Cuentos para los pobres, por Mario Bravo


Mario Bravo nació en Tucumán el 27 de junio. Tras terminar los estudios secundarios se trasladó a Buenos Aires para estudiar derecho. En 1905, se recibió de abogado. Su tesis doctoral versó sobre “Legislación del trabajo”. 

Sus preocupaciones por los obreros y los más humildes lo acercaron al socialismo desde temprana edad. En 1907 ya era secretario de Redacción del periódico La Vanguardia y más tarde sería su director.

Fue diputado nacional entre 1913 y 1922. Un año más tarde fue elegido senador. En 1932 fue nuevamente electo senador. Alternó sus tareas parlamentarias con las periodísticas. Fue además poeta y escritor. Entre sus escritos se encuentran Poemas del campo y de la montañaCanciones y poemasCanciones de la soledad. También publicó ensayos, novelas y cuentos. Murió el 17 de marzo de 1944.

Para recordarlo compartimos Cuento para los pobres, publicado en el periódico Martín Fierro en 1924.

Fuente: Martín Fierro, periódico quincenal de arte y crítica libre, Año 1, N° 1, Buenos Aires, febrero de 1924, pág. 4.

El hombre feliz

Todo el mundo conversaba en el vagón de primera, pero la conversación era animadísima en el asiento que ocupaban el juez de paz y sus amigos. El juez de paz de la villa veraniega llegaba al colmo de sus expansiones, cuando hablaba del éxito del corso de las flores del sábado pasado o de la fiesta en el consejo escolar, para distribuir premios.

La mañana era calurosa, y más en el coche a pesar de todas las ventanillas abiertas.

El juez, con sombrero de paja casi en la coronilla, ostentaba una frente roja e inexpresiva. Tórax y abdomen avanzaban con audacia hasta apoyarse en las rodillas. Rodeado de paquetes y de cajas, parecía un comerciante de mudanza. Se creía dueño del coche y hablaba poco menos que a gritos:

-¡Qué mi amigo Pereyra! Yo le dije que las semillas eran buenas y han salido buenas… ¿No les decía? Ahora el intendente tiene automóvil… Qué caray, con estos días no se puede abrir la oficina sino por la mañana… ¿Y qué opina del corso? ¿Vio dónde pusieron los palcos oficiales? Yo les dije a los de la comisión que los colocaran frente a la iglesia, pero vino el intendente y mandó que los instalaran frente a su casa… Poca gente… Mucho automóvil, pero al fiado… para darse lujo de verano… También andaban las de… ¡ja! ¡ja! ¡ja!… Como les iba diciendo, había preparado dos corderos al asador, pero ni para empezar… entre el secretario y yo nos liquidamos uno… Me decía el doctor Tal que otra vez asemos una vaquillona!… Por la tarde correremos la depositada con el zaino de Zamora… Carrera de perros…

-¡Che! Por aquí; tomá este paquete… con cuidado este otro… poné este en el suelo hasta que yo baje… no vas a romper estas botellas…

Y él descendió balanceándose con una canasta y las revistas para las niñas.

En el andén saludó a todo el mundo. Llegó a la calle, subió con dificultad en una carrindanga y se alejó, tumbo tras tumbo, por la calle de los paraísos hasta la primera confitería.

Una cuadrilla volante

Poco después de mediodía la cuadrilla dejó la carpa y volvió al trabajo. Los peones eran en su mayoría extranjeros: sirios, rusos, italianos y ganaban por día un peso cincuenta. Salieron a trabajar llevando las herramientas al hombro, palas y picos. Subieron al alto terraplén y siguieron a trancos fatigados de durmiente en durmiente. Fueron distanciándose poco a poco hasta llegar al sitio que correspondía a cada uno. Distribuidos a lo largo del terraplén parecían soldados de una guerrilla.

El distante semáforo bajó el brazo en señal de vía libre al mismo tiempo que la viuda del guardabarreras desplegó al viento la banderola negra y amarilla. Detrás de la curva silbó el tren y apareció majestuoso, impetuoso, ardiente, con su larga cimera de humo y su larga cola de vagones de pasajeros. Los peones de la cuadrilla bajaron precipitadamente quedándose a mitad de la pendiente apoyados en las herramientas. Algunos saludaron con sus gorras; otros de viva voz. Cuando el tren se perdió detrás de una nube de polvo, los peones volvieron al terraplén para seguir escarbando el pedregullo de las vías.

El sol de enero caía sin piedad sobre esos hombres jadeantes. Los rieles se prolongaban hasta el infinito, rutilantes como si fueran de cristal; ardientes como si fueran de fuego. Y mientras la cuadrilla cumplía sus tareas, el capataz que ya ganaba cinco pesos por día, fumaba su pipa en el bajo de la alcantarilla próxima, medio tendido sobre el pasto húmedo.

Por la noche, después de la cena, el capataz envió su informe al ingeniero seccional: “Hoy hemos arreglado la vía hasta la cabina 72”.

El ingeniero de la sección, que por serlo ganaba quinientos pesos, dirigió a la superintendencia su parte correspondiente: “En nuestra tarea de limpiar las vías llegamos en la fecha a la cabina 72, lo que significa tantos kilómetros”.

Dos días después el superintendente reunió los informes de los ingenieros seccionales y desde su escritorio de la administración, cómodo y fresco como correspondía a un funcionario de sus atribuciones y jerarquía (percibía una remuneración de mil pesos) comunicó a la gerencia: “De acuerdo con los partes de los ingenieros seccionales, se ha alcanzado la limpieza de 203 kilómetros en nuestras vías principales”.

El gerente-administrador, que ejerce el control de todos los servicios del ferrocarril y que percibe fuera de sus viáticos una remuneración de dos mil quinientos pesos mensuales, comunicó al directorio local sin pérdida de tiempo: “Hasta el 18 de enero las cuadrillas volantes han recorrido y reparado 203 kilómetros de las vías principales”.

El presidente del directorio local, personaje bastante vinculado al mundo de los negocios y de la política, días después suscribió el informe semanal al directorio central en Londres: “Arreglo de vías.  Se prosigue la limpieza y arreglo de las vías salvando las dificultades consiguientes a la escasez de brazos. Por esta causa y por la carestía de la vida los salarios de los jornaleros han debido aumentar desconsideradamente. Pero hemos completado nuestras cuadrillas volantes y bajo la vigilancia de nuestros ingenieros hemos alcanzado hasta la pasada semana a arreglar más de doscientos kilómetros de vías principales”.

El presidente del directorio central de Londres cuya remuneración nunca ha sido inferior a siete mil libras por año, en el informe periódico a los accionistas (Periodical Report of “The Argentine Railways Co. Central Directory”) consignó este párrafo: “Se puede anunciar un mejoramiento en los servicios de nuestros trenes en la Argentina (South America) dados los importantes trabajos en que estamos empeñados para colocar las vías principales en buenas condiciones. Las vías han sido arregladas en más de doscientos kilómetros, a pesar de la escasez de obreros. Por esta razón los salarios han debido ser más altos y ha debido aumentarse la inversión calculada por este concepto, sobre lo que llamamos la atención de nuestros accionistas”.

Fue precisamente por esta causa que en el pasado ejercicio comercial “The Argentine Railways Co.” Apenas ha podido distribuir entre sus proveedores de capital un dividendo de seis por ciento fuera del income tax y de otros impuestos a las ganancias excesivas, como es lógico.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar