Autor: Oscar A. Troncoso, Revista Redacción, Mayo de 1974.
El autor incursiona en la vida y en la obra de uno de los personajes más singulares no sólo de la historia del sindicalismo argentino, sino también del español. Diego Abad de Santillán – que es de quien se trata -, fue redactor de La Protesta, en Buenos Aires, ministro de la España republicana y profesa desde siempre el credo anarquista de la no violencia. Su ascendencia en el orden internacional queda demostrada en la constante consulta de que es objeto desde todas partes del mundo sobre cuestiones históricas, gremiales y políticas.
Diego Abad de Santillán tiene un aspecto apacible y una voz que no desentona, y a los 77 años parece contemplar todo con serenidad. Es constantemente requerido desde los principales centros culturales del mundo, por estudiosos que necesitan de su palabra orientadora para esclarecer procesos políticos, sociales y económicos. Tras esa fachada se esconde un formidable luchador y teórico que participó en los principales acontecimientos históricos de la primera mitad de este siglo que tuvieron por escenario a la Argentina y España.
«Nací en España, en las montañas de León, en un pueblo que no figura en el mapa y de difícil acceso – Reyero -, y provenía de antigua ascendencia artesana y campesina, conocidos en el lugar por ser muy hábiles herreros. Menos de un mes después de la fecha de mi nacimiento se fundaba en Buenos Aires el periódico anarquista La Protesta».
Siguiendo una tradición secular en su aldea, el alcalde convocaba a reunión municipal haciendo repicar una campana. En esas deliberaciones populares se consideraban las dificultades que se iban presentando y la forma de solucionar cada problema.
«Recuerdo particularmente una asamblea, cuando yo no tendría más de siete años, en la cual se resolvió, entre otras cosas, designarme pastor de la comunidad, porque ya había demostrado la suficiente compostura como para que cada uno me confiara sus escasos bienes. Así anduve por montes y sierras apacentando cabras y ovejas, a las que al anochecer encerraba en unos corrales, mientras yo debía dormir en una choza. En esos momentos el temor mayor me lo provocaba el aullido de los lobos, tanto, que en una ocasión, a pesar de la sed que no me permitía dormir, no me atreví a bajar para ir a beber a un arroyuelo cercano».
Su familia emigró entonces a la Argentina y se radicó en Santa Fe. Diego Abad de Santillán cursó la escuela primaria e inició estudios de comerció que hubo de interrumpir porque a los quince años lo llevaron de vuelta a España. En dos años y medio aprobó el bachillerato en León, publicó sus primeros artículos sobre temas históricos en los diarios del lugar y se matriculó en la Universidad Central, sección de filosofía y letras.
El primer encarcelamiento
«Aparte de estudiar y de estudiar mucho, no pude quedar indiferente a lo que ocurría a mi alrededor: la Primera Guerra Mundial, la inquietud de las fuerzas armadas, las juntas de defensa; ayudé a los sargentos a constituir la suya.
En agosto de 1917 se declaró la huelga general en toda España, la huelga solidaria más importante que se había producido hasta allí en la esfera nacional. Fue un acontecimiento que cambió desde entonces la orientación de mi vida, sin que nadie me llamase porque no tenía contacto con los organismos obreros responsables del movimiento, estuve allí donde el pueblo se defendía contra las agresiones de fuerzas del orden y las tropas del ejército, como en Cuatro Caminos, y creí de mi deber alentar a los hombres del pueblo, por instinto de solidaridad con los que trabajan y sufren, y en el curso de aquellas jornadas fui llevado ante un juez, que dispuso mi prisión y me hizo conducir a la Cárcel Modelo, en la Moncloa.
Allí transcurrió un largo período, sin que el pedido del fiscal de doce años fuese llevado a proceso formal; allí tuvimos oportunidad de recordar que el año anterior había ocupado uno de nuestras celdas un revolucionario ruso, León Trotzky, entonces uno de los forjadores del gran movimiento que conmovía a su país; allí estaban todavía Julián Besteiro, Francisco Largo Caballero y otros; allí la mayoría de los presos políticos eran anarquistas y me hice muy amigo de ellos, procurando hacerlos razonar para que dejasen del todo esas utopías; creo que algo logré y algunos se apartaron de esa ideología; pero la verdad es que fue entonces cuando yo me incorporé a ese movimiento.
Gracias a una amnistía, un año y medio después recuperamos la libertad. A los pocos días me visitó el famoso libertario catalán Salvador Seguí, «Le Noi del Sucre» (el chico del azúcar), para inquirir sobre lo que pensaba hacer: «Me voy de España para no hacer el servicio militar», le respondí. Así salí del país con un pasaporte de alguien que tenía 32 años cuando yo contaba apenas con 21″.
El gremialismo anarquista
Diego Abad de Santillán vino nuevamente a Buenos Aires a fines de 1918 y pronto ingresó en la redacción de La Protesta; a continuación se produjeron los sucesos de «la semana trágica» y fue inmediatamente detenido con el nombre que traía de España. Enterado por los diarios un hermano que le había facilitado el pasaporte, fue a visitarlo a la cárcel y quedó desconcertado al verlo; tuvo que explicarle la situación, que el buen hombre comprendió inmediatamente.
A partir de ese momento participó activamente en todas las alternativas del movimiento obrero argentino. Tuvo como compañero de pieza en una casa de la calle Sarandí, de la Capital Federal, a un alemán tolstoiano, Kurt G. Wilckens, que vivía obsesionado por los fusilamientos que en la Patagonia habían sufrido los peones de huelga. Este singular personaje lo incitó a que se trasladase a Alemania para estudiar medicina y ello le permitió, en 1922, participar en los trabajos preparatorios de la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores – réplica de la Internacional marxista de Amsterdam -, en representación de la Federación Obrera Regional Argentina, la Confederación de Trabajadores de Chile, la Central Obrera Regional Paraguaya, la Confederación General del Trabajo de México y la Federación Obrera Regional Uruguaya.
Santillán asistió en Berlín a conferencias varias de Rudolf Rocker y tradujo sus obras, como también las de Bakunin, Malatesta, Nettlau y Fabbri, para el Suplemento de La Protesta. Se casó en esa época con la hija de Fritz Kater, uno de los dirigentes principales del sindicalismo alemán y editor anarquista, cuando fue requerido con urgencia desde Buenos Aires.
Abandonó los estudios casi al final de su carrera de medicina y viajó a la Argentina para interceder en la polémica interna del anarquismo. En 1929 organizaron en Buenos Aires el Congreso Obrero Continental al que asistieron delegaciones de trece países americanos para integrar la Asociación Continental de Trabajadores, que tuvo poca vida, porque en seguida se iniciaron los golpes militares en varios países iberoamericanos, comenzando por el del general Uriburu en la Argentina, no obstante lo cual, llegó a publicarse la revista La Continental Obrera.
El anarquismo y el terrorismo
«En Buenos Aires se me complicaron las cosas. Inicié una campaña contra el terrorismo indiscriminado. Desde las páginas de La Protesta critiqué a Severino Di Giovanni por aprovecharse de las ideas del anarquismo para encubrir delitos comunes. Mi compañero de redacción, Emilio López Arango, fue muerto una noche en su casa, en represalia por nuestro ataque al terrorismo de aquel sujeto; pocos días antes, López Arango se había comprado su primer traje en un negocio de compraventa de la calle Libertad».
«El anarquismo es fundamentalmente antiviolento -continúa-, ello no significa que eluda la lucha. Todos los que van a la guerra no son violentos y sin embargo disparan contra la trinchera de enfrente. Radowitzky, que mató al coronel Falcón, y Wilckens, que hizo lo mismo con el teniente coronel Varela, no eran en absoluto predicadores del terrorismo. El impulso de sus actos no fue la venganza personal sino la solidaridad social; se trataba de una forma de fraternidad para con los explotados, víctimas de muy duras represiones».
«Otro caso de violencia defensiva era la del bravo correntino Juan Antonio Morán, secretario de la Federación Obrera Marítima, que se había ganado fama de valiente en las luchas gremiales. Empleaba la fuerza como represalia, para frenar a la que se desencadenaba desde arriba. Por eso, cuando luego de la revolución militar del 6 de setiembre de 1930, las fuerzas policiales de Avellaneda a las órdenes del mayor Rosasco, se ensañaron torturando a los trabajadores portuarios y marítimos, Morán resolvió un día, con la colaboración de tres amigos, dirigirse al feudo de orillas del Riachuelo, y en un restaurante le dio muerte a Rosasco. Creía que eliminado el victimario, los que le sucedieran se iban a cuidar bien de seguir sus métodos. Era una forma de protección de sus compañeros, muy diferente de la violencia de una bomba abandonada en un lugar público».
La crisis de 1930
La severa represión contra los anarquistas llevada a cabo por el general Uriburu no detuvo la actividad de Diego Abad de Santillán. Escribió en colaboración con Juan Lazarte un estudio sobre «Reconstrucción social, bases para una nueva edificación económica argentina»; y poco después con su esfuerzo personal terminó «La F.O.R.A. Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario argentino».
Ante la crisis general, llegó a la conclusión de que los taxímetros pueden tener un recorrido fijo, con lo que abaratarían el costo y transportarían más pasajeros; la idea fue planteada por un compañero en la Unión Chauffers y acogida con escepticismo. Sin embargo, a los pocos días los taxis particulares comenzaron a transformarse en los que más tarde se llamarían colectivos. Creía que la idea se podía ampliar a los medios de transporte de larga distancia, para crear entonces una corporación administrada por los mismos trabajadores que fuera un poder por sí misma. Sin embargo, predominó el espíritu pequeño burgués y cada sector prefirió tener su línea propia a pertenecer a una organización colectivizada. Tuvo más suerte en la fundación de cooperativas de seguro, de fabricación de carrocerías, de reparaciones y otras.
A fines de 1933 se embarcó de nuevo para España. «Para nosotros no existían límites geográficos dentro del área española -explica- Buenos Aires, Barcelona, México, La Coruña, eran provincias de esa gran región. Estábamos al día de todo lo que pasaba y nos preocupaban los sucesos y las luchas en toda esa zona; nuestra acción se podía desarrollar indistintamente en cualquier lugar y hasta se producían polémicas que no tenían en cuenta las distancias».
En Barcelona actuó como redactor de Solidaridad Obrera y fue encarcelado al día siguiente; clausurado el periódico procuró dos veces su reaparición bajo los títulos de Solidaridad y Soli, lo cual le significó otras tantas prisiones. Ingresó en la Federación Anarquista Ibérica (F.A.I.) y al poco tiempo dirigió las revistas Tierra y Libertad, de vieja data, y la recién aparecida Tiempos Nuevos, que le costaron nuevos procesos.
«La Confederación Nacional de Trabajadores (C.N.T.) de inspiración libertaria tenía un millón de afiliados -pone de relieve- y disponía de un solo secretario rentado, a nivel de su especialización en su propio gremio, con algunos gastos para viaje, cuando debía acudir a algún Congreso».
«Vino lo de julio de 1936 en España; yo tenía la experiencia de Buenos Aires en 1930. No creo en la bondad de ningún gobierno; pero un gobierno civil es por lo menos más barato que un gobierno militar, y además lo que estaba en juego era la instauración de un régimen totalitario».
La guerra civil española
Se abocó a la organización de milicias populares en los primeros meses de la guerra civil; fue luego miembro del gobierno de Cataluña como ministro de Economía. «Procuraba no entorpecer la producción, no aumentar las reglamentaciones -ironiza-, sino facilitar el trabajo de las fuentes de producción y las relaciones económico-sociales. Fuera de la producción y la distribución equitativa, obra de todos y para todos, cada cual propiciaba la forma de conveniencia social que más le agradaba».
Vestía un extraño uniforme militar que el presidente Manuel Azaña describía como de «cowboy americano» y despertaba las iras de Rodolfo González Pacheco. El destacado dramaturgo argentino vivía en la misma casa que Diego Abad de Santillán y un día que vio salir a éste con aquella indumentaria, subir a un coche oficial precedido por motocicletas conducidas por milicianos con granadas en el cinto, para dirigirse al frente, escribió una violenta diatriba contra lo que consideraba el extraño anarquismo de su amigo y compañero.
Durante la guerra civil, sin dejar de prestar su colaboración en la lucha por la defensa de la República Española, inició la crítica a sus dirigentes. «No habría querido mostrar esa cara de un régimen al que en última instancia tuvimos que defender sin éxito -reflexiona-; pero aquellos hombres del Ateneo de Madrid, que sobresalían por sus conocimientos de la Revolución Francesa, odiaban la revolución del pueblo como la peste y tenían miedo cerval al pueblo, de Azaña abajo».
El ideal
A principios de 1940 estaba nuevamente en Buenos Aires, cuando Diego Abad de Santillán se enteró de que desde hacía diez años existía un decreto que ordenaba su expulsión de la Argentina.
Durante veinticinco años vivió sin documentación legal y aprovechó para escribir la Gran Enciclopedia Argentina, en nueve tomos; la Historia Argentina, en cinco tomos; la Gran Enciclopedia de la Provincia de Santa Fe, en dos tomos; Contribución a la historia del movimiento obrero español, en tres tomos, y una vasta producción que abarca un amplio espectro de temas. Según Fernando Quesada, pasan de 250 títulos los libros traducidos de distintos idiomas y aquellos de que es autor.
Su aporte más importante al movimiento anarquista es de tipo teórico, no obstante haber sido protagonista de los principales acontecimientos gremiales, políticos, económicos y periodísticos de la Argentina y España.
«La negación del principio de la autoridad del hombre sobre el hombre no está ligada a la realización de un nivel económico determinado -advierte-; al revés del marxismo que quiere realizarse como corolario de la evolución capitalista. No creo que el anarquismo deba estar vinculado a ninguna tendencia sindical, económica y menos política. Esencialmente, lo considero el sistema filosófico contemporáneo de la libertad humana, como en su época lo fue el cristianismo, el cual, sin tener apoyaturas de aquel tipo, destruyó el imperio romano».
Fuente: www.elhistoriador.com.ar