Las confidencias de Sarmiento a Mitre


Domingo Faustino Sarmiento nació el 15 de febrero de 1811, en la ciudad de San Juan de la Frontera. Tendero, subteniente del batallón de infantería provincial, docente en el exilio, capataz de mina y, por supuesto, lector prolífico: así fueron sus primeros veinte años de vida. Sus siguientes veinticinco años, estuvieron marcados por el exilio y los viajes: Santiago de Chile y Montevideo, fueron sus principales destinos, pero ciudades de Europa, África y Estados Unidos también constituyeron parte de su extenso itinerario. La labor periodística y su intensa actividad en el campo de la educación fueron sus principales ocupaciones.

A mediados de la década de 1850, puso fin su a su vida de exiliado e intensificó su participación en la vida institucional argentina. Su segundo viaje a Estados Unidos en 1865, confirmó su interés en la modernización capitalista del país y su rechazo a los movimientos montoneros de las provincias, considerados signos del “atraso” nacional. Todo ello se plasmó durante su período al frente de la presidencia del país, entre 1868 y 1874. Sarmiento pensaba que el gran problema de la Argentina era el atraso que él sintetizaba con la frase «civilización y barbarie». Como muchos pensadores de su época, entendía que la civilización se identificaba con la ciudad, con lo europeo, o sea lo que para ellos era el progreso. La barbarie, por el contrario, era el campo, lo rural, el atraso, el indio y el gaucho. Este dilema, según él, sólo podía resolverse con el triunfo de la «civilización» sobre la «barbarie». Decía: «Quisiéramos apartar de toda cuestión social americana a los salvajes por quienes sentimos sin poderlo remediar una invencible repugnancia». En una carta le aconsejaba a Mitre: «no trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos esos salvajes».

Si bien es considerado el “padre de la educación” en el país, Sarmiento significó mucho más que ello. Durante su presidencia, abogó por la modernización del Ejército, incluida la formación de cuadros, mediante la fundación del Colegio Militar y la reorganización de la Escuela Naval. Consciente del problema que significaba la inmensa extensión del país, se desarrollaron durante su gestión la infraestructura ferroviaria (pasó de 573 a 1331 kilómetros de vía), la red telegráfica (que llegó a casi 5000 kilómetros) y numerosos puentes y caminos, modernización de la cual se sirvió al momento de aplacar las sublevaciones en las provincias, especialmente la liderada por el entrerriano López Jordán en los primeros años de la década de 1870. El tranvía, los puertos, el correo y la banca (incluido el Banco Nacional) también fueron parte de la herencia sarmientina que enorgullecía al apóstol laico de la educación.

En los catorce años siguientes, hasta su muerte, en Asunción de Paraguay, el 11 de septiembre de 1888, se dedicó a la función pública, principalmente en el ámbito educativo, y a la pasión literaria. El traslado de sus restos hacia Buenos Aires, ha sido descripto como una continuada manifestación popular.

En oportunidad de la fecha de su fallecimiento, ofrecemos una carta suya dirigida a Bartolomé Mitre luego de la caída de Rosas. Desde Chile, Sarmiento hace gala de su posición anticlerical, de su ambición por los “caminos de hierro” y por el telégrafo, fuentes del progreso, destaca su inquietud y su pasión por la política, al tiempo que alaba y dice coincidir con la obra constitucional de Juan Bautista Alberdi, especialmente con su propuesta inmigratoria, que observa próspera para Chile.

Fuente: Alberto Palcos (Edit.), Sarmiento. Páginas confidenciales: sus luchas, sus pasiones, sus triunfos, las mujeres de su vida, Buenos Aires, Elevación, 1944.

Mi querido Mitre:

¿Se acuerda de mi Yungay, de mis jardines emparrados, y galerías, de Dominguito y de la chimenea en que arden gruesos troncos de leña? ¿Se acuerda de mi poltrona y de mi apego al fueguito, al quietismo y al silencio, cuando la pasión no me inspira palabras como un torrente impetuoso, escritos como catapulta, actos como poseído del diablo? De todo esto gozo, mi querido amigo, en mi alegre prisión de Yungay; porque para qué he de mentir y hacer el Cincinato. Rasguño la silla en que estoy sentado: tallo la mesa con el cortaplumas, y me sorprendo mordiéndome las uñas. Es la tranquilidad, como usted ve, del mar, del perico ligero, de la pólvora que está lejos de la llama. Sin embargo, si me tentaran a volver a la vida que ansío, haciendo a las circunstancias concesiones que repruebo, me iría a California a recoger oro en los lavadores de las montañas nevadas.

Mi Chile está en reposo. ¡El orden reina en Varsovia! El país está sosegado, la oposición disuelta sometida y desmoralizada por el espectáculo de los males que ha causado. Sin embargo, la posición es enojosa. El gobierno no ha tomado carácter todavía: la reacción clerical va más allá de donde él deseara, y muchos de sus amigos se alarman, y descontentan.

El presidente es para mí el amigo de siempre. Durante mi ausencia y sobre todo en estos últimos meses, se manifestaba cierto de que regresaría pronto, pues creía que yo no aceptaría todos los hechos consumados. Así se lo expresaba a Sarratea, Lamarca, y a mi mujer le instaba para que me hiciese volver.

Acabo de recibir carta de Valparaíso por el telégrafo eléctrico, cuyos alambres pasan por frente de mi puerta de calle … Yo pienso emprender el [camino] de Talcahuano a Concepción: los planos y perfiles como los presupuestos ya están hechos. Esto consuela, porque promete otro espíritu. Un camino de hierro a Santiago es una jeringa permanente para inyectarle por vaso excusado las buenas ideas, porque hacérselas tragar por la boca es una empresa en que usted y yo hemos fracasado. Hace unos gestos de condenado y lo peor es que araña y muerde esta desorejada, a quien quiere curarla. El manteo levanta ya el látigo contra la emigración alemana, que pretende expurgar.

He visto sus Debates, y me huelgo de que ocupen en la prensa de nuestro país, tan merecido lugar. Como creo, porque eso resulta de la inspección de todos los diarios, que hay verdades ocultas, no manejables por la vía tipográfica, aguzo las entendederas, para sacar de lo que se dice lo que se calla.
Ya sabrá usted las noticias de San Juan, aunque no sé si se publican en los diarios esa clase de noticias. ¡He aquí el espíritu de los pueblos! ¡Y San Juan es como todos! Las escenas del 25 de mayo, son de un patético, de que sólo la revolución francesa ha dado ejemplos. ¿Ha visto usted mi brindis para el 25 de Mayo? Se lo he dado a Bedoya. Ese brindis se realizaba en San Juan en acción, por actos públicos y solemnes, bajo las bóvedas de la catedral, adonde había acudido una población embriagada de entusiasmo. Las alumnas del antiguo colegio de Pensionistas cantaban, dirigidas por Guzmán y acompañadas por el violín de Santiaguito una misa compuesta para el caso. Los jóvenes habían hecho una guardia nacional para honrar la inauguración de la bandera argentina, que habían bordado las más célebres artistas en la provincia más artística en este género. Faltaba el viejo obispo, que había muerto amenazando a Rosas con la ida de su sobrino. Faltaba el pobre autor de Recuerdos de Provincia, que había querido ennoblecer las tradiciones de aquella decaída colonia. Pero el espíritu estaba allí; la idea brillaba como las antiguas lenguas de fuego. Creerá usted que no he escrito a San Juan una sola letra desde mi llegada a Buenos Aires. Todo lo que ha sucedido allí es el fruto espontáneo del sentimiento público. No escribí nunca, para no inducirlos a obrar según mis ideas. Temía que se creyese que suscitaba obstáculos. El general había desaprobado la indicación que le hice de alejar del poder a Benavidez. La misión Irigoyen tuvo el éxito que yo esperaba: ella explicaba en signos patentes los motivos de mi separación. Los resultados me han justificado. Tiemblo por mi país.

Hablemos de otra cosa. La caída de Rosas se ha anunciado en Chile por signos visibles.  El comercio de los Andes ha tomado un desenvolvimiento desconocido hasta hoy. Ha sido un verdadero cataclismo. Doce mil cargas han pasado sólo por los Andes: mayor número de cabezas de ganado; y para este año quedan hechas contratas por cantidades fabulosas. San Juan y Mendoza prosperan; Chile está profundamente interesado; es cosa que tiene conmovidos a todos; los especuladores van hasta Buenos Aires a hacer contratas; algunos han comprado estancias en Mendoza, y el bienestar y la abundancia, derramados por el comercio de ambos lados, han dado razón a las teorías económicas de que la Crónica y Sud América se hicieron órgano. Ahora se ocupan de la posta barata; medio la carta a cualquier distancia de la república; ya está sancionado. El gobierno desearía concluir un tratado postal con la República Argentina, para regularizar la correspondencia continental. Pondría cuatro correos mensuales, y creo que el establecimiento de dos está ya decretado. Como la correspondencia de Europa llega a Buenos Aires por Río de Janeiro y Chile tiene con este país un gran comercio, cuenta obtener por tierra en veinticinco días la correspondencia del Brasil al mismo tiempo que la de Buenos Aires y la del norte de la República. Mendoza se prepara a introducir grandes mejoras en sus vías de comunicación, y aun a establecer almacenes en el centro de la cordillera a fin de facilitar el tránsito. El gobierno de Chile queda pronto a concurrir a todas estas mejoras; pero desearía hacerlo por un tratado postal, que le garantiese la periodicidad y la inviolabilidad de la correspondencia.

