Nicolás Avellaneda sobre la importancia de los inmigrantes


Hasta 1876, cuando se sancionó la Ley Avellaneda sobre inmigración y colonización, dos provincias marchaban a la cabeza del movimiento colonizador: Santa Fe, con veinte años de experiencias provechosas, y Entre Ríos, con algo menos de continuidad. Buenos Aires, a pesar del ejemplo de Chivilcoy, estaba rezagada, en parte debido a la entrega indiscriminada de grandes extensiones de tierras públicas. El acaparamiento y la especulación triunfaban aprovechando los intersticios de las disposiciones legales dadas hasta entonces para fomentar las colonias. Tanto fue así, que de los más de 68.000 inmigrantes ingresados en 1875, apenas poco más del 10% se volcaron al trabajo agrícola, y no todos de ellos permanecieron. En su mensaje a los diputados nacionales, al abrir las sesiones anuales, el 1º de mayo de 1876, Avellaneda destacó la necesidad imperiosa de atraer la inmigración. Poco tiempo después, el 6 octubre, se sancionó la ley 817, conocida como «Ley Avellaneda». Entonces, eran tiempos de serias dificultades económicas, lo que hacía prever, por su ambición, su difícil aplicación, pues requería importantes gastos del tesoro público. Un extenso debate precedió a su sanción. En su primera parte, la ley establecía minuciosamente el nuevo régimen de inmigración y sus organismos responsables. Determinaba asimismo un importante estímulo al prever el trasporte gratuito de las familias que quisieran dirigirse a las colonias. Pero en el segundo bloque, las ambigüedades abrían las puertas para su fracaso. Por ello, el ensayista Gastón Gori, preocupado por el problema de la tierra, ha dicho que manejada con prudencia y firmeza, ésta hubiese sido una ley liminar en la vida de la nación, pero concluyó que todo ello fracasó «bajo la presión de los factores de una época caracterizada por el despilfarro de los bienes territoriales del Estado, y por esa carrera, tantas veces citada, hacia la fortuna fácil, hacia el negocio apresurado en procura de grandes concesiones, o de las compras a bajo precio sin ánimo de poblar…».

Fuente: Heraclio Mabragaña, Los mensajes: historia del desenvolvimiento de la Nación Argentina redactada cronológicamente por sus gobernantes, 1810-1910,  Buenos Aires, Compañía General de Fósforos, 1910.

Podemos distribuir mejor la inmigración, extendiéndola por todo el país, radicarla y ofrecerle un incentivo con la adquisición de la propiedad territorial, abriéndole en el exterior al mismo tiempo nuevas corrientes. Economicemos sobre todos los ramos de los servicios públicos, pero gastemos para hacer más copiosas y fecundas nuestras corrientes de inmigración. El agente maravilloso de la producción, el creador moderno del capital es el inmigrante y afortunado el pueblo que puede ponerlo a su servicio, porque llevando consigo la más poderosa de las fuerzas renovadoras, no tendrá sino perturbaciones transitorias y será constante su progreso. No hay gasto más inmediatamente reproductivo que el empleado en atraer al inmigrante y en vincularlo al cultivo del suelo.

Nicolás Avellaneda

Fuente: www.elhistoriador.com.ar