Fuente: Felipe Pigna.
Nacido en Castilla la Nueva en 1764 y extremeño por adopción, Francisco Cabello y Mesa se crió en la región española que vio crecer a Francisco Pizarro, Hernán Cortés y tantos otros conquistadores.
La primera noticia que se tiene de su vida es un aviso publicado en 1787 en el Diario Curioso, de Madrid. Allí Cabello se ofrecía como mayordomo de algún señor. Decía tener 23 años, ser hidalgo, estar habilitado como profesor de historia literaria y tener versación en el manejo de papeles “judiciales y extrajudiciales”. Parece que, en vez de un señor millonario, lo terminó contratando el propio periódico, donde al poco tiempo comenzó a aparecer como colaborador.1
Cabello se doctoró en abogacía y llegó a ser coronel del Regimiento Provincial Fronterizo de Infantería de Aragón. En 1797 partió hacia el Perú, donde asumió el cargo de “protector general de los naturales de la frontera de Jauja”, además de desempeñarse como letrado en la Real Audiencia de Lima. En su tiempo libre comenzó a editar el Diario Curioso, Erudito, Económico y Comercial, la primera publicación periodística sudamericana y luego colaboró con el Mercurio Peruano y El Semanario Crítico, que continuaron esa labor.
También intentó crear en Lima una “sociedad patriótica”. Esta clase de asociaciones era parte de los nuevos aires ilustrados que, tanto en la Península como en América, comenzaba a hacerse sentir a pesar de las autoridades. Formadas por intelectuales, comerciantes y emprendedores de todo tipo opuestos al monopolio, estas entidades buscaban introducir mejoras en la agricultura, la industria y el comercio, difundir los nuevos conocimientos científicos y técnicos, promover la educación y, en general, mejorar la vida de sus “compatriotas”, término que entonces se entendía como los habitantes de cada una de las regiones del imperio español. De allí que estas sociedades tuviesen alcance local. Se habían multiplicado en las provincias españolas, hasta que la corona las consideró peligrosas y empezó a limitar sus actividades para, luego, clausurarlas. La Sociedad Patriótico-Literaria impulsada por Cabello establecía en sus estatutos: “la Sociedad cuidará muy eficazmente de establecer escuelas gratuitas de leer, escribir y contar, y que se enseñen las lenguas francesa e inglesa como tan necesarias para todos [los] asuntos y negocios extendiendo también su atención sobre la geografía, historia, física y topografía”.2
Cuando Cabello se disponía a regresar a España, la falta de buques lo retuvo en Buenos Aires en 1798. Se fue quedando y el 28 de octubre de 1800 le pidió licencia al virrey Gabriel de Avilés y del Fierro para que autorizara la aparición del Telégrafo Mercantil, Rural, Político-económico e Historiográfico del Río de la Plata, cuyos números, aprobación de la censura mediante, salieron de la Real Imprenta de los Niños Expósitos. El periódico salió por primera vez el 1º de abril de 1801.
En uno de sus primeros números dejaba en claro que su deseo era trabajar por una sociedad: “donde para siempre cesen aquellas voces bárbaras del escolasticismo que, aunque expresivas de los conceptos, ofuscaban y muy poco o nada trasmitían las ideas del verdadero filósofo. Empiece ya a reglarse nuestra agricultura, y el noble labrador a extender sus conocimientos sobre este ramo importante. Empiece a sentirse ya en las provincias argentinas aquella gran metamorfosis que a las de México y Lima elevó a par de las más cultas, ricas e industriosas de la iluminada Europa. Empiece mi pluma, en fin a informar a los lectores de los objetos, progresos y nuevos descubrimientos”.
Además de Cabello y Mesa, que firmaba sus artículos con los seudónimos de “Narciso Fellobio Cantón” y “El filósofo Indiferente”, entre los redactores figuraban Domingo de Azcuénaga, José Chorroarín, Juan Manuel de Lavardén, el deán Gregorio Funes, Pedro Antonio Cerviño, José Prego de Oliver, Juan José Castelli, su primo Manuel Belgrano y el naturalista Tadeo Haenke, que enviaba sus colaboraciones desde Cochabamba.
La redacción del Telégrafo funcionaba en el estudio de Cabello, en la actual calle Reconquista al 200, al lado de la iglesia de La Merced.
El Telégrafo llegó a publicar 110 números, con dos suplementos y trece ejemplares extraordinarios. Trató los más diversos temas gambeteando con cierta habilidad la censura colonial e inquisitorial, hasta que en el número del 17 de octubre de 1802 se incluyó un artículo sobre la “relajada moral” de los sacerdotes del Perú. Fue la gota que colmó el vaso e inmediatamente llegó la clausura definitiva de nuestro primer periódico por pedido del comisario de la Inquisición, don Cayetano José María de Roo, quien le escribió al virrey en estos términos: “El Telégrafo de la fecha no es sino un libelo infamatorio contra el cuerpo respetable de los párrocos del Perú y, estando prohibidos por la regla 16 del Expurgatorio del Santo Oficio tales libelos, se sirva V.E. dar el competente auxilio para que se recojan todos los ejemplares que se han repartido en esta Capital e impida su circulación fuera de ella”.3
Tras el cierre del Telégrafo, Cabello se reintegró a la vida militar y en 1807 peleó en la defensa de Montevideo contra los ingleses. Fue capturado por los británicos y llevado a Inglaterra. Sobre lo que ocurrió después hay dos versiones, una señala que fue liberado en un canje de prisioneros, y otra, que habría colaborado con los invasores. Pasó el resto de su vida en España, pero no sabemos a ciencia cierta qué tan larga fue: para unos, habría sido ejecutado por liberal y “afrancesado” en 1814; para otros, habría sobrevivido hasta 1824. La verdad la supo don Cabello y Mesa, pionero de nuestro periodismo.
Referencias:
1 Fernando Sánchez Zinny, El periodismo en el Virreinato del Río de la Plata, Academia Nacional de Periodismo, Buenos Aires, 2008.
2 José María Torre Revello, El libro, la imprenta y el periodismo en América durante la dominación española, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, 1940.
3 Citado por Guillermo Furlong S.J., Historia y bibliografía de las primeras imprentas rioplatenses, Librería del Plata, Buenos Aires, 1960.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar