El 9 de julio de 1816 los congresales reunidos en Tucumán declararon la independencia de las Provincias Unidas en Sud América. Era una independencia formal y exclusivamente política. En el plano económico, comenzábamos a ser cada vez más dependientes de nuestra gran compradora y vendedora: Inglaterra.
Entre nosotros, la incapacidad, la falta de voluntad y patriotismo de los sectores más poderosos llevaron a que nuestro país quedara condenado a producir materias primas y comprar productos manufacturados.
Además, los desacuerdos internos y la falta de unidad, sumada a la amenaza constante de una invasión española, volvía aun más ominosa la situación de las Provincias Unidas. La Banda Oriental, Corrientes, Entre Ríos, Misiones y Santa Fe habían quedado afuera de esa unión y los conflictos de intereses de las partes la harían peligrar durante décadas.
Quisimos compartir en esta ocasión el detallado informe de la situación en el Río de la Plata que envió a su gobierno Theodorick Bland, un enviado especial del entonces presidente estadounidense, James Monroe, el mismo que cinco años más tarde elaboraría la doctrina que lleva su nombre, sintetizada en su frase: “América para los americanos”.
Bland, que fue un destacado juez federal de Maryland, aborda entre otros temas la controversia entre Artigas y el gobierno de Buenos Aires, el militarismo surgido al calor de la amenaza permanente de invasión, y las relaciones con Portugal.
Fuente: Hugo David Barbagelata, Artigas y la Revolución americana, París, Sociedad de Ediciones Literarias y Artísticas, págs. 385-390.
Informe presentado a su Gobierno por Theodorick Bland, uno de los delegados norteamericanos al Plata en 1817.
En Buenos Aires, jamás se ha concedido, ni por un solo día a la prensa verdadera y amplia libertad. Sólo se publica allí lo que halaga a los poderes existentes. El material procedente del extranjero, únicamente se inserta en los diarios después de tijereteado y remodelado al paladar del partido gobernante. Se han hecho algunos esfuerzos para discutir temas políticos con severidad y para censurar la conducta política de ciertos hombres; pero con el resultado de que, sin juicio alguno, hayan sido los autores desterrados o aprisionados. La prensa de Buenos Aires es un instrumento servil, que ni tiene ni merece respeto, ni ejerce influencia alguna.
(Entra luego al fondo de la controversia entre Artigas y el gobierno de Buenos Aires.)
Buscando la causas de las desgraciadas diferencias y hostilidades entre los partidos patriotas y previa separación de todo lo que se reduce a simples vituperios y agrias invectivas, resulta que aquéllas son de importancia vital, que tienen por objeto principios que afectan considerablemente al bienestar del pueblo y que han emanado de criterios muy racionales acerca de la forma de gobierno más conveniente al país y más apropiada para promover y asegurar el interés general a la vez que el interés particular.
El pueblo de esta parte de la América española tiene fijas sus miradas, desde el comienzo de sus luchas, en el ejemplo y en los preceptos de los Estados Unidos, en la orientación de su revolución y en la organización de sus instituciones políticas. Sin entrar, por regla general, en profundos argumentos o serios estudios, para los cuales no están preparados por su educación y hábitos anteriores, aprecian su situación en block y se dan cuenta de que al removerse las instituciones coloniales han quedado sin ninguno de los resortes del gobierno civil. Contemplando la inmensa extensión de su país, lo han encontrado distribuido en provincias y jurisdicciones y en esa forma gobernado. Han dirigido entonces sus miradas a los Estados unidos y han visto o creído ver muchas analogías y una prosperidad que demostraba que todo lo que contemplaban podía ser imitado. Sea que tales sugestiones emanaran de un juicio comparativo, o sea que reconocieran otra causa cualquiera, es lo cierto que la idea de la conveniencia de gobiernos propios, semejantes a los de los Estados Unidos, con magistrados electos por el pueblo y de su propio seno, se ha generalizado y ha sido abrazada calurosamente por una gran parte de los patriotas. Sin embargo, los partidarios de este sistema de confederación y representación, sea cual fuere su importancia numérica y la energía de sus razonamientos, han sido y continúan siendo la parte más débil del punto de vista del poder ejecutivo. No han tenido los medios ni jamás se les ha permitido poner en práctica sus principios. Por otra parte, tenían que dirigirse a un pueblo para el cual todo el campo de la política constituía una novedad, y eso mismo sin prensa para dar estabilidad y difusión a su prédica.
En oposición a estos principios y a este partido, se levantó una facción en Buenos Aires, que, preocupada de los intereses y del progreso de su ciudad, quería establecer un gobierno centralista, provisto de un magistrado supremo con análogos poderes a los del ex-virrey, pero algo contenidos y fiscalizados mediante el restablecimiento de las instituciones civiles y políticas del coloniaje, modificadas por las exigencias del nuevo estado de cosas. La necesidad de estar constantemente armado y preparado para hacer frente a la metrópoli, inclinó al pueblo a prestar obediencia a los leaders militares del momento. De ahí que resultara toda una revolución la conquista del mando del ejército y de la fortaleza de Buenos Aires. En manos del gobierno supremo estaban todas las rentas públicas, porque era Buenos Aires el único punto de recaudación de derechos de Aduana, y todas las fuerzas y el mando absoluto del Estado, cuyos intereses podían ser dirigidos y administrados al paladar del gobernante, de conformidad a los reglamentos de las instituciones coloniales.
El partido popular de la oposición, que proclama el gobierno de los Estados y el sistema representativo, jamás ha tenido hasta ahora ni los procedimientos ni los medios para poderse reunir y expresar sus anhelos o, cuando menos, hacer demostración de su número y de su poder.
En octubre de 1812, cuando Sarratea mandaba en jefe en Montevideo y Artigas estaba frente a la misma plaza, al mando de las fuerzas de la Banda Oriental, dio origen a una agitada controversia ese gran principio de los Estados separados o gobiernos provinciales, combinada según todas las probabilidades, con razones de carácter local y personal. Sarratea, viendo que Artigas era refractario y no podía ser influenciado por seducciones, amenazas o medios persuasivos, resolvió proceder a su arresto. Artigas, que descubrió sus planes, huyó a la campaña, y en un corto lapso de tiempo todos los orientales le siguieron, y en virtud de ello fue abandonada momentáneamente la persecución del sitio de Montevideo.
El partido gobernante de Buenos Aires, dándose cuenta de la popularidad de la causa de Artigas y de su poder, procuró con ansiedad extrema atraérselo o por lo menos conciliarse con él. Ante la exigencia de Artigas, que creía, o afectaba creer en aquel momento que la controversia era puramente personal, Sarratea y algunos otros subalternos fueron removidos del ejército y reemplazados por Rondeau y otros oficiales cuyas opiniones eran desconocidas y por eso mismo parecían menos desagradables al jefe de los orientales.
Pero Artigas reanudó bien pronto la controversia y puso a prueba los planes del gobierno de Buenos Aires., exigiendo que la Banda Oriental fuera considerada y tratada como un Estado, con su gobierno propio, y que por lo tanto se le permitiera administrar sus asuntos por sí misma y estar representada en debida forma y proporción en el Congreso General. Fue considerado esto por Buenos Aires como una violación abierta a la organización del país y como la más irracional, criminal y declarada rebelión contra el único gobierno legítimo de las Provincias Unidas, cuyo gobierno, según su doctrina, extendíase a todo el territorio del antiguo Virreinato, dentro del cual la ciudad de Buenos Aires había sido siempre, y de derecho lo era entonces y debía continuar siéndolo, la capital de que emanase toda la autoridad.
Artigas combatió y denunció esto como manifestación de un espíritu de injusta y arbitraria dominación de parte de Buenos Aires, al cual no podía ni quería someterse. Los partidos se exaltaron, la razón quedó obscurecida, la tolerancia desterrada y el debate fue trasladado del terreno de los argumentos al campo de batalla. Artigas, no queriendo llevar las cosas a sus últimos extremos, por prudencia o por un sentimiento de la inferioridad de sus fuerzas, hase mantenido hasta ahora en la defensiva, limitándose al territorio de la Banda Oriental y al de Entre Ríos asociado a su causa. Se asegura que en esta controversia van ya librados quince o diez y seis combates reñidos y que en todos ellos Buenos Aires ha sido derrotado con grandes pérdidas. En el último combate librado a principios de abril cerca de Santa Fe, costado nordeste del río Paraguay, el ejército de Buenos Aires, que se componía de 1.900 hombres, fue aniquilado de un solo golpe, pues tuvo 800 muertos en el campo de batalla y el resto quedó dispersado. La noticia se recibió en Buenos Aires con doloroso silencio; la prensa no pronunció una sola palabra acerca del desastre; pero todos parecían lamentar la política que había causado o vuelto inevitable ese suceso.
Hasta el año 1814, la provincia de Santa Fe y el distrito del país llamado Entre Ríos tenían un representante en el Congreso de Buenos Aires. Posteriormente se retiró de la unión y entró al partido de Artigas y del pueblo de la Banda Oriental. Atribuyó el gobierno de Buenos Aires este cambio en la organización del país, a las intrigas y seductores principios de Artigas. Pero aun cuando Artigas hubiera maquinado con el pueblo de Santa Fe, la conducta de Buenos Aires secundó poderosamente sus planes. Si observamos la situación de los pueblos de la unión y las diversas vías de comunicación que los ligan por tierra o por agua, resultará la ventajosa posición de Santa Fe, como puerto de entrada y depósito para todo el país hacia los rumbos Oeste y Norte. Con tales ventajas había empezado a funcionar y el comercio afluía allí. Pero Buenos Aires se interpuso y declaró que ningún tranco podía hacerse por Santa Fe, sin haber seguido la vía de la misma ciudad de Buenos Aires. Tan odioso e injusto monopolio debía sublevar el espíritu del pueblo y constituía una prueba de la verdad de los principios sostenidos por Artigas. Por lo tanto, resolvió desligarse de Buenos Aires y actualmente figura como aliado de Artigas.
(Acerca del gobierno de Artigas escribe.)
El gobierno del pueblo de la Banda Oriental y de Entre Ríos, desde su alianza, ha quedado completamente en las manos de Artigas, quien rige a su voluntad, a manera de monarca absoluto, aunque sin séquito, o como simple cacique indio. No se ve ningún organismo constitucional, ni se trata de crearlo. La justicia díctase a voluntad o es administrada de acuerdo con el mandato del jefe.
(Habla de la marcha futura de la Revolución.)
Un punto difícil de determinar es el relativo a la orientación futura de la Revolución. Hay una cosa, sin embargo, que resulta clara, a menos que las actuales disensiones civiles desaparezcan y que las provincias combatientes sean pacificadas y se reconcilien: que serán totalmente destruidas o por lo menos muy debilitadas, aplazándose muchos, sino todos, los beneficios y ventajas que de la Revolución obtendrían así las provincias como las naciones extranjeras.
La gran conquista que se proponen obtener de la Revolución es el establecimiento del sistema de gobierno representativo, con todas sus instituciones benéficas y protectoras, pero sus jefes militares no pueden sufrir que el sistema sea implantado, ni que tenga un solo día de aplicación tranquila que le permita arraigarse. Las insignificantes elecciones de Cabildo constituyen una prueba de los deseos del pueblo y de sus desengaños. Los jefes (todos y cada uno de ellos) alegan que durante la efervescencia de una revolución, las elecciones populares son peligrosas y que la sumisión a un poder fuerte y enérgico es necesaria en semejantes épocas. Y con el pretexto de las perturbaciones y necesidades de los tiempos, todos ellos se niegan a permitir al pueblo una sola experiencia de elección popular general y genuina.
Artigas, en la situación en que se encuentra, arrastrado primero en una dirección, después en otra, atacado por los portugueses y por la patriotas de Buenos Aires, y en guardia siempre ante la posibilidad de un ataque imprevisto de España, tiene a toda la población de la Banda Oriental sometida al imperio de su voluntad y se encuentra facultado a ese pretexto plausible, para gobernar a todos con la arbitrariedad de un cacique indio.
(Trata finalmente el autor de la invasión portuguesa)
El ejército portugués bajo el mando del general Lecor ocupa actualmente la ciudad de Montevideo y tres o cuatro millas en torno de ella. El gobierno de Buenos Aires y el rey de Portugal están ahora en paz. Aparentemente existen relaciones perfectamente amistosas entre Montevideo y Buenos Aires. En cambio, existen ahora y siempre han existido las más vivas hostilidades entre Artigas y los portugueses. Diríase que Artigas y sus gauchos defienden valerosamente sus hogares, sus derechos y su patria; y que el rey de Portugal, aprovechándose de la debilidad y de las dificultades que rodean a su pariente Fernando VII, tiene el propósito de agrandar sus dominios mediante la anexión de una parte de la provincia al Brasil.