El 6 de agosto de 1945, por orden del presidente estadounidense Harry Truman bombarderos estadounidenses lanzaron sobre la ciudad japonesa de Hiroshima la primera bomba atómica con uso militar no experimental. La bomba dejó aproximadamente 140.000 1 personas muertas, unos 70.000 heridos y una ciudad devastada. Reproducimos a continuación un artículo publicado en la revista Caras y Caretas siete años de la detonación sobre los efectos de la bomba atómica.
Fuente: “Todavía causa víctimas la bomba de Hiroshima”, por Pierre Durel, Revista Caras y Caretas, Año LIV, Nº 2153, Buenos Aires, noviembre de 1952.
La bomba atómica lanzada hace siete años sobre esta ciudad continúa aún haciendo víctimas. Antes de la guerra, Hiroshima, con sus 400.000 habitantes, era la séptima ciudad del Japón. El 6 de agosto de 1945 sus habitantes se dirigían a sus quehaceres. Eran las ocho y lucía un sol radiante. Algunos segundos más tarde la ciudad era un amasijo de cenizas, techos hundidos y restos. La primera bomba atómica había estallado a unos quinientos metros fuera de la ciudad. Los sobrevivientes la bautizaron con una palabra que significa «nada». El sol se puso color ladrillo. Poco después, lluvias torrenciales, provocadas sin duda por la explosión, caían sobre el infortunado despojo urbano.
Todavía no se sabe hoy el número exacto de víctimas. Según algunas estadísticas japonesas, el número de muertos debe fijarse entre doscientos y doscientos cincuenta mil.
La ciudad está hoy reconstruida. Crece el césped y se multiplican las flores, porque la naturaleza olvida. Pero los habitantes que escaparon por milagro a la muerte no pueden olvidar. El 6 de agosto último se reunieron ante un monumento erigido en el centro de la ciudad para rogar por el alma de los caídos. Se les había pedido a todos los escultores japoneses que presentaran proyectos de ese monumento. El que fue elegido sirvió para esculpir una muñeca, réplica aumentada de las que los japoneses colocaban en la tumba de sus seres queridos. La inscripción dice sencillamente: «Dormid en paz. No se cometerá más este error.»
«NO QUEREMOS BASES ATÓMICAS EN EL JAPÓN»
La prensa japonesa, liberada desde la entrada en vigor del tratado de paz, ha publicado en las últimas semanas artículos e informaciones para dar cuenta al público de «las atrocidades que ellos (es decir, los norteamericanos) han cometido». Hasta ahora no se había podido divulgar la doble experiencia de la bomba atómica. Asahi, uno de los diarios más importantes, que tira cinco millones de ejemplares, preparó un número especial, cuya primera edición se vendió en un abrir y cerrar de ojos. Se ven en ella cadáveres carbonizados de hombres y, sobre todo, de mujeres y niñas. Sus rostros, o lo que queda de ellos, aparecen contraídos por el dolor. Los heridos tratan de salir de los cráteres llenos de cadáveres. Hay una foto de una mujer con la cara tumefacta que da el pecho a un niño cuyo cráneo está cubierto por las pústulas radiactivas.
DOS FLAGELOS: LA LEUCEMIA Y LAS CATARATAS
A través de todo el Japón han circulado rumores, más o menos fantásticos, a causa de la publicación de los documentos fotográficos de Hiroshima y de la proyección de un film de corto metraje, que todavía se puede ver en las pantallas de Tokio. Un eminente doctor japonés, que ha querido guardar el más estricto anonimato, para no «ser arrastrado por los remolinos políticos y poder continuar en paz sus trabajos», ha contestado nuestras preguntas:
Se habla mucho de la existencia de numerosos casos de leucemia.
Es exacto que la proporción de casos comprobados de lo que se llama comúnmente cáncer de la sangre es ligeramente superior en la zona directamente expuesta a las radiaciones que en las que se hallan fuera del campo de actividad de la bomba. También es cierto que esos casos han aparecido después de un periodo de inmunidad relativa. Pero de ahí a deducir que son debidos únicamente a las radiaciones, hay un largo camino, y si tuviéramos un día la seguridad de que se trata, en efecto, de leucemia atómica, orientaríamos en consecuencia nuestras investigaciones.
También ha corrido el rumor de que la leucemia de origen atómico podría ser hereditaria.
No lo creo. Y aun diré que es falso, en todo caso, lo repito, es imposible todavía extraer conclusiones. En cambio, hemos tenido un cierto número de casos de ceguera debida a las radiaciones que se han manifestado muy tardíamente. Para esas víctimas, la fulgurante luz de la bomba atómica habrá significado, cinco años después, el comienzo de la noche. Se trata de una especie de cataratas. Estamos buscando sin descanso un remedio. Los ordinarios se nos han probado inoperantes para estos casos. Pero no nos dejamos vencer.
¿Y los niños?
Se observan, por ejemplo, casos de niños nacidos después del bombardeo cuyos brazos y piernas no guardan proporción con el resto del cuerpo y cuya dentición presenta algunas anomalías. En cuanto a sus facultades mentales, habrá que esperar aún dos o tres años, y hasta quizá más, antes de formular un veredicto. Es cierto que nosotros, aunque sea horrible decirlo, tenemos en Hiroshima un campo de experiencias único. Poseemos el terrible privilegio de comprobar los efectos de la radiactividad en el hombre. Debemos de aprovechar todas las lecciones que deben permitir un día a los hombres utilizar impunemente la energía atómica con fines pacíficos. Pues debemos poner esa fuerza diabólica al servicio de la humanidad. Y entonces, pero solamente entonces, podremos olvidar.