Viajeros olvidadizos en trenes abarrotados


Empieza un nuevo año lectivo y los abarrotamientos en los medios de transporte pronto comenzarán a ser moneda corriente. A continuación transcribimos una simpática nota sobre la aventura de viajar en tren en el Japón de la década de 1960.

Fuente:“Viajeros Olvidadizos en trenes abarrotados”, Revista Panorama, Nº 3, agosto de 1963, págs. 69-70.

En la estación de Atami, de los Ferrocarriles Nacionales Japoneses, una señora, al borde del llanto, explica su caso al jefe:

-A mí no me importaría; pero es un regalo de mi marido. Si sabe que la he perdido, me va a matar. ¡No querrá creer lo que pasó!

El jefe, hombre muy comprensivo, cablegrafió a la próxima estación. Era muy probable que lograran encontrar, en uno de los vagones vacíos, la prenda íntima de encaje negro que la señora había perdido al salir del vagón en que viajaba. Fue entonces cuando se produjo una de esas pujas tremendas entre los que se abalanzaban para subir y los que querían descender del tren, espectáculo muy común en los ferrocarriles japoneses… y no del todo desconocido en otras latitudes.

La situación de la buena señora, originada tal vez por la rotura de un elástico, es uno de los tantos trances que deben atender y tratar de resolver los solícitos y conscientes funcionarios de los ferrocarriles. Hoy los depósitos de objetos perdidos están repletos: nada menos que 1.800.000 objetos diversos, incluidos 25.000 relojes, 310.000 paraguas, 180.000 libros, 400.000 prendas de vestir (desde ligas femeninas hasta sobretodos), 4 urnas que contienen cenizas de antepasados de viajeros olvidadizos (ante ellas rezan a veces piadosos empleados del depósito del ferrocarril), un motor eléctrico, un juego de fútbol de mesa, dentaduras postizas y ojos de vidrio. Sólo es reclamado un 15 % de los objetos. En 1962, la empresa ferroviaria remató los objetos que se acumulaban en sus abarrotados depósitos. Por medio de altoparlantes instalados en los vagones, ahora se advierte a los pasajeros que no olviden sus paquetes o valijas. Pero nadie cree que la campaña dé frutos.

De ese estado de cosas es tan culpable la poca memoria de los viajeros como el amontonamiento que se produce a diario en los trenes: todos los días viajan 36 millones de japoneses (en Tokio, solamente, 4.200.000). En las horas de más movimiento, hasta 350 personas se introducen en vagones de una capacidad de 100, ayudados por fornidos estudiantes que cobran 150 yenes por hora para “calzar” a la gente dentro de los coches. Cuando se abren las puertas, la confusión y los apretujos comienzan, y no es raro que alguien salga del forcejeo con las costillas rotas. En tales circunstancias, la primera preocupación del viajero es salvar su integridad física, y no piensa en sus paquetes… ni en su ropa. De hecho, son tantos los pasajeros que quedan sin zapatos al tratar de abrirse paso hacia el andén, que las estaciones más importantes tienen un amplio surtido de calzado para uso de quienes lo hayan perdido en el tumulto. La batalla por conquistar una plaza en el pasillo o lavabo de los atestados vagones, deja sus huellas en la indumentaria de los sufridos viajeros.