De ebrios y desvelados, por Felipe Pigna – Fragmento del libro La vida por la patria. Una biografía de Mariano Moreno.


Mariano Moreno tiene la rara cualidad de ser alabado o atacado por ideas que nunca sostuvo y propuestas que nunca formuló. La imagen de un Moreno liberal, unitario o “porteñista”, por la cual la historia oficial lo llevó al bronce de las estatuas y buena parte del revisionismo lo denostó, muy poco tiene que ver con el hombre que, a sus 31 años, se convirtió en secretario de la Primera Junta y, en sus escasos nueve meses de gestión, impulsó las medidas revolucionarias de nuestro primer gobierno patrio.

En este nuevo libro, Felipe Pigna explora la vida y obra de Moreno para desentrañar los mitos y debates en torno a su figura. La minuciosa investigación rastrea su formación familiar, las lecturas que influyeron sobre su pensamiento, la trayectoria profesional y política, las ideas que efectivamente sostuvo en sus escritos y la acción que llevó adelante en el contexto de una época agitada y de profundos cambios. Las polémicas sobre la traducción de El contrato social de Rousseau, sobre La representación de los hacendados y sobre el famoso Plan de operaciones, su papel en la llamada ‘asonada de Álzaga’ y en la Semana de Mayo, la intensa labor de gobierno, la disputa en torno a la incorporación a la Junta de los diputados del interior, su renuncia y su muerte por envenenamiento son abordadas exhaustivamente, sin perder de vista las inquietudes de un hombre preocupado por su familia, defensor de explotados y enemigo de los privilegios, capaz de trabajar sin descanso para transformar la realidad.

Compartimos en esta ocasión un fragmento sobre un episodio que complicó aun más la tirante relación que existía entre el presidente de la Junta, don Cornelio Saavedra, y el secretario Mariano Moreno. El 5 de diciembre de 1810, hubo una fiesta en el Regimiento de Patricios, para celebrar la victoria de Suipacha. Uno de los asistentes, el capitán de Húsares Atanasio Duarte, que había tomado algunas copas de más, propuso un brindis «por el primer rey y emperador de América, Don Cornelio Saavedra» y le ofreció a doña Saturnina, la esposa de éste último, una corona de azúcar que adornaba una torta. Al enterarse, Moreno decretó el inmediato destierro de Atanasio Duarte, diciendo que «…un habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener expresiones contra la libertad de su país»; y redactó una “Orden del día”, que pasaría a la historia como “Decreto de supresión de honores” que combinaba el rechazo republicano que Moreno sentía por las ostentaciones y ceremoniales de la jerárquica sociedad colonial con un “marcarle la cancha” a los poderes y facultades del presidente de la Junta.

Fuente: Felipe Pigna, La vida por la patria. Una biografía de Mariano Moreno, Buenos Aires, Editorial Planeta, 2017, págs. 347-352.

a circular del 3 de diciembre y la confirmación del triunfo en el Norte fueron los dos factores que marcaron el punto de ruptura entre Saavedra y Moreno. Para los más conservadores, las condiciones de peligro se habían alejado. El reconocimiento de la Junta en todo el Alto Perú descartaba el riesgo de la expedición realista tan temida. Poco antes, en octubre, gracias a los buenos oficios de Lord Strangford desde Río de Janeiro, la escuadra inglesa había desconocido el bloqueo realista sobre Buenos Aires, con lo que también desaparecía la amenaza inminente de un ataque en regla desde Montevideo y, lo que era tan o más importante para ellos, aseguraba la continuidad del comercio marítimo. Así las cosas, las medidas de excepción en las que, no siempre de buen grado, habían tenido que coincidir con “exaltados” como Moreno, debían reemplazarse por la “moderación”, para no alterar más el “orden social” imperante hasta entonces. En ese contexto, consideraban que la exclusión de los peninsulares era un exceso “impolítico”, y se prepararon para deshacerse del molesto secretario de Guerra y Gobierno.

Es difícil no ver una provocación en los hechos que siguieron de inmediato. El primero se produjo, precisamente, con los festejos para celebrar la victoria de Suipacha. La noche del 5 de diciembre, el cuartel de Patricios –situado en la actual calle Perú entre Moreno y Alsina– se engalanó para una cena donde los invitados de honor fueron Saavedra y su esposa, Saturnina Bárbara de Otálora. Apropiándose de un triunfo en el que poco habían tenido que ver, los oficiales saavedristas porteños restringieron la invitación a una selecta concurrencia prácticamente limitada a militares cercanos a Saavedra, que dejó afuera nada menos que al secretario de Guerra de la Junta. Cuando Moreno intentó ingresar, un centinela le cerró el paso y se lo impidió, sin que valiese de nada que se identificase. Para colmo, el capitán de Húsares en situación de retiro, Atanasio Duarte, que estaba algo pasado de copas, “a los postres” propuso un brindis “por el primer rey y emperador de América, don Cornelio Saavedra” y le ofreció a doña Saturnina, la esposa del presidente, una corona de azúcar que adornaba una torta. Algunos, sin duda ebrios, dicen que llegó a lanzar la frase: “La América espera impaciente que el general Saavedra tome el Cetro y la Corona”. 1 De más está decir que la América estaba lejos de impacientarse con la imposible coronación de Cornelio y Saturnina.

Atanasio dará su versión, en la que se advierte que venía ya “divirtiéndose” desde el día anterior, al punto de no recordar el brindis, restándole total importancia al episodio: “El día 5 de diciembre de 1810, de resultas de la alegría que me causó la venida de la bandera del Perú, lo pasé divertido hasta el día 6 que fui llevado casi a la fuerza al convite del cuartel de Patricios, en donde dicen eché un brindis por el que salí desterrado una legua distante de la ciudad con uso de fuero, uniforme y armas, pudiendo después de esta distancia ir francamente adonde se me antojara, ofreciéndome el señor Secretario y Presidente que en breve volvería a mi casa, pues yo no había ofendido a la patria en lo más leve y que al salir desterrado convenía, lo que ejecuté con la mayor brevedad, yéndome a vivir a la chacra del teniente alcalde, don Francisco Álvarez”. 2

Moreno, que ya venía muy molesto por el incidente en la puerta del cuartel, al enterarse de semejante brindis se dejó llevar por su pasión revolucionaria y cometió el error de caer en la provocación tendida por los saavedristas. Esa misma noche redactó una “Orden del día”, que pasaría a la historia como “Decreto de supresión de honores”. Estaba convencido, y su hermano Manuel lo tendrá como verdad incontrastable, de que el cargo de presidente de la Junta “se le había subido a la cabeza” a Saavedra, confundiendo su papel al frente de un órgano colegiado con las funciones que antiguamente habían ejercido los virreyes.

Suprimiendo honores
Según dirá Manuel Moreno, “Saavedra estaba fundando un sistema de usurpación, que reducía las leyes y el gobierno a una completa nulidad”, acusándolo de tomarse “la facultad de dar decretos por sí mismo y expedir muchas resoluciones, inconsultos sus compañeros”, en lo que sugiere que se arrogaba “la única autoridad, puesta en lugar de los virreyes”, viendo a la Junta “como un consejo, que pudiera deliberar sobre las materias de Estado, cuando aquel hallara por conveniente consultarlo”. 3 La apreciación tal vez fuese exagerada, en cuanto a las ambiciones de Saavedra; pero el hecho de que, de acuerdo con lo establecido en mayo sobre el funcionamiento del nuevo gobierno, los “honores” debidos a la Junta se concentraban en la figura de su presidente, se prestaba a confusión sobre la autoridad. De allí la “orden” o “decreto” que apresuradamente redactó el secretario.

Su texto combinaba el rechazo republicano que Moreno sentía por las ostentaciones y ceremoniales de la jerárquica sociedad colonial con un “marcarle la cancha” a los poderes y facultades del presidente de la Junta. La explosiva mezcla comenzaba diciendo: “En vano publicaría esta Junta principios liberales que hagan apreciar a los pueblos el inestimable don de su libertad, si permitiese la continuación de aquellos prestigios que por desgracia de la humanidad inventaron los tiranos para sofocar los sentimientos de la naturaleza. Privada la multitud de luces necesarias para dar su verdadero valor a todas las cosas; reducida por la condición de sus tareas a no extender sus meditaciones más allá de las primeras necesidades; acostumbrada a ver los magistrados y jefes envueltos en un brillo que deslumbra a los demás y los separa de su inmediación, confunde los inciensos y homenajes con la autoridad de los que lo disfrutan; y jamás se detiene en buscar al jefe por los títulos que lo constituyen, sino por el voto y condecoraciones con que siempre lo ha visto distinguido. De aquí es que el usurpador, el déspota, el asesino de su patria arrastra por una calle pública la veneración y respeto de un gentío inmenso, al paso que carga la execración de los filósofos y las maldiciones de los buenos ciudadanos; y de aquí es que a presencia de ese aparato exterior, precursor seguro de castigos y todo género de violencias, tiemblan los hombres oprimidos, y se asustan de sí mismos, si alguna vez el exceso de opresión les había hecho pensar en secreto algún remedio […]. Si deseamos que los pueblos sean libres, observemos religiosamente el sagrado dogma de la igualdad. ¿Si me considero igual a mis conciudadanos, por qué me he de presentar de un modo que les enseñe que son menos que yo? Mi superioridad sólo existe en el acto de ejercer la magistratura, que se me ha confiado; en las demás funciones de la sociedad soy un ciudadano, sin derecho a otras consideraciones, que las que merezca por mis virtudes”.4

Tras explicar que la costumbre de ver a los virreyes rodeados de escoltas y condecoraciones habría hecho desmerecer el concepto de la nueva autoridad, si se presentaba desnuda de los mismos realces ante los ojos de la población, por lo que el 28 de mayo se ordenaron esos honores, no sin ironía afirmaba que se “mortificó bastante la moderación del Presidente con aquella disposición”, que ahora se dejaba sin efecto. Afirmando que la “liberad de los pueblos no consiste en palabras, ni debe existir en los papeles solamente”, apuntaba: “Permítasenos el justo desahogo de decir a la faz del mundo que nuestros conciudadanos han depositado provisoriamente su autoridad en nueve hombres, a quienes jamás trastornará la lisonja, y que juran por lo más sagrado que se venera en la tierra no haber dado entrada en sus corazones a un solo pensamiento de ambición o tiranía; pero ya hemos dicho antes que el pueblo no debe contentarse con que seamos justos, sino que debe tratar de que lo seamos forzosamente”.

La parte dispositiva, a la que llama “reglamento”, constaba de 16 artículos, en los que se revocaba la orden del 28 de mayo, se establecía “absoluta, perfecta e idéntica igualdad entre el Presidente y demás vocales de la Junta” y que sus decretos, oficios y órdenes debían llevar al menos la firma de cuatro integrantes y del respectivo secretario, sin los cuales no debían considerarse válidos. Además de suprimir las escoltas y centinelas, se prohibían los honores a las esposas de los funcionarios y “el ceremonial de iglesia con las autoridades civiles”. Cinco artículos dejaban constancia del efecto que el incidente había tenido en el ánimo de Moreno:

8o Se prohíbe todo brindis, viva o aclamación pública en favor de individuos particulares de la Junta. […]
9o No se podrá brindar sino por la Patria, por sus derechos, por la gloria de nuestras armas y por objetos generales concernientes a la pública felicidad.
10° Toda persona que brindase por algún individuo particular de la Junta será desterrada por seis años.
11° Habiendo echado un brindis D. Atanasio Duarte, con que ofendió la probidad del Presidente y atacó los derechos de la Patria, debía perecer en un cadalso; por el estado de embriaguez en que se hallaba, se le perdona la vida; pero se destierra perpetuamente de esta ciudad; porque un habitante de Buenos Aires ni ebrio ni dormido debe tener impresiones contra la libertad de su país.5
12° No debiendo confundirse nuestra milicia nacional con la milicia mercenaria de los tiranos, se prohíbe que ningún centinela impida la libre entrada de toda función y concurrencia pública a los ciudadanos decentes que la pretendan. El oficial que quebrante esta regla será depuesto de su empleo.

Como una sentencia de muerte
La orden fue firmada por todos los miembros de la Junta. Saavedra estampó la suya como si firmara la condena a muerte de su adversario. Eso pensó Tomás Guido, según se lo confesó a su hijo décadas más tarde: “Había yo leído el decreto que despojaba al Presidente de la primera Junta Gubernativa del aparato exterior de su jerarquía; y hablando sobre el secretario Moreno, autor de ese decreto, dijo mi padre que el Dr. Moreno había firmado en ese documento su propia sentencia de muerte”. 6

Por su parte Saavedra reconocerá: “Nada ignoraba yo de cuanto se hacía, y por no dar margen y escándalos resolví ser el primero en conformarme, cuando se llevase al gobierno dicho decreto para la discusión y aprobación. Los jefes de las tropas se alteraron con esta ocurrencia y los más de ellos (excepto el coronel del regimiento de la Estrella, que era el único con que contaban los de la oposición) me vinieron resueltamente a decir que estaban decididos a no permitir que tuviese efecto tan arbitrario y degradante decreto, y protesto que no me costó poco contrarrestarlos”.7

Seguidamente, se delata dejando en claro cuáles eran los objetivos: finales de la maniobra iniciada con el famoso brindis: “De aquí resulta la incorporación de los diputados de las ciudades del interior y por conocer que se le acababa el preponderante influjo que tenía en la Junta, hizo dimisión de su cargo”. 8

Referencias:

1 Celedonio Galván Moreno, Mariano Moreno. El numen de la Revolución de Mayo, Claridad, Buenos Aires, 1960, pág. 194.
2 Raúl Alejandro Molina y Julio A. Benencia, “Atanasio Duarte. El memorial de sus servicios a la patria”, en revista Historia, «Colección Mayo VI», abril-junio de 1962, pág. 15.
3 Manuel Moreno, Colección de arengas en el foro, y escritos del Dr. Dn. Mariano Moreno, abogado de Buenos Ayres y Secretario del Primer Gobierno en la Revolución de aquel Estado, Impreso por Jaime Pickburn, Londres, 1836, tomo I, pág. CLXI.
4 “Orden del día”, del 6 de diciembre de 1810, en Gaceta de Buenos Aires, 8 de diciembre de 1810; Junta de Historia y Numismática Americana. Gaceta de Buenos Aires (1810-1821). Reimpresión facsimilar. Prefacio de Antonio Dellepiane, José Marcó del Pont y José A. Pillado, Buenos Aires, 1910, tomo I, págs. 711-716, de donde están tomadas las restantes citas del documento.
5 Atanasio Duarte fue sumariado y se lo desterró a una legua (5,5 kilómetros) de Buenos Aires, aunque sin separarlo del ejército. La pena se le levantó en el primer aniversario de la revolución, luego de que el movimiento del 5 y el 6 de abril de 1811 había asegurado el control «saavedrista» de la Junta.
6 José Tomás Guido, Fastos de la Libertad, Imprenta y librería de Mayo, Bue-Aires, 1886, págs. 223-226.
7 Citado por Ricardo Levene en La Revolución de Mayo y Mariano Moreno, Peuser, Buenos Aires, 1960, pág. 476.
8 Ibídem.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar