Una gran luz


Conservo muchos recuerdos de aquellos días de angustias y amarguras.

Al lado de las sombras que fueron la traición y la cobardía de muchos aparecen, entre mis recuerdos, los gestos iluminados de la lealtad y del valor.

Pero yo no quiero escribir todavía en detalle todo eso.

La semana de octubre de 1945 es un paisaje de muchas sombras y de muchas luces. Será mejor que no nos acerquemos demasiado a él… y que más bien lo veamos otra vez, desde más lejos. Esto no me impide decir sin embargo con absoluta franqueza, y como un anticipo de cuanto alguna vez he de escribir en detalle, que la luz vino únicamente desde el pueblo.

En este libro, que quiere exponer las causas y los objetivos de la misión que me he propuesto cumplir, no puedo dejar de recordar un episodio que figura en mi espíritu como una razón fundamental de lo que soy en esta hora de mi Patria, y que por sus hondas sugerencias contribuyó a conducirme al puesto que ahora ocupo en el Movimiento Justicialista.

Recuerdo que en mi soledad y en mi amargura, y mientras recorría la gran ciudad, esperaba a cada instante recibir algún mensaje del líder ausente y prisionero. Me imaginaba que de alguna manera él se ingeniaría para hacerme saber cómo estaba y dónde estaba; y esperaba sus noticias con el alma en un hilo, torturada por la angustia.

Conservo de aquellos días varios mensajes manuscritos por él; y en todos ellos aparece, en su letra clara, firme y decidida, la serenidad con que su espíritu afrontaba los acontecimientos.

En todos sus mensajes no hizo otra cosa que recomendarme a sus obreros «que estuviesen tranquilos, que no se preocupasen por él, que no creasen situaciones de violencia…».

Yo -lo confieso honradamente- busqué con afán en todas sus cartas, una palabra que me dijese su amor.

En cambio casi no hablaba sino de sus «trabajadores»…, a quienes por aquellos días la oligarquía, suelta por las calles, empezó a llamar «descamisados».

Su rara insistencia me iluminó: ¡aquel «encargarme de sus trabajadores» era su palabra de amor, su más sentida palabra de amor!

Comprender aquello fue -y lo es todavía- una gran luz en mi vida.

A mí, a una humilde y pequeña mujer, me encomendaba el cuidado de sus trabajadores, lo que él más quería. Y yo me dije a mí misma: -Pudo encomendárselo a otros, a cualquiera de sus amigos, incluso a algún dirigente gremial…pero no, quise que fuese yo…¡una mujer que no sabe otra cosa que quererlo!

Esa era sin duda la prueba absoluta de su amor. Pero una prueba que exigía respuesta; y yo se la di.

Se la di entonces y se la sigo dando. Mientras viva no me olvidaré que él, Perón, me encomendó a sus descamisados en la hora más difícil de su vida.

¡Mientras yo viva no me olvidaré que él, cuando quiso probarme su amor, me encargó que cuidase a sus obreros!

Él no encontró mejor manera de expresarme su amor y ahora estoy segura que eligió la más pura y la más grande manera de decírmelo.

Desde entonces, cuando yo quiero a mi vez expresarle mi amor de mujer -¡y quiero expresárselo permanentemente!- no encuentro tampoco una manera más pura ni más grande que la de ofrecerle un poco de mi vida, quemándola por amor a sus «descamisados».

Esto, por otra parte, es mi deber de gratitud para con él y para con ellos y yo lo cumplo alegremente, feliz, como se cumplen todos los deberes que impone el amor.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar