El mayo rosarino y cordobés


En 1967 la dictadura de Onganía, autodenominada “Revolución Argentina”, emitió un decreto-ley contra el comunismo, que en realidad estaba destinado a reprimir la actividad de todo el arco opositor. El movimiento obrero se dividió, a mediados de 1968, en dos centrales sindicales: la CGT  Azopardo, de buen diálogo con el gobierno, hegemonizada por el metalúrgico Augusto Vandor, y la CGT “de los Argentinos”, combativa y opositora, liderada por el gráfico Raimundo Ongaro.

En mayo de 1969 comenzaron a evidenciarse los síntomas de un descontento que venía creciendo entre distintos sectores de la población debido al cierre de los canales de participación política y a la política educativa, social y económica del gobierno.

El 15 de mayo, la policía reprimió violentamente una manifestación de estudiantes en Corrientes. Allí murió asesinado por las fuerzas gubernamentales el estudiante de medicina Juan José Cabral. Dos días después, en Rosario, estudiantes que se movilizaban para repudiar el crimen de Cabral fueron enfrentados por la policía. Uno de los uniformados, el oficial Juan Agustín Lezcano, asesinó al estudiante Adolfo Bello, de 22 años. El hecho produjo la indignación de los rosarinos, que se manifestaron masivamente en una “marcha del silencio”. El 21 de mayo, la policía volvió a cobrarse una nueva víctima, el aprendiz metalúrgico Luis Norberto Blanco, de 15 años. Las calles de Rosario fueron ocupadas por obreros y estudiantes que levantaron barricadas y encendieron fogatas para contrarrestar los efectos de los gases lacrimógenos, las que alimentaron con mesas, sillas, cajones, cartones y papeles arrojados por los vecinos desde sus balcones para colaborar con los manifestantes. Era el Rosariazo, el primer estallido de una larga lista que expresaba el descontento popular con la dictadura de Onganía, quien decretó la ocupación militar de Rosario y otros puntos de la provincia de Santa Fe.

A la indignación por los graves hechos de Corrientes y de Rosario se sumó, en Córdoba, el descontento provocado por la decisión del gobierno provincial de suprimir el “sábado inglés”, lo que implicaba en los hechos una rebaja salarial. Existía ahí una estrecha relación entre los estudiantes y los obreros, ya que en aquellos años muchos trabajadores estudiaban en la Universidad de Córdoba. A eso se sumó una creciente politización tanto en las fábricas como en las facultades debido a la existencia de un movimiento obrero muy combativo, surgido al calor de las ideas revolucionarias de los años ’60 y al permanente reclamo de los peronistas de que se convocara a elecciones limpias y se permitiera el regreso de su líder.

Los trabajadores de las dos CGT cordobesas, en las que tenían peso destacado los obreros de la industria automotriz, nucleados en el SMATA a cuyo frente estaba el peronista Elpidio Torres y entre los que se destacaba el dirigente clasista René Salamanca, los de la UTA de Atilio López, y los de Luz y Fuerza, conducidos por Agustín Tosco, convocaron a un paro activo con movilización, por 37 horas a partir de las 11 de la mañana del 29 de mayo, en coincidencia con una celebración sensible para la dictadura militar: el Día del Ejército. Inmediatamente, los estudiantes adhirieron a la medida de fuerza.

Agustín Tosco denunciaba el participacionismo, como se llamaba entonces al sindicalismo complaciente con Onganía:“No queremos participar del hambre. No queremos participar de la represión. No queremos participar de la dictadura. No queremos participar de los marginamientos. No queremos participar de todos los ‘planes y programas’ que inventa el régimen para mantenernos sometidos. El pueblo, que es el protagonista diario del destino del país, quiere ser el protagonista fundamental en la conducción del país. De ahí que levantemos como bandera ante este régimen usurpador y opresor que debe ser respetada la voluntad soberana del pueblo”.

Por la mañana del 29 ya podían verse las grandes columnas de obreros y estudiantes que se iban acercando al centro de Córdoba. La represión policial se cobró la primera víctima, el obrero Máximo Mena. Este hecho aumentó la indignación de los huelguistas, que formaron barricadas y desbordaron la represión de la policía, que debió retirarse, perseguida por los manifestantes. La ciudad fue controlada por ellos durante unas veinte horas, en las que se produjeron incendios y roturas de vidrieras de las principales empresas multinacionales instaladas en Córdoba y de reparticiones oficiales. Finalmente, el gobierno encargó la represión al Tercer Cuerpo de Ejército, que después de algunas horas y varios enfrentamientos logró controlar la situación. El saldo fue de veinte manifestantes muertos y cientos de detenidos, entre ellos los líderes sindicales.

El dictador Onganía estaba noqueado y comenzaba a tambalear, pero se negaba a ver la realidad y declaraba a los medios: “Cuando en paz y en optimismo la República marchaba hacia sus mejores realizaciones, la subversión, en la emboscada, preparaba su golpe. Los trágicos hechos de Córdoba responden al accionar de una fuerza extremista organizada para producir una insurrección urbana”.1

Su colega Lanusse tenía otra visión de los hechos: “Por lo que pude ver y escuchar, así como por lo que vieron y escucharon los jefes y oficiales de la guarnición, puedo decirle que fue la población de Córdoba, en forma activa o pasiva, la que demostró que estaba en contra del Gobierno Nacional en general y del Gobierno Provincial en particular”.2

Perón desde el exilio saludó calurosamente la rebelión cordobesa e invitó a no darle tregua a la dictadura.

El Cordobazo tuvo un efecto contagioso en un pueblo harto de proscripciones, de planes económicos antinacionales, de una moralina medieval que se horrorizaba por el largo de las faldas de las chicas y del pelo de los chicos, pero no le molestaba ni el secuestro, ni la tortura, ni el asalto a las universidades. Vinieron el Mendozazo, El Rocazo, El Tucumanazo y un segundo Rosariazo, en septiembre de 1969. En 1971, cuando el entonces gobernador de facto de Córdoba, José Camilo Uriburu, dijo que le gustaría que la oposición tuviera una sola cabeza como una víbora para cortársela. El pueblo cordobés le respondió con una pueblada más virulenta que la del ’69 a la que llamaron en “homenaje” al inspirado gobernador, el Viborazo. El Cordobazo y las movilizaciones populares subsiguientes se llevaron puesto a Onganía y el Viborazo, a Levingston. El tercer presidente de aquella trágica “Revolución Argentina”, que había cerrado todos los canales democráticos de participación, Alejandro Lanusse, no tuvo más remedio que convocar a elecciones para el 11 de marzo de 1973 y aceptar la derrota de aquel proyecto elitista, antinacional y antipopular.

Referencias:

1 Mensaje al país del general Onganía, en La Nación, 5 de junio de 1969.
2 Informe del general Lanusse al presidente Onganía, 2 de junio de 1966, en Alejandro Agustín Lanusse, Mi Testimonio, Buenos Aires, Lasserre, 1977.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar