11 de septiembre de 1888 – Muere en Paraguay Domingo Faustino Sarmiento


Domingo Faustino Sarmiento nació el 15 de febrero de 1811, en la ciudad de San Juan de la Frontera. Tendero, subteniente del batallón de infantería provincial, docente en el exilio, capataz de mina y, por supuesto, lector prolífico: así fueron sus primeros veinte años de vida. Sus siguientes veinticinco años, estuvieron marcados por el exilio y los viajes: Santiago de Chile y Montevideo, fueron sus principales destinos, pero ciudades de Europa, África y Estados Unidos, también constituyeron parte de su extenso itinerario. La labor periodística y su intensa actividad en el campo de la educación, fueron sus principales ocupaciones. A mediados de la década de 1850, puso fin su a su vida de exiliado e intensificó su participación en la vida institucional argentina. Su segundo viaje a Estados Unidos en 1865, confirmó su interés en la modernización capitalista del país y su rechazo a los movimientos montoneros de las provincias, considerados signos del “atraso” nacional. Todo ello se confirmó durante su período al frente de la presidencia del país, entre 1868 y 1874. En los catorce años siguientes, hasta su muerte, en Asunción de Paraguay, el 11 de septiembre de 1888, se dedicó a la función pública, principalmente en el ámbito educativo, y a la pasión literaria. El traslado de sus restos hacia Buenos Aires, ha sido descripto como una continuada manifestación popular.

Si bien considerado el “padre de la educación” en el país, Sarmiento significó mucho más que ello. Durante su presidencia, abogó por la modernización del Ejército, incluida la formación de cuadros, mediante la fundación del Colegio Militar y la reorganización de la Escuela Naval. Consciente del problema que significaba la inmensa extensión del país, se desarrollaron durante su gestión la infraestructura ferroviaria (pasó de 573 a 1331 kilómetros de vía), la red telegráfica (que llegó a casi 5000 kilómetros) y numerosos puentes y caminos, modernización de la cual se sirvió al momento de aplacar las sublevaciones en las provincias, especialmente la liderada por el entrerriano López Jordán en los primeros años de la década de 1870. El tranvía, los puertos, el correo y la banca (incluido el Banco Nacional), también fueron parte de la herencia sarmientina que enorgullecía al apóstol laico de la educación.

Fuente: Natalio Botana, Los nombres del poder, Buenos Aires, FCE, 1996.

«Sin fortuna que nunca codicié, porque era bagaje pesado para la incesante pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es la que yo esperé… y no deseé mejor que dejar por herencia millones en mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores los ríos, para que todos participen del festín de la vida, del que yo gocé sólo a hurtadillas…«

 

Domingo Faustino Sarmiento

Fuente: www.elhistoriador.com.ar