El atentado de Irigoyen, abriendo la valija por su orden y rompiendo sobres de cartas, ha hecho aquí en el comercio una sensación desagradable. Usted sabe que este delito es hoy rarísimo en el mundo, y que la ley manda cortar la mano, al que abre correspondencia, como da la pena capital al que asalta el correo. Todos los esfuerzos de mi familia, toda la buena voluntad del presidente y del ministro Varas para conmigo, no fueron parte a que se autorizase al administrador de correos de los Andes, a extraer una carta de Balbastro que denunciaba a Rosas nuestra marcha a reunirnos al general Urquiza. Pero en aquel país, hemos perdido la conciencia de lo justo y lo permitido. Irigoyen ha agregado ese nuevo timbre a sus títulos ya demasiado abultados en tiempo de Rosas, a la consideración pública. Y lo haría llevar una cintita colorada en la muñeca para indicar el lugar en que la cuchilla de la ley debió ejercer su oficio.

Ya le habrá llegado a usted la preciosa obra de Alberdi sobre la Constitución Argentina. Tendrá este libro el mérito histórico de ser la única manifestación espontánea del pensamiento de nuestros inteligentes estadistas; pero mayor es a mi juicio el mérito intrínseco de ella. Alberdi ha puesto la zapa en todo el sistema colonial, aldeano, ignorante, godo y rudo de las constituciones sudamericanas, que hacen arrastrarse en el fango a esta parte de la América hace medio siglo. Yo adhiero al pensamiento formulado por Alberdi, y que como él mismo se complace en reconocerlo es sólo el resumen de doctrinas de los que podemos llamar escuela de Chile; pues este pensamiento ha tomado entre los pensadores argentinos establecidos aquí el carácter de piedra angular del edificio de nuestras constituciones, y no como querrían algunos menos avisados, hacerlo un accesorio, y un correctivo lejano, y paulatino de nuestros males.

Los argentinos que han permanecido en Chile tienen sobre los demás la incontestable ventaja que no estando absorbidos por el ataque diario y los intereses de la defensa, han podido, desde un país mal constituido en cuanto a las bases de la asociación, pero constitucional y regular en el ejercicio de sus poderes, echar la vista sobre un horizonte más vasto, y comparar los resultados obtenidos en Chile por el sistema de exclusión americana, española; y los que a nuestra vista está dando California con su libertad ilimitada para la incorporación de los extranjeros en la ciudad. Aquí la guerra civil; allá una nación en cuatro años más numerosa que la República Argentina. Alberdi ha visto desde su bufete de Valparaíso, pasar buques por centenares, cargados de hombres, a formar la nueva república, y con ese puñado de hombres libres ha palpado cómo todas estas viejas sociedades se ponían en movimiento: en Chile se siembra trigo para que coman los de California y millones vienen en cambio. El Pacífico se ha cubierto de vapores, de naves, de telégrafos las costas, de caminos de hierro, en el Perú, Chile, sólo porque medio millón de emigrados se han juntado en un extremo apartado de la América a dar vida y movimiento a medio mundo. ¿Qué haría la República Argentina con sus ríos desiertos, su clima, su feracidad, sus ventajas, su inmediación a la Europa, si medio millón de emigrados, atraídos por una constitución liberal que abriese las puertas de par en par, no fabricada al cuerpo raquítico de los escasos habitantes de hoy, sino ancha y libre para que se huelguen millones de nuevos arribantes? Sostenga las ideas de Alberdi, que son las de todo americano que tenga ojos; que son las que triunfarán en despecho de cuanta necedad en contrario hagan, y las únicas que nos han de hacer nación rica. Vea usted en la vida de Quiroga y Aldao, en mis viajes, carta de Montevideo y África, en la de los Estados Unidos, la Crónica Sudamericana, etc., cuanto propende al intento, extracte, publique, repita; y levanten de una vez esa bandera salvadora.

Muy tristes noticias tengo que darle de Garrido, mi pobre asistente. Lo asesinaron aquí, once días después de su llegada. ¡Pobre! Era el hombre más feliz, me quería como un mastín a su amo; se creía dichoso en consagrarme su vida. Mi mujer lo ha llorado como a un hijo, y usó de mil rodeos y demoras para instruirme de la desgracia.

He puesto hoy por casualidad mi espada al sol porque se ha tomado; y Dominguito ha sacado su sablecito de lata y lo ha puesto con la mayor seriedad al lado. ¿Es este un epigrama, una burla, una lección? Si no se me acabara el papel no escribiría más, chingado con esta ocurrencia.

A todos un abrazo.

SARMIENTO

Fuente: www.elhistoriador.com.ar