Rosendo Fraga


Autor: Felipe Pigna

¿Cómo influyó la crisis mundial del ’30 en la Argentina?
La crisis del ’30 tuvo un profundo impacto en la Argentina. Afectó primero económicamente. No olvidemos que cuando se produce la crisis del ’30 –que empieza a partir de 1929, con la caída de la bolsa en EE.UU., y el crack mundial- el 80% de los ingresos fiscales en Argentina provenían del comercio exterior. Esto implicaba que cualquier crisis que contrajera o redujera el comercio exterior automáticamente significaba una drástica caída de los ingresos fiscales. Éste es el primer efecto. Al Estado se le reducían notablemente sus recursos para poder solventar sus necesidades.
La crisis –que empezó en el año ’29 y yo diría que se extendió hasta el año ’33, ’34- creó una situación de tensión social, con bajas de sueldo, aumento del desempleo; es decir, una contracción de la economía. Y esto generó también, en el plano político, un contexto en el cual se produce el golpe de 1930. Uno no puede plantear que la crisis económica internacional del año ’29, ’30 haya sido la única causa ni la causa dominante del golpe de septiembre del ’30, pero sí es indiscutible que fue un factor que creó una situación de tensión, de malestar sobre la economía, en términos sociales y de preocupación e incertidumbre en los sectores económicos dominantes y esto contribuyó a crear este clima.

¿Cómo influyó en América Latina en general?
Hay algo interesante para tratar lo que sucedió en la Argentina en un contexto en general: Muy pocos días después del golpe en la Argentina, hubo otro en Brasil, hubo un golpe en Uruguay, Paraguay, Bolivia, Perú… Y Chile en el año ’28 estaba gobernando el coronel Ibáñez, con un régimen de facto. Es decir, es indiscutible que la crisis en el ’30 produjo un profundo impacto y una quiebra de un sistema democrático. Pero cuando uno observa que hubo una crisis de sistemas democráticos prácticamente en toda la región es indiscutible que algo pasó con la crisis económica del ’29, ’30 que influyó en las políticas de la región y de la Argentina también.

¿Se puede caracterizar a Uriburu como fascista o como nacionalista católico? ¿Cuáles son las diferencias? 
Uriburu y Justo representan dos líneas políticas ideológicas dentro del ejército que en alguna medida se proyectaban y se insertaban con corrientes en el campo civil, en términos políticos y en términos ideológicos. Esto hoy parece difícil de comprender pero en aquella época había una interacción entre la clase dirigente y los militares muy marcada. Los militares eran actores sociales, actores políticos reconocidos y legitimados. Uriburu básicamente representó en aquel momento ante todo un nacionalismo católico -yo no llegaría a decir fascismo pero sí como neocorporativismo. Inclusive el proyecto de constitución neocorporativa que tenía Uriburu y sus sectores era un sistema neocorporativo mixto. Querían que hubiera una cámara corporativa, por ejemplo, con representación de sindicatos, empresarios y otra cámara con representación política. Eran proyectos neocorporativos. Ideológicamente yo creo que era muy tributario del nacionalismo católico, que desde los años ’20 venía creciendo en Argentina.

¿Y Agustín P. Justo dónde estaba alineado políticamente?
Justo representaba el liberalismo conservador tradicional de la Argentina, ese estilo de liberalismo de participación limitada o restringida con un grado de pluralismo ideológico bastante marcado. La misma concordancia que apoyaba a Justo como candidato a presidente estaba integrada por los conservadores, los radicales antipersonalistas -que eran el sector más conservador radical- y el socialismo independiente -el sector más pragmático del socialismo-. Es decir, esta división que se plantea dentro del ejército en alguna medida se planteaba también en gran parte del mundo de la política. Además hay algunas situaciones bastante curiosas respecto a esto, porque finalmente en las elecciones presidenciales de noviembre del ’31 se enfrentan Justo por un lado con los dos candidatos a vicepresidente -Roca, el hijo de Roca, por el lado de los conservadores; y Nicolás Matienzo, por el lado de los radicales antipersonalistas-; frente a esta alianza, los demócratas progresistas con Lisandro de la Torre y Nicolás Repetto, un socialista como candidato a vicepresidente; y por último el yrigoyenismo que, como le vetan la candidatura de Alvear y Güemes, no concurre a elecciones.

Lo curioso del caso es que Lisandro de la Torre había sido en realidad el candidato de Uriburu. Era el candidato que en algún momento Uriburu quiso apoyar para frenar a Justo. Uriburu tenía con Lisandro de la Torre una vieja amistad que venía de la Revolución de 1890; ambos habían sido revolucionarios en el Parque. Hoy uno mira y pareciera que la elección de la concordancia contra la alianza de demócrata-progresistas y socialistas fuera un gran frente de derecha contra un gran frente de izquierdas, trasladando un poco la categoría de análisis desde hoy. Pero en realidad era más complejo: Lisandro de la Torre había sido en alguna medida el frustrado candidato de los conservadores unidos contra Yrigoyen en el año ’16. Era un hombre que había estado muy cerca de Uriburu; en cambio, los socialistas independientes que estaban con Justo habían tenido posiciones muy fuertemente antimilitaristas y anticonservadoras.

¿Cuáles eran las afinidades de Justo y de Uriburu a nivel internacional?
Uriburu, por ejemplo, había sido pro germano en la Primera Guerra Mundial; y Justo había sido pro aliado. «Julito» Roca y Matienzo, quienes acompañaban a Justo, habían tomado posiciones públicas a favor de los aliados ya en la Primera Guerra Mundial. Los sectores que apoyan a Uriburu -Lisandro de la Torre también había sido neutralista- habían sido más bien contrarios a los aliados en la Primera Guerra Mundial. Este ingrediente ideológico también era un antecedente que, aunque había tenido lugar 15 años antes, jugaba un papel.

¿Por qué el proyecto de Uriburu no se concreta o fracasa?
Yo creo que fracasa ante todo porque, dentro del ejército, el sector de Uriburu era minoritario. Éste es un primer dato. Segundo, en el campo de la economía, de los intereses económicos, tampoco tenía un apoyo mayoritario. En el campo de la política, lógicamente, tampoco lo tenía. Creo que también jugó un papel el tema del alineamiento histórico-internacional de la Argentina. En alguna medida, este es el tipo de proyectos que no era coincidente con una relación externa de los sectores conservadores todavía centrada en Gran Bretaña. Creo que todos estos factores contribuyeron. Pero además hubo un juego de ajedrez político entre dos personajes: Justo y Uriburu. Creo que la capacidad política de Justo, que supo aprovechar los errores de Uriburu, era superior a la que tenía Uriburu.

¿Cuándo empieza a caerse el proyecto de Uriburu?
Hubo un desencadenante: las elecciones en la provincia de Buenos Aires del 5 de abril de 1931. Uriburu hizo una elección piloto en la decisiva provincia de Buenos Aires pensando que el radicalismo yrigoyenista iba a ser derrotado. El triunfo del yrigoyenismo en esta elección dio por tierra con el proyecto neocorporativo de Uriburu y determinó la renuncia de su ministro del Interior, Matías Sánchez Sorondo. Esto es lo que le permitió a Justo retomar el control de la situación política. Justo se ubicó de una manera que terminó siendo no la mejor alternativa pero sí la alternativa menos mala para una cantidad de sectores simultáneamente.

¿Se puede calificar de “infame” a esta década?
Desde el punto de vista personal, creo que no sirve calificarla de “infame”. Evidentemente esa década tuvo una situación tremendamente negativa como lo fue la negación de la participación popular, la instalación de un sistema de participación políticamente limitada o restringida; el presidente del año ’31, Justo fue electo -está verificado históricamente- sin fraude. Lo que sí hubo fue un veto a la candidatura yrigoyenista. La alianza entre demócrata-progresistas y socialistas -que en realidad era fuerte en Santa Fe y en la Capital- no tenía estructura política en el interior del país y fue derrotada sin necesidad de fraude por el veto a los yrigoyenistas.

Creo que, en cambio, en la elección de Ortiz en el año ’37 sí hubo contra la fórmula radical, sobre todo en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, porque el fraude tampoco fue uniforme y homogéneo en el resto del país. Creo que este es el gran pecado de la década.

¿Qué rescata de la década?
Creo que el acierto de la década estuvo en dos cuestiones: primero en que la Argentina fue uno de los países que pagó menor costo por la crisis del ’30. La Argentina ya estaba saliendo de la crisis del año ’30 en el ’33, muy rápidamente, gracias a las medidas a mi juicio muy eficaces que tomó Pinedo – el segundo ministro de Economía de Justo- y a una política económica muy innovadora. En gran medida, yo diría que lo que aplicó Justo fue el keynesianismo en la Argentina, que es darle a la inversión pública, las obras públicas, un papel importante como promotora de la actividad económica en un momento de receso. Se creó el Banco Central, las juntas reguladoras… Esto fue lo que se hizo, una política eficaz.

Visto retrospectivamente, creo que Justo, con su coalición política, en aquel momento era el grado de democracia que los sectores dominantes estaban dispuestos a tolerar. Paradójicamente, Justo fue el grado de democracia posible entre el yrigoyenismo popular y el neocorporativismo de Uriburu. Probablemente un triunfo del yrigoyenismo en el año ‘31 hubiera terminado en un nuevo golpe militar en el año ’32 o ’33 con un ya predominio de los sectores dominantes más nacionalistas y más autoritarios. A su vez, si el proyecto neocorporativo de Uriburu hubiera avanzado, habría generado grandes tensiones internas y una gran inestabilidad. Con todas sus limitaciones creo que fue una fórmula con un grado de democracia posible. Si uno mira, por ejemplo, lo que sucedió en Brasil con Vargas, por la comparación, por lo menos en mi opinión, fue un gobierno mucho más autoritario el de Vargas que el que pudo haber hecho Justo en Argentina, lo mismo pasó en Perú o con Ibañez en Chile.

¿Cómo ve usted históricamente la firma del Pacto Roca-Runciman?
Creo que el pacto fue muy criticado en la época, ante todo porque se lo analizó con una visión exclusivamente nacional. No se analizó el verdadero contexto internacional en el cual se firma este acuerdo, por necesidad. En esa época todavía el grueso de los ingresos públicos provenían del comercio exterior, era una economía muy dependiente del comercio exterior y en consecuencia para la Argentina asegurarse un mercado para las carnes en Gran Bretaña era de vida o muerte, no sólo para la actividad económica, no sólo para rentabilidad del agro, sino también por el tema de los ingresos fiscales.

La relación de fuerzas entre la Argentina y Gran Bretaña en ese momento era claramente favorable a Gran Bretaña. En última instancia el problema era que la política británica se orientara a comprar en sus dominios de Canadá, de Australia, de Nueva Zelanda y no en la Argentina. Ese acuerdo fue una pieza importante en una política que le permitió a la Argentina superar rápidamente la crisis del ’30,  mucho antes que en otros países; por ejemplo, EE.UU. recién sale de la recesión en el año ’39, cuando comienza la Segunda Guerra Mundial y esto genera una serie de necesidades, que le permite al aparato industrial norteamericano ponerse a trabajar intensamente.
Lógicamente esto tuvo costos para diversos sectores. Determinados sectores de la producción agropecuaria, determinadas empresas de transporte, lo cuestionaron. Pero visto retrospectivamente creo que fue una necesidad; creo que Argentina no tenía alternativas en ese momento. Podría haberse planteado un proyecto autárquico en la Argentina en aquel momento. Bueno, es una alternativa teórica, es la historia contrafáctica, pero no parecía un proyecto posible en aquella época.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar