La gran victoria de Maipú


Fuente: Felipe Pigna, La voz del gran jefe. Vida y pensamiento de José de San Martín, Buenos Aires, Planeta, 2014, págs. 328-331.

San Martín había logrado en tiempo record reorganizar su ejército, de unos 4.900 hombres, para enfrentar a los 5.300 con los que venía avanzando Osorio a toda marcha.

Aquel 5 de abril amaneció soleado, era una linda mañana de otoño en la que las tropas patriotas estaban atentas y depuestas a entrar en combate en cualquier momento. Un vigía divisó al ejército enemigo marchando hacia Santiago y dio la voz de alerta. De inmediato San Martín ordenó los movimientos previstos para este caso avanzando hacia el enemigo, que huyó hacia la cima de una loma en Maipú, frente a la hacienda conocida como Molino de Espejo. Las tropas patriotas se prepararon para el ataque en columnas. La de la izquierda estaba al mando del general Alvarado, la del centro era comandada por Balcarce y la de la derecha por Las Heras, mientras que la reserva quedaba en manos de Quintana.

La batalla comenzó a eso de las once de la mañana con el ataque de la artillería patriota desde la derecha mientras que desde la izquierda se le hacía constante fuego de cañones a los realistas. Cuando una columna española al mando del infante don Carlos decidió bajar al ataque, fue recibida con todo el fuego posible de parte de la artillería al mando de Blanco Encalada, mientras el cuñado de San Martín, Manuel Escalada, se lanzaba heroicamente con sus hombres sobre un grupo de cañones españoles que estaban causando un gran daño en las filas patriotas. De esta manera logró tomar la posición y apuntar esos cañones contra los enemigos, revirtiendo por un instante la situación. Pero una arremetida del Regimiento de Burgos hizo estragos entre la infantería matando a muchos afroargentinos. Entonces San Martín ordenó la carga de la reserva, que fue recibida por un fuego constante de parte de los fusileros del Burgos. El griterío y el humo provocaban una gran confusión entre los combatientes. Al volver la visibilidad, los patriotas pudieron advertir que la columna del Burgos estaba en gran parte destrozada y que los sobrevivientes emprendían la retirada hacia la hacienda vecina de Molino del Espejo. Se ordenó a la caballería perseguirlos sin contemplaciones. Por su parte, Las Heras había desarticulado el ala izquierda del enemigo, que huía también hacia el Molino. En pocas horas la acción se decidió el centro del combate.

Le tocó a Las Heras comandar las tropas que se encaminaron en la búsqueda de los fugitivos. Al llegar al Molino notaron que la mayoría de los españoles se habían refugiado en un galpón. Desde una de las ventanas se agitaba una bandera blanca. Cuando los patriotas se  disponían a aceptar la capitulación fueron atacados por un cañonazo. Inmediatamente, y sin ser necesaria ninguna orden, los hombres de Las Heras se lanzaron al ataque sable en mano hasta que los realistas volvieron a rendirse, esta vez en serio. La victoria era total. Poco después se produciría el histórico abrazo entre San Martín y O’Higgins que selló la independencia de Chile.

Cuenta el testigo presencial Samuel Haigh sobre la bronca de los combatientes afroargentinos contra sus históricos opresores, agravada por el hecho de que la mayoría de los muertos perteneciera a su batallón: “Los soldados estaban trayendo a los oficiales (y tropa) españoles que habían caído prisioneros; entre los primeros se hallaban los generales Ordoñez, Primo de Rivera, Morgado, etc. Nada podía exceder al furor salvaje de los negros del ejército patriota; habían llevado el choque de la acción contra el mejor regimiento español, y perdido la mayor parte de sus efectivos, deleitábales la idea de fusilar a los prisioneros. Vi un negro viejo, realmente llorando de rabia cuando se apercibió de que los oficiales protegían de su furor a los prisioneros. (…) Los servicios de mis amigos, Begg y Barnard, y los míos, fueron requeridos en esta ocasión. Nuestra misión era mantener apartados a los soldados e impedirles sacrificar a sus cautivos. Adelantaba al paso de mi caballo, y un oficial español que iba a mi lado estaba tan cansado, que apenas podía caminar y me pidió lo subiera en ancas, y ya iba a acceder cuando se opuso el coronel Paroissien, diciendo que solamente expondría la vida de los dos, pues seguramente los negros le harían fuego”.1

San Martín, fiel a su costumbre, elogió el coraje de sus hombres no haciendo ninguna referencia a su participación en la victoria: “No es posible dar una idea de las acciones brillantes y distinguidas de este día, tanto de cuerpos enteros como de jefes e individuos en particular; pero sí se puede decir que con dificultad se ha visto un ataque más bravo, más rápido y más sostenido. También puede asegurarse que jamás se vio una resistencia más vigorosa, más firme ni más tenaz. La constancia de nuestros soldados y sus heroicos esfuerzos vencieron al fin y la posición fue tomada, regándola en sangre y arrojando de ella al enemigo a fuerza de bayonetazos” 2.

Referencias:

1 Citado por José Luis Busaniche, San Martín visto por sus contemporáneos, Ediciones Argentinas Solar, 1942, pág.124.
2 José Pacífico Otero, Historia del Libertador don José de San Martín, Buenos Aires, Compañía Argentina de Editores, 1932.

 

17 de agosto de 1850

Fuente: www.elhistoriador.com.ar