El 4 de septiembre se celebra el día de la historieta en nuestro país en recuerdo de la aparición del primer número de El Eternauta, una de las mejores historietas de ciencia ficción de la Argentina. La obra fue escrita por Héctor Oesterheld, con ilustraciones de Francisco Solano López. La tira comenzó a publicarse en la revista Hora Cero, el 4 de septiembre de 1957.
Comparto con ustedes una entrevista a Alicia Beltrami, una de las autoras del libro Los Oesterheld, escrito junto a Fernanda Nicolini, que reconstruye la historia trágica del célebre historietista.
Héctor, sus cuatro hijas, tres yernos y posiblemente dos nietos (ya que dos de las hijas estaban embarazadas al momento de ser secuestradas) encontraron la muerte o fueron desaparecidos en manos de la última dictadura militar. Sólo Elsa Sánchez, la mujer de Héctor y madre de las cuatro chicas, y dos nietos lograron sobrevivir a los años más oscuros de la historia argentina.
La biografía coral y familiar explora –a través de las cartas y testimonios de más de doscientos entrevistados– las vivencias, las motivaciones y los sueños de aquella familia diezmada por la dictadura, y la transformación de la mayoría de sus integrantes, que abandonaron la vida cultural e idílica en que transcurrían para volcarse a la militancia en villas y a la lucha revolucionaria en la organización Montoneros.
Autor: Felipe Pigna
¿Cómo empieza Héctor con las historietas y el dibujo?
A Héctor siempre le gustó escribir. En una ocasión le dio un cuento a un amigo que se llamaba José Gollán. El papá de Gollán trabajaba en el diario La Prensa, y José le pidió a su papá que publicara el cuento. Y así fue como en 1943 empezó a escribir ficción, cuentos. También hubo un comienzo un poco fortuito cuando se creó la editorial Abril de César Civita. Le pidieron unos textos para una colección que se llamaba Gatito. Y el editor, Boris Spivacow, que tenía necesidad de crear, de darle entidad a la historieta como género literario, ya que siempre había sido un género ninguneado, le ofreció a Oesterheld ser uno de los historietistas. Y así empezó. Todo lo que hacía tenía éxito, y empezaron a leerlo.
¿Le gustaban las historietas?
Él consideraba la historieta desde siempre como una gran herramienta de aprendizaje, de educación, pedagógica para los jóvenes, básicamente para aquellos que no podían acceder a los libros. Ese era un medio por el cual educarlos y enseñarles de historia y otras cosas importantes.
Hasta ese momento, ¿cuál era su formación política?
Héctor era un tipo muy instruido pero no era un tipo activo políticamente. No era antiperonista, pero era crítico.
Como todos los intelectuales…
Era un humanista sin determinación ideológica, que empezó después de un largo proceso a acercarse al peronismo, un poco antes en los sesenta. Era un tipo muy lector, muy lector de historia, pero no estaba definido ideológicamente. De hecho, su primera historieta explícitamente política fue El Che Guevara, la historieta del Che, en 1968. Hasta entonces no se había declarado, a través de sus textos, sólo desde un lugar humanista. La guerra, la guerra en sí misma era el enemigo. No había ni buenos ni malos. En esos parámetros y términos hablaba.
¿Cuáles fueron los primeros personajes que creó Héctor? ¿Y cómo eran?
Lo que encontramos es que eran personajes comunes que se encuentran ante una situación extraordinaria y ante esa situación extraordinaria, actúan extraordinariamente, pero en general se trata de gente común, del pueblo, digamos, que ante una situación extraordinaria, empiezan a nuclearse, a actuar y finalmente a trabajar con esa idea del héroe colectivo, a hacer acciones relevantes. Encontramos que eso se da en todas sus historietas, en El Eternauta, antes en Bull Rocket, y también en el Sargento Kirk.
En la década del cincuenta y sesenta la historieta era un medio masivo, realmente masivo de cientos de miles de lectores. Hoy los pibes no leen mucha historieta, pero en aquel momento era una cosa masiva con grandes personajes, como Hugo Prat.
Sí, era la edad de oro de la historieta. En la década de 1950, Misterix vendía unos doscientos veinte mil ejemplares.
Y con mucha menos población… ¡Era una cosa de locos!
Además, la historieta formó emocionalmente a un montón de personas.
Hora cero hoy en día es una revista de culto. ¿Cuándo apareció?
Héctor creó Hora cero en 1957 con su editorial Frontera en esa época dorada de la historieta, y ahí surgió El Eternauta. En realidad su tiempo con la editorial no fue muy extenso. Fueron cuatro años intensos y determinantes para la historieta argentina. Él fue muy valorado también en el exterior. Era extraordinario, un talento impresionante.
¿Y le fue bien económicamente?
No, fue un fracaso. Lo que pasó con Frontera es que Héctor había formado una sociedad familiar con su hermano, pero fue estafado por los imprenteros; ellos no destruían los originales de las historietas, imprimían de más y vendían por su cuenta. Vendían un montón de historietas pero no llegaba el dinero que tenía que llegar. Dos años estuvieron ganando muy poco, aunque produciendo muchísimo. En ese momento empezó también la crisis de la historieta.
Con las revistas mexicanas…
Exactamente. Entonces se fueron muchísimos a trabajar afuera y Frontera quebró. Después empezó una etapa en que Héctor trabajaba en todo tipo de publicaciones. En ese momento hizo Mort Cinder con Alberto Breccia, una historieta muy oscura. Fue un tiempo de mucha crisis personal. La mujer de Breccia se estaba muriendo y Héctor había tenido un golpe muy fuerte con la quiebra de Frontera. Además tenía que mantener a una familia enorme, cuatro hijas y su mujer.
¿Su mujer lo apoyaba?
Su mujer planteaba la necesidad de que se dedicara a otra cosa –él también era geólogo– y que escribiera como hobby, pero él ya había descubierto su pasión y no iba a retroceder en eso. Fue un momento de mucha crisis, escribía en cualquier publicación, incluso piratas. Los mismos editores de esas publicaciones no podían creer que un tipo con el talento de Héctor escribiera ahí.
¿En qué contexto surge El Eternauta? ¿Cómo nace esa idea en él?
En realidad surge como una historia más que él se pone a cranear con su talento. Después toma esa mitología. Pero surge como una de sus tantas historias de un grupo de amigos. Él valorizaba muchísimo a los grupos de amigos y hablaba de la amistad sin hacerlo directamente. Era un grupo de amigos que estaban jugando a las cartas cuando de repente tuvo lugar una invasión extraterrestre. Era muy de ciencia ficción. Después él siguió republicándola. Tuvo dos salidas más, en 1969 en la revista Gente y más tarde en la década de 1970, ya más ideológica.
Y la gente se corta…
Se corta porque él empieza a escribir ya más ideologizado. Llovían cartas de lectores, enojadísimos con el tipo de escritura y el editor directamente lo cortó abruptamente.
Hay lecturas posteriores. A mí me parece que eso es un poco una traición al texto original.
Es una narración que después toma una re significación, una re lectura con su historia. Fue pionera en el tipo de escritura, en el que se hacen lecturas de nuestra argentinidad. Está situada en un contexto…
La cancha de River.
Exactamente. En Buenos Aires. Eran personajes argentinos y en un contexto y un escenario.
Es una historia extraordinaria… Yo creo que de las mejores historietas del mundo.
Era ciencia ficción básicamente. Con el tiempo él empieza a decodificarlas en términos ideológicos como hizo con todas las historietas posteriores, pero en ese momento no.
La tercera ya es muy explícita, ¿no? Pero la primera me parece que es una joya de la ciencia ficción. Lo del héroe colectivo, ¿hasta qué punto está presente en la primera?
También estaba esa importancia del grupo, eso de que si no es en grupo, nada se puede lograr, pero no tiene esa decodificación ideológica posterior. Héctor tenía ese tipo de construcción en el resto de las historietas.
Y son personajes comunes, tipos comunes.
Exactamente, ese era su héroe. Y eso era también lo que transmitía a sus hijas; había una de sus hijas, Diana, la segunda, a la que le encantaba leer, escribir; también a Marina, la cuarta. Todas eran muy instruidas y muy abocadas a lo artístico; una pintaba maravillosamente bien, Estela; Diana y Marina escribían.
Pero con Diana analizaban las historietas juntos.
Y… ¿Con Elsa cómo era el vínculo?
Con Elsa fue un proceso. Primero fue una familia idílica. Estaban muy enamorados y el encuentro con Elsa a él un poco lo reubicó. Él estaba estudiando geología, pero estaba en crisis con la carrera. Entonces el encuentro con Elsa lo puso en órbita, empezó a escribir. Tuvieron cuatro hijas. Hasta la década del sesenta o después del quiebre de Frontera, son, digamos, una familia feliz con cuatro hijas hermosas. Él siempre lo decía en sus entrevistas. Elsa nos contaba que los llamaban en el barrio la “familia conejín” porque estaban todo el tiempo en la casa; eran una familia atípica, que educaba a sus hijas de un modo atípico para la época; él era un padre que estaba muy presente, que estaba en la casa; era un escritor, parecía medio loco para el barrio, para lo cánones del momento. Y tenía un vínculo muy amoroso con sus hijas y muy presente. Entonces con Elsa todo estaba bien. Finalmente empezaron esas crisis cuando comenzó la crisis económica, y también cuando empezaron las diferencias políticas. Cuando Héctor empezó a convencerse de que tenían que militar. Ya venía un proceso de crisis entre ellos, pero bueno, estalló en ese momento de la militancia; él se fue de la casa y se separaron también por seguridad. Porque se van todos de la casa de Elsa, todos los que militaban, salvo Elsa.
¿Cómo comenzó la militancia de las hijas?
Héctor entabló una relación muy cercana con un vecino que era sociólogo, que se llamaba Pablo Fernández Long, un tipo muy culto. Tenían una especie de relación de padre e hijo, con mucho diálogo. Con él empiezan a hablar mucho de hacia dónde iba la situación del país en la década del sesenta y de a poco en esos diálogos empieza a incorporarse en su casa todo lo que sucedía en el afuera. Las chicas empiezan a crecer, el living de la casa se empieza a llenar de amigos, de gente de teatro, de la facultad; había una ebullición política en ese momento; había tenido lugar la Revolución Cubana, la muerte del Che, Vietnam, un montón de cosas…
El Cordobazo…
Todo eso se debatía en el living de la casa. Héctor siempre conservaba una especie de distancia, observando todo lo que sucedía, pero a la vez muy interesado. De a poco, en un proceso de convencimiento, fue entendiendo qué era el peronismo, o convenciéndose de que el peronismo era el único modo que tenían, o que creían que aglutinaba todas las posibilidades para poder modificar la realidad. Y las chicas empezaron al mismo tiempo a militar en diferentes ámbitos. Algunas cosas se contaban y otras no, por esa especie de seguridad que tenían que sostener, pero todo era muy veloz. Entonces en el ‘71 estaban todos viendo qué sucedía, en la facultad, otro en teatro, otros todavía en el secundario, la tercera de ellas se llamaba Beatriz lo hace también con el hermano de Pablo, que es Miguel Fernández Long. Juntos se van con la parroquia a la villa cercana, en San Isidro, la Cava, Sauce. Así que todos al mismo tiempo empiezan a buscar sus ámbitos. Primero se vinculan con grupos de FAR, pero bastante inorgánicamente, hasta que después en 1973 cuando empieza la incorporación masiva, la estructura de la militancia se incorporan, menos la más chiquita que lo hace después. Era muy chiquita; tenía catorce años.
Estaba en la UES.
Exactamente. Lo hace después en el ‘75 recién, se incorpora a la UES (Unión de Estudiantes Secundarios).
Es decir que la militancia de las chicas se dio más o menos a partir de 1973, pero ya venían interesadas y politizadas en ese hogar tan interesante que era el lugar de los Oesterheld, en un mundo y en un momento tan interesante como eran los setenta.
Justamente lo que nos propusimos en esta biografía que escribimos con Fernanda Nicolini es superar la biografía de Oesterheld como historietista y la imagen de la tragedia. Quisimos hacer una biografía superadora de esa información y de esa imagen, y darles cuerpo a las chicas y a todos los integrantes de la familia. Las chicas eran todas jovencitas; crecieron y se definieron durante su época de militancia; en el libro hablamos muchísimo de esa época, pero también hablamos de ellas como mujeres. Lo que nos interesaba era deconstruir esa imagen estática de la foto de las cuatro chicas bellísimas, angelicales; convertirlas en mujeres que amaban, que se enojaban, que militaban, que actuaban, que lloraban. Si bien estructuramos el libro en la década del setenta, inevitablemente al hablar de Héctor y de Elsa volvemos al pasado; hay flashbacks y termina siendo una biografía coral, una especia de novela rusa en la que terminamos hablando de muchos más personajes y de otras historias también, la historia de Montoneros, la historia del país en un momento.
Es muy interesante la biografía porque incluye el contexto permanentemente.
Exacto. Y el contexto no tapa esta historia; los personajes son ellos pero están situados en un contexto. Y nos propusimos también hacer ese contrapunto entre la voz de Elsa, que es la que estaba en contra de la militancia de las chicas, la voz de las chicas y de todos sus otros compañeros. Quisimos equilibrar todas las versiones y los discursos, que todas se pudieran escuchar en sus diferentes verdades. Esa era la idea.
Son vidas muy ricas, muy interesantes…
Muy intensas además y muy jugadas.
Hablemos un poquito de cada una de ellas.
Las chicas nacieron en el ‘52, ‘53, ‘55 y ‘57. Eran muy seguidas. La primera se llamaba Estela, estudiaba Filosofía y Letras, después Bellas Artes en el Belgrano. Era una gran pintora; formó pareja con “el vasco” Mórtola, que era otro chico también muy culto, muy interesante, que también estaba en Bellas Artes. Ahí apenas se conocieron, en el ‘71 empezaron a militar. Ellos son los padres de Martín, uno de los nietos que sobrevivió que estuvo unas horas con Héctor, en un centro clandestino. Martín es cineasta. Después viene Diana, que es la más aguerrida, la más enérgica, un terremoto, todas eran como delicadas, y Diana era la más efusiva. Desde chiquitas, todas tenían una mirada y un interés especial por lo que sucedía socialmente y por la necesidad de brindarse y de ayudar.
Una empatía impresionante…
Sí. En eso era clave la educación de Héctor y de Elsa. Elsa nos contaba que cuando caminaba con Diana, cuando era chiquita, si veían a una señora con un nenito en la calle pidiendo limosna, hacía berrinches para llevarlos a su casa. Había desde chiquita esa necesidad de ayudar. Eso se nota mucho. Nosotras accedimos a las cartas. Había un modo muy tierno y también muy efectivo de educarlas. Héctor, por ejemplo, cuando se iba de viaje, les escribía todo el tiempo cartas sobre lo que había hecho, y cuentos. Y siempre en cada uno de esos cuentos les bajaba alguna línea para educarlas. Y siempre con esta línea de enfocarse en el otro, de ser solidarias, de educarse. Les exigía que estudiaran de un modo dulce. Durante la primaria estudiaban todas en colegios como en el Northland. Después, cuando quebró la editorial de Héctor, las sacaron porque eran colegios muy caros y empezaron a estudiar en colegios del Estado. Diana empezó a militar después en Barracas. Se casó y después se separó. Y se volvió a juntar con otro chico. Juntos se fueron a militar a Tucumán; él en el monte y ella en la ciudad, y ahí desaparecieron.
¿Y cómo eran las otras dos?
Beatriz, la tercera, era una mujer muy, muy bella. Se puso de novia con su vecino, que era Miguel Fernández Long. Con las mismas inquietudes que Diana y Estela, Beatriz y Miguel se acercaron a la parroquia, y empezaron a militar en la base, en la villa La Cava. Toda su militancia la hicieron en zona norte. Ella era la más crítica del modo de militar de Montoneros, del internismo, de la estructura. Decía que se iban alejando del pueblo. Es la primera que desaparece después de un encuentro con Elsa en una confitería de San Isidro. Elsa nos decía que en ese encuentro Beatriz le comentó que iba a dejar de militar, que se iba a dedicar a ser doctora en lugares necesitados. Cuando salió de ahí la marcaron y la desaparecieron. Fue el único cuerpo que apareció. Apareció adrede, como un señuelo, para que apareciera el resto de los familiares; pero nadie fue a ese entierro armado, lleno de servicios.
¿Y la más chica?
La más pequeña es Marina, que empezó a militar en la UES muy chiquitita en 1975, también en zona norte. Pero luego pasó a zona sur e integró la secretaría de prensa; se puso en pareja con un militante de la zona sur. También desapareció; ella es la única de la que se desconocen los datos del operativo. Hay una idea de que fue entre noviembre y diciembre del ’77; estaba embarazada y es uno de los dos nietitos que se buscan, porque Mariana y Diana tenían embarazos avanzados.
¿Cuáles eran los ámbitos de militancia de ellas dentro de Montoneros?
Nos propusimos contar la complejidad de Montoneros. Cada uno militaba en espacios diferentes, que tenían su particularidad de logística y de acción. A través de la historia de cada uno de ellos contamos también las dudas o el convencimiento que tenían ante determinadas acciones o determinaciones de la conducción. La mayor, Estela, militó en zona sur de la provincia. Empezó en una villa en Avellaneda. Su pareja fue escalando en cuanto a cuadro de dirección. Diana, la segunda, empezó en el movimiento villero en Barracas; luego se puso en pareja con un chico que se llama Raúl Araldi, que venía de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), la rama sindical de Montoneros. Había estado en Cuba capacitándose para la JTP. Y en 1975 lo mandaron a Tucumán y ella se fue con él. En el libro contamos bastante cómo funcionaba Montoneros en Tucumán, cómo planeaban y cómo finalmente se concretó o no lo de la columna rural. Estaba toda esa idea de aprovechar la estructura azucarera de la FOTIA y todo el sistema productivo en Tucumán, pero nunca funcionó. Armaron una guerrilla semi rural. Montoneros siempre fue urbano, y quisieron hacer un mix, pero finalmente eso nunca se dio. A través de Raúl Araldi, lo que contamos es que se instalan en una unidad en el monte a tratar de hacer un relevamiento y de ver si podían actuar ahí, resguardarse y actuar militarmente. Por supuesto que de lo único que sirvió fue para resguardo de sus vidas, porque abajo en la ciudad y en el mismo monte ya habían terminado con todos. El Operativo Independencia había terminado en el ‘75 con el ERP y en el ’76 arrasó con Montoneros.
¿Y Diana estaba en la ciudad de Tucumán?
Diana estaba en la ciudad en prensa, en documentación. A mediados del ‘76 la chupan y la llevan a la central de policía, que funcionaba como un centro clandestino. Hay testimonios que dan cuenta de que estuvo ahí; pero nunca se encontró el cuerpo. A su hijito lo llevaron a la Casa Cuna, pero lograron avisar que estaba ahí. Los padres de Raúl fueron a buscarlo, todo en un momento de mucho temor, de mucho terror, y lo trajeron y lo criaron ellos, los abuelos paternos.
Mientras tanto Raúl siguió allá un año más intentando sobrevivir, intentando ver qué pasaba con Diana, intentando ver si se podía rearmar algo, porque la conducción seguía diciendo que iban a ganar. Ellos estaban desconectados de todo y recibían esas órdenes. Hasta que cayó en el ’77. Lo matan, pero su cuerpo fue hallado hace unos años, gracias al trabajo de antropología forense. Y finalmente Fernando, que es el hijo que sobrevivió, pudo hacer el duelo de su padre. El único cuerpo que aparece de los diez desaparecidos, además del de Beatriz, es el de Raúl.
¿Y Héctor?
Héctor cayó en abril del ’77. Había tenido toda una trayectoria de militancia en prensa; trabajaba, hacía historietas para la prensa militante y después empezó a funcionar como enlace, como correo…
Hizo los Antartes, la Historia Argentina para el Descamisado.
Exactamente, hizo Camote también, y un montón de historietas…
¿Y qué pasó con él?
Héctor empieza a funcionar como correo, como enlace de diferentes estructuras y también de lo que quedaba de la conducción acá… No tenemos la reconstrucción de su caída, pero sí sabemos que fue en abril del ‘77 y ahí empezó un derrotero por diferentes centros. Lo llevaron a Campo de Mayo, después al Sheraton, que era la comisaria de Villa Insuperable y que le decían el Sheraton, y también al Vesubio, otro centro clandestino. A él lo mantuvieron con vida como señuelo de sus propias hijas, hasta que cayeron también las otras dos hijas; le hicieron saber por supuesto que habían caído y después lo desaparecieron. El último registro que tenemos de él con vida son cartas de compañeros de militancia que estaban encerrados en esos centro, que cuentan que estaba ahí con vida el viejo escribiendo, que les daba lástima también su estado físico. Estaba bastante maltratado. En uno de los centros clandestinos lo pusieron en la sala Q, como llamaban los militares a la sala de los quebrados, pero ponían ahí también a la gente que está demasiado golpeada y enferma. Y Héctor tenía un problema en los pulmones.
¿Qué se sabe de lo que escribía?
No sabemos. Hay versiones de que estaba escribiendo una historieta sobre San Martín, pero nosotros no pudimos comprobar nada de esto. No lo podemos dar por hecho. Lo último que sabemos es que pasó ahí navidad con los detenidos. También hay una carta de uno de los chicos que cuenta que en enero del ‘78 estaba ahí, pero después parece que lo llevaron a Mercedes. No se sabe dónde finalmente los hicieron desaparecer. Pero antes cayeron sus dos hijas. La mayor, que es la última, cayó en diciembre del ’77, y la menor, Marina, en noviembre del ’77. Marina tenía ocho meses de embarazo. Estaba en pareja con un chico que se llamaba Alberto Seindlis, que había hecho toda su militancia en el sur con Estela y con la pareja de Estela. No sabemos concretamente dónde y cómo fue esa caída, pero sí tenemos una carta que su hermana mayor, Estela, le escribió a su mamá el día que ella misma cayó. Siempre había una intención de comunicarse de cualquier manera entre familia…
Se ve que se querían mucho. Había mucho afecto.
Sí. Absolutamente. El lazo familiar era fortísimo. A pesar de que Elsa estuviese en las antípodas desde la militancia.
¿Qué pasó entonces?
Estela fue a la casa de una amiga de Elsa y le dejó una cartita, que es lo que tenemos como documento, en la que le contaba que Marina había desaparecido hacía un tiempo. Ese mismo día, el 14 de diciembre del ’77, Elsa recibió esa carta de Estela, pero al mismo tiempo fue el día que cayó Estela y recibió a Martín, su nietito de cuatro años. Se lo llevaron después del operativo en el que mataron a Estela y al Vasco Mórtola, su pareja. Uno de los oficiales lo llevó primero a uno de los centros clandestinos, donde estaba Héctor, que pasó unas horas con él, y luego Héctor le pidió al oficial que se lo llevara a su mujer, a Elsa; no sabemos por qué pero el oficial lo cumplió. Por eso Elsa pudo criar a su nieto y tenerlo con ella.
Más dolor en una persona no puede haber…
Ella nos decía siempre que el hecho de tener que criar a alguien, a Martín, su nieto, la salvó.
Después Elsa empezó a vincularse con mucho miedo con los organismos de derechos humanos para tratar de ver dónde estaban sus familiares. Pérez Esquivel le recomendó que se vinculara con la Asamblea Permanente de Derechos Humanos; luego la llamaron de Abuelas de Plaza de Mayo porque dos de las chicas estaban embarazadas cuando desaparecieron; empezó entonces a enterarse en detalle de la caída de sus propias hijas y del funcionamiento de todo. Y empezó también a cambiar su modo de pensar. Con el tiempo, con muchos años, empezó a amigarse con la idea de la militancia de las hijas hasta que terminó revalorizándola.
Había en esa generación de padres un cuidado por los hijos, que no puede quedar afuera del análisis puramente político. Como madre, sabía los riesgos que corrían esas chicas.
Claro. Lo que nos propusimos fue tratar de contar todas las visiones. Lo que sentía Elsa, lo que sentían las chicas, lo que sentía Héctor, pero sin juzgar sus convicciones. Elsa siempre nos contaba que en el ’73, cuando sucedió lo de Ezeiza con el regreso de Perón, fue toda la familia y ella se quedó sola en su casa, convencida de que algo iba a pasar, aunque no estaba todo dado para pensarlo. Pero ella tenía esa intuición de que algo iba a pasar y se fue al patio a cortar las plantas, a acomodarlo para calmar su ansiedad y de golpe en la radio empieza a sentir todo lo sucedía. Desde ese momento tuvo la certeza de que todo iba a terminar como terminó.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar