Siempre se ha dicho que la vida de Enrique Santos Discépolo fue un ir y venir. “Soy búmeran por temperamento”, solía bromear, mientras se comparaba con los criminales, los novios o los cobradores, para sentenciar: “Yo regreso siempre”. Y esta misma vida lo llevaba a conocer la soledad absoluta, por momentos, pero también, en otros, sentirse miembro de la más extensa familia: el pueblo argentino.
Nacido en el barrio porteño de Balvanera, el 27 de marzo de 1901, hijo de un músico de orquesta, quedó pronto huérfano y a cargo del mayor de sus cuatro hermanos, Armando, que fue quien lo encaminó por el mundo de la cultura popular: la música, el teatro, la literatura.
Con apenas 16 años debutó como actor y poco tiempo después se animó a escribir sus primeras obras de teatro y letras de tango: “El bizcochito” y la más conocida “Qué Vachaché”, son letras de los años 20, en su más temprana juventud. En muy poco tiempo, sus letras serían interpretadas por grandes cantantes como Azucena Maizani, Tita Merello y el mismísimo Carlos Gardel, mientras continuaba su labor actoral.
Cuando ya en su repertorio contaba con letras como “Yira yira”, “Qué sapa señor”, “Malevaje”, “Soy un arlequín” y la más cruda descripción de la “Década Infame” con “Cambalache”, apareció el peronismo, con el que simpatizó fervorosamente y defendió desde las trincheras radiales, con su programa “Mordisquito”. Entrados ya en 1951, protagonizaría el recordado film “El hincha”, pero hacia fines de aquel año, el 23 de diciembre, un síncope al corazón terminaría con su vida.
Recordamos a este genial artista, en el día de su nacimiento, con un fragmento de sus escritos inéditos, en el que confesaba su profunda necesidad de “llenarse de pueblo”.
Fuente: Enrique Santos Discépolo, Escritos inéditos, (Introducción y comentarios: Norberto Galasso), Ediciones del Pensamiento Nacional, 1986.
«Negar que he deseado ser querido sería una impostura. Lo he soñado, lo he padecido y lo sufro con agrado. Siempre he deseado que me quisieran, aunque esta aspiración no conduzca jamás a buenos resultados comerciales, ni traiga aparejada una libreta de cheques. Pero mi capacidad fraternal es tan sincera, de tan sencilla buena fe, que soy de los que quieren, sin discriminar, a la guía telefónica entera. Quiero a los que me saludan y quiero hasta a los que me estafan (…) Soy un hombre vulgar. Soy un hombre solo (…) Porque pasé de la sencilla soledad de una infancia triste, a esta madurez de hombre parado en una esquina, también solo y sin tener con quién trenzar prosa… En el largo y penoso diálogo de mi vida no he tenido más interlocutor que el Pueblo. Siempre estuve solo con él. Afortunadamente con él. El pueblo me devolvió la ternura que le di y yo -fulano de tal- soy el hombre que conversa con la multitud como con su familia y cuenta, en voz alta, lo que la multitud -que es él o igual a él- ansía que le digan.»
Enrique Santos Discépolo
Fuente: www.elhistoriador.com.ar