Hacía tiempo que Arturo Frondizi venía insistiendo con la nacionalización del petróleo y otras riquezas y servicios básicos del país. Hacia 1940, habiéndose desintegrado el grupo FORJA, el Movimiento de Intransigencia y Renovación que compartía desde 1945 junto a Gabriel del Mazo, Moisés Lebhenson y Luis Dellepiane, entre otros, proponía ya en su famosa carta de Avellaneda de 1947, retomar el ideario de radicalismo yrigoyenista: “Organización de una democracia económica. Control de la economía nacional siguiendo las grandes líneas fijadas por los órganos representativos de la voluntad popular que pone las riquezas naturales, la producción, el crédito, las industrias, el consumo y el comercio internacional, al servicio del pueblo y no de grupos o de minorías”, sostenía aquella carta que había suscrito.
Más aUn, cuando tras el derrocamiento de Perón en 1955 formara la Unión Cívica Radical Intransigente, el ideario industrialista enseñado hacía pensar que nada de ello había cambiado: el ideario del nacionalismo económico no sólo le permitía convencer a peronistas reacios que podían confiarles los votos presidenciales, sino que convencía a viejos intelectuales forjistas de la talla de Jauretche y Scalabrini Ortiz. Todo ello estaba contenido en su gran propuesta publicada en el difundido libro Petróleo y Política.
Pero al llegar a la presidencia, en febrero de 1958, en un contexto reacio a los equilibrios, las cosas darían un giro inesperado para muchos. La llamada “traición de Frondizi” se hacía presente. Así, el 24 de julio de 1958, en un famoso discurso, el presidente lanzaría lo que llamó la “batalla del petróleo”. Con una extraña argumentación, “a favor de la soberanía nacional”, prometiendo el “autoabastecimiento” y asegurando que el país no tenía recursos necesarios para un proyecto autónomo, anunciaba la firma de varios contratos petroleros con empresas extranjeras, entre ellas, la Banca Loeb, la Pan American Oil, la Tennessee, la Esso, la Shell y otras. Es cierto, en un sentido similar, Perón ya había firmado los criticados contratos con la California en 1955, pero esto iba mucho más lejos. El desarrollismo conseguiría el proclamado autoabastecimiento, a costa de una gran sangría de recursos.
Recordamos parte de las argumentaciones dadas por Frondizi, para justificar el abrupto giro dado respecto de lo que sostenía tan poco tiempo atrás.
Fuente: Emilia Menotti, Arturo Frondizi, Buenos Aires, Editorial Planeta, 1998, pág. 210-211.
«En el libro sostuve la necesidad de alcanzar el autoabastecimiento de petróleo a través del monopolio estatal. Era una tesis ideal y sincera. Cuando llegué al gobierno me enfrenté a una realidad que no correspondía a esa postura teórica, por dos razones: primera, por que el Estado no tenía los recursos necesarios para explotar por sí solo nuestro petróleo: y segunda, porque la inmediata y urgente necesidad de sustituir importaciones de combustible no dejaba margen de tiempo para esperar que el gobierno reuniera los recursos financieros y técnicos que demandaba una explotación masiva que produjera el autoabastecimiento en dos años. La opción para el ciudadano que ocupaba la Presidencia era muy simple: o se aferraba a su postulación teórica de años anteriores y el petróleo seguía durmiendo bajo tierra, o se extraía el petróleo con el auxilio del capital externo para aliviar nuestra balanza de pagos y alimentar adecuadamente a nuestra industria. En una palabra, o se salvaba el prestigio intelectual del autor de Petróleo y Política o se salvaba el país. No vacilé en poner al país por encima del amor propio del escritor. (…) Mantuve el objetivo fundamental que era el autoabastecimiento, pero rectifiqué los medios para llegar a él. No me arrepiento (…) Al contrario, me siento plenamente satisfecho de haber tenido el valor de hacerlo y de firmar convenios que han significado el autoabastecimiento de petróleo en menos de tres años.»
Arturo Frondizi
Fuente: www.elhistoriador.com.ar