Fuente: Eizaguirre, José Manuel, Páginas argentinas ilustradas, Casa Editorial Maucci Hermano, 1907.
El nombre Argentina de nuestra nación tiene su origen en hechos de la conquista realizada en estas regiones por grandes pilotos y valerosos soldados españoles en los años de 1516 a 1536.
Lo que distinguimos hoy con el nombre «Río de la Plata», es solo el estuario formado por los dos grandes ríos Paraná y Uruguay. Cuando el piloto mayor Don Juan Díaz de Solís descubrió, el 12 de marzo de 1516, este gran caudal de agua dulce que se mezclaba con las aguas del mar, lo llamó «Mar Dulce». Los compañeros de aquel navegante, asesinado por los indios charrúas frente a la isla de Martín García, cuando se retiraron a España desalentados y pobres, más que para honrar al malogrado jefe, para recordar el hecho fatal, llamaban a la región «Río de Solís».
En el mes de marzo de 1517 fue nuevamente explorado el estuario por Sebastián Gaboto, quien llegó a remontar el Río Paraná.
Este marino encontró en Santa Catalina primero, y después en la costa oriental del «Río de la Plata», a algunos españoles de la desgraciada expedición de Solís, los que aseguraban en virtud de noticias dadas por indios amigos, que en las márgenes del Paraná existían tribus numerosas y poseedoras de piezas de plata en gran abundancia; dato exacto, verificado más tarde por los expedicionarios.
Algún tiempo después, Portugal pretendió tener más derechos que España a la posesión de la región bañada por el río que los portugueses llamaban «de la Plata», y que no era otro que el «Río de Solís». La discusión acerca del mejor derecho mantenida por España y Portugal, generalizó el nombre, afirmándolo la fantasía y la codicia de los soldados expedicionarios. Si los indios tenían en su poder muchos adornos de plata, era para los españoles y portugueses una prueba concluyente de que la región era riquísima en ese metal, que en latín se llama argentum.
El nombre «Río de la Plata», hablaba entonces con más seducciones a la codicia de, los conquistadores, y fácilmente quedó consagrado.
Cuando volvió Gaboto a, España, llevó como únicas riquezas, una onza de plata y una libra más del mismo metal en orejeras y lunas, adornos de los indios.
Ese escaso tesoro no modificó el juicio general acerca del nombre fabuloso de las nuevas tierras.
Los primeros navegantes y guerreros tuvieron la convicción de que habían descubierto un país lleno de minas, y muchos años y grandes desgracias apenas bastaron para borrar del espíritu de los jefes y de los soldados una pequeña parte de la leyenda. Cuando se agotó la riqueza que poseían los indios del litoral, o cuando entregaron éstos toda la plata que llevaban como adorno en sus cuerpos, los conquistadores fijaron su rumbo hacia el interior. Buscar el camino que llevaba hacia el Perú, era lo mismo que buscar el camino que conducía a la posesión del territorio fabuloso de los ricos metales; pero ya la región de los ríos, había sido bautizada por la costumbre, con el nombre de Argentina.
Más tarde los primeros historiadores o cronistas, adoptaron ese mismo nombre en sus obras, y así tenemos La Argentina, de Ruiz Díaz de Guzmán, con el subtítulo «Historia del descubrimiento, conquista y población del Río de la Plata» escrita en el año 1642, y La Argentina o la conquista del Río de La Plata, poema histórico del arcediano don Martín del Barco Centenera, publicado en 1602.
Este autor fue, sin duda, el que más fijó y divulgó el nombre y el que lo hizo extensivo a todos los pobladores indígenas y criollos del territorio.
En sus manos versos habla así:
«Por descubrir el ser tan olvidado.
Del Argentino reino ¡gran Apolo!
Envíame del monte consagrado
Ayuda con que pueda aquí, sin dolo
Al mundo publicar, en nueva historia,
De cosas admirables la memoria».
En el «reino» aparece también el río:
«El río que llamamos argentino
Del indio Paraná o mar llamado,
De norte a sur corriendo su camino
En nuestro mar del norte entra hinchado
Parece en su corriente un torbellino
O tiro de arcabuz apresurado.
Más el viento sur, plácidamente,
Se vence dominando su corriente».
En el canto XXI del mismo poema, los mestizos que eran los hijos de las uniones entre españoles e indias y los mismos indios que empezaban a simpatizar más con estos hijos de la tierra que con los españoles, son llamados «la canalla argentina». Un siglo después de la conquista ya se establecían diferencias entre los «españoles puros», que eran los soldados o los colonos que venían de España, y los «españoles americanos» que eran los hijos que aquellos tenían en los hogares formados con indias en estas tierras.
Las subdivisiones territoriales se hicieron más tarde, para el gobierno administrativo «de las Provincias del Río de la Plata», e instituido el virreinato en 1776, se llamó, «de las Provincias del Río de la Plata».
En los años de 1806 y 1807, una expedición militar inglesa, pretendió tomar posesión de Buenos Aires.
Vencidas y deshechas las fuerzas invasoras, un hijo del país cantó la victoria en un poema que lleva este título: El Triunfo Argentino.
Recordemos algunos versos de aquel poema:
Tiende la vista, soberano digno
Honra este suelo por momentos pocos,
Ve allí acampado cabe el ancho río
Ese ejército grande; ve la resta
Militar que los orna; ve el crecido
Número de estandartes y banderas
Ve cual se puebla de ordenados tiros
El aura conmovida, cual varían
Diestramente sus puestos al sonido
Del clarín y a tambor. ¿Qué tropa es ésta?
Preguntarás, monarca muy benigno,
Oh! ínclito señor, esta no es tropa,
Buenos Aires os muestra allí saos hijos;
Allí está el labrador, allí el letrado,
El comerciante, el artesano, el niño,
El moreno y el pardo: aquestos solo
Ese ejército forman tan lúcido;
Todo es obra, señor, de un sacro fuego,
Que del trémulo anciano al parvulillo
Corriendo en todo vuestra pueblo, todo
Lo ha en ejército heroico convertido.
Esta llama feliz lo ha fomentado
Vuestro vasallo del, vuestro caudillo
El ilustre Liniers: en su presencia
Se ve a Marte en los pechos argentinos.
Don Vicente López y Planes, porteño, autor de este poema, fue uno de los heroicos soldados en la lucha por la reconquista, y su canto extendió el noble entusiasmo popular por el éxito de aquella campaña. En los últimos versos encontramos todavía esta nota vigorosa de patriotismo:
Compatriotas felices, hijos dignos
De la gran Buenos Aires, ya resuelto
Ha quedado el problema, ya corrido
El velo e con que la negra envidia
Procuraba inspirar á los amigos,
De vuestra gloria indigna desconfianza,
Atribuyendo a pompa el ejercicio
Frecuente de las armas y el plan todo,
Que en soldados tornara á los vecinos
¡O cual vengasteis esta insania horrenda!
Cuán dignamente habéis correspondido
Al concepto; supremo que otras gentes
Formaran de vosotros! vuestro brío
Vuestro valor y militar denuedo
De un mortal inminente paroxismo
La América han librado. ¡Oh! defensores
¡Ilustres del Perú! ¡Oh! esclarecidos
¡Restauradores de Montevideo!
¡Oh, vosotros, íberos! ¡oh! argentinos,
Que de Roma y Cartago sois afrenta
Que habéis gloriosamente competido
¡Con los Córdobas, Ponces y Bazanes!
Yo más admiro vuestro triunfo digno,
Al ver que Febo el rutilante carro
Aun no pasara por los doce signos
Desde que el monstruo de la guerra vierais
Por la primera vez el rostro inicuo
Cuando vuestro valor llegó al estado
De hollar legiones y rendir caudillos
En el bélico afán ejercitados.
Yo, legiones patrióticas, admiro
Recordando las haces y las flotas
que cubrían la faz del campo y río,
No tanto nuestra patria defendida,
Cuanto haberles ganado en un conflicto,
En un solo conflicto dos ciudades
Y haber de esta manera sostenido
Todo el gran continente americano,
Si el nombre había estado olvidado, estos triunfos y el poema en aquellos basado, lo sancionaron para siempre, dándole mayor brillo al nombre primitivo existía un pueblo argentino y guerreros que habían competido en valor al lado de los españoles que pretendían siempre ser los únicos descendientes o herederos legítimos de los primeros conquistadores. La Nación Argentina era ya una consecuencia lógica de aquellas victorias, y los sucesos la colocaron algunos años después en el escenario de la civilización.
Más tarde, en la Asamblea Constituyente de 1813, nuestro himno consagró la acción de los argentinos. La última estrofa contiene un grandioso voto:
Desde un polo hasta el otro resuena
De la fama el sonoro clarín,
Y de América el nombre enseñando
Les repite: Mortales ¡oíd!
Ya su trono dignísimo abrieron
Las Provincias unidas del Sud;
Y los libres del mundo responden:
Al gran pueblo Argentino ¡salud!
La Constitución en vigor, reformada en 1860, dice en su artículo 35: «Las denominaciones adoptadas sucesivamente desde 1810 hasta el presente», a saber: «Provincias Unidas del Río de la Plata», República Argentina, Confederación Argentina, serán en adelante nombres oficiales, indistintamente, para la designación del gobierno y territorio de las provincias, empleándose las palabras: ‘Nación Argentina’, en la formación y sanción de las leyes. »
Fuente: www.elhistoriador.com.ar