Porfirio Díaz, el costo social de la modernización económica 

Porfirio Díaz fue sin dudas una de las figuras más controvertidas y determinantes en la historia de México. Nacido en Oaxaca en 1830 en el seno de una familia humilde, su ascenso al poder y su permanencia en él durante más de tres décadas transformarían profundamente al país.

Lo fascinante de Díaz es que encarna las contradicciones de su época: un liberal que se volvió autoritario, un defensor de la no reelección que se perpetuó en el poder, un mestizo de origen modesto que terminó admirando y emulando a las élites europeas.

El período conocido como el Porfiriato (1876-1911) marcó una de las épocas más transformadoras y controversiales de México.

Su formación inicial en el Seminario Conciliar de Oaxaca se vio interrumpida cuando decidió abandonar la carrera eclesiástica para estudiar derecho en el Instituto de Ciencias y Artes. Este giro en su vida lo acercó a las ideas liberales y lo puso en contacto con Benito Juárez, quien sería su mentor y posteriormente su adversario político.

Su carrera militar fue excepcional. Durante la Guerra de Reforma (1858-1861) se destacó como un brillante estratega. En la Intervención Francesa protagonizó hazañas memorables como la Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862. Su valentía y capacidad táctica lo llevaron a alcanzar el grado de general, convirtiéndose en uno de los militares más respetados del ejército republicano.

Al llegar al poder en 1876, Díaz implementó una política de «pan o palo» (conciliación con quienes se sometían y mano dura contra los opositores), e implementó un sistema de gobierno basado en el lema «orden y progreso». Su gobierno se caracterizó por una paradoja fundamental: mientras impulsaba una notable modernización económica, mantenía estructuras sociales y políticas profundamente autoritarias.

Durante el Porfiriato, México experimentó una transformación económica sin precedentes. La red ferroviaria se expandió de 640 km en 1876 a más de 19,000 km en 1910. La inversión extranjera fluyó masivamente, principalmente en minería, ferrocarriles y petróleo. Se estableció el primer sistema bancario moderno del país, se sanearon las finanzas públicas y se logró el primer superávit presupuestario en la historia de México.

Las ciudades se modernizaron siguiendo el modelo parisino. La Ciudad de México se transformó con grandes avenidas, monumentos y edificios emblemáticos como el Palacio de Bellas Artes. Se instalaron los primeros sistemas de electricidad, teléfonos y tranvías eléctricos.

Sin embargo, este progreso tuvo un costo social devastador. Los campesinos fueron despojados sistemáticamente de sus tierras mediante las leyes de baldíos y las compañías deslindadoras. Para 1910, menos del 3% de los jefes de familia en las áreas rurales poseían tierras. Las condiciones laborales en haciendas, minas y fábricas eran deplorables, con jornadas de hasta 16 horas y el sistema de tiendas de raya mantenía a los trabajadores permanentemente endeudados.

La represión fue brutal contra cualquier forma de disidencia. Las rebeliones indígenas, como la de los yaquis en Sonora, fueron aplastadas con extrema violencia. Los periodistas opositores eran encarcelados o asesinados. Las huelgas eran sofocadas con intervención militar.

El sistema político se sostenía mediante una compleja red de lealtades personales. Los gobernadores eran seleccionados directamente por Díaz, quien también controlaba el Congreso y el Poder Judicial. Los «científicos», grupo de tecnócratas positivistas, proporcionaban la justificación ideológica del régimen.

La longevidad del Porfiriato se explica por varios factores: la habilidad de Díaz para equilibrar distintos intereses, el apoyo de potencias extranjeras (principalmente Estados Unidos), la cooptación de la oposición y el uso sistemático de la fuerza. Sin embargo, hacia 1910 el sistema comenzó a colapsar.

La crisis económica de 1907-1908, el envejecimiento de Díaz (entonces con 80 años), las luchas por la sucesión presidencial y el surgimiento de nuevas demandas sociales crearon condiciones para la Revolución. La famosa entrevista Díaz-Creelman de 1908, donde el dictador sugirió que México estaba listo para la democracia, desató fuerzas políticas que ya no pudo controlar.

Tras la Revolución maderista, Díaz renunció el 25 de mayo de 1911 y partió al exilio en París, donde murió el 2 de julio de 1915. Su legado sigue siendo objeto de intenso debate: modernizador autoritario que sacrificó la justicia social y la democracia en aras del progreso material, o dictador que retrasó el desarrollo político de México. Lo cierto es que el Porfiriato marcó profundamente la historia mexicana y muchas de sus contradicciones siguen resonando en el México contemporáneo.

Mariano Fain
Director de Formación e investigaciones culturales (pBA) Ex Director de Políticas Culturales (pBA) Director Colegio Francoise Dolto. Profesor de Historia