La figura de Juan Manuel de Rosas dominó la escena política del país durante más de dos décadas. Hábil, meticuloso, oportuno, su nombre todavía genera controversias: hombre del mundo terrateniente, disciplinador, defensor de la soberanía nacional, restaurador de las leyes, protector de los gauchos, hombre del terror: son varios de los motes recibidos a lo largo de los años.
Su nombre se asoció a la “causa federal”, pero no han faltado quienes le han achacado ejercer una férrea política unitaria, sometiendo a las provincias a los designios de Buenos Aires. El 8 de diciembre de 1829, la sala de representantes lo proclamó gobernador de Buenos Aires, otorgándole las facultades extraordinarias y el título de Restaurador de las Leyes. Rosas llevó a cabo una administración provincial ordenada. Recortó los gastos y aumentó los impuestos, superando lentamente el déficit fiscal heredado. Lo acompañaban en el poder los grupos dominantes porteños.
Rosas gozaba de un gran predicamento entre sectores populares de Buenos Aires, y, de esta forma, aparecía ante los terratenientes de la provincia como el único capaz de contener y encauzar las demandas de las clases bajas. La cuestión de la extensión de poderes extraordinarios al magistrado fue uno de los principales tópicos que partió aguas en los debates políticos, incluso dentro de los partidarios de la federación. No eran pocos los que querían terminar con tales prerrogativas, tanto que, en 1832, Rosas fue reelecto gobernador, pero negándosele los poderes extraordinarios.
En respuesta a tal rechazo, Rosas renunció. En su lugar, fue electo el general Juan Ramón Balcarce, quien gobernó durante un breve período, durante el cual Rosas encabezó la campaña contra los indios. El éxito obtenido por el restaurador contra los pueblos originarios aumentó aun más su prestigio político entre los propietarios bonaerenses, que incrementaron su patrimonio al incorporar nuevas tierras y se sintieron más seguros con la amenaza indígena bajo control.
De esta forma, frente a una sucesión de gobiernos que no pudieron hacer pie, Rosas fue nuevamente aclamado para la gobernación, siendo electo en 1835, esta vez con la suma del poder público.
Recordamos en esta ocasión la reelección de Rosas a la gobernación, el 5 de diciembre de 1832, cargo que -como mencionamos- el rechazaría cuando no le fueron otorgadas las facultades extraordinarias. El fragmento que reproducimos a continuación sobre las ambiciones y métodos con que procedía Juan Manuel de Rosas fue escrito por su sobrino, Lucio Victorio Mansilla.
Fuente: Lucio V. Mansilla, Rozas. Ensayo histórico-psicológico, Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos, 1933, pág. 71.
“Lo único que Rosas quería era el poder, con la provincia de Buenos Aires como punto central, y fue así, haciendo gritar ‘Viva la Federación’, siendo esencialmente unitario, como hizo todo el camino. Se comprende, pues, que nunca llegará para él el momento de constituir el país; una constitución cualquiera era todo lo contrario de lo que su falta de envergadura para abarcar vastos horizontes podía sugerirle. Espíritu objetivo, puramente realista, a lo Sancho Panza, sólo podía ver bien un peligro contra su interés o su pellejo, y su interés, tal como él lo entendía, era mandar arbitrariamente.”
Lucio V. Mansilla
Fuente: www.elhistoriador.com.ar