El 24 de marzo de 1976 comienza en el país una dictadura que se cobró la vida de 30.000 personas y desmanteló el aparato productivo del país. A continuación, reproducimos fragmentos de dos discursos de Jorge Rafael Videla –presidente de facto entre 1976 y 1981- donde describe el carácter de la lucha contra la subversión y qué entendían por terroristas quienes gobernaron el país durante más de siete años. También incluimos un testimonio de Nora Cortiñas, una de las fundadoras de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, donde relata su experiencia personal durante aquellos años.
Fuente: Fragmento del discurso de Jorge Rafael Videla al asumir la presidencia, el 30 de marzo de 1976. Diario La Nación, 31 de marzo de 1976.
El país transita por una de las etapas más difíciles de su historia. Colocado al borde de la disgregación, la intervención de las Fuerzas Armadas ha constituido la única alternativa posible, frente al deterioro provocado por el desgobierno, la corrupción y la complacencia. (…) El uso indiscriminado de la violencia de uno y otro signo, sumió a los habitantes de la Nación en una atmósfera de inseguridad y de temor agobiante. Finalmente, la falta de capacidad de las instituciones (…) condujo a una total parálisis del Estado, frente a un vacío de poder incapaz de dinamizarlo. Profundamente respetuosas de los poderes constitucionales (…) las Fuerzas Armadas hicieron llegar, en repetidas oportunidades, serenas advertencias sobre los peligros que importaban tanto las omisiones como las medidas sin sentido. Su voz no fue escuchada. Ninguna medida de fondo se adoptó en consecuencia. Ante esta drástica situación, las Fuerzas Armadas asumieron el gobierno de la Nación. Sólo el Estado, para el que no aceptamos el papel de mero espectador del proceso, habrá de monopolizar el uso de la fuerza y consecuentemente sólo sus instituciones cumplirán las funciones vinculadas a la seguridad interna. Utilizaremos esa fuerza cuantas veces haga falta para asegurar la plena vigencia de la paz social. Con ese objetivo combatiremos, sin tregua, a la delincuencia subversiva en cualquiera de sus manifestaciones, hasta su total aniquilamiento.
Declaraciones del general Jorge Rafael Videla
Fuente: Declaraciones del teniente general Jorge R. Videla a periodistas británicos, publicadas en el diario La Prensa, el 8 de diciembre de 1977, citadas por Andrés Avellaneda, en Censura, autoritarismo y cultura: Argentina 1960-1983.
La Argentina es un país occidental y cristiano, no porque está escrito así en el aeropuerto de Ezeiza; la Argentina es occidental y cristiano porque viene de su historia. Es por defender esa condición como estilo de vida que se planteó esta lucha contra quienes no aceptaron ese sistema de vida y quisieron imponer otro distinto… Por el solo hecho de pensar distinto dentro de nuestro estilo de vida nadie es privado de su libertad, pero consideramos que es un delito grave atentar contra el estilo de vida occidental y cristiano queriéndolo cambiar por otro que nos es ajeno, y en este tipo de lucha no solamente es considerado como agresor el que agrede a través de la bomba, del disparo o del secuestro, sino también aquél que en el plano de las ideas quiera cambiar nuestro sistema de vida a través de ideas que son justamente subversivas; es decir subvierten valores, cambian, trastocan valores… El terrorista no sólo es considerado tal por matar con un arma o colocar una bomba, sino también por activar a través de ideas contrarias a nuestra civilización…
Testimonio de Nora Cortiñas, madre de Plaza de Mayo
Fuente: Entrevista de Enrique C. Vázquez a Nora Cortiñas, del jueves 15 de agosto de 1996
“Hasta que se llevaron a mi hijo teníamos un hogar común, de clase media baja, con un padre de familia muy trabajador que tenía la responsabilidad de traer el salario, y con dos hijos varones, Marcela y Gustavo, a los que les dábamos la educación con el sacrificio que se hace en una casa donde todo se consigue en base a mucho esfuerzo.
En nuestra familia siempre nos hemos ayudado los unos a los otros. Aprendían a compartir a ayudarse, a ser solidarios entre ellos. Estas cosas se van filtrando, van haciendo que en los chicos se despierte un deseo por ayudar a los demás. La solidaridad en la familia es muy importante.
Gustavo comenzó o trabajar de muy jovencito, cuando tenía 12 ó 13 años, en el club del ministerio de economía durante los meses de verano. Cuando cumplió 18 años, Gustavo empezó a trabajar en un empleo fijo, de tiempo completo. Ahí tenía compañeros que participaban en las tareas de acción social del padre Carlos Mugica, en la villa 31 de Retiro. Desde esa edad empezó o ir a la villa; se interesó por compartir con la gente humilde los ideales de justicia social. Al mismo tiempo, empezó a militar en la Juventud Peronista. Ya había terminado el secundario y estudiaba Ciencias Económicas, primero en la Universidad de Morón y después se pasó a la estatal. En 1973, que fue un año de gran agitación, dejó la facultad, se casó y siguió militando en la JP. Él tenía, como todos los chicos, deseos de cambio, de colaborar con los que más sufrían, de luchar con el pueblo.
Aunque nuestra familia no tenía participación política partidista, sí había algún pariente que militaba y a nosotros nos daba miedo que nuestros hijos decidieran meterse en política. Cuando Gustavo empezó a militar teníamos mucha preocupación. Nos parecía que se arriesgaba, que la cosa no venía bien, que ya había represión —por la Triple A, durante el gobierno de Isabel— y nos preocupaba mucho. Adentro de casa se daba una discusión generacional. Mi marido tenía miedo. Lo que pasa es que la juventud sobrepasaba la pasividad de los adultos o de la mayoría de ellos. Era una generación que crecía como la levadura. Los más jóvenes seguían el ejemplo de la gente que venía de participar de luchas anteriores, como el Cordobazo o el Rosariazo. Los chicos aportaban su vigor a la experiencia de los más viejos.
En el ’77, el 15 de abril, se llevaron a mi hijo. (…) Yo empecé a salir por todos lados como loca y ahí fue un cambio total en mi casa y en mi interior. Empezó una etapa donde además de una gran tristeza y un gran dolor hubo un cambio total de vida. Yo dejaba mi casa desde la mañana hasta la noche. A veces me iba a la madrugada para hacer las colas en las puertas de los cuarteles, de las cárceles. Ya en el ’77 era todo evidente. Las madres nos íbamos encontrando en los diferentes trámites para averiguar dónde estaban nuestros hijos. A mi hijo se lo llevaron el 15 de abril y el 30 de abril fue el primer encuentro en la Plaza de Mayo, a instancias de Azucena Villaflor. Después nos seguimos encontrando en la plaza, intercambiábamos información pero ninguna obtenía ningún resultado positivo. Azucena dijo que teníamos que hacer “todas por todos”.
Las madres, individualmente, no teníamos miedo. Pero lo que sí había en el conjunto de las madres era un miedo colectivo: pensar que si hacíamos denuncias los iban a castigar más, que no iban a aparecer, que los iban a matar Pero ese miedo duró poco. Dijimos “hay que salir y pelear”. Mostrarnos en la Plaza ya era un hecho. Fuimos amenazadas de muerte, apuntadas con armas largas. En voz baja, nos decían a una por una: “les vamos a hacer lo mismo que a sus hijos”. Pero nosotras seguimos ahí todos los jueves, hasta el día de hoy.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar