Cuando los gatos salvaron al imperio persa: La estrategia felina que decidió la conquista de Egipto

Autor: Mariano Fain

A mediados del siglo VI a.C., Egipto no pasaba por sus mejores momentos. Los vecinos persas se habían convertido en la mayor potencia del Próximo Oriente y estaban en plena expansión imperial. Cambises II, el rey de Persia entre el 530 y el 523 a.C., quiso conquistar uno de los territorios más importantes que le faltaba: Egipto.

El país del Nilo sufría la muerte del faraón Amosis II, y el trono lo heredó su hijo, Psamético III, un joven e inexperto gobernador insuficiente para el peligro que se avecinaba sobre el milenario país de las pirámides. El enfrentamiento entre persas y egipcios fue una auténtica masacre, y entre las «armas» utilizadas destaca un elemento sorprendente: los gatos.

Los antiguos egipcios tenían una profunda veneración por estos felinos, considerados animales sagrados e íntimamente ligados a la diosa Bastet. Sabedores de esta obsesión egipcia, los estrategas persas idearon un plan ingenioso para obtener la victoria.

Según algunas fuentes griegas, los persas llevaban pintados en sus escudos representaciones de la diosa Bastet, con la intención de minar la moral de los egipcios. Pero su golpe maestro fue utilizar a los propios gatos como arma de combate, lanzándolos contra las murallas de Pelusio como una especie de «fuego de cobertura».

Los egipcios, incapaces de dañar a estos animales venerados, no pudieron hacer nada para detener el avance persa. El faraón Psamético III y su ejército se vieron obligados a huir, y Cambises II logró finalmente la conquista de Egipto.

La ingeniosidad persa, al aprovechar la devoción egipcia por los gatos, se convirtió en un factor decisivo que cambió el curso de la historia. Esta sorprendente estrategia felina quedó consignada como una de las más inusuales tácticas de guerra de la Antigüedad.