Autor: Felipe Pigna
Juan de Garay fundó Santa Fe el 15 de noviembre de 1573. Como era “costumbre y ley” en la conquista, repartió las tierras ajenas entre sus hombres: solares para viviendas; cuadras para viñedos y en las dos bandas del Paraná “suertes de estancia” para la cría del ganado. El Cabildo quedó conformado mayoritariamente por españoles, por ser ellos los principales beneficiarios en el reparto de tierras 1. Aparentemente el vasco Garay quiso recompensar así a sus compatriotas que habían ayudado a equipar a los “mancebos de la tierra” 2 con armas y caballos. Pero a los mancebos no les cayó nada bien esta discriminación.
Allí estaba Garay con la mejor estancia, que luego heredará su yerno Hernandarias, mientras los mancebos debían conformarse con algunas parcelas alejadas, cuando llegaron el adelantado Ortiz de Zárate y sus camaradas, rescatados por los mancebos, que para poner el pecho a las lanzas y flechas de los charrúas sí contaban.
Entre ellos estaban Diego Alonso, Alonso Fernández Montiel, Rodrigo Álvarez Holguín, Gabriel de Hermosilla y nada menos que Martín del Barco Centenera, autor del poema que dará nombre a nuestro país, quien dirá:
“Los argentinos mozos han privado allí su fuerza brava y generosa”.
Ortiz de Zárate murió en enero de 1576 y Garay, cumpliendo con lo establecido por el testamento del Adelantado, dejó Santa Fe y viajó hacia el Perú, donde pese a la oposición del virrey Toledo, logró casar en 1577 a la hija de Ortiz de Zárate, la criolla doña Juana, con el oidor de la Real Audiencia de Chuquisaca, el licenciado Juan de Torres de Vera y Aragón, quien heredó entonces el cargo de Adelantado del Río de la Plata.
El nuevo adelantado designó a Juan de Garay su teniente de Gobernador y le encomendó la refundación de Buenos Aires. Pero Garay tuvo que huir del Perú hacia Asunción para impedir que se cumpliera la orden de prisión dictada por el virrey Toledo.
Mientras tanto el gobernador de Tucumán, Gonzalo de Abreu, conocedor del malestar de los criollos de Santa Fe entró en contacto con ellos para decirles que Garay carecía de títulos para gobernarlos y les prometió su ayuda si lo apresaban y se lo enviaban a Tucumán. Lo que Abreu quería era la despoblación de Santa Fe para anexar ese territorio a la jurisdicción de Tucumán.
Una de piratas
Alonso de Vera bajaba desde el Perú, luego del casamiento de doña Juana con su tío, cuando fue apresado por Abreu. El gobernador de Tucumán sabía que Gonzalo traía cartas para el rey. La febril imaginación de Abreu no le alcanzó para adivinar el verdadero contenido de esas cartas: eran denuncias a su majestad sobre la entrada al estrecho de Magallanes de piratas al mando de Sir Francis Drake, apodado “el Dragón” por los hispanos, que venía de robarse el tesoro de Panamá y clamaban por la detención del pirata . Estas cartas quedaron en poder de Abreu, el tesoro en manos de Drake y Alonso de Vera fue enviado de regreso al Perú. Pero Alonso buscó asilo en el convento franciscano de Santiago del Estero, donde permaneció “asilado” unos dos meses.
Abreu mandó vigilar el convento día y noche, pero como en las películas, Alonso logró huir a caballo una madrugada perseguido por una partida de sesenta arcabuceros y lanzas que lo siguieron hasta Córdoba y le perdieron el rastro. Alonso pudo finalmente llegar a Santa Fe.
El 1º de junio de 1580 se produjo el cambio de cabildantes. Un grupo de criollos propuso alzarse contra el cabildo basándose en las órdenes de detención contra Garay y contra “los dos Vera”. Pero decidieron esperar a tener señales claras de que el gobernador Abreu apoyaría el alzamiento.
En la casa de Lázaro Venialbo, uno de los que más había fogoneado a los criollos disconformes con el gobierno de la ciudad, se reunieron muchos jóvenes. Cada cual preparaba sus armas para salir a la calle: espadas, ballestas, arcabuces y lanzas. Lanzaban insultos contra Garay, contra los viejos españoles y contra los que llegaron en la expedición de Ortiz de Zárate.
El primer paso sería apresar al Teniente de Gobernador, al alcalde, al Alguacil Mayor y a Alonso de Vera Aragón. Mientras, otros rebeldes se encargarían de desarmar a los españoles seguidores de Garay.
Estas órdenes las dio una junta revolucionaria formada por Lázaro de Venialvo, Pedro Gallego el mozo, Domingo Romero, Rodrigo Mosquera, Diego de Leiva, Diego Ruiz y Pedro Villalta. Con trompetas convocaron a los vecinos, que ayudaron a elegir un nuevo Cabildo, a Cristóbal de Arévalo como Capitán General y Justicia Mayor, y a Lázaro de Venialbo como Maese de Campo.
Antes del amanecer, los sublevados reunidos en lo de Venialvo salieron a cumplir con su plan: capturaron al Teniente de Gobernador Simón Xaque, al Alcalde Pedro de Oliver y al Alguacil Mayor Bernabé de Luxán, se los llevaron a la casa de Venialbo y desarmaron a todos los españoles.
Por su parte, Cristóbal Arévalo, luego de aceptar el cargo que le otorgaron los rebeldes, prohibió la salida de la ciudad a sus habitantes, bajo pena de muerte y confiscación de sus bienes.
Desde ese momento, todos los que no compartían las ideas con los sublevados comenzaron a pensar cómo reivindicar el honor perdido.
Alonso de Vera, con grilletes en los pies, escuchaba desde su celda en la casa de Lázaro de Venialbo los gritos de los criollos sublevados que llegaban a la plaza: “¡Ya todo es nuestro! ¡Gobernaremos la tierra, desterraremos a los españoles y haremos que los indios nos sirvan a nosotros!” 3. Además, le llegaban a Vera los rumores de las posibles acciones a seguir por los rebeldes: que los cabecillas apuñalarían a los presos y partirían aguas abajo por el Paraná, hasta encontrar a Garay y asesinarlo; y que luego llegarían a Asunción para tomarla sin dificultad, si Abreu desde Tucumán los apoyaba.
La contrarrevolución
Mientras la ciudad vivía un clima de revuelo y algarabía ante la designación de los líderes de la revuelta como nuevos miembros del gobierno, Cristóbal de Arévalo –que fue designado Capitán General– organizó clandestinamente la contrarrevolución, agrupando a más personas con tal propósito. Quería devolverle la honra al Rey, así que se dirigió a liberar a los que permanecían encerrados en lo de Lázara de Venialvo. En el enfrentamiento murieron apuñalados Pedro Gallegos, Diego de Leiva y Domingo Romero, cuyos cuerpos fueron llevados a la plaza y decapitados al grito de “¡Viva el Rey!” Ante todo el tumulto, Arévalo le entregó al Teniente de Gobernador Simón Xaques la bandera, reotorgándole el poder sobre el gobierno de la ciudad.
Mosquera y Villalta lograron escapar a Córdoba y luego a Santiago del Estero, adonde fueron en busca de Abreu, convencidos de que éste les daría su protección. Pero entretanto Abreu había sido reemplazado en el gobierno de Tucumán por Lerma quien, no sólo mandó a ejecutar a su antecesor, sino también a los dos fugitivos recién llegados. En un comunicado al Rey el gobernador tucumano afirmó que “Abreu había muerto de su muerte al parecer natural; aunque no sin vehemente sospecha y muestras de evidente probanza de haber tomado ayuda para ello”. 4
Al día siguiente de la revolución, se le inició una causa a Abreu, donde se lo condenó después de muerto.
Pero los ánimos no estaban tranquilos: “Entre algunas personas no faltan ánimos obstinados para querer recordad novedades de las cuales entendemos no ignorará Vuesa Merced allí, para tenerlas en memoria de darles sus represiones secretas antes que vengan a merecer castigos públicos. Lo que hay que suplicar a Vuesa Merced es el dar cuenta a los señores de la Real Audiencia que se acuerden de poner remedio con toda brevedad para acabar de echar el sello de sosiego que conviene tenga esta tierra”.5
A pesar de haber sido reprimidos con dureza, “los siete jefes” fueron los primeros criollos que intentaron implantar un gobierno propio, que respetase la autonomía comunal.
Referencias: