La camelia


Fuente: La Camelia, Buenos Aires, 11 de abril de 1852, págs. 1-3.

Temeraria empresa es por cierto arrojarse a escritoras en un pueblo tan ilustrado, y cuando tantas capacidades dedican sus plumas a la redacción de periódicos; mas confiadas en la galantería de nuestros colegas, nos atrevemos a presentarnos entre ellos. Sentimos que el pudor nos inhiba darles un estrecho abrazo y el ósculo de paz, porque aunque, según una célebre escritora, el Genio no tiene sexo, nosotras que carecemos de aquel, no queremos traspasar los límites que nos impone este, ciñéndonos a estrecharles fuerte, amistosa y fraternalmente la mano.

La debilidad de nuestro sexo nos autoriza a acogernos a la sombra del fuerte, y sin más preámbulos suplicamos a nuestros colegas se dignen mirar nuestras producciones con suma indulgencia. Estamos bien persuadidas que, si incurrimos en algún pecadillo, son sobrado caballeros para no cometer una descortesía, y, que cuando más, se limitarán a indicárnoslo; pero como hay lluvia de Comunicantes y estos Señores dan en la gracia de presentarse como hijos de padres no conocidos, protestamos una vez por todas, no contestar sino a los que nos antoje, bien cierto que en ello solo hacemos uso de uno de los fueros de nuestro sexo, los antojos.

Séanos permitido (sin que de ello haya quién se ofenda, pues es muy natural se tengan ciertas simpatías, inherente a las Señoras tener predilecciones) dar otro apretón de mano a los redactores de Los Debates y dirigir una sonrisita de especial benevolencia al Señor Mitre, y para que este caballero a quien somos desconocidas, no vaya a creerse víctima de una mistificación ponemos en su conocimiento que: sin ser niñas ni bonitas, no somos viejas ni feas.

Las mujeres
Mucho se ha escrito en pro y en contra de las mujeres, en ambos extremos hay exageración. Pudiera formarse una copiosa biblioteca solo de las obras referentes a esta materia. Entre ellas hay números escritos por mujeres y debe suponerse no quedarían cortas en elogiar su sexo. Unas querían la igualdad entre ambos sexos, otras exigían la primacía del suyo y no fueron pocas las monstruosidades que se escribieron fruto de cabezas acaloradas y sistemas absurdos.

Nosotras abogaremos con fuego por las franquicias que se nos deben pero sin traspasar los límites que la naturaleza parece habernos prescripto. No caeremos en el desacuerdo de pretender formar batallones ni escuadrones de mujeres, cuando más las impulsaremos a que se enrolen en la Guardia Nacional, pero de ningún modo transigiremos con las demandas de los hombres; entramos en una era de libertad y no hay derecho alguno a que nos excluyan de ella. “Libertad, no licencia” es nuestro lema; pues bien libertad para nuestro sexo, libertad únicamente limitada por la razón y por la equidad.
Los hombres pretenden enajenar para sí solos la libertad; es decir, quieren ser exclusivamente libres y empiezan por no saber ser justos; pues bien, sea, les arrojamos el guante, recójanlo si son osados que después de presenciar su derrota, les permitiremos asistir a nuestro triunfo, no como trofeos, somos sobrado generosas, sí como una segunda parte de nosotras mismas; la fusión será completa, se extenderá a los dos sexos; pero el feo tendrá por penitencia que repetir al salir y ponerse el sol, por vía de oración, estas sublimes e inmortales palabras de Fanny de Beauharnais:
“La naturaleza gime, la razón se opone, y el Ser Supremo no ha podido quererlo. Dio al hombre una compañera, se complació en embellecerla. Fue el presente de todo un Dios!!! No dijo: “te entrego una esclava, te permito degradarla”. Dijo: “te asocio una criatura digna de mí; nada más puedo hacer para tu felicidad, ni aun para mi gloria y…descansó!!!”

Los hombres no tienen espalda
Ya hemos dicho que aunque no niñas, tampoco somos viejas, y ahora añadiremos que rayamos con la edad de nuestro Redentor, de modo que podemos decir “nuestro tiempo”, hablando de los pasados y debe creérsenos. Pues bien, en nuestros tiempos cuando algún caballero se hallaba dar la espalda a una señora, se deshacía en excusas, y cuando una dama se excusaba de la misma inadvertencia, los hombres de educación decían “Señora, las damas no tienen espalda”. En el día los hombres se agrupan ante las Señoras, las da la espalda, las impiden ver, las molestan y ¿todo por qué?  Porque desde que Rosas hizo tan lindo baturrillo de la sociedad, “los hombres no tienen espaldas”; pero nosotras abrigamos la esperanza que vuelva a tenerlas, pues desde el instante en que cayó el tirano debe caer con él cuanto sea soez e indigno de la ilustración del siglo y civilidad de nuestra juventud.

Progreso
Hubo un tiempo en que ningún hombre decente hubiera sido osado a bailar si no estuviera bien persuadido de poder verificarlo guardando una distancia entre sí  y compañera que exigía la decencia; pues a no hacerlo se exponía a alarmar el pudor de aquella, ser criticado por su incivilidad y atraerse quizás un disgusto de otro género. Esto no es decir que desde que hay hombres y se baila no haya habido desmanes; pero en el día es otra cosa, los caballeros han adoptado el colocar la cara de sus compañeras sobre su pecho u hombros; nos abstenemos  de comentarios sobre tal avance a la moral y nos concretamos a recordar a las madres que el pudor es la flor más hermosa que puede ostentar nuestro sexo y que con su criminal asentimiento a esta innovación de Libertad, la marchitan. Respecto a los maridos nada tenemos que decirles; pero si nos resta compadecer a nuestro sexo por haber llagado a tal grado de abatimiento que un hombre tolere en público se usen con su mujer modales que en épocas de más decoro hubieran merecido una estocada aunque en la que atravesamos se titula “Progreso”.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar