En 1883, la Nueva Revista de Buenos Aires publicó, con el titulo “Costumbres porteñas de 1830 a 1840”, una carta escrita por el doctor M. Bayo, en la que éste rememoraba los lejanos años de su niñez, transcurridos en tiempos del gobierno de Rosas. Veamos algunos párrafos.
Fuente: Nueva Revista de Buenos Aires, 1883.
[…] Por la mañana se desayunaba apaciblemente, se almorzaba después, enseguida venía esa pesadilla de los muchachos llamada siesta, y muy buena sin embargo para los viejos, y sobre todo para ayudar a la digestión. Entre los desperezos llegaba el mate, a la hora de la oración se rezaba la oración, a la hora del rosario, el rosario, al toque de ánimas, las ánimas, a la hora de cenar se cenaba el buen hervido, la sabrosa carbonada, el infalible asado de vaca hecho a la parrilla con ensalada de lechuga, se bebía una taza de leche hervida a la mañana, medio vaso de carlón puro, y después de darse las buenas noches y pedir la bendición, a la cama sin pérdida de tiempo, que se hacía tarde y había que madrugar para barrer los patios que eran como plazas, mandar la morena vieja al mercado, vestir a los muchachos y recoger los huevos del gallinero. […] Las carretas arrastradas por cuatro y seis bueyes transportaban hasta el último rincón de la República valiosas mercancías […]. Un chasqui iba adonde se le ordenaba, traía cuantas noticias se le exigía y no dejaba que envidiar al telégrafo de hoy, que maldito que lo hace. Los buques de vela daban su vuelta a Europa al cabo de un año (muy cierto), pero también era un gusto de ver un monstruo de esos preñados como una chancha que al llegar a la orilla vomitaban, sin cesar, hombres, mujeres y niños, rollizos, lozanos y alegres, con cara de pascua los unos y con cara de tontos los demás. A bordo se casaban y daban en matrimonio, crecían y se multiplicaban.
Velas de sebo
Sin duda que el sebo no daba una luz tan clara como la del gas, mas esto, ¿qué era en comparación a las ventajas que ofrecía a la familia aquel sistema de alumbrado? En primer lugar, era más barato, no despedía ese olor nauseabundo del gas, todo el mundo estaba acostumbrado a él, no se le extrañaba ni se precisaba tanta claridad para tomar mate, fumar, hacer calceta, bostezar y jugar los domingos a las damas, la brisca, el tenderete y la pandorga. Sobre todo, el sebo era el botiquín doméstico, la panacea universal, nada resistía a su acción poderosa; los chichones y durezas que nos resultaban de los coscorrones que recibíamos por nuestras travesuras se curaban con sebo, con sal y saliva en ayunas; si uno se encajaba una espina […] aplicándole sebo salía de raíz; el pasmo huía con vergonzosa fuga a la presencia del sebo caliente, y el catarro más empecinado iba a parar a la loma del diablo siempre que nos introdujésemos un cabo de vela derretido en agua caliente… ¡Oh, tiempos aquellos, mi querido Mariano, en que los negros eran tíos de todos los muchachos! ¡Ay, se fueron para no volver!
Fuente: www.elhistoriador.com.ar