Fuente: Felipe Pigna, Evita. Jirones de su vida, Buenos Aires, Planeta, 2012, págs. 307-312
Los últimos meses en la vida de Eva Perón fueron y siguen siendo motivo de especulaciones, rumores y reinterpretaciones. Pese al tiempo transcurrido, siempre parece surgir una nueva “vuelta de tuerca” en torno a su agonía. Sin duda, es una muestra más del interés que sigue y seguirá despertando la figura de Evita. Una versión divulgada recientemente señala que entre fines de mayo e inicios de junio se la habría sometido a una lobotomía prefrontal,1 buscando aliviarle el dolor. La lobotomía era un procedimiento neuroquirúrgico bajo anestesia general, en el cual se realizaban dos orificios en el cráneo (trepanación) a ambos lados de la cabeza. La ubicación aproximada de los orificios es un poco por delante y arriba de ambas orejas. A través del orificio de la trepanación ósea se pasaban instrumentos quirúrgicos que destruían mecánicamente parte de los lóbulos frontales de ambos lados del cerebro. Esta técnica estaba indicada en pacientes con enfermedades psiquiátricas y neurológicas diversas, tales como la esquizofrenia, trastornos severos de ansiedad, epilepsias, depresión extrema con riesgo de suicidio y en dolores crónicos intratables por otros medios.
En agosto de 2011, en la Universidad Nacional de Cuyo, el neurocirujano Daniel Nijensohn dio a conocer esa hipótesis, que luego publicó en una revista especializada y fue divulgada por distintos medios.2 En un reportaje del diario La Nación, el doctor Nijensohn, nacido en la Argentina y profesor de la estadounidense Universidad de Yale, señalaba: “Nuestra investigación comenzó en 2005, cuando el cirujano húngaro George Udvarhelyi, que vivió en la Argentina entre 1948 y 1953, declaró al diario Baltimore Sun que había participado de una lobotomía que se le realizó a Eva Perón. […] No sabemos la fecha exacta, pero sospechamos que para su última aparición pública, cuando Perón asumió su segunda presidencia, ya había sido operada”.3
Aunque la única forma de saber si esto es cierto sería mediante una exhumación y estudio del cuerpo de Evita, Nijensohn asegura haber encontrado evidencia en la reproducción de unas radiografías, que están perdidas: “Sabíamos que el cuerpo de Eva Perón, que había sido momificado, fue radiografiado en 1955 a pedido del gobierno militar de la Revolución Libertadora, para comprobar su identidad. Contactamos al hijo del radiólogo que tomó las radiografías, que nos envió radiografías de tórax, abdomen y extremidades de Eva Perón, que confirmaban el cáncer que padecía, pero las radiografías de cráneo se habían ‘traspapelado’. Sin embargo, agregó Nijensohn, esas radiografías han quedado registradas en el documental Evita: una tumba sin paz (1997), del cineasta Tristán Bauer […]. Allí se pueden ver dos radiografías de cráneo colgadas de un negatoscopio. Congelamos mediante computadora el frame [cuadro] en que se ven las radiografías, y en una de ellas se pueden observar dos imágenes radiolúcidas circulares a nivel de la sutura coronal [que son] compatibles con los agujeros de trepanación del cráneo que se realizan en una lobotomía prefrontal para introducir el instrumental en el lóbulo frontal”.4
Cabe señalar dos cuestiones. La primera es que estas imágenes “indirectas” no pueden ser confrontadas con las radiografías originales, que desaparecieron. En segundo término, si asumiéramos como reales esas imágenes, también podrían corresponder a los orificios realizados y descriptos por el doctor Pedro Ara, quien se encargó del embalsamamiento del cuerpo de Evita. Hasta aquí lo que tenemos como evidencia.
Según el doctor Nijensohn, la operación habría sido realizada por James L. Poppen, un célebre neurocirujano estadounidense que visitó la Argentina en varias oportunidades y tenía muy buenas relaciones con el peronismo.5 El propio Poppen, en 1955, publicó un libro en que, a contrapelo de lo que era corriente en los medios de su país, valoraba positivamente a Perón y a su gobierno.6 Pero en esa obra, Poppen menciona haber estado en la Argentina y tratado a Perón en tres ocasiones, en los años 1949, 1950 y 1954. En las dos primeras visitas tuvo oportunidad de ver también a Evita, pero en ningún momento menciona viaje alguno en 1952. Más aun, al contar en Perón, el hombre su tercer viaje a Buenos Aires en 1954, cuando recibió la condecoración de la Orden del Mérito del gobierno argentino, deja en claro que hacía cuatro años que no visitaba el país.7
Curiosamente, la única referencia a una lobotomía que hace Poppen en su libro –en el contexto de su primer viaje, en 1949– es para contar una broma de Perón, que suena a humor negro. Al presentarle a Evita, Perón le habría dicho “en tono jocoso que sería conveniente para ella ser sometida a una lobotomía, porque entonces podría resistir con más facilidad la tensión de su intenso trabajo. Su frase, desde luego, fue motivada por el hecho de que había visto mi nombre en los periódicos argentinos, asociado a las lobotomías”.8
El doctor George Udvarhelyi, única fuente primaria sobre la supuesta lobotomía, falleció en 2010; Poppen, a quien se le atribuye la operación, murió en 1978. Ninguna otra persona vinculada al cuidado de la salud de Evita, ni nadie de quienes estuvieron a su alrededor en esos meses finales, en sus muchas declaraciones y testimonios a lo largo del medio siglo pasado desde entonces hizo referencia alguna a otra intervención quirúrgica fuera de la operación de noviembre de 1951 y las biopsias de comienzos de 1952. De haber ocurrido, se trataría de la operación más secreta de la historia de la medicina, y por los testimonios sobre los últimos días de Eva, sin el resultado buscado.
Consultado especialmente para este libro sobre el tema, señaló el doctor Daniel López Rosetti: “La paciente cursó su enfermedad durante dos años y medio. Del seguimiento de la sintomatología resulta evidente que clínicamente empeoró sensiblemente en los últimos dos o tres meses. A la pérdida de peso se agregó la falta de aire debido a metástasis pulmonares. Los dolores eran tratados con dosis crecientes de morfina, que seguramente estaba dimensionada a los requerimientos en términos de disminuir el dolor producido por el tumor y sus metástasis, como así también proveer la sedación necesaria. La morfina es una sustancia analgésica sumamente potente, sobre todo en una paciente que hacia el final de sus padecimientos pesaba tan solo 36 kg. No parece razonable optar en ese momento por una lobotomía para el tratamiento del dolor, ya que la morfina resultaba suficiente y el cuadro clínico era claramente terminal y el pronóstico de vida era muy malo a cortísimo plazo. Por otro lado, la lobotomía iba acompañada de efectos colaterales claros en la conducta y las funciones emocionales e intelectuales superiores. Los pacientes sometidos a lobotomía cambian de carácter. Los lóbulos frontales resultan ser la parte del cerebro donde anida el ser mismo. La propia identidad, el modo de ser, la emocionalidad, el autocontrol. La persona “lobotomizada” deja de ser quien es. Al menos deja de ser quien era. No la reconoceríamos como tal, no sería la misma. Es aquí donde la historia clínica nos aporta más datos. Quienes interactuaron socialmente con la paciente hasta sus últimos momentos, la describen como coherente y consecuente al temperamento y el carácter con el cual la habían conocido. Son varios los testimonios que avalan esta conducta clínica. Pero hay uno que me consta en forma personal y que aporta datos clínicos de interés. Se trata de María Eugenia Álvarez, enfermera personal de la paciente y que acompañara a la misma hasta el último momento de su vida. Entrevisté a dicha profesional en tres oportunidades. Dos en forma personal y una en forma telefónica. Durante las entrevistas tomé la precaución de repetir preguntas “clave” de un cuestionario previamente formulado. En las tres oportunidades la enfermera tratante respondió coherente y coincidentemente al cuestionario, otorgando verosimilitud al relato en todos sus detalles. Hay algo más. También le consulté, puntualmente, si a la paciente le habían realizado una lobotomía con la finalidad de disminuir los dolores. Respondió negativamente y con argumentos clínicos sólidos. Además de la respuesta formal al cuestionario, del cual se desprende el mantenimiento de la conducta intelectual y emocional de la paciente hasta el final, hay algo más, le creí. En medicina hay un principio rector, “la clínica es soberana”. Esto significa que el examen clínico del paciente en su aspecto intelectual, emocional y físico arroja una impresión diagnóstica relevante. En este caso, el mantenimiento de la intelectualidad, la emocionalidad y el estilo conductual hasta el final de la historia clínica es incompatible con los efectos colaterales de una neurocirugía de lobotomía. En consecuencia, teniendo en cuenta la evidencia testimonial circunstancial por un lado y la historia clínica por el otro, considero sumamente improbable que la paciente hubiera sido sometida a una lobotomía”.9
Referencias:
1 El procedimiento consistía en una sección (corte) en los lóbulos prefrontales del cerebro. Estas y otras prácticas quirúrgicas similares, iniciadas hacia 1936, fueron habituales en Estados Unidos en las décadas de 1940 y 1950 (se calcula que se practicaron unas 50.000 lobotomías de distinto tipo en esa época) para disminuir la agresividad en pacientes psicóticos y eliminar la percepción del dolor en enfermos terminales. Desde fines de la década de 1960, por los trastornos que ocasiona, en la mayoría de los países su práctica está prohibida.
2 Daniel Nijensohn, “Recent evidences of prefrontal lobotomy in the last months of illness of Eva Perón” (“Evidencias recientes de lobotomía prefrontal en los últimos meses de enfermedad de Eva Perón”), World Neurosurgery, diciembre de 2011 (http://www.worldneurosurgery.org/article/S1878-8750(11)00190-2/fulltext). Véase también el artículo de Barron H. Lerner “Health report on Eva Perón recalls time when lobotomy was embraced” (“Informe de salud sobre Eva Perón recuerda el tiempo en que se adoptó la lobotomía”), The New York Times, 20 de diciembre de 2011 (http://www.nytimes.com/2011/12/20/health/report-on-eva-peron-recalls-time-when-lobotomy-was-embraced.html). Ambos textos tuvieron repercusión en los medios de prensa argentinos.
3 Sebastián Ríos, “Eva Perón. Una lobotomía contra el dolor”, La Nación, 23 de diciembre de 2011.
4 Ibídem.
5 Nacido en el estado de Michigan en 1903, Poppen inició en 1933 sus trabajos de neurocirugía y para la década de 1950 era considerado un “gigante” de la especialidad. Fue autor de un Atlas de técnicas de neurocirugía, que en su tiempo se convirtió en un clásico. Una circunstancia de su profesión, ocurrida en 1943, después le daría una fama inesperada; ese año había operado y “salvado” la columna vertebral de un joven marino herido durante un combate en el Pacífico; el paciente luego sería célebre: John Fitzgerald Kennedy, elegido presidente de Estados Unidos en noviembre de 1960.
6 James L. Poppen, Perón, el hombre. Impresiones de un neurocirujano que durante varias visitas a la República Argentina ha estado en estrecha vinculación con el presidente del país, sin datos de edición. La edición original, del propio autor, Perón, the Man, es de 1955.
7 Ibídem, pág. 54-57.
8 Ibídem, pág. 48
9 Texto escrito especialmente para este libro por el doctor López Rosetti, a pedido del autor.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar