En los primeros días de 1955 podía percibirse un clima raro. La situación política se había ido complicando y la falta de una oposición partidaria con capacidad para imponerse en los términos en que la democracia lo permitía parecía complicar las cosas para los enemigos del peronismo. Las instituciones históricas argentinas serían llamadas a encabezar al gobierno constitucional de Perón.
La Iglesia y los sectores más rancios de las Fuerzas Armadas comenzaron entonces a activar su resistencia. Perón y la fuerza que encabezaba no se quedaron atrás. En mayo de 1955, luego de varios ataques de uno y otro lado, el gobierno suprimió la obligatoriedad de la enseñanza religiosa que había aprobado años antes. La respuesta de la iglesia fue la masiva convocatoria a la marcha del Corpus Christi.
Las idas y vueltas se manifestaron en el choque entre peronistas y militantes católicos alrededor de la Catedral, la excomunión de Perón y la quema de las Iglesias del 16 de junio. Este mismo día, Perón llegó como de costumbre muy temprano a la Casa Rosada. Comenzó recibiendo al director de la SIDE, quien le dio preocupantes informaciones, que encendieron la alarma. Todavía muy temprano, Perón recibió primero al embajador norteamericano, pero de inmediato se alteraron los planes.
El presidente se enteró de que el desfile aéreo preparado para ese día podía ser utilizado para bombardear la Casa de Gobierno. Perón fue convencido de trasladarse al Ministerio de Guerra, cruzando Paseo Colón, desde donde, a las 12.40 horas, escuchó el bombardeo. Era la primera capital de Sudamérica en ser bombardeada por sus propias fuerzas armadas. Los aviones atacantes, punta de lanza de un alzamiento en varios puntos del país, llevaban en sus colas una “V” y una cruz que señalaban “Cristo Vence”.
Sobre la Casa Rosada cayeron 29 bombas, otras cayeron sobre la Pirámide y una sobre un trolebús lleno de gente. Centenares de personas se congregaron de inmediato en la Plaza para defender a Perón. Pero las bombas no cesaron. En la Plaza de Mayo y sus alrededores quedaron los cuerpos de 355 civiles muertos. Los conspiradores no eran sólo militares. También había numerosos civiles. El alzamiento fue frenado. Pero meses más tarde Perón ya no resistiría.
Compartimos aquí un fragmento del libro 16 de junio de 1955. Bombardeo y masacre. Imágenes, memorias, silencios, que recorre a lo largo de siete ensayos diversos temas, como la cobertura de prensa en los días posteriores al bombardeo, el itinerario del registro audiovisual, los olvidos explícitos y los recuerdos velados del relato en los años siguientes, el silenciamiento en los discursos historiográficos y políticos, y las políticas de memoria que se incorporaron en la agenda pública a partir de 2003 y que dieron pie a reflexiones en torno a las políticas de reparación y al papel del arte para intervenir en las modalidades del recuerdo.
En el fragmento que a continuación reproducimos, Matías Izaguirre y Mauro Vázquez, se centran en el registro fotográfico del bombardeo. Tras hacer una breve descripción de los medios gráficos de la época y su relación con el gobierno peronista, los autores se meten de lleno en el recorte editorial detrás de las imágenes elegidas para ilustrar el ataque. Es llamativo –sostienen– que “en los archivos de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, la Hemeroteca del Congreso de la Nación y la de la Legislatura porteña, parte del material gráfico de junio de 1955 no se encuentre disponible para consulta. La causa esgrimida por el personal es que el material está deteriorado o no se encuentra en el archivo. En este último caso, desconocen las razones de la ausencia. Por otra parte, hay otra situación que agrava el panorama. Algunos diarios sí están en buenas condiciones e incluso encuadernados prolijamente, pero para nuestra sorpresa el 17 de junio, el día después de los bombardeos, fue arrancado en forma sistemática”.Los autores analizan también la compleja trama de (in)visibilización y señalan que tanto los medios oficialistas como los opositores llegaron por caminos diferentes al mismo sitio: aplacar los ánimos. Este es uno de los motivos por los cuales los medios decidieron evitar mostrar los cientos de cadáveres que produjo el bombardeo: “No aparecen cadáveres sino edificios y automóviles destrozados, la Plaza y el Ministerio de Marina también destruidos, así como una imagen con personas heridas y un mapa de la Casa Rosada en el que se dibuja dónde impactaron las bombas, con su correspondiente fotografía. Las heridas entonces son, con este giro, principalmente de la ciudad. Y si la aciudad es patrimonio de todos, las heridas son, en alguna medida, diluidas entre todos los porteños, o entre todos los argentinos. Ese juego de espejos refleja a todos pero no enfoca a nadie y es ahí donde una vez más los nombres de los muertos, los heridos y los mutilados se pierden en la niebla. Y ni hablar de la criminalidad de la masacre y sus autores”.
Fuente: Matías Isaguirre y Mauro Vázquez, “El pueblo debe estar tranquilo: las imágenes del bombardeo”, en Juan Besse y María Graciela Rodríguez (editores), 16 de junio de 1955. Bombardeo y masacre. Imágenes, memorias, silencios, Buenos Aires, Editorial Biblos, 2016, págs. 15-35.
“El pueblo debe estar tranquilo”: las imágenes de un bombardeo
Matías Izaguirre y Mauro Vázquez
Todo documento visual es de entrada una ficción
Régis Debray
En sus complejidades, paradojas, dilemas éticos y ambigüedades, las imágenes se revelan como poderosos instrumentos no sólo para reconocer el pasado y estudiar representaciones que generan nuevas memorias, sino también para hacer inteligibles los complicados mecanismos de la memoria social.
Claudia Feld y Jessica Stites Mor
Es difícil, incluso (o sobre todo) hoy en día, imaginarse un bombardeo sobre la Plaza de Mayo. De ahí que revisar las imágenes de los bombardeos implique, en cierta medida, explorar una realidad inverosímil, que poco pareciera tener que ver con nuestra historia: una ciudad en guerra, asediada por un enemigo externo. Sin embargo, es esa Plaza de Mayo que tan bien conocemos, es ese territorio común, atravesado por múltiples sentidos e historias, el que está dañado en las fotografías que vemos de ese trágico día; es ahí donde cayeron las víctimas de una de las peores masacres perpetradas en suelo argentino. La extrañeza y la ajenidad inicial ceden al estremecimiento: realmente sucedió, aunque la masacre no la causó ningún enemigo externo, sino una facción de la Marina y de la Aeronáutica apoyadas por civiles. 1 Quizá los largos años de silencio, el retaceo de imágenes, la falta de cifras concluyentes y de nombres, 2 hayan colaborado en esa falta de imaginación. Quizá en esa relación entre las palabras “imaginación” e “imagen” puedan encontrarse pistas para rastrear la carencia y, a partir de ahí, la poca visibilización que hubo durante tanto tiempo sobre lo que algunos consideran un “atentado terrorista a escala gigantesca”. 3 Los bombardeos a la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 nos meten de lleno en la historia de las mediaciones que velaron las imágenes de la masacre, de las muertes de cientos de civiles indefensos carbonizados y/o ametrallados, pero también –y sobre todo– la de los asesinos. Esa historia de ocultamientos no se limitó, por supuesto, a los días que siguieron a la fallida “intentona militar”. Siguió, por el contrario, durante los últimos meses del gobierno peronista (derrocado finalmente en septiembre de 1955), en la maquinaria cultural de la revolución libertadora, en la resistencia peronista 4 y en las efemérides periódicas de los siguientes cincuenta años. 5< Por razones diferentes; con objetivos ideológicos dispares, antagónicos. Pero persistió, como la evasiva sombra de un fantasma.
Este artículo pretende desentrañar la génesis de esa falta, sus primeras imágenes. Para ello analizamos diferentes fotografías aparecidas en los periódicos de la ciudad de Buenos Aires los días posteriores al bombardeo y su colocación en el universo discursivo que los periódicos conforman. Con esa intención, tomamos como corpus los diarios a partir del 17 de junio, aunque centrándonos en Clarín y La Nación (teniendo en cuenta un problema de fuentes, que no deja de ser un dato), 6< para, a partir de allí, intentar dar cuenta de las claves interpretativas que las distintas series de imágenes acerca de los bombardeos ponen en movimiento y elucidar qué hilos –si es que los hay– han estructurado su representación fotográfica, privilegiando ciertos “repertorios visuales”. 7<
Un especial fotográfico del periódico El Líder,aparecido durante esos días, en la bajada titulaba “Documentos de la barbarie” y señalaba que “ahora que todo ha pasado quedan estos documentos irrefutables de la barbarie ensañada. Pasará el tiempo pero no podrá borrarse tanta infamia”. 8< Sin embargo, muchos de esos documentos se borraron; otros, ni siquiera aparecieron. Trabajar sobre estas fotografías implica un doble desafío: por un lado, establecer cómo operan, dialécticamente, las ausencias y presencias, y por el otro, reconstruir los conflictos que se articulan alrededor de la producción de imágenes tan pregnantes, y de cómo esas imágenes no son a su vez cualquier registro icónico, sino los modos diferentes, contradictorios y en tensión de poner en escena disputas en torno a un lugar simbólicamente tan denso para la vida política argentina como lo es la Plaza de Mayo.
El complejo lugar de la memoria requiere de esta indagación sobre los roles que tuvieron las imágenes a la hora de instaurar una determinada visualidad, que priorizó ciertos itinerarios respecto de los bombardeos entre otros posibles y que eventualmente abonaron determinados imaginarios sociales. Como sostienen Claudia Feld y Jessica Stites Mor:
Las imágenes son consideradas como construcciones: involucran actores y a gente, reglas y lógicas propias, contextos sociales, culturales precisos, soportes concretos, elecciones y estrategias […] En sus complejidades, paradojas, dilemas éticos y ambigüedades, las imágenes se revelan como poderosos instrumentos no sólo para conocer el pasado y estudiar representaciones que generan nuevas memorias, sino también para hacer inteligibles los complicados mecanismos de la memoria social. 9<
Trabajar las imágenes que se generaron en el momento de los bombardeos nos va a permitir analizar los puntos de partida que posibilitaron las complejas sendas de las políticas de (in)visibilización respecto de los bombardeos de junio de 1955. 10
Medios gráficos y peronismo: cuadro de situación en 1955
Si bien analizar en profundidad la relación del peronismo con los medios de comunicación excede largamente el objetivo de este trabajo, es preciso hacer algunas consideraciones sobre cómo se encontraba en líneas generales el mapa de medios (sobre todo en cuanto a la prensa escrita) en el momento en que se producen los bombardeos, ya que nos permitirá luego echar un poco de luz sobre los posicionamientos de la prensa ante ellos. En 1955 la relación del peronismo con los medios había experimentado un cambio tan rotundo que luego a Perón, a la distancia, le parecería toda una ironía el haber podido ganar las elecciones de 1946 con tan sólo unos pocos medios apoyándolo e irse, derrocado tras el golpe de 1955, con prácticamente la totalidad de los medios a favor.
Entre los periódicos afines o que el gobierno peronista logró, mediante allegados, tener directamente bajo su órbita durante esos años, se encontraban Crítica, La Prensa, Noticias Gráficas, Democracia, La Época, El Laborista y El Líder, entre otros. A este último, vinculado a la CGT, se le sumaría La Prensa, luego de ser expropiado. 11
El Líder, nacido en el seno de la Confederación de Empleados de Comercio, fue fervorosamente peronista. El principal referente del diario era Emilio Borlenghi, hermano del secretario general de la Confederación General de Empleados de Comercio y ministro del Interior durante casi todo el gobierno peronista, Ángel Borlenghi, quien ocupó el cargo hasta el 17 de junio de 1955, justo un día después de los bombardeos.
Ángel Borlenghi, antiguo militante del Partido Socialista, había participado de la creación del Partido Laborista, que llevaría la candidatura de Perón. Fue uno de los pocos referentes del sindicalismo de aquel entonces que se había relacionado con la ascendente figura del entonces ex secretario de Trabajo. En torno del Partido Laborista comenzó a publicarse el periódico El Laborista. Democracia y El Laborista fueron dos de los pocos diarios que apoyaron la candidatura de Perón en 1946. Como señala Mirta Varela:
El bloque de la prensa contraria a Perón estaba formado por los grandes matutinos nacionales: La Prensa, La Nación y El Mundo; los vespertinos La Razón, Crítica y Noticias Gráficas y también La Vanguardia […] Sólo algunos diarios de limitado tiraje como el matutino Democracia y los vespertinos La Época, Tribuna y El Laborista apoyaban la candidatura de Perón. 12
El diario Democracia comenzó a publicarse el 3 de diciembre de 1945, como un proyecto ideado para apoyar la candidatura presidencial de Perón. Había sido fundado por Antonio Manuel Molinari, Mauricio Birabent y Fernando Estrada a través de la editorial Democracia SA, que también editaba el diario Rosario. A partir de la iniciativa de quien luego sería gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Vicente Aloé, el Estado adquirió la editorial en noviembre de 1946. 13< Al año siguiente, dicho conglomerado cambiaría el nombre por Alea SA, cuya dirección seguía en manos de Aloé. Ésta sería la base del sistema de medios gráficos de los dos gobiernos peronistas.
En noviembre de 1948 Orlando Maroglio, el ex presidente del Banco de Crédito Industrial, compró la mitad de las acciones de la editorial Haynes Ltda. La presidencia la asumió Miguel Miranda, que había sido presidente del Consejo Económico-Social, y la vicepresidencia Aloé. Tras la muerte de Miranda en 1954, Aloé quedó como presidente de la editorial. Haynes editaba, entre otros, el diario El Mundo y las revistas Caras y Caretas, PBT, El Hogar, Mundo Deportivo, etc. Luego se agregarían a este conglomerado Crítica, La Época y Noticias Gráficas.
La tercera pata de esta red de medios oficiales la componía La Razón, que había sido adquirida en 1951 por Miguel Miranda, y que también incluía la RADES. Durante los casi diez años de peronismo, señala Arribá, la concentración política de la radiodifusión “condujo a la regulación ideológica” 14 ya que la pluralidad informativa fue más formal que real. 15
Fuera de la red de medios oficialistas estaban Clarín y La Nación. Clarín, si bien había apostado por oponerse a la candidatura de Perón en 1946, fue cambiando su posición con el correr de los años de gobierno peronista, optando por una postura moderada. El diario se había visto beneficiado por la expropiación de La Prensa, en tanto sumó nuevos lectores y se convirtió en el principal referente de los avisos clasificados. Apenas derrocado Perón, en septiembre de 1955, se convertiría rápidamente en un diario oficialista más del gobierno de Eduardo Lonardi. La Nación, en cambio, mantuvo una postura generalmente opositora durante los dos gobiernos peronistas.
Crónica visual de los primeros días
A menudo suele decirse que los diarios son algo así como la primera versión de la historia. Y si bien, a diferencia de lo que sucedía en 1955, esa afirmación ha ido perdiendo el peso decisivo de décadas pasadas –sobre todo a partir de las múltiples variables que ofrecen hoy las nuevas tecnologías–, no deja de ser significativo que los medios gráficos aún sean percibidos como uno de los lugares privilegiados donde quedan fijadas con carácter de urgente y para la posteridad aquellas primeras impresiones, ideas o posiciones sobre los acontecimientos del momento. Y la fotografía guarda todavía un poder que tolera la erosión –o la sufre menos que otros soportes– que implican los avances técnicos; pues, como sostiene Susan Sontag:
Las fotografías pueden ser más memorables que las imágenes móviles, pues son fracciones de tiempo nítidas, que no fluyen. La televisión es un caudal de imágenes indiscriminadas, y cada cual anula la precedente. Cada fotografía fija es un momento privilegiado […] que se puede guardar y volver a mirar. 16
Urge preguntarse entonces, teniendo en cuenta las posibilidades pero también las restricciones del dispositivo representacional, ¿qué pasó el día después del bombardeo, ese 17 de junio de 1955? ¿Qué imágenes reprodujeron los periódicos de la ciudad de Buenos Aires los días posteriores al bombardeo? ¿Qué sentidos se pusieron a circular? ¿Y por qué? Buscar semejanzas en los modos mostrar, de poner en escena, implica reconocer, como Caggiano, que “tratar con lo visual entraña interrogarse por lo que se muestra y lo que se oculta, […], por lo que unos actores muestran y otros no, o por lo que se muestra en un determinado momento y ya no posteriormente”. 17
Al analizar los periódicos y los diarios nos encontramos, ese día después, con una senda visual que va de las personas (sea que se encuentren socorriendo a los heridos o en su condición de testigos presenciales o autoridades) a la destrucción, pensada de manera amplia. Las primeras imágenes que aparecen en los principales diarios, el 17 de junio, combinan muy hábilmente (ya veremos por qué) esos elementos: personas y daños materiales. Y, salvo excepciones, no hay imágenes que muestren a los muertos, 18 sí en cambio destrozos de todo tipo (autos carbonizados, cráteres en la calle y en la Plaza de Mayo, llamas devorando autos, gruesas y oscuras columnas de humo, etc.) y, por supuesto, algunas figuras públicas, ligadas al gobierno. Evidentemente, esas personas no son las víctimas, al menos no tan directamente como aquellos que cayeron bajo las bombas o la metralla (aunque sí lo son tangencialmente, pues los bombardeos tenían por objetivo matar a Perón primero y luego tomar el poder) y menos aún los victimarios, sino el presidente Juan D. Perón y varios de sus funcionarios. 19
En la primera plana del 17 de junio La Nación y Crítica comparten una imagen en la cual aparece el presidente Perón y el ministro de Ejército, el general Franklin Lucero, fundidos en un abrazo, con gestos de emoción. Es la foto de la victoria del gobierno. Y tal vez por ello circula profusamente en la prensa gráfica. “Lealtad y emoción”, reza el epígrafe de Crítica. Esta fotografía también aparece en Clarín, pero en sus páginas interiores. Allí se la utiliza para ilustrar la crónica del periodista que relató cómo vivió Perón la jornada en el Ministerio de Guerra, desde donde, precisamente, recibió la noticia, y la algarabía, de la rendición. 20 Crítica en cambio resume en el titular de la tapa: “Después del dolor y el heroísmo, el orden”. El epígrafe de la fotografía destaca la importancia de ese momento: “Instante de elevada emoción fue aquel del abrazo del general Perón al general Lucero”. La media sonrisa de Perón (que no podría nunca llegar a ser carcajada) parece estar más a tono con la sensación de alivio, tras largas horas de tensión e incertidumbre. La única certeza la aportó el Ejército, cuya actuación fue decisiva para mantener el gobierno en pie y controlar la situación. Luego vendrían las evaluaciones políticas y las especulaciones. Porque si bien es cierto que fue “sofocada la intentona subversiva”, 21 como llama eufemísticamente La Nación al plan que incluía matar a Perón y luego instaurar un gobierno de facto, tras los bombardeos proliferaron todo tipo de versiones sobre el destino de Perón. Se llegó a decir que estaba considerando renunciar. Por eso, cuando la revista Mundo Peronista, de Editorial Haynes –que demoró una semana la edición de su ejemplar que debía salir a la venta el 15 de junio– 22 apareció con la imagen del abrazo de los dos generales en su portada, no hacían falta más pistas. La fotografía contenía un mensaje político claro: en caso de que Perón renunciase, el sucesor debía ser el ministro de Guerra, Franklin Lucero, quien supo dirigir eficazmente las operaciones de defensa.
Clarín, sin embargo, elige poner en la primera plana una imagen donde Perón aparece reunido (y rodeado), en “tertulia”, con Lucero, diferentes generales y brigadieres, el ministro de Obras Públicas Roberto Dupeyron, 23 el secretario de Prensa y Difusión, Raúl Apold, y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé. Estos últimos aparecen apenas mencionados como “los señores Aloé y Apold”, sin nombres de pila ni de cargos. Clarín establece una cadena significante que no sólo está centrada en las personalidades y los funcionarios estatales sino también, y sobre todo, en enfatizar que las autoridades se están ocupando del asunto, que accionan todos los resortes del Estado para restablecer el orden y volver al estado anterior, a la “normalidad”. Aparecen así funcionarios del más variado rango (militares y también civiles) reunidos, trabajando, firmando decretos, recorriendo la zona donde impactaron las bombas, “inutilizando una bomba” (como el personal técnico de la Aeronáutica), 24 y aun Perón hablando a la Nación, etc. Es decir, se intenta por todos los medios posibles mostrar a la ciudadanía –pero también a los perpetradores de la masacre– que el gobierno, pese a todo, tiene la situación bajo control y que aún cuenta con la fortaleza y los reflejos necesarios para buscar justicia y llevar tranquilidad a la población. Esa línea la comparten prácticamente todos los diarios relevados, sean oficialistas u opositores. Por caminos inversos, llegan al mismo sitio: aplacar los ánimos. Los medios opositores, como La Nación, no quieren que una enorme cantidad de peronistas enfurecidos tomen revancha y resuelvan hacer justicia por sus propios medios, que vayan contra todos aquellos que identifiquen como enemigos o cómplices. Por eso, no sorprende que tanto Clarín como La Nación publiquen en primera plana el discurso de Perón, en el que se descubre el mismo temor:
Estos soldados que hoy combatieron por el pueblo argentino son los verdaderos soldados. Los que tiraron contra el pueblo no son ni han sido jamás los soldados argentinos: porque los soldados argentinos no son ni traidores ni cobardes, y los que tiraron contra el pueblo son traidores y cobardes.
La ley caerá inflexiblemente sobre ellos. Yo no he de dar un paso para atemperar su culpa, ni para atemperar la pena que les ha de corresponder. Yo he de hacer justicia, pero justicia enérgica. El pueblo no es el encargado de hacer la justicia. Debe confiar en mi palabra de soldado y de gobernante. (Subrayado nuestro)
Cuenta Silvia Mercado que una vez que Perón tuvo la certeza de que su discurso fue transmitido sin ningún inconveniente por la cadena de radio y televisión, recibió en el Ministerio de Guerra a Raúl Apold, secretario de Prensa y hombre de su entera confianza. Apold quería enseñarle imágenes fílmicas de la masacre. No tuvo mejor idea que mostrarle las más impactantes.
El presidente estaba furioso como nunca lo había visto, incluso, algo desestabilizado. Él [Apold], sin embargo, parecía más frío que nunca. Le propuso exhibir los cadáveres por la mañana, para enardecer a los propios.
Al recibir esta propuesta de Apold, Perón lo miró y le contestó:
–¿Usted está loco, Apold?
–¿Qué quiere que haga, general?
–Muestre cómo quedó todo. Convoque a la indignación. Limite las fotos de los muertos. Escriba a los heridos. 25
Este relato bien podría limitarse al terreno de la anécdota si no fuera porque explica, en buena medida, cuál fue la pauta por la que se rigieron desde entonces propios y extraños. En esa decisión se funda la escasez de imágenes, cuando no la ausencia, de muertos o mutilados. Paradójicamente, las víctimas se convierten en el lugar común invisibilizado. Sin embargo, esa operación debía ser disimulada. Norberto Galasso agrega un aspecto que completa el panorama: Perón, impresionado por la magnitud de las consecuencias de la guerra civil española, temía que los bombardeos pudieran convertirse en el factor desencadenante de una guerra fratricida en la Argentina. Por eso, “después de estos episodios, no se fusiló a los autores y se trató de no sobredimensionar el hecho”. 26 El pasaje supone, como decíamos, una inversión. No vemos a los muertos, pero sí a las autoridades ocupándose. Así, se multiplican fotografías en las que se lo ve a Perón ejerciendo su rol de líder (como la aparecida en las primeras páginas de Clarín). Se lo ve en la reunión con jefes militares leales, firmando el decreto para juzgar a los insurrectos y hablando por cadena nacional. La Nación acompaña ese repertorio visual: luego de la fotografía del abrazo entre Perón y Lucero, pone en página también la de la reunión (la misma que colocó en tapa Clarín) y luego otra de Perón hablando a través de la radio. De nuevo, se refuerza la noción de un líder que actúa con celeridad ante una situación de extrema gravedad.
No obstante, Clarín también les reserva un espacio a los perpetradores y pone en la segunda página la imagen de uno de los aviones, ametrallando un edificio del que sale una oscura columna de humo. Esa imagen es significativa porque es una de las pocas (diríamos la única) que muestra el acto en sí, el bombardeo, y no sus consecuencias, sean materiales o políticas, “La ciudad se alarmó ante los bombardeos”, es el título de la nota que acompaña la fotografía. 27 La nota habla de los muertos, del terror, de aquellos que caían por las explosiones de los automóviles, de los que recibían fuego de metralla. Pero aún no es tiempo de víctimas. Ni de los destrozos. El cielo es el protagonista:
A poco de la hora anunciada para el acto en el cual aviones militares habrían de sobrevolar la Catedral con el fin de desagraviar la memoria del Libertador General José de San Martín, se escuchó en lontananza el rugido de los motores aéreos. Quienes se hallaban en la plaza de Mayo consideraron que se iniciaba el homenaje, y, lógicamente, todos los transeúntes que se encontraban en el lugar miraron hacia el cielo.
Habrían de sufrir una ingrata y cruel sorpresa.
En Clarín parecieran, desde el primer día, ya quedar planteadas las posibilidades de registro fotográfico de los acontecimientos. Se vislumbran los trazos de un régimen de visibilidad que contiene imágenes que en primer lugar, identifican e individualizan la acción de gobierno; en segundo lugar, intentan marcar los bombardeos en sí (colocando aviones o bombas para los bombardeos; soldados o civiles con armas de fuego para los tiroteos); en tercer lugar, los destrozos materiales, que al principio son las menos y conforme pasen los días ocuparán un espacio central, y finalmente, las de los cadáveres o heridos. Si tomamos las fotografías de Clarín, veremos que ese “día después” las imágenes de personas o de acción de gobierno son ocho, las de combate son siete, las de heridos o víctimas fatales también siete, y las de destrozos se reducen a una. La Nación no se permite tal ruptura de su contrato de lectura: apenas cuatro fotografías de personajes y una sola que pretende conectar con los bombardeos: una bomba sin explotar, fotografiada con un encuadre tan cerrado que no deja siquiera ver el contexto, el lugar en el que esa bomba arrojada quedó sin detonar.
Las fotografías de bombas que no explotaron fueron un recurso muy utilizado por la prensa en los días subsiguientes. Eran una evidencia concreta de los bombardeos y a la vez una trampa, una nueva maniobra para escamotear a los muertos. Las bombas estuvieron en la plaza durante varios días, hasta que fueron o desactivadas o bien detonadas por personal capacitado. En ambos casos, eso también fue noticia.
La Nación del día después, ese 17 de junio, titula que “ha sido sofocada una intentona subversiva” y el bombardeo es (in)visibilizado con una gran bomba reposando sobre el suelo en medio de la noche. “Una de las bombas que no hizo explosión, caída en la Plaza de Mayo”, enmascara el epígrafe (el subrayado es nuestro). No hay humo, no hay muertos, no hay edificios en ruinas; apenas hay un artefacto explosivo en un lugar en el que no debiera estar y que, según La Nación, “cayó” en la Plaza de Mayo. La construcción de esa primera plana es interesante porque es el sitio privilegiado desde donde La Nación estructura su versión de la masacre (a la que, naturalmente, jamás llaman de esa manera), desde donde minimizan, enmascaran y velan las causas y, sobre todo, las consecuencias de un acto criminal sin precedentes. El olvido comenzó a conjurarse en esos momentos, pocas horas después de la matanza, con un discurso que, como el de este diario (entre otros), eludió sistemáticamente mostrar una plaza sembrada de cadáveres y heridos y más aún llamar a las cosas por su nombre. A lo largo de los días son notables las maniobras retóricas y eufemísticas de las que se sirve La Nación para evitar aludir a los perpetradores. Así es posible leer en días sucesivos “intentona subversiva”, “repercusión de los sucesos”, “renace la tranquilidad”, etcétera.
La fotografía de la bomba en Clarín, en cambio, agrega varios componentes. En primer lugar, está ubicada en las últimas páginas de esa edición, como un elemento que no se vincula con ninguno de los textos que ocupan su página, pues se trata de una bomba que cayó frente a la Aduana y la nota habla de los ataques aéreos al Departamento Central de Policía. Asimismo, la bomba no está sola en medio de la noche sino rodeada de gente, de ocasionales testigos que posan junto a ella como si de un animal capturado se tratase. La bomba de La Nación conservaba, en su solitaria representación, su carácter neutralizado, esa coqueta forma visual de apartarla de la muerte, de los destrozos y de los victimarios; 28 la de Clarín es para los testigos algo más que una simple curiosidad, las personas se agrupan a su alrededor, miran la cámara, posan más preocupados por salir en la foto que por el artefacto explosivo en sí.
El diario Noticias Gráficas también incluye una bomba y ya es posible apreciar, en comparación con las otras dos fotografías, cómo en la medida en que se va agrandando el encuadre de la imagen también se extienden ciertas cadenas significantes. Es decir, en esta última imagen, en línea con la de Clarín, hay aún más personas, curiosos y testigos que posan ante el artefacto. 29 Se los ve alegres, en movimiento. El epígrafe los describe como “el pueblo” y, pese a que nos dice que personal técnico del Ejército ya las desactivó, no vemos a nadie trabajar. Esa bomba aún es parte de los bombardeos, del acto en sí. Es una prueba más de que el puño del victimario, ahora rodeado, está, “neutralizado” por el “pueblo”.
El Líder por su parte también muestra a dos hombres en cuclillas, la mirada seria, junto a una bomba “que milagrosamente no explotó”. De hecho, uno de ellos está prácticamente montado encima de ella, la diferencia es que esa foto está junto a otra en la que se observa un enorme “boquete”, hacia el que los testigos señalan. La conexión es axiomática. Ese boquete, esa bomba.
A partir del 18 de junio esas bombas entran a formar parte de otras cadenas de sentido. Ese día, El Líder, que durante varias jornadas en su última página realiza especiales fotográficos, muestra una imagen, entre tantas, de una bomba que no había estallado y es revisada por un grupo de uniformados. El título del especial es “Panorama gráfico de la destrucción ocasionada por las bombas”, y aparece en la parte superior izquierda de la página esa fotografía y debajo, en un pequeño texto que parece dar cuenta de todo el conjunto de imágenes, señala que “personal técnico de la Aeronáutica comenzó entonces a localizar las bombas caídas en distintos lugares, que no habían estallado, procediendo a inutilizar su mecanismo a fin de neutralizar definitivamente la posibilidad de su estallido, o haciéndolas estallar ex profeso”. 30 Esas bombas que el día anterior aparecían como resto abandonado o como significante que condensaba la muerte, la destrucción y el fuego, vencidas, empiezan a ser objetos de una acción estatal: la reparación. La Razón, en el mismo día, coloca la misma fotografía, agregándole otra donde los mismos uniformados que la observan están intentando llevársela. Crítica es, en última instancia, más contundente en esta transformación significante de un objeto fotografiado: “Ha perdido peligrosidad”, titula la fotografía de varios militares llevándose a los hombros una bomba. La relación indiciaria de este objeto ha cambiado: ya no refieren más al bombardeo sino a la pericia técnica de los militares para neutralizar bombas. La causa por la cual las bombas llegaron allí comienza poco a poco a desdibujarse, a perderse tras numerosos velos de sentido, todo parece volver a la “normalidad”. El relato visual se va desarrollando de tal manera que sea posible pasar a la otra etapa, el regreso de la tranquilidad, que será también un denominador común en la prensa.
Cadáveres
Un grupo de hombres se reúne en torno a dos cuerpos de los que sólo se ven con claridad las piernas, los pies descalzos y una de las manos de una de las víctimas. El resto de los cuerpos –ya debidamente tapados presumiblemente con unos sacos o mantas– no son más que dos inquietantes bultos oscuros. Y si bien aquí los muertos son, evidentemente, el centro de atención, el fotógrafo cuidó bien de que el encuadre le reserve un lugar a aquellos que, movidos vaya a saber por qué motivación (o necesidad), se acercaron a examinar con detenimiento la situación. Así, entre los hombres que aquí se congregan están quienes se arriman respetuosamente hasta el lugar, mirando, brazos en jarra, la escena y los que tal vez sorprendidos por la presencia del fotógrafo miran a cámara con gesto grave.
Este tipo de fotografías, además, presenta la particularidad de haber sido hechas cuando los cuerpos ya habían sido acomodados a un costado, a la espera de que las ambulancias –que pese a haber hecho “centenares de viajes […] se vieron superadas por la gran cantidad de víctimas”– 32 los sacaran del lugar de los hechos, de la “escena del crimen”. Ese ordenamiento que es, en un principio y sobre todo, el que pueden aportar los voluntarios, descubre, a su vez –quizá por la baja calidad con que se imprimía en aquel tiempo–, una confusión de cuerpos donde a veces cuesta precisar dónde empieza uno y termina el otro. “El caos de las matanzas […] reserva también un lugar en el fondo para los testigos silenciosos del suceso”. 33 Es interesante subrayar que en los bombardeos o no hay muertos (en La Nación) o bien son “seres sin rostro” (en Clarín) y, quien no tiene rostro, no puede tener identidad, no puede tener historia.
Hay cadáveres en las fotografías, como vemos, pero no están mutilados sino generalmente cubiertos por algún tipo de ropa. En los dos primeros días, en las páginas centrales, Clarín saca especiales fotográficos sobre los bombardeos, y en el primer día sí aparecen cadáveres. Encontramos allí una suerte de criterio que puede resumirse en una afirmación del estilo: “hubo muertos, esto realmente sucedió, acá están las pruebas”. Es por ello que, al menos el primer día, esa doble página central a la que recién hacíamos referencia contiene al menos cinco fotografías (sobre nueve) en la que podemos ver a los muertos. “Víctimas inocentes” las llama (“Cayeron víctimas inocentes durante los bombardeos”, es el título del especial fotográfico del 17 de junio de 1955). Tienen los rostros cubiertos esos cadáveres y Clarín lo destaca: en una foto de un cadáver que aparece entre dos automóviles señala que “manos piadosas, mientras aún proseguían los tiroteos, le han cubierto el rostro con un diario”. Los muertos son anónimos y preservar ese anonimato es un acto de piedad. Hay algo que se veda: el rostro. El anonimato, frente a esa fuerte pulsión referencial en estas fotografías, se cuida escamoteando los rostros de los cadáveres, la posible identificación.
Estos cadáveres aparecen, a su vez, como representando a grupos de personas y, en ese sentido, si hay algo que se destaca de ellos es su condición de trabajadores: en una foto donde aparecen seis cadáveres se enfatiza que “la multitud” estaba integrada en muchos casos por trabajadores que, sorprendidos por el movimiento revolucionario, retornaban a sus hogares. El segundo cadáver de la fila tiene a su lado una maleta con alimentos y ropas. En otra imagen, la del cadáver entre dos automóviles, se especifica que tiene “ropas de trabajo”.
Estas fotografías aparecen exclusivamente el día posterior, es decir, el 17 de junio. El 18 ya no queda ninguna imagen de cadáveres, ni en noticias, ni en especiales, ni en las constantes reposiciones fotográficas dedicadas a lo sucedido el 16 de junio. Es que ya están interviniendo, como vimos, un conjunto de estrategias tendientes a enmascarar y minimizar los hechos. Los cuerpos dejan de ser “los cuerpos” para convertirse en cuerpos heridos en proceso de sanación. Y allí hay otro desplazamiento, cada movimiento semántico se articula con el anterior y así es como se va confeccionando lo (in)visible y lo (in)decible. La muerte queda así exclusivamente en manos de la escritura y de su frialdad simbólica y burocrática, que nombra a los muertos, los enumera y eventualmente los recuerda, pero que de ninguna manera los muestra. Para desplegar la idea de un retorno a la “normalidad”, es preciso que las imágenes de cadáveres y mutilados no sean exhibidas.
La excepción la marcan dos periódicos que el 17 de junio publican muertos: Clarín, como ya vimos, y El Laborista. En el resto, nada. 34 No obstante, quienes sí empiezan a tener imagen, nombre, apellido y rostro, son los heridos. Los diarios oficialistas, sobre todo, incluso publican, el primer día, profusas imágenes de los sobrevivientes. Se elige mostrar la punta del iceberg. Allí nuevamente aparece la idea de un Estado que actúa con celeridad, que asiste a los heridos, que intenta reparar, que busca llevar tranquilidad a la población.
El 18 de junio el diario oficialista El Laborista comienza una sección gráfica diaria, en forma de cuadro, que se encarga de mostrar heridos. Esa columna acompaña la información de los partes de los hospitales, y procura identificar, con nombre, nacionalidad, edad y domicilio, a las personas de las fotografías. En esas imágenes los heridos aparecen recostados en una cama de hospital, acompañados generalmente por personal médico. Se los ve en buenas condiciones, dadas las circunstancias. Sin duda, no son los heridos de mayor gravedad. Los diarios peronistas en varias oportunidades publican imágenes que insisten en la idea: un paciente (da igual si es hombre o mujer), recostado en una cama de hospital (a veces mirando a cámara), que puede o no estar acompañado. Y en los epígrafes se los nombra, se los identifica. Crítica y La Época lo hacen desde el 17 de junio. Los heridos están bien, recuperándose. El Estado sabe quiénes son y cómo asistirlos.
Sin embargo, en los diarios oficialistas encontramos la imagen de un cadáver. En El Laborista aparece un cuerpo inerte, de espaldas, entre automóviles, y que, dentro de la línea editorial del diario, no necesita aclarar que se trata de un trabajador. El epígrafe marca que ese hombre solitario es pura y desbordada metonimia:
La sangre de los trabajadores y del heroico Ejército Argentino ha escrito una nueva página en la historia de la Patria. Aquí vemos a un joven obrero que dejó su herramienta de trabajo para acudir a la plaza histórica. La canalla cobarde y traidora no reparó en medio. Numerosas bombas cayeron sobre el pueblo indefenso y valiente que supo acudir a la cita del coraje y una vez más supo decir presente al Conductor y Guía del Justicialismo. Llore el pueblo de la Patria a los mártires y mientras tanto reclamemos el condigno castigo de los culpables. 35
Esa fotografía es la única en la que la prensa oficialista muestra un muerto. 36 El cadáver es parte del pueblo, trabajador, a la vez “indefenso y valiente”, que, al contrario de los anteriores cuerpos de trabajadores de Clarín, dejó atrás sus herramientas (pues no necesita identificación) y fue pura expresión del pueblo caído en la plaza.
Luego, como decíamos, estos cuerpos sin vida dejan de aparecer, porque comienza a intervenir una serie de operaciones que desplazan el sentido y conforman un régimen de visibilidad. Así, la idea de víctima nuevamente se transforma. En este caso, se pasa de las personas muertas, de los heridos, a la ciudad como escenario de una tragedia, como un paisaje completamente destrozado por los bombardeos. Con el correr de los días este tipo de imágenes, de daños materiales, se multiplican y obtienen cada vez un mayor espacio en la prensa, y por consiguiente también en el terreno simbólico. El círculo comienza a cerrarse. De hecho, se puede establecer la idea de la ciudad como un cuerpo herido, doliente, lastimado. El título del segundo especial fotográfico de Clarín, aparecido el 18 de junio de 1955, señala: “Las heridas tras cuatro horas de bombardeo”. En este especial, otra vez en las páginas centrales del cuerpo del diario, no aparecen cadáveres sino edificios y automóviles destrozados, la Plaza y el Ministerio de Marina también destruidos, así como una imagen con personas heridas y un mapa de la Casa Rosada en el que se dibuja dónde impactaron las bombas, con su correspondiente fotografía. Las heridas entonces son, con este giro, principalmente de la ciudad. Y si la ciudad es patrimonio de todos, las heridas son, en alguna medida, diluidas entre todos los porteños, o entre todos los argentinos. Ese juego de espejos refleja a todos pero no enfoca a nadie y es ahí donde una vez más los nombres de los muertos, los heridos y los mutilados se pierden en la niebla. Y ni hablar de la criminalidad de la masacre y sus autores.
Ésa es la línea, diríamos, hegemónica del reportaje gráfico a partir del 18 de junio.
1 Robert Potash sostiene que después de matar a Perón la idea de los golpistas era instaurar un triunvirato integrado por los políticos Miguel Ángel Zavala Ortiz (por la UCR), Américo Ghioldi (por el Partido Socialista) y Adolfo Vicchi (por el Partido Conservador). Además, ese 16 de junio, cientos de militares rebeldes y “comandos civiles” (alrededor de quinientos civiles antiperonistas provenientes en general de familias acomodadas) esperaban órdenes en el microcentro y otros puntos estratégicos para entrar en acción cuando fuese necesario. Véase Robert Potash, El Ejército y la política en la Argentina, t. I: 1928-1945, Buenos Aires, Sudamericana, 1985.
2 En 2010, con motivo del 55° aniversario de los bombardeos de 1955, la Unidad Especial de Investigación sobre Terrorismo de Estado del Archivo Nacional de la Memoria, dependiente de la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación, editó Bombardeo del 16 de junio de 1955. Allí, en una minuciosa tarea de rastreo de archivos de cementerios, hospitales y otras instituciones (Socorros Mutuos, fuerzas públicas, archivos y registros de organismos del Estado, bibliotecas y hemerotecas, testimonios) se consigna con sumo detalle el nombre y la causa de la muerte de las 308 víctimas. Con todo, se especifica que aún “hay un número incierto de víctimas cuyos cadáveres no lograron identificarse, como consecuencia de las mutilaciones y carbonización causadas por las deflagraciones”. Alain Rouquié puntualiza que “algunos testimonios hablan de 1.000 y hasta 2.000 muertos enterrados a hurtadillas en la Chacarita”, Poder militar y sociedad política en la Argentina, Buenos Aires, Hyspamérica, 1994, p. 109.
3 Alejandro Horowicz, Los cuatro peronismos, Buenos Aires, Edhasa, 2011, p. 152. Véase el capítulo de Mariana Álvarez Broz y Sebastián Settanni en este mismo libro.
4 Algunos autores sostienen que la resistencia peronista nació luego de los bombardeos. Véase Gonzalo Chaves, La masacre de Plaza de Mayo, La Plata, De la Campana, 2003.
5 Véase el capítulo de Mariano Baladrón y Lucrecia Gringauz.
6 Es cuanto menos llamativo que en los archivos de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, la Hemeroteca del Congreso de la Nación y la de la Legislatura porteña, parte del material gráfico de junio de 1955 no se encuentre disponible para consulta. La causa esgrimida por el personal es que el material está deteriorado o no se encuentra en el archivo. En este último caso, desconocen las razones de la ausencia. Por otra parte, hay otra situación que agrava el panorama. Algunos diarios sí están en buenas condiciones e incluso encuadernados prolijamente, pero para nuestra sorpresa el 17 de junio, el día después de los bombardeos, fue arrancado en forma sistemática. Alguien se tomó el trabajo de sustraer, cortar o arrancar ese ejemplar, el del día después. La hipótesis se refuerza –aunque no podamos confirmarla– cuando encontramos casos en los que ese 17 de junio de 1955 no fue siquiera microfilmado.
7 Sergio Caggiano, El sentido común visual. Disputas en torno a género, “raza” y clase en imágenes de circulación pública, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2012.
8 “Documentos de la barbarie”, El Líder, 17 de junio 55, p. 4.
9 Claudia Feld y Jessica Stites Mor (comp.), El pasado que miramos. Memoria e imagen ante la historia reciente, Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 32.
10 Rosana Reguillo, “Políticas de la (in)visibilidad. La construcción social de la diferencia”,diploma superior en educación, imágenes y medios,FLACSO, 2008.
11 Tras un debate en las dos cámaras del Congreso de la Nación, y luego de haberse creado la Comisión Parlamentaria Mixta Interventora e Investigadora del diario La Prensa, el 12 de abril de 1951 fue aprobada la expropiación del periódico mediante la sanción de la ley 14.021. El 1 de mayo de ese mismo año, en la conmemoración del día del Trabajador, Perón anunciaría el traspaso del periódico a la CGT.
12 Mirta Varela, “Peronismo y medios. Control político, industria nacional y gusto popular”. Disponible en www.rehime.com.aresritos/documento/idexalfa/varelamirta/peroismoymedio.pdf.
13 Sergio Arribá, “El peronismo y la política de radiodifusión (1946-1955)”, en Guillermo Mastrini (ed.), Mucho ruido, pocas leyes. Economía y políticas de comunicación en la Argentina (1920-2004), Buenos Aires, La Crujía, 2006, pp. 71-100.
14 Ídem p. 77.
15 Para profundizar en la relación de peronismo y medios, véanse también Pablo Sirvén, Perón y los medios de comunicación. La conflictiva relación de los gobiernos justicialistas con la prensa. 1943-2011, Buenos Aires, Sudamericana, 2011; Silvia Mercado, El inventor del peronismo. Raúl Apold, el cerebro oculto que cambió la política argentina, Buenos Aires, Planeta, 2013.
16 Susan Sontag, Sobre la fotografía, Buenos Aires, Alfaguara, 2006, p. 35.
17 Sergio Caggiano, El sentido común…, p. 21.
18 Clarín, 17 de junio de 1955, en la página doble central (pp. 8-9), publica una serie de fotos que, debajo del título “Cayeron víctimas inocentes durante los bombardeos de los aviones”, dan cuenta de las víctimas fatales de los bombardeos, aunque esa visibilidad no implica la exhibición brutal y menos aún el morboso regodeo, como ya veremos.
19 Junto a los militares que aparecen en las fotografías también puede verse a Carlos Aloé, un militar en ese momento gobernador de la provincia de Buenos Aires, y Raúl Apold, el poderoso e influyente secretario de Prensa.
20 “Desde el Ministerio de Ejército el jefe de Estado siguió la represión de los insurrectos”, Clarín, 17 de junio de 1955, p. 5.
21 La Nación, 17 de junio de 1955, primera plana (la fotografía que aquí se reproduce pertenece también a esta primera plana).
22 El Nº 88 de Mundo Peronista contiene una pequeña alteración temporal, pues está fechado el 15 de junio de 1955 pero da cuenta de los hechos acontecidos el 16 de junio, el día siguiente.
23 La presencia del ministro de Obras Públicas en una de las primeras reuniones entre Perón y su junta militar nos permite también conjeturar, y nada más que eso, ciertos lazos entre la insistencia, que vamos a ver más adelante, en sobredimensionar la imagen de los destrozos edilicios por sobre las víctimas humanas en el momento de mostrar los bombardeos y las decisiones gubernamentales en torno a la acción de ahí en adelante. En esa reunión, digamos, estaban junto a Perón los jefes militares, un gobernador, un ingeniero y el secretario de Prensa.
24 Clarín, 18 de junio de 1955, p. 2.
25 Silvia Mercado, El inventor del peronismo, pp. 269-270.
26 Norberto Galasso, Ana C. Pardo, Sol Benavente y Jimena Rodríguez, “Bombardeo a la Plaza de Mayo. El cuerpo de Cristo, la sangre del pueblo”, en Luciana Mignoli (coord.), Prensa en conflicto. De la guerra contra el Paraguay a la masacre del puente Pueyrredón, Buenos Aires, Ediciones del CCC, 2013, pp. 87-88.
27 La Razón, 17 de junio de 1955,p. 8, publica una fotografía de un avión del que apenas se ve la cola y una persona que sonríe, mientras parece entrar de izquierda a derecha en el encuadre. El epígrafe aclara: “Este avión fue capturado por el pueblo cuando pretendía reabastecimiento”.
28 La Razón, 17 de junio de 1955, p. 7, publica una fotografía de una bomba con un encuadre bastante cerrado, pero a diferencia de la de La Nación, esta bomba estalló: “He aquí los restos de una de las bombas que estalló cerca de la Casa de Gobierno, y que causó destrozos y víctimas”.
29 Es interesante observar que las fotografías en las que curiosos o testigos posan frente a la cámara no se limitan sólo a un estar contemplativo y circunstancial junto a las bombas. En el corpus relevado también encontramos, sobre todo el día después, imágenes de personas con gestos, miradas y poses similares, pero, en este caso, alrededor de las víctimas (sean heridos y muertos), de autos carbonizados, etc. Incluso en situaciones tan traumáticas es posible que opere aquella idea de Roland Barthes que sostiene que, “cuando me siento observado por el objetivo, todo cambia: me constituyo en el acto de «posar», me fabrico instantáneamente otro cuerpo, me transformo por adelantado en imagen”, en Roland Barthes, La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 37.
30 El Líder, 18 de junio de 1955, p. 6.
31 Crítica, 18 de junio de 1955, p. 4.
32 Clarín, 17 de junio de 1955, doble central, pp. 8-9.
33 José E. Burucúa y Nicolás Kwiatkowski, “Masacres antiguas y masacres modernas. Discursos, imágenes y representaciones”, en María I. Mudrovcic (ed.), Problemas de representación de pasados recientes en conflicto, Buenos Aires, Prometeo, 2009, p. 73.
34 La Razón, 18 de junio de 1955, p. 8, marca otra excepción: allí encontramos una imagen por demás elocuente. Un hombre se agacha sobre el cuerpo de una víctima. El charco de sangre se escurre por debajo de las ropas de la víctima. El epígrafe dice: “Solidaridad: un transeúnte expone su vida para atender a una víctima”.
35 El Laborista, 17 de junio de 1955, p. 3.
36 Es interesante asimismo, observar también el desacople que hay entre la retórica de algunos de los diarios oficialistas y las imágenes que publican, sobre todo en el primer día. En ese sentido y a modo ilustrativo, al observar las primeras planas, el 17 de junio El Laborista titula: “Asesinos cobardes y traidores” (la volanta) y en grandes letras rojas “Los aplastamos”. La imagen es la de un auto carbonizado, no hay lugar para los muertos. Lo mismo sucede con El Líder, que en su larga volanta señala: “El Ejército, en comunión de sangre con su pueblo, aplastó a la cobarde rebelión” y debajo “Mujeres, niños y hombres fueron baleados a mansalva por los asesinos” y el título es: “Abortó la traición”. La única imagen muestra a Perón de perfil, hablando.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar