Autor: Felipe Pigna
Felipe Pigna: ¿Cómo lo conociste a Roberto? Antes del encuentro personal, ¿qué sabías de él? ¿Habías leído algo?
Gabriela Mahy: El primer registro que tengo es haber visto su trabajo en la revista Hortensia. En ese período mi vida pendulaba entre Córdoba, mi provincia natal, y Rosario. Los cordobeses esperábamos ansiosos cada nueva publicación, que también era muy leída en Rosario, yo era una de las fanáticas y ahí lo descubrí.
F. P.: ¿Y cómo fue que sus caminos se cruzaron?
G. M.: Lo había visto en varias oportunidades a la distancia, en bares y restaurantes. Pasaron muchos años hasta que en uno de los bares de los que era habitué cruzamos miradas por primera vez. Tiempo después comenzó a acercarse a la mesa que compartía con amigas y cada vez la permanencia era más larga, se retiraba siempre con la misma frase con la que simulaba ser un matón: «si alguien las molesta no tienen más que avisarme y yo me encargo».
F. P.: ¿Cómo era el Fontanarrosa cotidiano? ¿Cuáles eran sus gustos, sus pasiones, además de su amor por el futbol, que todos conocemos?
G. M.: En cuanto a la programación del día era muy estructurado. A las 9 se levantaba, hasta las 10 el desayuno y lectura de diarios, a partir de esa hora empezaba su jornada laboral.
Dos veces por semana ocupaba la mañana con clases de inglés con Edy Salsmann, a quien consideraba amigo, estos encuentros se mantuvieron por más de veinte años. El resto de la mañana daba entrevistas, generalmente en el mismo bar, hasta el mediodía que se iba a su estudio. Trabajaba y leía, que para él era parte de su trabajo, todos los días, indefectiblemente hasta las 18 00. Era increíblemente estricto con esta rutina.
A las 19 era la hora del bar, compartiendo la mesa de los galanes, hasta las 21.
Le encantaba comer afuera todas las noches. Los restaurantes seleccionados eran tres o cuatro, elegía lugares conocidos, y que lo atendieran los mismos mozos. Generalmente comíamos solos durante la semana, las sobremesas eran largas y amenas. Los sábados, mientras pudo, jugaba al fútbol y a la noche compartíamos con amigos. Los domingos, el desayuno era cerca del mediodía, luego era el turno de la cancha o los partidos por televisión, y a la noche cenábamos con mis hijos.
F. P.: ¿Era una persona comunicativa o la procesión iba por dentro?
G. M.: El Negro que yo conocí era muy «charlatán», como vulgarmente se califica a las personas que hablan mucho, no en el sentido peyorativo. Me llamaba mucho la atención la necesidad de contar cosas. Recuerdo un día en que pasaba de un tema a otro y le dije en tono jocoso, «dejame hablar, al menos un ratito, te quiero contar algo. Se rió y comentó «a mí me dicen que soy callado». Con una carcajada le dije que no podía creer lo que me estaba diciendo.
En general eso era cierto, en las reuniones no hablaba mucho, claro que cuando hacía algún comentario era siempre interesante y muy perspicaz.
En el último tiempo disfrutaba de dar charlas, siempre con auditorio repleto y generaba un clima de diversión tal que hasta él se asombraba.
Lo cierto es que en los últimos tiempos había una marcada diferencia entre los momentos en que compartíamos con gente y los momentos en la intimidad, en los cuales se permitía flaquear y hablar de sus angustias.
F. P.: ¿Le gustaba hablar con vos sobre sus lecturas o sus trabajos?
G. M.: Cuando el avance de la enfermedad afectó el brazo izquierdo empezó a escribir a mano, le resultaba más cómodo que en la PC. Yo tipiaba los cuentos y los comentábamos. También hablábamos de las tiras publicadas, pero mientras creaba no compartía ideas ni desarrollos. Prefirió siempre la soledad para trabajar, al punto de que le costó mucho aceptar en determinado momento la ayuda de un asistente. Se encargaba él mismo de llevar a la receptoría de Clarín las tiras para publicar. Cuando la enfermedad le impidió movilizarse solo yo asumí esa tarea, tiempo después comenzó a mandar digitalizado.
F. P.: ¿Cómo era su vínculo con sus personajes?
G. M.: Creo que en mayor o menor medida estaba orgulloso de sus personajes aunque no lo manifestara abiertamente, era evidente el brillo en sus ojos cuando se los elogiaban. Creo que Sperman era un recuerdo pícaro, lo divertía. Boogie le generó mucho entusiasmo, pero en determinado momento empezó a sentir que se aburría haciéndolo y decidió suspenderlo porque pensaba que lo mismo le pasaría a los lectores.
F. P.: ¿Qué pensás que disfrutaba más? ¿La escritura de sus cuentos o su rol como dibujante y guionista?
G. M.: Lo que disfrutaba era narrar, le encantaba dibujar pero la gráfica era un soporte a través del cual contaba historias. Me maravillaba verlo dibujar con esa increíble capacidad de síntesis, y me sorprendía que dijera que no era un eximio dibujante. Cuando lo alababan mencionaba a varios de sus colegas que, según su criterio, lo superaban ampliamente.
F. P.: ¿Qué papel jugaba la amistad en su vida?
G. M.: Un papel muy importante, pero en general eran relaciones más emparentadas con lo social que con lo íntimo. Creo que esto se debía a su introversión, era muy reservado con su vida privada y sus sentimientos. Me sorprendió enormemente cuando me dijo que pocas veces o, en ciertos casos, nunca, había conversado a solas con amigos considerados especialmente emblemáticos. Esto no implicaba que no los considerara entrañables, pero no necesitaba encuentros privados, eran grupales y los temas abordados generales, no particulares.
F. P.: ¿Cómo lo definirías?
G. M.: Un ser extraordinario. Más allá de la genial creatividad por la cual fue y sigue siendo tan reconocido, la humildad lo hizo un grande. La veneración y admiración que generó, y que se potenció notablemente en los últimos años de su vida, nunca lo obnubilaron, prefería ubicarse en el llano, ser considerado uno más y atribuir el éxito de su obra a la gente que lo disfrutaba. Sin esa respuesta su obra perdía valor.
Como compañero de vida, un ser muy cálido y divertido. La risa estaba siempre presente, y hasta el final fue como una estrategia a la que tendíamos para burlar la realidad. La integridad con la que encaraba y aceptaba la dura situación provocada por la enfermedad era un paliativo que alivianaba la dureza de la situación que vivíamos.
F. P.: ¿Te parece que se lo recuerda como se debería?
G. M.: El recuerdo del Negro vive en muchísima gente, es algo que puedo comprobar permanentemente. Para estos días particularmente, se han organizado un sinfín de actividades para recordarlo, Exposiciones, homenajes, obras de teatro y hasta una película con sus cuentos. El entusiasmo y el afecto se perciben en cada una de las personas abocadas a estas acciones, y también en la gente que se dispone a disfrutar de su obra en estas presentaciones y a compartir momentos para recordarlo.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar