Fuente: Abraham Haber. Clarín Cultura y Nación, 21 de septiembre de 1972.
Según Michel Foucault, el publicitado autor de Las Palabras y Las Cosas, la ciencia de cada época se basa sobre un sistema inconsciente de saber que podemos denominar el a priori histórico del conocimiento, y también episteme. Pero a su vez las etapas históricas de la cultura occidental suponen una estructura de escisión, una estructura dividida en dos regiones, una región de inclusión y otra de exclusión. En la región de inclusión se encuentra todo el saber que la episteme de cada época permite y posibilita, mientras que en la región de exclusión se halla todo lo que la episteme rechaza.
Foucault analiza en forma muy especial en su Historia de la Locura en la Época Clásica la episteme que subyace en la ciencia de la psiquiatría y la estructura de inclusión-exclusión que implica. Para comprenderlo a fondo es necesario olvidarse de todos los conceptos conocidos sobre la locura, puesto que han sido formados dentro de las epistemes cuya crítica se realiza. (…) En el Renacimiento, normalidad y locura todavía están en comunicación, la locura es un saber. (…) La época clásica, y gran parte del siglo XV, XVII y casi todo el siglo XVIII, impone el silencio a la voz de la locura. Es una época que traza una estructura de inclusión-exclusión entre el trabajo y la ociosidad. Se adjudica valor moral al trabajo, y no solamente en los países donde la reforma religiosa había prendido. En toda Europa se observa esa actitud. La sociedad fundada sobre el comercio y la industria excomulga al ocioso. En el siglo XVI aparecen decretos que ordenan el arresto de los mendigos y el trabajo obligatorio. Los impelen a abandonar la ciudad. En 1656 se crea el Hospital General de París. En 1657 los arqueros del hospital salen a la caza de mendigos y los recluyen. Con ellos son encerrados los locos. El encierro adquiere un significado; se trata de una institución que castiga una amoralidad, no trabajar.
El gran encierro como lo denomina Foucault, coinciden el tiempo con las Meditaciones Metafísicas de Descartes, donde se trazó la estructura que opone la razón a la sinrazón. Para la época, la locura aparece como la forma empírica de la sinrazón. En el Hospital General, los locos conviven en reclusión con licenciosos, padres disipadores, hijos pródigos, blasfemos, hombres que buscan destruirse, libertinos. Es así como la época clásica, dice Foucault, dibuja “a través de tantas confrontaciones y extrañas complicidades, el perfil de su propia experiencia de la sinrazón”.
A partir del gran encierro, la sinrazón ya no tiene lenguaje. Desde la zona privilegiada, la razón producirá su interpretación, de ella, condicionada por las distintas epistemes.
La zona de exclusión es posible porque hay zona de inclusión. Existe la sinrazón porque existe la razón. Lo incluido se afirma a sí mismo por la exclusión. Cuando la razón excluye a la sinrazón, creándola, no hace más que crearse a sí misma. A pesar de todo, en algunos momentos, la sinrazón ha hecho escuchar su voz. A través del marqués de Sade, de Goya, Nietzsche, de Van Gogh, de Antonin Artaud. Estas voces fascinan cada vez más a la humanidad. La sinrazón, la imaginación, el onirismo hacen sentir su presión cada vez más fuerte. Aparentemente la humanidad occidental marcha hacia la supresión de algunas estructuras de exclusión-inclusión.
Foucault se ampara en la filosofía de Nietzsche, y nos remite a El origen de la Tragedia. La cultura occidental se ha olvidado de la experiencia trágica anterior a la separación entre razón y sinrazón. Apolo habrá de mantenerse, pero Dionisos debe volver. Quizá la imaginación haga de mediadora para reconstruir una unidad más allá de la razón y de la sinrazón. La agitación estudiantil de 1968 en París tiene evidentemente causas sociales, políticas y económicas, pero no la entenderemos del todo bien si no la encuadramos dentro de este marco.
En la actualidad somos testigos de una forma bastante curiosa de la estructura inclusión-exclusión. Por propia voluntad, los hippies se excluyen a sí mismos. La reacción de los “incluidos” es bastante curiosa. Por un lado los persiguen y los maltratan. No les permiten elegir voluntariamente la forma de exclusión por otro lado, los “reincluyen” mediante la creación de artículos de consumo destinados a los “excluidos”.
En la República Argentina esa estructura siempre tuvo vigencia. La conquista y colonización fueron posibles gracias a ella. En este caso el gran perseguido fue el indio. En nuestro suelo la persecución recrudece en el siglo XIX y principios del XX. Pero el gran encierro del cual habla Foucault se convierte en el gran exterminio. Ya no se trata de encerrar sino de eliminar. Según Manuel Bilbao, durante la expedición al desierto, los soldados de Rosas tenían la recomendación de matar indias jóvenes para evitar la propagación de la raza. Había que matar vientres, según la jerga ganadera. La expedición de Roca continúa la limpieza. Y en este punto coinciden Rosas y Roca.
También el gaucho o aquel que fue llamado gaucho estuvo ubicado en la zona de exclusión. Un bando de 1736 castigaba con una marca de fuego en la espalda al gaucho que mataba ganado cimarrón sin permiso. El Cabildo solo otorgaba permiso a los vecinos privilegiados, a los ubicados en la zona de inclusión. En caso de reincidencia se le aplicaba la marca en la mano y a la tercera falta se lo ahorcaba. Con el surgimiento y desarrollo de las estancias fue desapareciendo el ganado cimarrón; el gaucho se vio obligado a trabajar como peón. Si no aceptaba esta situación y seguía matando reses era un cuatrero. Después de 1810 aquellos gauchos que habían preferido la vida independiente, fueron obligados a trabajar para las estancias o a servir en los ejércitos. A tal efecto fueron destinados los cuerpos de Blandengues, cuya misión consistía precisamente en perseguirlos. Originariamente habían sido creados para defender la campaña de los malones indios.
Rosas protegía en sus estancias a todo gaucho perseguido. Pero esta protección imponía a los hombres obligaciones de trabajo. El gaucho tenía que dedicarse a la ocupación del campo y vivir del fruto de sus labores. La ociosidad, la embriaguez y el robo eran castigados con severidad y además con el retiro de la protección, que equivalía a devolverlos al ejército o a las cárceles. Estos hechos tienen la virtud de recordarnos el relato que hace Foucault del gran encierro.
En 1630 el rey de Francia, reglamenta la aplicación de las leyes sobre los pobres. En el mismo año se publica una serie de órdenes e instrucciones donde “se recomienda perseguir a los mendigos y vagabundos, así como a todos aquellos que viven en la ociosidad y que no desean trabajar a cambio de salarios razonables o los que gastan en las tabernas todo lo que tienen”. Desocupados, vagabundos y locos son recluidos y se les obliga a trabajar. Según Foucault no se trata de filantropía, sino de condenación a la ociosidad.
En forma paralela a lo que dice este autor sobre los locos, podemos afirmar: el nuevo destino del cuerpo de Blandengues en la historia de la sinrazón señala un momento decisivo, el momento en que el gaucho es percibido en el horizonte social de la pobreza, de la incapacidad de trabajar, de la imposibilidad de integrarse al grupo, el momento en que empieza a ser asimilado a los problemas de la ganadería y de la industria.
No hay duda posible. El indio y el gaucho fueron ubicados en el espacio de la exclusión, en el espacio de la sinrazón y, como el loco, no tuvieron voz… La poesía gauchesca no puede ser tomada como tal. Así como en el psicoanálisis la palabra de la sinrazón es filtrada y reinterpretada a través de la reja construida por el saber de la inclusión, en la poesía y la novela gauchesca la voz es filtrada y reinterpretada por el saber oficial.
En nuestra obra maestra, el Martín Fierro, funciona la reja de la inclusión pero en ciertos pasajes baja la guardia y la voz del excluido se escucha con ciertas deformaciones. El viejo Vizcacha es la voz de la zona excluida, pero como está visto a través de una subjetividad cargada de ética oficial, aparece bajo una faz negativa, como una conducta corrompida. Pero en determinado momento el autor y también el lector se ponen del lado del fugitivo en contra de la partida. Sin embargo, si se analiza bien el poema, se notará que siempre prevalece la ética originaria en la zona de inclusión.
La estructura inclusión-exclusión se hace muy visible en el Facundo, de Sarmiento. “Civilización y Barbarie”. Sin embargo, Sarmiento no puede evitar que Quiroga adquiera a través de su libro caracteres legendarios y junto con el gaucho malo, el rastreador, el baqueano y el cantor se constituyan en una de las imágenes más logradas de la literatura nacional.
¿Será aventurado afirmar que una literatura auténtica en nuestro país y en América es aquella que no intente filtrar ni enmascarar la voz que viene desde las profundidades de las zonas excluidas?
¿Interpretamos correctamente a Facundo?, ¿es únicamente un bárbaro?, ¿o también el impulso telúrico que lo arrolla, lo estremece y lo convierte en una cuerda tensa por la pasión y la vid? ¿Cuál es el auténtico sentido de la figura literaria de Facundo dentro de nuestra problemática cultural?
Fuente: www.elhistoriador.com.ar