de las opiniones de diplomáticos que sirvieron durante el régimen.
28 Citado en Manuel Gálvez, Vida de don Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Tor, 1965, págs. 457-458.
29 J. Lynch, Argentine Dictator…, op. cit., págs. 164-165.
30 Ibíd., pág. 184.
31 Eugenio Rosasco, Color de Rosas, Buenos Aires, Sudamericana, 1992, pág. 195.
32 Véase Registro Oficial, 27 de mayo de 1835, pág. 128.
33 Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina:Rozas y las facultades extraordinarias, Buenos Aires, Editorial Americana, 1945, pág. 157.
34 Samuel Trifilo, La Argentina vista por viajeros ingleses, 1810-1860, Buenos Aires, Ediciones Gure, 1959, pág. 115-116.
35 El chiripá es el precursor de las bombachas de campo, que llegaron a conocerse en todo el mundo hace algunos años, cuando la industria las comercializó como “pantalones gauchos”. Sobre el poncho, más información en Ruth Corcuera, “Ponchos of the River Plate: Nostalgia for Eden”, en R. A. Root (comp.), The Latin American Fashion Reader, op. cit., pp. 163-175, y Ponchos de las tierras del Plata, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes/Verstraeten Editores, 2000. Richard W. Slatta también describe la cultura material del gaucho en “Material Culture: Housing, Clothing, Food, Recreation”, en Gauchos and the Vanishing Frontier, Lincoln, University of Nebraska Press, 1983, pp. 69-90 [trad. esp.: “Cultura material: vivienda, indumentaria, alimentación, recreación”, en Los gauchos y el ocaso de la frontera, Buenos Aires, Sudamericana, 1985]. Para el contexto rioplatense, véase Fernando O. Assunçao, Pilchas criollas: usos y costumbres del gaucho, Buenos Aires, Emecé, 1991.
36 Juan Manuel de Rosas, citado por J. Lynch, Argentine Dictator…, op. cit., pág. 109.
37 J. Lynch, Argentine Dictator…, op. cit., pág. 110.
38 Tomás de Iriarte describe a Rosas como “un miserable gaucho sin servicios niantecedentes gloriosos” en Memorias: luchas de unitarios y federales y mazorqueros en el Río de la Plata, Buenos Aires, Ediciones Argentinas, 1947, págs. 224-226. Critica además al caudillo emponchado por ser un zorro astuto con “traje de gaucho decente”.
39 Un estudio más profundo de este aspecto del uniforme implicaría la necesidad de analizar los contraataques estratégicos de los unitarios, que emulaban el uso del camuflaje para exponer las atrocidades del régimen. De inmediato se nos ocurre pensar en “La refalosa”, el poema de Hilario Ascasubi, con su correspondiente juego de palabras con las identidades resbaladizas. Los disfraces utilizados por Daniel Bello en Amalia, de José Mármol, y la cooptación femenina del uniforme en Misterios del Plata, de Juana Manso de Noronha, proponen cautivantes discusiones sobre el uso del uniforme con finalidades estratégicas.
40 J. Lynch, Argentine Dictator…, op. cit., pág. 23.
41 Los gauchos solían “tener la esperanza de que sus nuevos zapatos y ropa sobrevivieran a la campaña, para poder regresar a sus casas mejor provistos”, escribe A. de la Fuente, Children of Facundo…, op. cit., págs. 94-95.
42 Véase Ernesto Celesia, Rosas: aportes para su historia, Buenos Aires, Peuser, 1954, pág. 454.
43 The British Packet, 11 de abril de 1829, pág. 3: “Algunos sectores del campo han sido presa de los excesos más espeluznantes”. Y el periódico agregaba: “Execrable, el asesinato acecha afuera casi con impunidad”.
44 Citado en E. Rosasco, Color de Rosas, op. cit., pág. 221.
45 Así se trasluce, por ejemplo, en el Anuario para el año 1857, un almanaque publicado en Buenos Aires cinco años después de la caída de Rosas. Los almanaques populares explicaban que una poblada barba implicaba un temperamento bondadoso y estable. De acuerdo con esta lógica, cualquier otra inclinación en un hombre significaba que era afeminado. Las mujeres no tienen barba, explicaba el almanaque, porque la menstruación no les permite producir la misma cantidad de calor corporal. Y llegaba a esta conclusión: “El hombre sin barba no es hombre”. Véase Anuario para el año 1857, pág. 15.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar