Al bello sexo


Fuente: La Moda. Gacetín semanal de música, poesía, de literatura, de costumbre, Nº 9, Buenos Aires, 13 de enero de 1838, págs. 1 y 2.

Cuando se ha dicho que la mujer desconoce su destino, que debe emprender una reforma en su educación que la eleva a su verdadera posición social, se ha dicho también que el resultado de esta gran tarea pendía enteramente de la mujer misma. A nadie se le oculta que esa educación es viciosa, y que tiende a fomentar en ella esa frivolidad, que es el tema de todas las conversaciones, y de que todos más que ella tienen la culpa. Efectivamente, ¿cómo culpar a la mujer del envilecimiento a que la han conducido los hombres, la sociedad entera? Y es por esto que tiene que luchar hoy casi sola contra preocupaciones y vicios casi tan antiguos como el mundo. Por más que se diga, la educación que se recibe, y que debería ser una preparación para toda la vida, lo es solamente para un período demasiado corto de ella, la juventud, con todas sus ilusiones, con toda su felicidad, con la hermosura, su inseparable compañera, que nace hoy para morir mañana.

En este estado el solo destino de la mujer es una colocación, las más veces buscada por sus padres, una casamiento mercenario, una venta de la hija a quien más tenga, a quien más dé, al que se halle en mejor aptitud de dar ricas joyas por ese amor que nunca debe ni puede comprarse; y ellos mismos llenos de júbilo las entregan a una prostitución legal, ligando sus destinos a hombres que si no detestan no aman.

Pero aun esta degradante colocación falta muchas veces, y entonces, ¿qué le queda a una desgraciada mujer? Miserias sin fin, privaciones, desamparo, si sigue el sendero de la virtud; lujo y molicie, si sigue el del vicio.
¿Es natural esto? ¡La virtud castigada, premiado el vicio!

La mujer pues debe prepararse para todas las estaciones y contingencias de la vida, para ser útil y feliz cuanto es compatible con la naturaleza humana. No cierre sus oídos al saber; destiérrese de las visitas y tertulias esa manía de no admitirse otras conversaciones que chistes insulsos, murmuraciones y modas; abandone esa perniciosa preferencia del físico sobre la moral: aquel vuela, este queda hasta la tumba; no siga las apariencias dejando la realidad.

Deje de considerar amigo importuno al que le hable con seriedad, y prefiéralo al ser anfibio que a su lado manejando un abanico tan bien como ella, conversa sobre la última moda de París, y de lo bien que cree sentarle el pelo largo, diciéndole de tiempo en tiempo, en medio de gestos y posturas cómicas, expresiones tiernísimas, cuya fuerza no es capaz de sentir, pero que repasó en su casa antes de salir, y que descargará sin piedad sobre cuanta pollera encuentre, aunque no sea más que por si pega. Precaución contra esta plaga: tened presente que quienes tanto se aman a sí mismos, nunca podrán amaros con sinceridad. Os sacrificarán por solo el placer de un triunfo. Abandonadlos, si queréis ser algo: estableced un cordón sanitario contra esta peste de la sociedad, que forma su más elocuente caricatura.
Estos son los escollos, pero la perspectiva de un porvenir más feliz merece bien la pena de salvarlos con el  saludable cultivo de la inteligencia, y la práctica de la verdadera virtud, que por este medio se consigue. Ese porvenir está determinado por vuestro destino en la sociedad. Argentinas, respetad vuestra propia dignidad, llenad vuestra misión, y entonces seréis queridas y honradas por el hombre, entonces seréis felices. Sois la mitad misma de nuestra sociedad, sois el iris consolador que reanima las almas con el sentimiento dulce de la esperanza, el vínculo de la familia con la sociedad; sois el ángel protector de la infancia que derrama el gozo en el hogar doméstico. Vuestra sonrisa embellece la vida del hombre, sois el centro de sus más tiernos afectos, la madre de sus hijos, el báculo de su vejez.

Romped pues la red de miserias que se os ha legado, y preparaos a llenar en todas las fases de la vida, en todas las relaciones de la sociedad, la misión de paz, de amor, de caridad que os está encargada. Ascended, en fin, y tomad al lado del hombre el lugar que Dios os ha destinado en el Trono de la Creación.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar