Lucio V. Mansilla, entre la civilización y los ranqueles


Lucio Victorio Mansilla, periodista, escritor, militar y diplomático, con una de las vidas más novelescas de la historia argentina, nació en Buenos Aires el 23 de diciembre de 1831. Perteneciente a una familia de fortuna, sobrino de Juan Manuel de Rosas, pudo recorrer de joven países tan lejanos como la India, Egipto, Turquía, Italia, Francia e Inglaterra.

Con 20 años, regresó fugazmente al país antes de la derrota de su tío ante Urquiza. Luego de contraer matrimonio con su prima, Catalina Ortiz de Rosas y Almada, tuvo cuatro hijos, a los que vería morir.

A los 25 años, luego de retar a duelo al senador José Mármol, quien había ofendido a su padre, debió refugiarse en Paraná, donde comenzó su carrera periodística, hasta que logró volver a Buenos Aires tres años más tarde. Al periodista, se le agregaría el militar, tras el combate en Pavón, que le valió la designación como capitán y el destino militar al pueblo de Rojas.

En 1865, estalló la guerra del Paraguay, en la que Mansilla participaría como militar y como periodista. Con diversos seudónimos -Falstaff, Tourlourou, Orión- firmó sus crónicas desde el frente para el diario La Tribuna, criticando la conducción de la guerra.

En 1868, al finalizar la presidencia de Mitre, apoyó entusiastamente la candidatura de Sarmiento, quien lo premió designándolo coronel y comandante de Fronteras en Río IV, provincia de Córdoba. Ya entonces, considerado un dandy que cultivaba prolijamente su imagen, podía no obstante hallarse cómodo tanto en una toldería y en una corte europea.

En 1870 realizó su famoso viaje a tierras indias, que se hizo imborrable en su obra Una excursión a los indios ranqueles, que perdura hasta hoy por su valor tanto etnográfico como literario. Su visión hacia los habitantes originarios era una expresión de los debates de la época. Supo congraciarse con ellos, comprender sus desgracias, admirar sus modos de vida, firmar acuerdos, pero no trepidó en concederles un único futuro: “la civilización”.

Su descubrimiento de los ranqueles le llevó a predicar el descubrimiento del país, el recorrido de su geografía, la consideración de su población. Dando mayores créditos a su marcada ambigüedad, admiró también al gaucho y criticó a los políticos y poetas que lo persiguieron y defenestraron, y hasta llegó a advertir que “la monomanía de la imitación quiere despojarnos de todo: de nuestra fisonomía nacional, de nuestras costumbres, de nuestra tradición”, para luego sentenciar: “Nos van haciendo un pueblo de zarzuela”.

Con posterioridad, amigo del presidente Nicolás Avellaneda, participó como jefe del estado Mayor del Ejército de Reserva para sofocar la rebelión mitrista. Luego de pasar por la Cámara de Diputados, también se frustró su intentó de usar la gobernación del Chaco para emprender un negocio privado de búsqueda de oro en Paraguay. Tras el fracaso, renunció a la gobernación y se marchó a Europa, donde permaneció hasta 1880 cuando regresó para apoyar la candidatura presidencial de Julio A. Roca.

A poco de llegar se enfrentó a duelo de pistolas con un contrincante político, Pantaleón Gómez, a quien mató de un balazo al corazón. A poco de asumir, Roca envió a Mansilla a Europa para promover la inmigración y en una misión militar secreta. Con posterioridad, nuevamente en la Cámara de Diputados, donde llegó a ser vicepresidente primero, se alejó del roquismo, hasta mediados de la década de 1890, en que se dedicaría a la literatura, publicando retratos y memorias, y a los viajes diplomáticos.

Radicado en París, quien fuera definido como “uno de los representantes más hermosos de la vieja sociabilidad porteña”, falleció poco antes de cumplir los 82 años, el 8 de octubre de 1913. Para recordar la fecha de su nacimiento, elegimos un fragmento que enseña su lucidez, al mismo tiempo que sus ambiguas anotaciones.

Fuente: José Luis Lanuza, Genio y figura de Lucio V. Mansilla, Buenos Aires, EUDEBA,  1965, pág. 48.

«El espectáculo que presenta el toldo de un indio es más consolador que el que presenta el rancho de un gaucho. Y, no obstante, el gaucho es un hombre civilizado. ¿O son bárbaros? ¿Cuáles son los verdaderos caracteres de la barbarie? ¡Qué triste y desconsolador es todo esto! Me parte el alma tener que decirlo. Pero para sacar de su ignorancia a nuestra orgullosa civiliazación hay que obligarla a entablar comparaciones. Así se replegará cuanto antes sobre sí misma, y comprenderá que la solución de los problemas sociales de esta tierra es apremiante. (…) La suerte de las instituciones libres, el porvenir de la democracia, de la libertad serán siempre inseguros mientras las masas populares permanezcan en el atraso. (…) La raza de este ser desheredado que se llama gaucho, digan lo que quieran, es excelente y, como blanda cera, puede ser modelada para el bien, pero falta -triste es decirlo- la protección generosa, el cariño y la benevolencia.»

 

Lucio V. Mansilla

Fuente: www.elhistoriador.com.ar